La violencia, la polic¨ªa y las escuelas (3)
4. El control y la prevenci¨®n de la violencia presuponen un valor que est¨¢ en profunda crisis en las sociedades latinoamericanas: la confianza.
Como ponen en evidencia diversos estudios, la ausencia de confianza fragiliza y quebranta las bases sobre las que se deben fundar los acuerdos y ejercer los mandatos institucionales de una sociedad democr¨¢tica. De tal forma, la desconfianza hacia la polic¨ªa interfiere fuertemente en las relaciones que se establecen entre las fuerzas de seguridad y la poblaci¨®n. Para los m¨¢s pobres, la desconfianza en el accionar policial suele estar basada en evidencias bastante contundentes. Abordajes violentos y prepotentes por parte de los agentes de seguridad, falta de respeto y agresiones f¨ªsicas, abusos de poder y de autoridad son cotidianamente vividos por la poblaci¨®n de menores recursos econ¨®micos en Latinoam¨¦rica. Una situaci¨®n que suele volverse mucho m¨¢s grave cuando se trata de j¨®venes de sectores populares.
La polic¨ªa, en casi todos los pa¨ªses latinoamericanos, cuando aborda un grupo de j¨®venes en cualquier circunstancia, lo hace de manera violenta, agresiva y desprovista del cuidado y la atenci¨®n que imponen sus derechos m¨¢s elementales. Cuando ellos son de sectores populares, aunque los agentes policiales casi siempre tambi¨¦n lo sean, esa prepotencia se redobla e intensifica. La reciente investigaci¨®n de Latinobar¨®metro indica que 65% de los brasile?os tiene poca o ninguna confianza en la polic¨ªa. Tambi¨¦n, que s¨®lo 16% de las personas que sufren un delito lo denuncian. No parece ser este un buen antecedente para comenzar una experiencia de convivencia educativa entre agentes policiales y j¨®venes de sectores populares, teniendo la escuela p¨²blica como escenario. Poner un polic¨ªa en el interior de cada centro educativo, sin considerar este hecho, puede ser como tratar de apagar un incendio con gasolina.
La desconfianza brasile?a en la instituci¨®n policial no es m¨¢s grave que en el resto de Latinoam¨¦rica, como muestra la investigaci¨®n citada. Una se?al de alerta acerca de lo desatinado que puede resultar este tipo de medidas en cualquier pa¨ªs del continente.
Fuente:?La Seguridad Ciudadana. El problema principal de Am¨¦rica Latina?- Latinobar¨®metro, 2012.
Mientras el gobierno de R¨ªo de Janeiro anunciaba la decisi¨®n de aumentar la seguridad de las escuelas, dos polic¨ªas eran condenados por el ataque con gas pimienta a dos peque?as ni?as que participaban de una protesta comunitaria. El reclamo de los vecinos radicaba en la falta de apoyo oficial a las v¨ªctimas de un deslizamiento de tierras. La polic¨ªa local decidi¨® dispersar los peligrosos manifestantes, atacando a los ni?os primero. La imagen, desbordante de brutalidad, llen¨® de indignaci¨®n al pa¨ªs, aunque el fino trato policial nada sorprendi¨® las protagonistas de la escena, acostumbradas a la humillaci¨®n y la violencia. La pena impuesta a los polic¨ªas involucrados en el hecho: pagar una indemnizaci¨®n de € 440 a cada ni?a. Expresi¨®n monetaria que la justicia considera suficiente para compensar la humillaci¨®n, el riesgo a perder la visi¨®n, el maltrato y el abuso de autoridad que sufren dos peque?as, quiz¨¢s, simplemente por el hecho de ser pobres, negras y vivir en ¨¢reas cuyos terrenos se desmoronan si llueve m¨¢s de la cuenta.
Polic¨ªa ataca con gas pimienta a dos peque?as durante un reclamo vecinal en marzo de 2011. Foto: Pedro Kirilos - O Globo.
Esa misma semana, los peri¨®dicos divulgaban la imagen de un polic¨ªa que patrullaba las calles de la Rocinha, una de las mayores favelas de R¨ªo, mientras se divert¨ªa rociando con gas pimienta a una perrita que lo observaba pasar. Mostrando un refinado conocimiento sobre el mundo canino, el oficial a cargo justific¨® el hecho argumentando que la cachorra hab¨ªa perdido sus cr¨ªas y estaba psicol¨®gicamente alterada. En rigor, no deja de ser sintom¨¢tico que la polic¨ªa considere que las madres que pierden a sus hijos son una amenaza para el orden p¨²blico. Los ejemplos abundan. Como quiera que sea, el mensaje es elocuente. Si ante dos peque?as indefensas, un sujeto al que se le conf¨ªa el orden p¨²blico decide demostrar su insignificancia moral atac¨¢ndolas con un arma antidisturbios, qu¨¦ podr¨ªa esperarse del trato dispensado a un perro. Sea como fuera, a mi me inquietar¨ªa enormemente que alguno de estos polic¨ªas estuviera apostado en el patio de la escuela donde estudian mis hijos.
Por el momento, la Secretar¨ªa de Seguridad P¨²blica no ha indicado si el gas pimienta ser¨¢ uno de los dispositivos pedag¨®gicos que usar¨¢n los agentes policiales en las escuelas de R¨ªo de Janeiro, aunque los otros implementos que cuelgan de sus uniformes suelen ser m¨¢s letales y peligrosos.
Polic¨ªa expresando su amor por el reino animal en la favela de la Rocinha, R¨ªo de Janeiro. Foto: Domingos Peixoto - O Globo.
