Los ricos no deben ser los h¨¦roes de la sociedad
Daron Acemoglu, nuevo premio Nobel de Econom¨ªa, critica en su ¨²ltimo art¨ªculo el estatus social de los multimillonarios como Elon Musk, Bill Gates o Mark Zuckerberg y su enorme influencia en la sociedad
Los multimillonarios tecnol¨®gicos como Bill Gates, Mark Zuckerberg y Elon Musk no solo est¨¢n entre las personas m¨¢s ricas de la historia de la humanidad. Tambi¨¦n son excepcionalmente poderosos ¡ªsocial, cultural y pol¨ªticamente¡ª. Si bien esto, en parte, es un reflejo de la condici¨®n social que nuestra sociedad le adjudica a la riqueza en general, esa no es toda la historia.
Lo que importa a¨²n m¨¢s que la simple riqueza es que estos multimillonarios en particular son vistos como genios empresariales que exhiben niveles ¨²nicos de creatividad, osad¨ªa, visi¨®n de futuro y experiencia en un amplio rango de temas. Si a esto le sumamos que muchos de ellos controlan medios de comunicaci¨®n importantes ¡ªconcretamente, las plataformas de redes sociales clave¡ª, estamos frente a algo que pr¨¢cticamente no tiene parang¨®n en la historia reciente.
La imagen del empresario rico y audaz que transforma el mundo se puede rastrear al menos hasta los capitalistas sin escr¨²pulos de la Edad Dorada. Pero una de las principales fuentes de su atractivo popular contempor¨¢neo es la novela de Ayn Rand La rebeli¨®n de Atlas, cuyo protagonista, John Galt, lucha por recrear el capitalismo a trav¨¦s de la mera fuerza de su idealismo y voluntad.
Si bien la novela de Rand hace mucho tiempo que adquiri¨® un estatus can¨®nico en las mentes de los empresarios de Silicon Valley y de los pol¨ªticos de inclinaci¨®n libertaria, la influencia de su arquetipo central no est¨¢ confinada a esos c¨ªrculos. Desde Bruce Wayne (Batman) y Tony Stark (Iron Man) hasta Darius Tanz en la serie televisiva Salvation, los innovadores ricos y tecnol¨®gicamente expertos que salvan al mundo del desastre inminente son una marca de nuestra cultura popular.
El poder de la billetera
Algunos individuos siempre tendr¨¢n m¨¢s poder que otros, pero ?cu¨¢nto poder es demasiado? En alg¨²n momento, el poder estaba asociado con la fuerza f¨ªsica o las haza?as militares, mientras que hoy los requisitos previos suelen surgir de lo que Simon Johnson y yo llamamos el ¡°poder de persuasi¨®n¡± que, como lo explicamos en nuestro libro Poder y progreso, est¨¢ arraigado en el estatus o el prestigio. Cuanto mayor es el estatus, m¨¢s f¨¢cil se hace persuadir a los dem¨¢s.
Las fuentes del estatus var¨ªan notablemente entre una sociedad y otra, al igual que el grado en que se distribuye de manera inequitativa. En Estados Unidos, el estatus termin¨® muy asociado al dinero y a la riqueza durante la Revoluci¨®n Industrial, y la desigualdad de ingresos y riqueza se dispar¨® en consecuencia. Si bien ha habido periodos en los que la intervenci¨®n del Gobierno intent¨® revertir la tendencia, la sociedad norteamericana siempre ha estado estructurada en torno a una jerarqu¨ªa de estatus muy marcada.
Esta estructura es problem¨¢tica por varias razones. Para empezar, la competencia constante por estatus ¡ªy el poder de persuasi¨®n que este confiere¡ª es, en gran medida, una cuesti¨®n de suma cero, porque el estatus es un ¡°bien posicional¡±. M¨¢s estatus para uno significa menos estatus para nuestro vecino, y una jerarqu¨ªa de estatus m¨¢s marcada significa que algunas personas estar¨¢n felices mientras que muchas otras son infelices y est¨¢n insatisfechas.
Asimismo, las inversiones en actividades de suma cero tienden a ser ineficientes y excesivas en comparaci¨®n con las inversiones en actividades que no son de suma cero. ?Es mejor gastar un mill¨®n de d¨®lares en relojes Rolex de oro o en aprender nuevas capacidades?
Ambas pueden tener un valor intr¨ªnseco ¡ªla belleza del reloj frente al orgullo de adquirir nuevo conocimiento¡ª, pero la primera inversi¨®n simplemente se?ala que uno es m¨¢s rico y capaz de un consumo de mayor lujo que otros. La segunda, en cambio, aumenta nuestro capital humano y tambi¨¦n puede contribuir a la sociedad. La primera, en gran medida, es de suma cero, y la segunda no lo es. Peor a¨²n, la primera f¨¢cilmente se nos puede ir de las manos en tanto gastemos m¨¢s y m¨¢s en consumo de renombre para estar por delante de los dem¨¢s.
