Siguiendo el N¨ªger (I): Lumley Beach
Autor invitado: Gin¨¦s Casanova Baixauli*
Un viaje por ?frica Occidental que quiera darse algo de importancia tiene que incluir alguna espera. Clapperton, el primer europeo en llegar hasta el lago Chad, tuvo que esperar en Tr¨ªpoli la bendici¨®n del raj¨¢ para usar las rutas del S¨¢hara; una d¨¦cada m¨¢s tarde, el rey de los Ibo secuestr¨® a los hermanos Lander, que hab¨ªan confirmado en su viaje que los ¡°r¨ªos de aceite¡± del Golfo de Guinea eran en realidad el delta del N¨ªger; tambi¨¦n Mungo Park fue apresado: este escoc¨¦s, que triunf¨® en la carrera por reunir informaci¨®n de primera mano sobre la cuenca del r¨ªo N¨ªger, su geograf¨ªa, y hasta el sentido en el que se mov¨ªan sus aguas, fue hecho esclavo por los ¨¢rabes del Sahel y, m¨¢s tarde, tras su huida, recluido casi un a?o en St. Louis a la espera de un barco negrero que lo devolviera a Liverpool.
Hace 4 a?os, cuando decid¨ª viajar por ?frica Occidental fascinado por las historias que mis alumnos africanos me hab¨ªan contado, tambi¨¦n tuve que enfrentar la espera. Esta vez en Freetown, la capital de Sierra Leona. Aunque Mungo Park igualaba mis 26 a?os cuando, unos 200 a?os antes, comenz¨® un periplo de tres meses desde la costa atl¨¢ntica hasta el desconocido estuario del N¨ªger (que nunca alcanz¨®), yo llevaba intenciones menos ambiciosas, otro ritmo de viaje y, por cierto, m¨¢s inter¨¦s por las personas que me pudiera encontrar que por la geograf¨ªa (a diferencia de Park, que en su segundo viaje decidi¨® no hacer tierra jam¨¢s y disparar a todo aquel que se acercara a su embarcaci¨®n).
Todas las fotos de Chema Caballero.
Mi espera en Freetown tampoco tuvo los tintes tr¨¢gicos de las de los hombres de la Royal Geographical Society. Pasaba los d¨ªas deambulando por los distintos mercados, caminaba hasta el puerto o hasta la costa, buscaba referencias y edificios de la vieja colonia y, en general, aprend¨ªa a usar la ciudad. Todo se hizo m¨¢s f¨¢cil despu¨¦s de aprender a moverme en los poda-poda, unas furgonetas que transportan cada d¨ªa a los sierraleoneses de un lado a otro de la ciudad, sin que a ninguno de ellos les importe la velocidad, el volumen de la radio o el otro poda-poda que les viene de frente sin ¨Caparente- intenci¨®n de frenar. Ten¨ªa la convicci¨®n de que hacer m¨¢s kil¨®metros no me permitir¨ªa conocer mejor la regi¨®n. No hab¨ªa, pues, destinos sino estancias. En el grueso del viaje, los seis d¨ªas que pas¨¦ esperando la llegada del transporte no resultaron un exceso.
Una ma?ana de aquellas, despu¨¦s de solucionar mi visado a Guinea Conakry, sub¨ª al poda-poda que llevaba a Lumley Beach, con idea de explorar los confines de la bah¨ªa y llegar a lo que parec¨ªa un faro. Las palmeras, ordenadas en una larga fila ondulada como la costa, se?alaban el camino. No ten¨ªa prisa y casi de inmediato me sent¨¦ en la arena a observar a los pescadores que faenaban en la orilla, extendiendo las redes desde los botes y recogi¨¦ndolas desde tierra.
Para agilizar el trabajo, alternaban la salida de las embarcaciones. Una barca con la inscripci¨®n ¡°God knows all¡± (Dios lo sabe todo) apenas recalaba en la arena cuando el ¡°Democracy¡± (Democracia) se internaba aguas adentro para empezar otra ronda. Un poco m¨¢s all¨¢, un grupo de hombres tiraba de una soga atada a una red y, junto a m¨ª, las mujeres negociaban el precio de lo recogido con las redes. Como en tantos sitios, las tareas parec¨ªan estar divididas por criterios de sexo y edad. En la orilla, las chicas m¨¢s j¨®venes sacaban de la arena las piezas m¨¢s peque?as que hab¨ªan ca¨ªdo al suelo durante el reparto de la pesca de mayor provecho.
