?Qui¨¦n es m¨¢s divo arquitecto o cliente?
La diva egoc¨¦ntrica se entrega al escaparate, a su p¨²blico, y as¨ª nos entrega su vida, despoj¨¢ndose de secretos o de la intimidad -que desprecia porque no le permite ser diva- hasta quedarse, en realidad, sin vida, por lo menos privada. En su actitud egoc¨¦ntrica, la diva resulta parad¨®jicamente generosa: gastando su esfuerzo y dinero en la representaci¨®n de su imagen, alimentando su ego, la diva nos entretiene y nos fascina.
Adam Bresnick ha trazado una posible historia de la arquitectura del capricho y el egocentrismo que es, sin embargo, un sobresaliente, fascinante y acad¨¦mico estudio de parte de la historia de la vanguardia arquitect¨®nica dom¨¦stica.
La arquitectura de los divos analizados por Bresnick es a medida, alta arquitectura. Entre los clientes m¨¢s exigentes ¨Clos que se esconden detr¨¢s de las grandes obras- los divos son especiales. No son poderosos gracias al miedo, como sucede entre los mecenas habituales: religiosos, pol¨ªticos o millonarios. El poder de los divos no nace del miedo sino de la pasi¨®n que despiertan entre los espectadores. Mantener esa pasi¨®n les lleva a cuidar la arquitectura como un artilugio m¨¢s, como el vestido m¨¢s real para acicalar la vida y la obra del artista. As¨ª, aunque cuando se habla de divos sea necesario hablar tambi¨¦n de espectadores, el divismo no vive solo entre bambalinas. Es m¨¢s que evidente que tambi¨¦n hay divos arquitectos, aunque, fuera del escenario, el divismo no vaya siempre asociado con el derecho a serlo. Por eso cuando el divo, o la diva arquitecta, viste al divo, cuando idea su propia casa, el resultado es un escaparate, una simple caja de cristal en la que no hace falta nada m¨¢s.
Como apunta Bresnick sobre la casa que Philip Johnson se construy¨® adelant¨¢ndose a su maestro Mies van der Rohe, en la Glass House de New Canan ¡°menos era nada: su casa era su templo, su intimidad su muerte, su confort el aplauso¡±.
En una ¨¦poca en la que los supuestos divos del futbol y el cine encargan sus viviendas a un autor de simulacros modernos, conviene leer este libro para comprender la diferencia entre la arquitectura y el cart¨®n piedra. Y para entender tambi¨¦n el cambio social que refleja haber rebajado tanto el esfuerzo y la genialiad de los divos (arquitectos o artistas).
Lo fascinante de La diva en casa, arquitectura para artistas (Ediciones Asim¨¦tricas) es que la biograf¨ªa de la arquitectura dom¨¦stica de los artistas resulta indisociable del retrato p¨²blico de los due?os de esas viviendas pero, al final, termina por retratarlos tambi¨¦n en su vertiente menos divina, m¨¢s oculta, menos p¨²blica y mucho m¨¢s humana. Bresnick demuestra c¨®mo en la arquitectura m¨¢s glamourosa el arquitecto est¨¢ al servicio del cliente m¨¢s exigente del mundo: el que necesita una casa para mostrarse, el que encarga una vivienda para que le retrate como un gran espejo, o m¨¢s bien como una gran m¨¢scara, ampliando la imagen que el divo, o la diva, tienen de s¨ª mismos hasta el infinito.
As¨ª, el libro contempla tanto todas las posibilidades del divo como muchas de las posibilidades de la arquitectura para colaborar con esa divinidad.
Aparece, por ejemplo, la actriz Mar¨ªa Guerrero convertida en arquitecta. Y su casa, sobre el teatro de la Princesa, convertida en templo, camerino y hasta en c¨¢mara mortuoria (con el f¨¦retro de la diva expuesto frente al dosel de la cama).
Tambi¨¦n el matrimonio de divos que fueron Diego Rivera y Frida Kalho est¨¢ en el libro encajado en las viviendas que Juan O¡¯Gorman les dise?¨® en San ?ngel: grande, roja y blanca para ¨¦l y peque?a, privada y azul para ella. Eso s¨ª, comunicadas por un puente, que representa el deseo simult¨¢neo de cercan¨ªa y separaci¨®n y que Frida cerraba cuando su marido la disgustaba acost¨¢ndose, por ejemplo, con la hermana de la pintora.
