La escuela distribuida, donde un d¨ªa trabajamos desde casa y otro desde el museo
Denunciemos una escuela y una universidad que nos preparan para ir a la oficina, que d¨ªa a d¨ªa acaban con nuestra capacidad de autogesti¨®n para convertirnos en esas trabajadoras mansas que aceptan lo inaceptable.
Muchos de nosotros estamos a punto de volver a la oficina, a punto de volver a pasar ocho horas cinco d¨ªas a la semana en un recinto en el que desempe?amos nuestras labores profesionales remuneradas. En un recinto al que hay que llegar a una hora concreta y marcharse a otra. El teletrabajo ha cambiado nuestra forma de entender el tiempo y los espacios en estos ¨²ltimos meses: el borrado t¨¢cito de las diferencias espacio temporales con respecto a nuestras actividades profesionales remuneradas nos ha permitido disfrutar de una situaci¨®n excepcional que se acabar¨¢ en los pr¨®ximos meses.
Trabajar a veces en casa, a veces en la oficina, a veces en un parque, adaptando los espacios a las diferentes labores (un lugar que nos permita estar solos cuando tenemos que concentrarnos; que nos permita reunirnos cuando la presencia sea necesaria o aporte una dimensi¨®n precisa a la actividad, y que nos permita cumplir con nuestros cometidos, pero estar acompa?ados) parece mucho m¨¢s natural y saludable que pasar ocho horas en el mismo lugar a pesar de que no tenga ning¨²n sentido.
Y lo mismo ocurre con la escuela. La necesidad de incorporar nuestros hogares como escenarios educativos formales, m¨¢s all¨¢ de hacer los deberes y de las condiciones materiales que deben entrar en escena, me ha invitado a reflexionar sobre la posibilidad de distribuir los espacios en los que sucede la educaci¨®n formal.
Los ¨²ltimos meses me han permitido imaginar una escuela y una universidad distribuidas, donde los espacios sean variados, donde un d¨ªa trabajemos desde casa, otro desde un museo (o cualquier otro equipamiento cultural o deportivo) y otro en un espacio verde; me han permitido imaginar la capacidad de elegir el contexto de aprendizaje dependiendo de la actividad, creando espacios de interacci¨®n reales y variados.
Una escuela y una universidad distribuidas se alejan del monocultivo para instalarse en la permacultura; se deshacen de la idea de concebir una ¨²nica variedad de conocimiento para generar conocimientos diversos, combinados, enredados y, sobre todo, autogestionados; saberes divergentes y flexibles que desatienden la idea lineal de progreso, porque, de la misma manera que el tiempo no siempre va hacia delante, no siempre estamos en el mismo lugar.
Una escuela y una universidad distribuidas desarticulan las il¨®gicas de un conocimiento estancado, encapsulado, entendido como producto de unos cuantos, para articular las l¨®gicas de la educaci¨®n expandida libre y com¨²n que comienza por la propia distribuci¨®n de nuestros cuerpos en diferentes espacios.
Tanto Val del Omar como Giner de los R¨ªos entendieron la potencia de la distribuci¨®n dise?ando formatos como las misiones pedag¨®gicas o las excursiones campestres que podemos citar como antecedentes de esta escuela que imaginamos compartida, exenta, algunos d¨ªas vac¨ªa y otros llena por estudiantes que no son los habituales. Un lugar de aprendizaje que desaf¨ªa la custodia como eje vertebral y sit¨²a la vida como columna vertebral de la escuela.
Denunciemos una escuela y una universidad que nos preparan para ir a la oficina, que d¨ªa a d¨ªa acaban con nuestra capacidad de autogesti¨®n para convertirnos en esas trabajadoras mansas que aceptan lo inaceptable. Construyamos lugares repartidos, desperdigados y desparramados que nos permitan pensar y pensarnos: permanezcamos en el mismo sitio solo cuando tenga sentido.
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