Guerra en la clase media
Parece que la ¨²nica redistribuci¨®n posible es en el interior del mundo del trabajo
El argumento es el siguiente: con la crisis pagamos los abusos del pasado. Los responsables de los atropellos que ha sufrido la mayor parte de la ciudadan¨ªa deben pagar por los mismos, y ellos son los privilegiados que han salido fortalecidos de las dificultades a base de quebrar las reglas del juego sin ser castigados ni penal ni socialmente.
Hasta aqu¨ª hay consenso. Pero ?c¨®mo identificar a esos privilegiados? A partir de este momento de la secuencia l¨®gica comienza en muchas ocasiones el desbarre. En una sociedad tan castigada, individualizada y fragmentada, los ¨²nicos privilegiados que vemos son aquellos que est¨¢n cerca de nosotros: quien tiene un trabajo fijo es un privilegiado para el que est¨¢ en paro, el que tiene un contrato indefinido lo es para quien solo tiene uno precario, y el que gana 2.000 euros para el que no es m¨¢s que un mileurista o cobra el salario m¨ªnimo.
En esa cola social que no avanza sino que est¨¢ detenida, se mira al vecino que est¨¢ delante con cierto aire de sospecha. Y si no se le ve porque ha corrido demasiado, se le adivina. Se considera natural juzgar con resquemor a los que nos rodean. Se han roto muchos eslabones de solidaridad.
¡°As¨ª, la lucha de clases se convierte en la envidia dentro de la clase¡±. Esta es la reflexi¨®n que hace Aldo Carra, periodista del peri¨®dico italiano Il Manifesto (www.sinpermiso.info), al describir las reformas que tiene proyectadas el primer ministro italiano, Matteo Renzi, en un an¨¢lisis que sin duda puede extenderse a lo que est¨¢ sucediendo en otros muchos pa¨ªses, fundamentalmente los europeos del sur.
Mientras tanto, ?d¨®nde est¨¢n los aut¨¦nticamente privilegiados, los ricos de verdad? ?Aquellos que han multiplicado exponencialmente su renta y su riqueza en el ¨²ltimo septenio? Son los nuevos invisibles de la cartograf¨ªa social: se esconden. Ocultan sus signos externos para no ser objeto de la indignaci¨®n del resto. No aparecen en p¨²blico siquiera tomando una raci¨®n de patatas bravas. Por eso ha resultado tan rid¨ªculo y demag¨®gico el tratamiento que ha tenido en algunos medios de comunicaci¨®n un reportaje sobre el modo de vivir del ministro de Finanzas griego, Yanis Varoufakis, presentado como un ejemplar del privilegio.
Las tres trampas ideol¨®gicas
Todo ello incluye un modo de pensar que incorpora otra inmensa trampa ideol¨®gica para los heridos y ca¨ªdos como consecuencia de la crisis. Tiene diversas variantes:
1) La globalizaci¨®n no deja espacio a las reformas estructurales ni a las pol¨ªticas econ¨®micas que tratan de corregir el aumento espectacular de la desigualdad. Las reformas verdaderamente estructurales son solo las que incorporan devaluaciones salariares y reducciones del gasto social.
2) La ¨²nica redistribuci¨®n posible es la ¡°interna¡±. No puede haber redistribuci¨®n del capital al trabajo, ni de los ricos a los pobres; solo en el interior del mundo del trabajo y en el seno de las clases medias (clase media-alta, clase media-baja).
3) Eliminaci¨®n de parte de los derechos de los trabajadores establecidos prometiendo trabajo a quien no lo tiene y mejoras a quien es precario y no logra saltar de categor¨ªa. Se elimina lo que es seguro a cambio de promesas que en la mayor parte de las ocasiones han resultado vacuas (v¨¦ase la reforma laboral).
En este contexto, los sindicatos y los trabajadores permanentes que quedan (se va hacia un contrato ¨²nico: todos precarios) son presentados como defensores de los privilegios adquiridos. Cabezas de turco. De ah¨ª a decir que si los j¨®venes no encuentran trabajo no es por la indeterminaci¨®n de quien no se lo proporciona, sino de unas centrales sindicales aburguesadas, de los funcionarios a los que no se puede despedir o de los trabajadores con contrato indefinido, no hay m¨¢s que un paso.
En su trabajo en Il Manifesto, Aldo Carra concluye que en el mundo de los trabajadores pobres (tienen empleo pero no pueden vivir) y del ¡°no trabajo¡± (parados estructurales inempleables, j¨®venes que buscan un puesto por primera vez y no lo encuentran, o mujeres que por dificultades familiares lo buscan, incluso si no son j¨®venes) estas ideas nocivas penetran con mucha fuerza en la vida cotidiana. Al tiempo, los nuevos invisibles se fuman un puro y observan encantados la casa de Varoufakis. ?l es la ¡°casta¡±.
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