Globalizaci¨®n con reservas
El TPP implica un modo de relaci¨®n comercial multilateral que ser¨¢ el dominante
El Tratado de Asociaci¨®n Transpac¨ªfico (TPP), firmado por 12 pa¨ªses bajo el patronazgo indisimulado de Estados Unidos, ha recibido hasta ahora grandes dosis de literatura econ¨®mica y escasa informaci¨®n. De hecho, el acuerdo se desconoce en su totalidad y debe ser refrendado por los pa¨ªses firmantes. La interpretaci¨®n dominante del acuerdo es que se trata de un golpe geoestrat¨¦gico con el que el Gobierno de Obama intenta dar respuesta a la posici¨®n dominante (o que se interpreta como tal) en el eje Asia-Pac¨ªfico. Sin duda esa interpretaci¨®n es correcta; Washington no acepta ser un jugador de segundo orden en el ajedrez, menos complicado de lo que parece, de la globalizaci¨®n. Pero sin duda es algo m¨¢s y su alcance real se conocer¨¢ a medida que se calculen las consecuencias de todas y cada de sus cl¨¢usulas.
Por ejemplo, el TPP implica un modo de relaci¨®n comercial multilateral que, se quiera o no, ser¨¢ el dominante en los pr¨®ximos a?os. Lo que vale y valdr¨¢ ser¨¢ lo que firmen los pa¨ªses y agentes entre s¨ª; el valor de la OMC queda relegado al papel de componedor de entuertos cuando se produzcan. Por m¨¢s que se extienda la lectura de la liberalizaci¨®n consiguiente y se subraye con demasiada insistencia su impulso al comercio mundial (que lo tendr¨¢), el TPP acota con mucha precisi¨®n los l¨ªmites de las pol¨ªticas de intervenci¨®n nacional que los pa¨ªses firmantes (y, por cierto, los de cualquier otro tratado) no est¨¢n dispuestos a suprimir. En este sentido, el an¨¢lisis de quienes se oponen al TPP en nombre de los riesgos de deslocalizaci¨®n, p¨¦rdida de empleo y recorte de las rentas, deber¨ªan recalcular el impacto que suponen. Y no porque carezcan de razones, sino porque todav¨ªa quedan resortes en los Estados para resistirse a la fuga interesada de empleos.
Y eso lleva a otra contradicci¨®n en potencia, la que existe entre la llamada globalizaci¨®n, que en teor¨ªa implica una expansi¨®n sin obst¨¢culo de los mercados, y la formaci¨®n de grupos de influencia de car¨¢cter regional. El TPP lo es y ello lleva a la consideraci¨®n de que la econom¨ªa global responde a estructuras complejas de poder en las cuales se entremezclan o interact¨²an entre s¨ª los poderes de los Gobiernos con los de los mercados. Los enfrentamientos entre ambos suelen ser ret¨®ricos, todo hay que decirlo. Pero en ning¨²n caso estamos ante la voluntad de configurar un campo abierto para una globalizaci¨®n que no sea la financiera.
Pero adem¨¢s de la discutible estructura de la globalizaci¨®n, el Tratado implica interrogantes pol¨ªticos delicados. El primero es sencillo: puesto que China ha sido interpelada directamente por el acuerdo, lo l¨®gico es que responda. El argumento de Washington, que puede resumirse en ¡°debemos decidir el papel que jugamos en la globalizaci¨®n¡± es enteramente aplicable a Pek¨ªn. Con la diferencia coyuntural de que China atraviesa por una fase de incertidumbre econ¨®mica (f¨¢cilmente transmutable en incertidumbre pol¨ªtica) que limita su capacidad de reacci¨®n. Por otra parte, est¨¢ por ver si China puede configurar un bloque comercial como el que se agrupa en torno a EE UU.
La de China no es la ¨²nica respuesta pendiente. Bruselas tambi¨¦n deber¨ªa decir algo en el caso de que la lentitud de sus mecanismos de toma de decisiones le permita articular una respuesta r¨¢pida. Pero es de temer que sus diferencias comerciales con EE UU sean m¨¢s acusadas que las que existen entre, por ejemplo, Washington y Tokio o Santiago. No es evidente que el TPP constituya un incentivo a que se firme el acuerdo que acumula ya tanto retraso.
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