Los analistas se preguntan muchas veces por qu¨¦ alguien con cientos de millones de d¨®lares puede anhelar tener cientos de millones de d¨®lares m¨¢s. Hay pocas cosas que uno no pueda comprar si ya tiene 500 millones de d¨®lares. ?Para qu¨¦ marcarse como objetivo amasar 1.000 millones de d¨®lares? Porque ¡°multimillonario¡± es un rango de estatus. Lo que importa no es el poder adquisitivo, sino el prestigio y el poder que esto confiere en relaci¨®n con los pares. En un equilibrio ¡°riqueza es estatus¡±, es inevitable que los ultrarricos se vuelvan locos por amasar una fortuna cada vez mayor.
La dictadura diletante
Hay bases evolutivas y sociales para asociar el poder de persuasi¨®n y el prestigio. Despu¨¦s de todo, es l¨®gico aprender de la gente que tiene experiencia, y es razonable asociar esa experiencia con el ¨¦xito. Asimismo, esta forma de aprendizaje es buena para las comunidades, porque facilita la coordinaci¨®n y una convergencia hacia las mejores pr¨¢cticas. Pero cuando el estatus est¨¢ asociado a la riqueza, y la desigualdad de riqueza se vuelve muy grande, los cimientos que sustentan la experiencia empiezan a derrumbarse.
Consideremos el siguiente experimento de pensamiento. ?Qui¨¦n tiene m¨¢s experiencia en carpinter¨ªa, un buen carpintero maestro o un multimillonario de un fondo de alto riesgo? Parece natural elegir al primero, pero cuanto m¨¢s estatus confiere esa riqueza, mayor el peso asignado a las opiniones de los multimillonarios gestores de hedge funds, incluso sobre carpinter¨ªa. O bien consideremos un ejemplo contempor¨¢neo m¨¢s relevante. ?Qu¨¦ opiniones sobre la libertad de expresi¨®n conllevan m¨¢s peso hoy, las de un multimillonario tecnol¨®gico o las de un fil¨®sofo que durante mucho tiempo se ha ocupado de la cuesti¨®n, y cuya evidencia y argumentos han sido objeto de escrutinio por parte de otros expertos calificados? Los millones de personas en X (antes Twitter) impl¨ªcitamente han elegido al multimillonario.
Cuanto m¨¢s nos adentramos en el paradigma seg¨²n el cual ¡°riqueza es estatus¡±, m¨¢s llegamos a aceptar la supremac¨ªa de los multimillonarios tecnol¨®gicos. Sin embargo, resulta dif¨ªcil creer que la riqueza pueda ser una medida perfecta del m¨¦rito o la sabidur¨ªa, mucho menos un indicador ¨²til de autoridad en materia de carpinter¨ªa o libertad de expresi¨®n. Por otra parte, la riqueza siempre es de alguna manera arbitraria. Podemos discutir eternamente sobre si LeBron James es mejor de lo que era Wilt Chamberlain en el pico de su carrera en la liga estadounidense de baloncesto (NBA), pero en t¨¦rminos de riqueza, no hay discusi¨®n. Mientras que Chamberlain ten¨ªa un patrimonio neto estimado de 10 millones de d¨®lares en el momento de su muerte en 1999, el patrimonio neto de James se calcula en 1.200 millones de d¨®lares.
Estos diferentes resultados no tienen que ver con el talento respectivo o la ¨¦tica de trabajo de cada jugador. M¨¢s bien, a Chamberlain le toc¨® vivir en una ¨¦poca en que las estrellas deportivas no ganaban lo que ganan hoy. Esto tiene que ver en parte con la tecnolog¨ªa ¡ªhoy todos pueden ver a James gracias a la televisi¨®n y a los medios digitales¡ª, en parte con las normas ¡ªpagarles cientos de millones de d¨®lares a las superestrellas culturales se ha vuelto m¨¢s aceptable¡ª y en parte con los impuestos ¡ªsi Estados Unidos todav¨ªa tuviera una tasa de impuesto a las ganancias marginal por encima del 90% James tendr¨ªa menos dinero, y el pa¨ªs tendr¨ªa menos desigualdad de riqueza¡ª.
De la misma manera, si el sector tecnol¨®gico no se hubiera vuelto tan central para la econom¨ªa, y si no estuviera impulsado por una din¨¢mica tan fuerte donde el ganador se queda con todo ¡ªque es, en parte, una cuesti¨®n de elecci¨®n sobre c¨®mo organizamos ciertos mercados¡ª, los magnates tecnol¨®gicos de hoy no se habr¨ªan vuelto tan ricos. El hecho de que Gates y Musk hayan pagado menos impuestos no los hace m¨¢s inteligentes, pero ciertamente los ha vuelto m¨¢s ricos, y as¨ª m¨¢s influyentes seg¨²n el concepto dominante por el cual ¡°riqueza es estatus¡±.
