Bandejas en el gimnasio y equipos directivos en la cocina: el reto de blindar los comedores escolares

El olor a comida reci¨¦n hecha recorre los pasillos del colegio p¨²blico Eduardo Rojo, en Madrid. Los peque?os de tres a?os reciben los platos envueltos en papel film en el aula. El resto de cursos inician su trayecto escalonado hacia el comedor, ahora situado en el gimnasio de la escuela. Los ni?os alzan sus brazos y avanzan como si fueran momias para separarse unos de otros. Achra, de seis a?os, deja su mochila en su silla asignada para todo el a?o y saluda de lejos a un compa?ero de la mesa vecina. La distancia que les separa parece mucho m¨¢s grande. ¡°No pueden mezclarse. Si en un grupo burbuja hubiera un ni?o, comer¨ªa solo¡±, apunta Ana Muinelo, directora del centro. Tampoco usan materiales comunes. Las monitoras, ataviadas con bata, gorro, guantes y mascarilla, les sirven el agua o el pan.

El Gobierno estableci¨® el 27 de agosto el servicio de comedor como obligatorio y present¨® unas medidas base que deb¨ªan perfilar las comunidades aut¨®nomas. Todas coinciden en varios puntos: respetar los grupos burbuja, mantener una distancia de 1,5 metros entre alumnos de diferentes clases, asignar puestos fijos y limpiar y ventilar frecuentemente el espacio. La aplicaci¨®n de estas medidas plantea una serie de complicaciones para los centros, como la gesti¨®n del espacio, la escasez de personal de comedor o el desbordamiento de los equipos directivos.

Uno de los grandes retos para los centros es adaptar las infraestructuras escolares a las exigencias sociosanitarias. Es el caso del Eduardo Rojo, situado en el distrito Puente de Vallecas, al que asisten hijos de familias de clase media y trabajadora. Como muchos otros directores escolares, Muinelo lleva desde julio haciendo malabares para dar con la f¨®rmula que garantice la seguridad y la calidad del comedor. ¡°El gimnasio es mucho m¨¢s grande que el antiguo comedor, lo que nos permite respetar la distancia exigida¡±, explica.

El chirrido de las deportivas contra la cancha y el ruido de los balones han sido sustituidos por el de los cubiertos sobre las bandejas y el barullo de los ni?os. Hablan de sus cosas, como hac¨ªan antes del cierre forzoso de los centros por el coronavirus. Vicki y Amal, de siete a?os, est¨¢n sentadas en la mesa asignada a su grupo burbuja. Entre cucharada y cucharada de lentejas enumeran todo lo que les une: ¡°Somos amigas, vamos a la misma clase y nuestra comida favorita son los macarrones con tomate¡±. Nada de eso ha cambiado y, sin embargo, todo es distinto. Ya no pueden acercarse a otros grupos y comen rodeadas de colchonetas y espalderas.

Sin embargo, no todas las instalaciones ofrecen la misma flexibilidad. A este problema se enfrenta el colegio p¨²blico Jos¨¦ Ortega Valderrama en Pradej¨®n, un pueblo riojano de 3.800 habitantes. La directora del centro, Julia Hern¨¢ndez, afirma que con la distancia de seguridad solo cabr¨ªan 30 alumnos en un comedor con aforo para 75. El a?o pasado 100 ni?os hicieron uso de este servicio. ¡°Quiz¨¢ necesitemos a?adir un barrac¨®n en el patio¡±, lamenta, aunque no sabe qui¨¦n se encargar¨ªa de su coste. La Consejer¨ªa de Educaci¨®n de La Rioja duda si el gasto correr¨ªa a su cargo o al del Ayuntamiento de Pradej¨®n.

