La violencia, la polic¨ªa y las escuelas (2)
Buenos diagn¨®sticos no garantizan buenas pol¨ªticas, pero malos diagn¨®sticos producen siempre malas pol¨ªticas. En tal sentido, si de lo que se trata es de generar un espacio de seguridad y protecci¨®n para las escuelas es bueno saber qu¨¦ es lo que las ha vuelto inseguras y por qu¨¦. Sin un buen an¨¢lisis de las causas que producen la violencia escolar no podremos encontrar buenos caminos para limitar sus efectos y consecuencias.
Mencionar¨¦ cinco aspectos que ponen en evidencia que la decisi¨®n de destacar polic¨ªas dentro de las escuelas no contribuir¨¢ con la necesaria construcci¨®n de un clima de seguridad y paz para los alumnos y sus docentes, generando, adem¨¢s, nuevos y quiz¨¢s inusitados problemas.
1. La especificidad de la violencia escolar.
La violencia escolar no posee la misma l¨®gica que la violencia callejera. Esto es obvio para cualquiera que alguna vez haya trabajado en un centro educativo. En las escuelas hay violencia, aunque ella es producto de un conjunto de relaciones que poseen un alto grado de complejidad y una especificidad que la hacen substantivamente diferente a los actos de violencia o de delincuencia llevados a cabo fuera del espacio escolar.
No cabe duda que la escuela es una caja de resonancia de todo lo que ocurre fuera de ella. La violencia, del mismo modo, es uno de los factores que interfiere de manera directa o indirecta en la cotidianeidad de todos, especialmente de los m¨¢s pobres. Sin embargo, cuando la violencia entra en el ¨¢mbito escolar es procesada y filtrada por un conjunto de factores y de relaciones que la hacen portadora de una idiosincrasia y de particularidades muy caracter¨ªsticas. De cierta forma, podemos decir que la violencia se traduce en clave pedag¨®gica y su intervenci¨®n obliga a poner en pr¨¢ctica un conjunto de saberes y conocimientos generalmente alejados del universo de las percepciones y de la formaci¨®n que poseen los agentes policiales. Controlar la violencia en las calles no es igual que controlar la violencia escolar. Es discutible si la primera se garantiza con la represi¨®n y la ostentaci¨®n policial. Entre tanto, es absolutamente evidente que la segunda no se logra con esos m¨¦todos, sino con un tipo de intervenci¨®n de naturaleza espec¨ªficamente educativa y pedag¨®gica.
Podr¨ªa, sin lugar a dudas, cuestionarse si los docentes y los directivos de los centros escolares poseen las condiciones y la formaci¨®n necesaria para abordar los graves problemas de violencia que pueden producirse en la educaci¨®n. Si la respuesta fuera negativa estar¨ªamos frente a un serio problema y deber¨ªamos actuar con rapidez. Poner polic¨ªas en el interior de las escuelas no resolver¨¢ ese d¨¦ficit y transferir¨¢ a los propios agentes de seguridad p¨²blica una responsabilidad que no les corresponde.
Uno de los m¨¢s graves problemas que enfrenta la escuela es que ella se vac¨ªa de las funciones que le son inherentes y se le imponen responsabilidades que son ajenas. Quiz¨¢s a la Polic¨ªa le pasa lo mismo. Mal puede, en Am¨¦rica Latina, controlar el delito, las alt¨ªsimas tasas de homicidio, las muertes por accidentes de tr¨¢nsito o la seguridad misma de los ciudadanos, y ahora deber¨¢ intervenir en los centros educativos para enfrentar los problemas de violencia que tanto preocupan a padres, alumnos y profesores. La justificativa de que los agentes de seguridad sirven para eso, no parece ser muy convincente, dada la naturaleza de la violencia escolar y las propias limitaciones que los polic¨ªas tienen para controlar la violencia en los mismos barrios o en el entorno que rodea las escuelas.
Ahora bien, si de lo que se trata es que los agentes de seguridad, como en el caso de la propuesta del Estado de R¨ªo de Janeiro, complementen su baj¨ªsimos salarios haciendo ronda dentro de las escuelas durante sus d¨ªas de descanso, estamos ante un problema de naturaleza diferente. La justa preocupaci¨®n de los ¨®rganos de seguridad p¨²blica acerca de los problemas que residen en la prestaci¨®n de servicios "privados" por parte de los agentes policiales durante los d¨ªas que no est¨¢n en actividad, no puede transferirse a la escuela. Los polic¨ªas que cuidan el orden p¨²blico en las calles trabajan un d¨ªa si y dos no. Que los d¨ªas que "no trabajan" vayan a hacerlo a la escuela y, en particular, a las instituciones educativas de los m¨¢s pobres, refuerza la idea de que cualquier cosa que se le ofrezca a la escuela est¨¢ bien y debe ser aceptada con benepl¨¢cito.