Desvar¨ªos de poder
Este tipo de figuras tambi¨¦n se benefician de una din¨¢mica mucho m¨¢s perniciosa como ya analic¨¦ con Johnson en Poder y progreso, utilizando el ejemplo de Ferdinand de Lesseps. Lesseps se gan¨® un estatus enorme en la Francia de fines del siglo XIX, donde se lo conoc¨ªa como El Gran Franc¨¦s, debido a su ¨¦xito al completar la construcci¨®n del Canal de Suez frente a la oposici¨®n brit¨¢nica al proyecto.
Lesseps tuvo visi¨®n de futuro y demostr¨® una gran capacidad para convencer a los pol¨ªticos en Egipto y Francia de que el comercio internacional mar¨ªtimo se volver¨ªa muy importante. Pero tambi¨¦n tuvo much¨ªsima suerte: las tecnolog¨ªas tan esperadas que ¨¦l necesitaba para construir el canal sin esclusas ¡ªcosa que en un principio era imposible por la cantidad de excavaciones y perforaciones que hac¨ªan falta¡ª se desarrollaron justo a tiempo para salvar el proyecto.
Con su victoria de Suez, Lesseps gan¨® gran prestigio. Pero lo que hizo con su nuevo estatus es muy sintom¨¢tico. Se volvi¨® imprudente, desquiciado y engre¨ªdo, lo que impuls¨® al proyecto del Canal de Panam¨¢ en una direcci¨®n inviable que finalmente caus¨® la muerte de m¨¢s de 20.000 personas y la ruina financiera de muchas m¨¢s (entre ellas, su propia familia). Como todas las formas de poder, el poder de persuasi¨®n nos puede volver arrogantes, desenfrenados, disruptivos y socialmente detestables.
La historia de Lesseps sigue siendo relevante, porque claramente se ve reflejada en el comportamiento de muchos multimillonarios hoy. Mientras que algunos de los individuos m¨¢s ricos de Estados Unidos no usan su estatus derivado de la riqueza para influir en debates p¨²blicos cr¨ªticos (pensemos en Warren Buffett), muchos s¨ª lo hacen. Gates, Musk, George Soros y otros no dudan en incidir en cuestiones que son importantes para ellos. Y si bien es f¨¢cil recibir con agrado las aportaciones de aquellas personas con las que estamos de acuerdo, deber¨ªamos resistir esta tentaci¨®n. Tiene mucho sentido que la sociedad recurra al conocimiento y sabidur¨ªa de quienes tienen experiencia en un determinado tema, pero es contraproducente acrecentar el estatus de quienes ya tienen mucho estatus (y se esfuerzan denodadamente por aumentarlo).
Otra manera
Por supuesto, no es enteramente culpa de los multimillonarios que la pol¨ªtica estadounidense est¨¦ alimentando una desigualdad gigantesca (aunque efectivamente hacen lobby para imponer pol¨ªticas que tengan este efecto). Sin embargo, los ricos deber¨ªan hacerse responsables si utilizan mal el inmenso estatus que les confiere la riqueza en un contexto de creciente desigualdad. Esto es especialmente v¨¢lido cuando hacen uso de este estatus para defender sus propios intereses econ¨®micos a expensas de los de los dem¨¢s o para polarizar una sociedad ya dividida con una ret¨®rica provocativa o un comportamiento en busca de estatus.
Si los multimillonarios irresponsables ya ejercen demasiada influencia social, cultural y pol¨ªtica indebida, lo ¨²ltimo que deber¨ªamos querer es darles foros p¨²blicos a¨²n mayores ¡ªcomo el que obtiene Musk de X, su propia red social¡ª. En su lugar, deber¨ªamos buscar medios institucionales m¨¢s fuertes para limitar el poder y la influencia de quienes ya son privilegiados, as¨ª como reconsiderar las pol¨ªticas impositivas, regulatorias y de gasto que crearon semejantes disparidades gigantescas de rentas, para empezar.
Pero el paso m¨¢s importante tambi¨¦n ser¨¢ el m¨¢s dif¨ªcil. Necesitamos empezar a tener una conversaci¨®n seria sobre lo que deber¨ªamos valorar, y c¨®mo podemos reconocer y recompensar los aportes de quienes no manejan fortunas gigantescas. Si bien la mayor¨ªa de la gente coincidir¨ªa en que hay muchas maneras de contribuir a la sociedad, y que destacarse en la vocaci¨®n que elegimos deber¨ªa ser una fuente de satisfacci¨®n individual y de estima de los dem¨¢s, hemos desde?ado este principio, y corremos el riesgo de olvidarlo por completo. Eso tambi¨¦n es un s¨ªntoma del problema.
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