Dios se pierde en Oxford
Oxford y Roma aceptan ahora la evoluci¨®n biol¨®gica, pero como una nueva ocurrencia teol¨®gica
Los cient¨ªficos y los creyentes discrepar¨¢n en muchas cuestiones importantes, o en todas, pero tienen en com¨²n una pasi¨®n bien fr¨ªvola: hablar de religi¨®n, como habr¨¢ comprobado cualquier incauto que haya invitado a dos a la misma fiesta. El evolucionista Richard Dawkins y el obispo de Canterbury lo hicieron el jueves en Oxford durante una hora y media, en una especie de remake de una famosa trifulca acontecida all¨ª mismo hace un siglo y medio. En aquella ocasi¨®n, el obispo Samuel Wilberforce le pregunt¨® al cient¨ªfico y reformador social Thomas Huxley, muy pr¨®ximo a Darwin, si cre¨ªa provenir del mono por v¨ªa paterna o materna. El debate del jueves estuvo muy lejos de alcanzar esa altura sarc¨¢stica, pero al final, aunque con mejores modales, lleg¨® al mismo grado de consenso que su precedente. Cero.
Tanto Oxford como Roma aceptan ahora la evoluci¨®n biol¨®gica, pero no como una explicaci¨®n racional del mundo, sino como una nueva ocurrencia teol¨®gica: que la evoluci¨®n es la herramienta de Dios para crear al hombre. La estrategia es similar a la que ya hab¨ªan ensayado con la cosmolog¨ªa: ning¨²n problema con el Big Bang, siempre que lo haya organizado Dios ajustando sabiamente las constantes de la f¨ªsica para garantizar la aparici¨®n del Homo Sapiens 13.700 millones de a?os despu¨¦s. Incluso est¨¢n dispuestos a admitir que el ser humano piense con el cerebro, siempre que rece con el alma o con alguna otra sustancia que no puedan entender los neur¨®logos. No es que la doctrina vaya avanzando hacia las evidencias cient¨ªficas. M¨¢s bien parece retroceder de ellas.
El esfuerzo por dotarse de una cultura cient¨ªfica que han hecho los te¨®logos, o al menos el obispo de Canterbury, por lo que se vio el otro d¨ªa, es encomiable y hasta conmovedor. Pero la religi¨®n no puede ser una teor¨ªa cient¨ªfica, porque su prop¨®sito no es entender el universo, sino colocar al hombre en su centro. Y la ciencia no ha hecho m¨¢s que expulsarlo de all¨ª desde que Cop¨¦rnico tuvo que hacer sitio para colocar el Sol en esa posici¨®n, en la que por otra parte tampoco ¨¦l dur¨® mucho. La mareante inmensidad del cosmos cuadra mal con las teolog¨ªas. Si Dios hizo este universo para nosotros, pudiera ser que no nos encontrara cuando tuviera que salvar nuestras almas.
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