La expresi¨®n "matar dos p¨¢jaros de un tiro" suele aplicarse para describir la sagacidad de quien resuelve dos problemas con una ¨²nica soluci¨®n. Quiz¨¢s las autoridades de R¨ªo de Janeiro hayan pensado en eso cuando tomaron la decisi¨®n de poner polic¨ªas dentro de las escuelas.
2. Los casos de violencia escolar cotidianos no justifican la presencia policial dentro de los centros educativos.
Generalmente, suelen presentarse situaciones extremas para justificar conductas o pr¨¢cticas represivas. Es curioso que, cuando esto ocurre, el discurso oficial apela a la supuesta pertinencia de pol¨ªticas preventivas cuando lo que se defienden son acciones de intervenci¨®n de cu?o autoritario que no atacan las causas de la violencia sino sus efectos. En el caso particular del Estado de R¨ªo de Janeiro, a¨²n est¨¢ muy presente el trauma vivido hace algunos pocos meses, cuando un joven armado invadi¨® una escuela p¨²blica en el barrio de Realengo, matando 12 ni?os e hiriendo a m¨¢s de 20. De tal forma, se sostiene que si dentro de esa escuela hubiera habido un agente policial se habr¨ªa prevenido la tragedia. Una afirmaci¨®n por dem¨¢s precaria en su eficacia demostrativa, pero de gran poder persuasivo: si cada escuela tuviera un polic¨ªa apostado en su interior, ser¨ªan prevenidos este tipo de delitos horrendos.
La masacre mencionada, totalmente inusual en la historia criminal de Brasil, fue perpetrada por un joven que hab¨ªa sido alumno de esa escuela. Aquel d¨ªa entr¨® al establecimiento por la puerta principal, argumentando que iba a participar de una conferencia. Luego, ya en el interior de una sala de clase, abri¨® fuego, especialmente contra las ni?as. Si la entrada de cualquier ex alumno a una escuela (o situaciones semejantes a ¨¦sta) requirieran de la asistencia policial para prevenir masacres, los centros escolares deber¨ªan disponer de un sistema de seguridad dotado de varios agentes, detectores de metales y c¨¢maras. A¨²n as¨ª no hay evidencias muy concretas de que una matanza como la de la escuela de Realengo se hubiera evitado.
Por otro lado, como demostraron las investigaciones posteriores, el autor de la masacre, hab¨ªa sufrido acoso y diversas formas de humillaci¨®n en su vida escolar. Odiaba la escuela y odiaba a las ni?as, contra quien descarg¨® su m¨¢s brutal pulsi¨®n asesina, acabando tambi¨¦n con su propia vida. Qu¨¦ deber¨ªan haber hecho los docentes de ese j¨®ven durante su tr¨¢nsito por la escuela, es dif¨ªcil saberlo. No cabe duda que hubo un enorme d¨¦ficit de atenci¨®n y cuidado. Dudo que la presencia de un polic¨ªa en la escuela hubiera evitado que ese joven viviera las experiencias de sufrumiento y maltrato que lo llevar¨ªan a tranformarse en un brutal asesino. Para prevenir ese tipo de tragedias es fundamental que la escuela y sus profesionales est¨¦n en condiciones de actuar anticipadamente, creando condiciones de atenci¨®n y apoyo especiales para los ni?os o las ni?as que sufren acoso y se sienten humillados durante su permanencia en la escuela. Suponer que la Polic¨ªa tendr¨ªa las habilidades y los conocimientos necesarios para prevenir este tipo de acontecimientos es un error que puede tener consecuencias funestas.
(El an¨¢lisis en este punto suele volverse pantanoso ya que, en Am¨¦rica Latina, y presumo que en otros lugares del mundo, la demanda por la instalaci¨®n de un sistema de hiper-seguridad en los centros escolares suele estar asociada a poderosos intereses econ¨®micos. No es menor el negocio que supone dotar a las escuelas de c¨¢maras, monitores y detectores de metales. La vocaci¨®n protectora de algunos expertos en seguridad escolar suele ser directamente proporcional a la ganancia que genera el enorme gasto en este tipo de equipamientos, sin que existan pruebas concretas acerca de su eficacia).
