Desigualdad y descontento social en Am¨¦rica Latina
Es posible que no estemos midiendo bien la inequidad. Mientras esto ocurra tendremos una mirada parcial y sesgada
A ra¨ªz de la oleada de protestas en Chile, Colombia y Ecuador, el tema de la alta concentraci¨®n del ingreso en Am¨¦rica Latina volvi¨® a ocupar los titulares. Observo, sin embargo, que hay una incongruencia entre las tendencias detectadas en el comportamiento de la desigualdad y el manifiesto descontento.
El indicador utilizado con mayor frecuencia en las bases de datos internacionales para medir la desigualdad es el coeficiente de Gini (as¨ª nombrado por quien lo propuso hace m¨¢s de un siglo). Cu¨¢nto m¨¢s cerca est¨¢ el Gini del n¨²mero cero, menor es la desigualdad. Con un Gini igual a 0.46, Am¨¦rica Latina es ¡ªefectivamente¡ª la regi¨®n m¨¢s desigual. Pero algo que muchas veces escapa a la lectura cotidiana sobre el tema, la desigualdad en Latinoam¨¦rica cay¨® en lo que va del siglo a una escala pocas veces observada en la historia (desde que se dispone de datos, claro est¨¢). Alrededor del a?o 2000, el coeficiente de Gini era igual a 0.54 o un 17% m¨¢s alto que el dato m¨¢s reciente de 0.46. Una ca¨ªda de este porte significa que, por ejemplo, en Brasil ¡ªel pa¨ªs m¨¢s desigual de la regi¨®n¡ª el ingreso percibido por el 10% m¨¢s rico pas¨® de ser cerca de sesenta veces m¨¢s alto que el del 10% m¨¢s bajo, a menos de cuarenta veces m¨¢s alto. La desigualdad disminuy¨® en cada pa¨ªs de la regi¨®n, incluyendo los tres donde las protestas han sido intensas. En lo que va de este siglo, en Chile el coeficiente de Gini disminuy¨® de 0.53 a 0.47 y en Ecuador cay¨® de 0.53 a 0.44 (seg¨²n datos del SEDLAC Banco Mundial y la Universidad de La Plata). Si la desigualdad experiment¨® una ca¨ªda inusitada en el periodo reciente ?c¨®mo se explica el descontento social y su virulencia? Propongo algunas explicaciones que no necesariamente se excluyen sino que, por el contrario, son din¨¢micas que se refuerzan.
En los pa¨ªses de Am¨¦rica del Sur, el fin del auge de las materias primas se ha traducido en una ca¨ªda de la tasa de crecimiento del ingreso por habitante y en algunos pa¨ªses est¨¢ en franca recesi¨®n. Por ello no nos debe sorprender que el voto popular en las elecciones presidenciales haya favorecido a la oposici¨®n en casi todos los casos ya sea que ¨¦sta estuviera m¨¢s a la izquierda o a la derecha de quien fuera Gobierno cuando los tiempos se volvieron dif¨ªciles. Es un voto de protesta frente a la p¨¦rdida de poder adquisitivo, el desempleo y la erosi¨®n de beneficios provenientes del fisco. A ello habr¨ªa que a?adir que, en varios pa¨ªses, la desigualdad revirti¨® su tendencia de la d¨¦cada anterior y comenz¨® a subir. Esto ha pasado en, por ejemplo, Argentina, Brasil, Chile y Paraguay. El menor dinamismo econ¨®mico combinado con una creciente desigualdad ha resultado en un aumento de la incidencia de la pobreza justo cuando la capacidad del fisco para ofrecer mecanismos de compensaci¨®n se ha visto mermada. Combinaciones de este tipo alimentan el descontento porque la poblaci¨®n experimenta una intensa frustraci¨®n. El progreso palpable durante la primera d¨¦cada del siglo no se sostuvo.
Sin embargo, tal vez la incongruencia tambi¨¦n resida en c¨®mo medimos la desigualdad. Es decir, si la estuvi¨¦ramos midiendo bien, ya no habr¨ªa paradoja: el descontento ir¨ªa de la mano de una desigualdad creciente. Las fallas en la medici¨®n pueden tener dos or¨ªgenes: el indicador o los datos. Es posible que el indicador seleccionado no sea el adecuado para captar la frustraci¨®n de la sociedad frente a la desigualdad. El coeficiente de Gini (y todos los dem¨¢s indicadores de la concentraci¨®n del ingreso que se utilizan convencionalmente) miden las diferencias relativas cuando a lo mejor lo que provoca resentimiento es el crecimiento de diferencias absolutas. Si en un pa¨ªs todos los ingresos aumentan en la misma proporci¨®n, el coeficiente de Gini de ese pa¨ªs ser¨ªa el mismo antes y despu¨¦s de dicho crecimiento. Sin embargo, en t¨¦rminos de poder adquisitivo, el que parte de un ingreso mayor, se beneficiar¨¢ m¨¢s de dicho crecimiento uniforme que quien empieza desde un ingreso menor.
