Mitolog¨ªas e inmovilismo pedag¨®gico
Hemos escuchado hasta la n¨¢usea que est¨¢ todo en Internet, que los contenidos han de llegar en la universidad, que hay que gamificar las clases, etc¨¦tera
Por razones que no vienen al caso, he tenido que leer a muchos fil¨®sofos que tuvieron que presenciar e interpretar el paso del tardofranquismo a la democracia. En un libro de sociolog¨ªa ling¨¹¨ªstica de Jos¨¦ Luis L. Aranguren (La comunicaci¨®n humana, Tecnos, 1986), he le¨ªdo unas palabras que me han llamado la atenci¨®n: ¡°Si el lenguaje ¨Des decir, el pensamiento, es decir, el comportamiento¨D no se renueva, el pa¨ªs de que se trate va quedando rezagado. La escol¨¢stica, de cualquier clase que ella sea, la rutina en la aplicaci¨®n de los m¨¦todos y los contenidos pedag¨®gicos, la inalterable vigencia de unas mismas recetas literarias y la incansable repetici¨®n de viejos t¨®picos pol¨ªticos, constituyen la m¨¢s inequ¨ªvoca prueba de que la lengua y el pa¨ªs que la habla han perdido el dinamismo en que consiste la civilizaci¨®n.¡±
Todos hemos escuchado hasta la n¨¢usea esos t¨®picos putrefactos: que est¨¢ todo en Internet, que estudiar es malo o contraproducente, que la mal llamada equidad pasa por delante de la transmisi¨®n de cultura, que los contenidos han de llegar en la universidad (para el que pueda pagarla, claro, y complicado si uno pr¨¢cticamente no sabe leer), que la memoria no sirve para nada, que el profesor es un mero presentador o animador, que hay que gamificar las clases, etc¨¦tera, etc¨¦tera. T¨®picos pseudorrevolucionarios que permiten, al que no quiere pensar, dibujar un para¨ªso en la Tierra totalmente alejado de la realidad de las aulas espa?olas, en las que se hace de todo menos leer y aprender.
?sa es la escol¨¢stica que nos impide repensar nuestra econom¨ªa y hacer libres a nuestros j¨®venes, libres para escoger su camino y obligarnos a que los adultos escuchemos su visi¨®n del mundo. Los atamos a nuestros dogmas, a nuestras creencias tecnocr¨¢ticas y a nuestro clasismo. Hace m¨¢s de cuarenta a?os que nos repetimos recetas educativas que nos conducen al fracaso. No somos capaces de m¨¢s. Pero una democracia no es un decorado de democracia, en el que las palabras ¡°inclusi¨®n¡±, ¡°excelencia¡± o ¡°igualdad¡± no sean poes¨ªa deso¨ªda. Hacen falta recursos econ¨®micos, voluntad pol¨ªtica real para transformar la escuela p¨²blica en un factor de reforma. No valen las palabras bonitas, hacen falta hechos, y hace falta sentido com¨²n, antiutopismo. Aranguren dir¨ªa que ha faltado ¡°pensamiento¡±, es decir ¡°comportamiento¡±. No basta con pintar figurines democr¨¢ticos sobre el papel ni con imaginar utop¨ªas antihumanistas: hace falta informar y liberar a nuestra juventud de la escol¨¢stica idiotizante que la aparta del camino democr¨¢tico.
M¨¢s adelante, Aranguren a?ade: ¡°De la admiraci¨®n por la tecnolog¨ªa ha surgido el mito tecnocr¨¢tico, total y as¨¦pticamente desideologizado, y de la sed de informaci¨®n, su mixtificaci¨®n que, abierta o disimuladamente, la deforma y convierte en propaganda¡±. La profec¨ªa es exacta: leemos las leyes educativas, las normativas y los materiales de toda clase de fundaciones: no son m¨¢s que marketing. Dise?an un para¨ªso religioso, cuando el docente, machaconamente, se encuentra cada inicio de curso con lo mismo, en muchos casos: 30 j¨®venes hacinados en un aula sin wifi, condenados a sufrir escupitajos, odio racial y de g¨¦nero, y absolutamente ninguna perspectiva de escapatoria human¨ªstica.
Llama la atenci¨®n que ni padres ni docentes no hayan sabido organizarse para construir santuarios de sabidur¨ªa, refugios para que la transmisi¨®n de ciencia y cultura pueda pasar de una generaci¨®n a otra, ni que sea entre una minor¨ªa de disidentes discretos.
En Cara y cruz de la electr¨®nica (Espasa-Calpe, 1985), Juli¨¢n Mar¨ªas nos recordaba dos cosas fundamentales: en primer lugar, que los datos no eran conocimiento; y, en segundo lugar, que el mundo digital era una herramienta b¨¢sica, pero no un sujeto que fabricara saber. Eso lo hacen los pensadores y los profesores, hoy apartados de las aulas por economistas y burocracias diversas. Tambi¨¦n nos recordaba que los seres humanos no somos cosas, y que para educar hacen falta personas comunic¨¢ndose en un aula.
A la luz de todas viejas advertencias, parece mentira que hayamos podido caer tan bajo, confinados en trampas antidemocr¨¢ticas, durante tanto tiempo, y que ni siquiera nos demos cuenta.
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