La playa estaba muy viva en aquellas horas y el ambiente resultaba m¨¢s agradable que en el centro, as¨ª que decid¨ª quedarme m¨¢s tiempo, observando a la gente y escribiendo en mi cuaderno algunas notas. Aquella ma?ana hab¨ªa vuelto a llover con fuerza y las nubes todav¨ªa no se hab¨ªan marchado. El aire era fresco.
Desde la playa, un chico con la mano amputada intent¨® llamar mi atenci¨®n. Le hice se?as para que se acercara. Al llegar, me tendi¨® su mano ausente y yo le correspond¨ª, con su misma naturalidad, estrech¨¢ndole el mu?¨®n. Durante unos minutos intercambiamos nuestras historias. Llegado el momento, le present¨¦ mis respetos por su familia y lament¨¦ sus muertes; le asegur¨¦, sonriente, que los pr¨®ximos a?os ser¨ªan mejores que los que hab¨ªa vivido a su llegada a la ciudad. De alguna manera, los dos pensamos que eso no era cierto, que en cinco a?os todav¨ªa dormir¨ªa en la calle. Pero, por un momento, ambos nos concedimos una tregua y ¨¦l acept¨® mis buenos deseos, sonriendo y contestando que as¨ª ser¨ªa si Dios quiere. En seguida le desped¨ª y promet¨ª no olvidarle ¡°from my mind¡± (de mi mente), como ¨¦l me pidi¨®.
Otra red sali¨® del agua. Un equipo de casi 20 hombres tir¨® de ella, mientras coordinaban sus fuerzas con un canto de labor. Las chicas j¨®venes, a la espera de alguna ocupaci¨®n, dibujaron una rayuela en la arena y empezaron a jugar. No dur¨® mucho, en seguida qued¨® abandonada.
Tom¨¦ m¨¢s notas en mi cuaderno: ¡°Bendici¨®n pescado del mar. Bendici¨®n trabajo. Bendici¨®n familia. Esta gente tiene una vida dif¨ªcil, pero son parte de algo¡±. Pens¨¦, abrumado por lo que ve¨ªa, que quiz¨¢s el dinero que hab¨ªan ido a buscar sus hermanos peque?os a Europa no podr¨ªa sustituir al tesoro que custodiaba aquella comunidad. Ser parte del clan en ?frica puede traer dolores de cabeza y frustraciones para sus miembros, siempre obligados al bien com¨²n antes que al propio, pero no ser parte de nada en Europa, me dijo un amigo nigeriano en Sevilla, es m¨¢s duro a¨²n. Aqu¨ª se iba m¨¢s all¨¢: la playa pertenec¨ªa a las cofrad¨ªas de Lumley, y ellos a la playa.
Continu¨¦ escribiendo: ¡°Las redes del Democracy ya est¨¢n sobre la arena y, en este paisaje de folleto, las cosas son como siempre han sido. Incluso en uno de los lugares m¨¢s pobres de este planeta, la gente maneja el capital b¨¢sico de mantenerse ocupado, disfrutar de los amigos y traer el pan ¨Co el pescado- a la mesa cada d¨ªa. Dudo que la vida pueda consistir en mucho m¨¢s. Sopla el viento. Agita verde sobre gris en las palmeras. Sale el sol¡±.
El viaje de Mungo Park se puede leer en: Mungo Park, Viajes a las regiones interiores de ?frica. A Coru?a, Ediciones del Viento, 2008.
*Gin¨¦s Casanova Baixauli (Sevilla, 1981) viaj¨® en 2007 por varios pa¨ªses de ?frica occidental, despu¨¦s de tener un intenso contacto con la comunidad africana de Sevilla en los a?os anteriores. La traves¨ªa, algo m¨¢s de 7000 km., pasaba por Sierra Leona, Guinea Conakry, Mal¨ª, N¨ªger y Nigeria, y encontr¨® su mejor argumento en las peripecias de los exploradores y ge¨®grafos que en el s. XIX perdieron sus vidas en curso del r¨ªo N¨ªger.
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