Selectividad: Desatar el nudo gordiano
Hemos asumido la ret¨®rica de las competencias, pero seguimos, sobre todo desde secundaria, impartiendo contenidos
Numerosas profesiones tienen alg¨²n dicho que se resume en que quien sabe ejerce y, quien no, ense?a. No es cierto ni justo, pero contiene un elemento de verdad: que lo ense?ado y aprendido en las instituciones educativas puede llegar a alejarse mucho de la vida real y que se puede salir de ellas lleno de conocimientos que poco valen o que no saben aplicar fuera del contexto escolar o incluso de la conjunci¨®n profesor-materia-aula en que lo aprendieron. Es el viejo problema de la reducci¨®n del saber a asignaturas que ya atormentaba a Unamuno, o la diferencia entre cabezas bien llenas y bien hechas de que ya advirti¨® Montaigne.
Hacia finales del siglo XX, seg¨²n los sistemas educativos abandonaban la idea de formar muchos artesanos y pocos letrados y asum¨ªan el desarrollo intelectual de todos, aun en distinto modo y medida, para un mundo laboral y social cada d¨ªa m¨¢s diverso, complejo y cambiante, generalizando y unificando la secundaria, surgi¨® otro problema: que el conocimiento adquirido en contexto escolar no siempre era trasladable fuera de ¨¦l, o que la cualificaci¨®n para unas tareas o actividades no se transfer¨ªa a otras asimilables. La respuesta ha sido y es, en todo el mundo, desplazar el centro del aprendizaje y la ense?anza de los contenidos a las competencias, algo sobre lo que ya hay un compromiso razonable del que solo se desmarcan los fundamentalistas pro y anti contenidos.
Pero el problema de las competencias es reflexivo, rebota, pues una cosa es formularlas, otra dise?ar los procesos en que adquirirlas y otra evaluarlas, y ah¨ª hay dos escalones dif¨ªciles. El primero se manifiesta en que hemos asumido la ret¨®rica de las competencias pero seguimos, sobre todo desde secundaria, impartiendo contenidos. El segundo, en que la evaluaci¨®n por competencias no ha alcanzado un estatus de referencia ni una formulaci¨®n sistem¨¢tica.
Por desgracia, los ex¨¢menes tienen un gran poder retroactivo y expansivo: los de acceso a la universidad, sobre quienes lo quieren y quienes no, sobre el Bachillerato y la secundaria obligatoria. Adem¨¢s, es m¨¢s f¨¢cil evaluar contenidos que competencias, la memoria que el razonamiento, un test de respuesta m¨²ltiple que una pregunta abierta. Y la tolerancia del alumno hacia la vaguedad del profesor es ilimitada, pero del examinando hacia la imprecisi¨®n del examinador tiende a cero. La evaluaci¨®n deber¨ªa estar al servicio del aprendizaje, pero lo domina.
Lo hace porque, guste o no, econom¨ªa y sociedad son credencialistas. Los empleadores saben que lo importante son las competencias, pero solo saben leer los diplomas. Los alumnos preferir¨ªan aprender, pero necesitan aprobar. Los profesores sospechan que otra escuela es posible, pero han crecido adictos a esta. Hab¨ªa que desatar el nudo gordiano.
Un cambio imprescindible y urgente, pero, en t¨¦rminos de la comunicaci¨®n y el relato que obsesionan al Gobierno, en el peor momento: el mismo d¨ªa en que, en la mesa de di¨¢logo, avalaba la estrategia de hechos consumados de la Generalitat en materia de pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica en la escuela. Esto incendiar¨¢ el debate sobre un problema derivado: si, examinando contenidos, el distinto nivel de exigencia de las comunidades ya compromet¨ªa la igualdad de oportunidades a escala nacional, evaluando competencias, m¨¢s complejo e impreciso, puede empeorar.
Quiz¨¢ podamos aprender de la experiencia norteamericana, con un sistema universitario excelente en la c¨²spide pero enormemente desigual. All¨ª han arbitrado dos soluciones para la admisi¨®n: para sus ciudadanos, el SAT (test de aptitud escolar), un examen ¨²nico que predice el ¨¦xito universitario peor que la escuela misma, pero ha generado una oferta tutorial privada y car¨ªsima que determina la admisi¨®n provocando gran segregaci¨®n social; para la legi¨®n de solicitantes extranjeros que aspiran a los posgrados (y los pagan), la normalizaci¨®n de sus calificaciones, habitualmente sustituy¨¦ndolas por el percentil en que quedaron, una sencilla operaci¨®n aritm¨¦tica que borra el sesgo nacional.
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