¡°Quiz¨¢ necesitemos a?adir un barrac¨®n en el patio¡±, admite la directora de un colegio riojano

Otra alternativa para mantener las distancias reglamentarias es la divisi¨®n por turnos. Es el caso del colegio p¨²blico Enrique Iglesias Garc¨ªa, en Badajoz, donde adem¨¢s ofrecen la posibilidad de que los padres se lleven la comida a casa. La escuela p¨²blica A Ponte, en Lugo, ha optado por una alternativa innovadora para sectorizar el espacio: las mamparas de policarbonato. El Gobierno ha recomendado este sistema, pero la particularidad de este centro es que la posici¨®n de las pantallas permite que los ni?os del mismo grupo burbuja est¨¦n separados individualmente. El director, Jos¨¦ Luis Bernedo, cree que no afecta a sus relaciones: ¡°Hablan con sus compa?eros, solo que a trav¨¦s de una mampara¡±. El centro ha desembolsado ¡°bastante m¨¢s¡± de 5.000 euros para la instalaci¨®n, cantidad que Bernedo espera que la Xunta de Galicia devuelva como gasto extra por la pandemia. Todav¨ªa no ha recibido noticias. EL PA?S no ha obtenido respuesta de la Conseller¨ªa de Educaci¨®n.

Despu¨¦s de cada servicio, los auxiliares inician un ritual de limpieza y desinfecci¨®n de mesas, sillas, suelos y ba?os. Adem¨¢s, se aseguran de que el interior est¨¦ ventilado en todo momento. Isabel Verdejo es directora de la empresa Colectividades Chabe, que presta el servicio en Eduardo Rojo y otros 22 colegios de la Comunidad de Madrid. Considera que el papel del personal es m¨¢s importante que nunca. ¡°Los padres pueden tener miedo, pero hay m¨¢s seguridad en un comedor escolar que en un parque¡±, a?ade. No obstante, garantizar las medidas sanitarias no es un camino f¨¢cil.

Al problema de la gesti¨®n del espacio, se suma la escasez de monitores. Verdejo apunta: ¡°Ahora siempre va a faltar ayuda. Los monitores acompa?an a los ni?os, vigilan que se laven las manos y supervisan a varios grupos burbuja para que no se levanten¡±. Todo eso con las ratios de alumnos por monitor establecidas antes de la pandemia porque ninguna comunidad aut¨®noma prev¨¦ una disminuci¨®n en su protocolo. La portavoz de Educaci¨®n de CSIF de Arag¨®n M¨®nica de Crist¨®bal es contundente: ¡°Aumentar personal y reducir las ratios es fundamental para evitar propagaciones masivas¡±.

¡°Algunas de nuestras monitoras supervisan hasta a seis grupos burbuja", explican en un centro p¨²blico de Zaragoza

Los equipos directivos, como el del colegio p¨²blico Juan XXIII en Zaragoza, se han visto desbordados. Incluso han tenido que asumir tareas de cocina, limpieza y vigilancia. El director, Jos¨¦ Luis F¨¦lix, ha activado una v¨ªa prevista en Arag¨®n desde 2016 para solicitar monitores adicionales a las Administraciones, pero todav¨ªa no han llegado. ¡°Algunas de nuestras monitoras supervisan hasta a seis grupos burbuja. As¨ª que, aqu¨ª estamos todos echando una mano¡±, cuenta.

Los comedores son muy diferentes ahora que todo debe ser medido al detalle. Los padres llegan al Eduardo Rojo por orden seg¨²n el grupo burbuja de su hijo, citados en puertas distintas. Cuando los ni?os terminan de comer, esperan en su sitio con la mascarilla hasta que la monitora los llama individualmente. Este sistema escalonado es una suerte para los mal comedores, ya nadie tiene que quedarse castigado hasta que se coma las lentejas. Como potencial foco de contagio, cualquier acci¨®n entra?a un peligro. A pesar de ello, Muinelo no se imagina cerrar el comedor. ¡°Ser¨ªa muy negativo. La salud de los ni?os tambi¨¦n es poder relacionarse con sus amigos¡±. Poco a poco las sillas se van vaciando. Angelines, una monitora, entretiene al ¨²ltimo grupo que queda en el comedor con el juego piedra, papel o tijera. Hay cosas que el virus no ha cambiado.

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