Es evidente que la desconfianza no es s¨®lo un atributo que define la relaci¨®n entre los j¨®venes y la polic¨ªa, sino una caracter¨ªstica que penetra capilarmente en el espacio escolar y en los v¨ªnculos que all¨ª se establecen. Como ha afirmado en diversas oportunidades la investigadora de FLACSO Brasil, Miriam Abramovay, hay un vac¨ªo de poder en las instituciones escolares que hace a¨²n m¨¢s fr¨¢giles las relaciones entre alumnos y profesores, un espacio obturado que debe ser reconstruido con di¨¢logo, respeto y mucho trabajo colectivo. La presencia policial en las escuelas profundizar¨¢ este vac¨ªo, sum¨¢ndole desconfianza a la capacidad que poseen los actores de la comunidad educativa para resolver sus propios problemas.
5. La presencia de la polic¨ªa en la escuela ser¨¢ una fuente de nuevas inseguridades.
La violencia escolar es fruto de la violencia social, pero se procesa y se amalgama en el espacio educativo con una especificidad propia. La inseguridad tambi¨¦n. Construir un v¨ªnculo de confianza entre docentes y alumnos es uno de los mayores desaf¨ªos de toda pr¨¢ctica educativa democr¨¢tica. Y ese v¨ªnculo hoy est¨¢ interferido por recelos, prejuicios y desconocimientos m¨²tuos que fragilizan a¨²n m¨¢s las oportunidades de aprendizaje en los centros escolares. Una de las m¨¢s complejas formas de inseguridad que se vive en la escuela es la precaria relaci¨®n de compa?erismo y la ruptura de un v¨ªnculo de cari?o entre docentes y alumnos, especialmente, entre los j¨®venes y sus maestros. Lo que se vive o identifica como violencia escolar es, casi siempre, un hecho que se relaciona de una u otra forma con esta fragilidad de los v¨ªnculos educativos. No me refiero, claro, al tr¨¢fico de drogas dentro de las escuelas, un delito que, por cierto, mucho asusta, aunque sobre el cual se disponen de pocas estad¨ªsticas convincentes. Hago referencia a los hechos de violencia que cotidianamente preocupan, dentro de las escuelas, a los alumnos y sus docentes. La violencia en la escuela, sin lugar a dudas, existe. Sin embargo, establecer definitivamente que su prevenci¨®n o enfrentamiento pasa por la presencia de agentes policiales en el interior de los centros, significa aceptar que no ser¨¢n los propios miembros de la comunidad escolar los que podr¨¢n ser capaces de asumir semejante desaf¨ªo. A la ya deteriorada autoestima docente se le deber¨¢ agregar un nuevo atributo: su total incompetencia para la resoluci¨®n de conflictos. A la desconfianza con que se percibe la presencia de los j¨®venes dentro del espacio escolar, se le sumar¨¢ la presunci¨®n de culpabilidad que cada uno de ellos sentir¨¢ cuando sea inspeccionado por los ojos guardines del agente policial de turno. Cada docente consolidar¨¢ su imagen de ineptitud para enfrentar los problemas cotidianos de la escuela. Cada joven su condici¨®n de sujeto peligroso para el orden y la seguridad p¨²blica. No creo que sea esta una buena forma de hacer del ambiente escolar un lugar m¨¢s seguro. M¨¢s bien, estimo que se trata del camino m¨¢s firme a volverlo definitivamente inhabitable. Como si a nuestras escuelas no le faltaran problemas, ahora tendr¨¢n un agente policial recorriendo sus pasillos con el objeto de protegerlas.
La violencia es en las sociedades latinoamericanas un problema de enormes magnitudes. Como siempre, cuando algo no funciona, la escuela acaba siendo el s¨ªntoma. A la polic¨ªa en las calles muy bien no le va. Es probable que tampoco le vaya muy bien en su capacidad para prevenir la violencia educativa. Si esto ocurre, no faltar¨¢n los especialistas que argumentar¨¢n que la culpa ha sido, una vez m¨¢s, de la escuela p¨²blica.
El fuego cruzado de propuestas y reformas que se ci?en sobre la educaci¨®n suele despreciar el valor de los sujetos que habitan el espacio escolar. La confianza en la capacidad que los alumnos y profesores tendr¨¢n para resolver sus problemas es tan escasa como la confianza con que ellos se miran y se reconocen entre s¨ª. Dotar a la escuela de condiciones para enfrentar sus propios problemas debe ser un imperativo de toda pol¨ªtica educativa democr¨¢tica.
La idea de que la escuela debe replicar o introducir modelos o din¨¢micas externos a su especificidad suele ser habitual, aunque constituye una salida mediocre y simplista a los problemas que enfrenta la educaci¨®n en nuestros pa¨ªses. As¨ª como ante la supuesta crisis de productividad de la escuela se pretenden importar hacia ella los modelos de gesti¨®n de las empresas, ahora, para que las escuelas sean espacios m¨¢s seguros, se le introducen polic¨ªas destinados a cuidar el orden interno, Si los empresarios latinoamericanos no siempre son ejemplo de productividad y esmero por la calidad, qu¨¦ podemos decir de la competencia t¨¦cnica y profesional de las fuerzas policiales que patrullan la regi¨®n m¨¢s violenta del planeta. A ellas, hoy, le confiamos el desaf¨ªo de erradicar la violencia en las escuelas. Parece una decisi¨®n temeraria.
Y seguramente lo sea.
(Desde R¨ªo de Janeiro)
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