?Qu¨¦ ha pasado con las diferencias de ingreso en t¨¦rminos absolutos? Tomemos, por ejemplo, el caso de Chile, pa¨ªs que ¡ªa ra¨ªz de las protestas desde octubre pasado y su inesperada virulencia¡ª se ha vuelto foco de especial atenci¨®n. Si bien el ingreso percibido por los chilenos del 10% m¨¢s rico disminuy¨® de ser cerca de treinta tres veces m¨¢s alto que el del 10% m¨¢s bajo en el a?o 2000 a veinte veces m¨¢s alto en 2017, las diferencias en t¨¦rminos absolutos crecieron marcadamente. Durante el mismo periodo, el monto de ingreso que recibi¨® el 10% m¨¢s rico en comparaci¨®n con el 10% m¨¢s pobre creci¨® en nada m¨¢s ni nada menos que un 50% (y en un 45% cuando se compara la diferencia en el ingreso del 10% m¨¢s rico y el del habitante medio).
Es decir, aun cuando el sector m¨¢s pobre mejor¨® su situaci¨®n, el grupo m¨¢s rico pudo incrementar cada vez m¨¢s su consumo de lujo al mismo tiempo que la poblaci¨®n pobre y las clases medias continuaron enfrentando situaciones dif¨ªciles provocadas por un contrato social donde el Estado escatima casi todo. En una sugerente columna publicada en VoxEu, Sebasti¨¢n Edwards recalca c¨®mo Chile sale mal parado en pr¨¢cticamente todas las dimensiones del Indice para una Vida Mejor propuesto por la Organizaci¨®n para la Cooperaci¨®n y el Desarrollo Econ¨®micos (OCDE) y c¨®mo estos factores han contribuido al malestar colectivo aun cuando la desigualdad medida en t¨¦rminos relativos ha ca¨ªdo. Creo, sin embargo, que el malestar responde a las carencias captadas por este ¨ªndice ¡ªsobre todo porque se consideran injustificadas en un pa¨ªs que ya forma parte del grupo de pa¨ªses de altos ingresos¡ª combinadas con un significativo incremento de la desigualdad en t¨¦rminos absolutos.
El otro factor que puede estar llevando a interpretaciones err¨®neas sobre los eventos recientes tiene que ver con la calidad de los datos utilizados para medir la desigualdad. Las fuentes de informaci¨®n t¨ªpica son las encuestas de hogares. Una limitaci¨®n conocida de dichas encuestas es que los hogares tienden a declarar menos ingresos de lo que realmente reciben, sobre todo los procentes de las rentas del capital. A ra¨ªz de esto, tanto el grado de desigualdad como la tendencia pueden estar mal calculados. Cuando se corrigen las encuestas y se despojan de este sesgo, los resultados pueden ser muy diferentes. A modo de ejemplo, v¨¦anse los trabajos para Brasil y Chile en la Base de Datos Mundial sobre Desigualdad de la Escuela de Econom¨ªa de Par¨ªs (desarrollada bajo el liderazgo del ya fallecido Anthony Atkinson, Thomas Piketty y Emmanuel S¨¢ez). Con los datos corregidos, el coeficiente de Gini de Brasil no solamente es bastante m¨¢s alto sino que pr¨¢cticamente ya no se observa una ca¨ªda a partir del a?o 2000. En el caso de Chile, la proporci¨®n del ingreso que capta el 1% m¨¢s rico no solamente es mucho m¨¢s alta con los datos corregidos, sino que dicha proporci¨®n aumenta en lugar de disminuir. A partir de estos ejercicios queda claro que para medir la desigualdad cabalmente es imprescindible tener acceso a informaci¨®n fiscal y otras fuentes administrativas que permitan calcular los ingresos ¡ªsobre todo los de la poblaci¨®n en los estratos m¨¢s altos¡ªbien. Mientras esto no ocurra (y muchos gobiernos se resisten a compartirla), tendremos una mirada parcial y sesgada del grado de desigualdad y su evoluci¨®n en el tiempo. Esto nos llevar¨¢ a diagn¨®sticos err¨®neos sobre las causas y consecuencias de la desigualdad y a recomendaciones de pol¨ªticas p¨²blicas incompletas y equivocadas.
Nora Lustig es profesora de econom¨ªa en la Universidad de Tulane donde detenta la c¨¢tedra Samuel Z. Stone Professor of Latin American Economics y es la directora fundadora del Instituto de Compromiso con la Equidad.
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