En suma, si de lo que se trata es de evitar masacres como la de Realengo, nada garantiza que la presencia de un polic¨ªa en el interior del centro escolar sea suficiente. M¨¢s all¨¢ de este hecho tr¨¢gico e inusitado, la violencia cotidiana en las instituciones educativas es de otra naturaleza y suele estar mediatizada por las relaciones, las funciones y los roles que juegan los diversos actores de la comunidad escolar. Nada que un agente policial pueda comprender o decodificar despu¨¦s de realizar una ronda o una revista de los sujetos que habitan la escuela, un espacio cuyos c¨®digos, vericuetos, artima?as y sentidos desconoce.
Revista a la salida de una favela de R¨ªo de Janeiro. Los ni?os no escapan a la regla.
3. Los polic¨ªas carecen de la formaci¨®n necesaria para intervenir en el espacio escolar ante hechos de violencia o de cualquier naturaleza.
¡°Qu¨¦ es un acto de violencia en la escuela y c¨®mo reaccionar ante ¨¦l¡±, constituye una pregunta de alta complejidad sobre la que se descarga una buena dosis de angustia y un sinn¨²mero de dudas entre los profesionales de la educaci¨®n. Quiz¨¢s un agente policial nunca se haya formulado semejante cuesti¨®n y, como hemos afirmado, muy probablemente los conocimientos y experiencias que disponga poco ayuden a responderla de manera adecuada. Por tal motivo, existe una alta probabilidad que, ante un determinado hecho, el polic¨ªa apostado en el interior de una escuela carezca de elementos para ponderar la gravedad de lo ocurrido. C¨®mo evitar que el agente de seguridad no interprete de forma equivocada cierto tipo de intercambios o de relaciones entre los ni?os o los j¨®venes, las cuales deben ser motivo de intervenci¨®n pedag¨®gica y bajo ning¨²n aspecto de acci¨®n represiva.
Suponer que los pol¨ªcias podr¨¢n prevenir "delitos" en las escuelas supone imaginar que las institucioones educativas son escenario de permanentes comportamientos fuera de la ley, donde todos los ni?os entran armados y consumen drogas en el recreo mientras depredan el patrimonio escolar. Un digan¨®stico semejante no hace otra cosa que contribuir a criminalizar la infancia y la juventud m¨¢s pobre, sin que eso ayude en lo m¨¢s m¨ªnimo a prevenir el consumo de drogas o la criminalidad fuera de la escuela. Por otro lado, confundir las acciones de violencia que ocurren en la escuela con un delito a ser reprimido constituye un inmenso riesgo, adem¨¢s de una persistente demostraci¨®n de ignorancia. Del mismo modo, pensar que la forma m¨¢s eficaz de prevenir actos de violencia o de indisciplina radica en la ostentaci¨®n de armas y uniformes militares, no deja de ser penoso. Todo esto es una contribuci¨®n tan pobre a la historia de la pedagog¨ªa como la que realizan las orquestas policiales a la historia de la m¨²sica.
Los polic¨ªas, en R¨ªo de Janeiro o en cualquier otro centro urbano latinoamericano, no est¨¢n capacitados para intervenir en situaciones de violencia escolar porque las desconocen. Si hay que capacitarlos o no, es otro problema. Hoy, no lo est¨¢n. Mientras tanto, su presencia puede empeorar las cosas. Un ejemplo de esto es el mandato atribuido para prevenir la pr¨¢ctica del bullying, una de cuyas funciones deber¨¢ ser asumida por los polic¨ªas, seg¨²n indica la propia Secretaria de Seguridad del Estado de R¨ªo de Janeiro. No tengo la menor duda que para cualquier docente enfrentar una situaci¨®n de bullying es siempre un asunto complejo y delicado. ?Tendr¨¢n los polic¨ªas brasile?os la respuesta a los dilemas que este tipo de pr¨¢ctica generan en el interior del espacio escolar? Estimo que no. Quiz¨¢s acaben sumando un sufrimiento m¨¢s al ni?o o la ni?a maltratados por esta pr¨¢ctica cruel y humillante. Cu¨¢ndo y c¨®mo intervenir ser¨¢ motivo de permanente duda para los agentes, lo que constituye tambi¨¦n un grave riesgo. En efecto, en la acci¨®n policial, una mala evaluaci¨®n de los condiciones existentes para la intervenci¨®n pueden ser altamente peligrosas. Del mismo modo, la incertidumbre, la vacilaci¨®n y el titubeo de un agente de seguridad puede acarrear consecuencias indeseadas y extremadamente graves. Es curioso que se afirme insistentemente que los docentes no saben c¨®mo actuar para controlar la violencia en las escuelas, y se pretanda confiar esta delicada tarea a profesionales que, en su corta y muchas veces precaria formaci¨®n, siquiera han analizado situaciones como las que enfrentar¨¢n en la cotidianeidad de un centro educativo.
(Contin¨²a...)
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