En Hollywood, la casa de Dolores del R¨ªo y Cedric Ribbons ten¨ªa efectos especiales: una luna proyectada sobre la pared y el sonido de la lluvia sobre el tejado. La puerta estaba hecha de monel (aleaci¨®n de n¨ªquel y cobre empleada en los pistones de las trompetas), pero con todo, ¡°la casa imita un decorado que est¨¢ imitando una casa¡±, escribe Bresnick adelantando el desenlace: Dolores terminar¨ªa residiendo en un apartamento cercado, proyectado por Richard Neutra, donde vivir¨ªa su idilio con Orson Welles antes de regresar a M¨¦xico y sostener otro romance. Esta vez con Frida Kahlo.
Las casas retrato terminan por retratar lo que no est¨¢ expuesto. Tal vez por eso, Billy Wilder film¨® El crep¨²sculo de los dioses en una casa real. El t¨ªtulo de la pel¨ªcula en ingl¨¦s: Sunset Boulevard era, en realidad, la direcci¨®n de la casa. Bresnick sostiene que Wilder no lleg¨® a construir nunca la casa que encarg¨® al matrimonio Eames porque quer¨ªa una casa real. Aunque a m¨ª me gusta pensar que tal vez encarg¨¢ndosela a los Eames s¨ª hubiera conseguido una casa real. Y pongo como prueba la famosa Lounge Chair, la silla para leer - en realidad era para dormir la siesta y mantener las apariencias- que el matrimonio s¨ª dise?¨® para Wilder.
Por el libro de Bresnick circulan tambi¨¦n divos simp¨¢ticos aunque, eso s¨ª, siempre obsesionados con serlo. Josephine Baker, por ejemplo, siempre conoci¨® el precio y el esfuerzo que supondr¨ªa encontrar el escenario en el que mostrar su talento y, tal vez por eso, tampoco lleg¨® nunca a construir la vivienda que le dise?¨® un Adolf Loos entregado que ide¨® la fachada de su casa con franjas horizontales despu¨¦s de haber escrito en Ornamento y Delito que ¡°el hombre moderno que se tat¨²a es un delincuente o un degenerado¡±.
Y por ah¨ª llegamos al climax del libro. Lo que m¨¢s se le puede agradecer a un ensayo, o a una pel¨ªcula, es que nos deshagan una idea,que nos hagan dudar sobre una percepci¨®n falsa, o incompleta. Esa escena de Loos con traje nuevo, aprendiendo a bailar el Charleston e ideando las franjas horizontales de la fachada de la Baker parece decir: donde se meta la pasi¨®n, que se quite la raz¨®n.
En el libro todos los divos tienen la voluntad de serlo. Porque ser divo requiere determinaci¨®n y voluntad: supone un gran esfuerzo. Los arquitectos lo entienden y as¨ª, el ilustrado Claude Nicolas Ledoux coloca la toilette de la bailarina Marie Madelaine Guimard en el centro de la casa, donde tradicionalmente se ubicaba la chimenea y donde hoy se encuentra el televisor.
Resulta parad¨®jico que sean los divos los que dictan, y exigen, la arquitectura al servicio del cliente. Por eso es tentador establecer el paralelismo entre divos y arquitectos y comprobar que muchos de los adjetivos empleados por Bresnick para describir a la diva:
-Llena el escenario antes de abrir la boca
-Solo existe para el foco de la atenci¨®n p¨²blica
-Sin descanso, siempre en acci¨®n. Sin intimidad, sin l¨ªnea que separe vida real y representaci¨®n, clientes y amigos, vida y obra.
- Con un talento que parece de origen divino (en giro postmoderno: que quieren hacer ver que parece de origen divino)
-Alejada de su oficio, la diva deja de existir, se podr¨ªan aplicar a un buen n¨²mero de arquitectos sin que nadie se sorprendiese.
¡°Nunca he buscado a un cliente. Mis clientes vienen ellos solos¡±, le escribe Le Corbusier al anglo-mexicano Charles de Beistegui mientras ¨¦ste duda sobre si encargarle o no su ¨¢tico en Par¨ªs al suizo. ¡°Nunca se ha marchado ninguno insatisfecho¡±, remata Le Corbusier en la misma carta deshaciendo la idea que acaba de exponer asegurando que nunca ha buscado un cliente.
El multimillonario y, vamos a decir coleccionista, Charles de Beistegui sent¨ªa terror ante lo vulgar y lo cotidiano. Parece que hay personas que no pueden soportarlo. A esas personas las acecha el rid¨ªculo. As¨ª, Bresnick describe con terminolog¨ªa cinematogr¨¢fica, un travelling, la curva en el pavimento de la casa que Richard Neutra levant¨® para el genial Josef von Sternberg, el director que llev¨® a otra diva, Marlene Dietrich, al estrellato. Pero, pasados unos a?os, no es von Sternberg ¨Cque se puso el von al cruzar el Atl¨¢ntico- quien recorre esa curva con su Rolls sino la escritora Ayn Rand, autora de El Manantial, el novel¨®n arquitect¨®nico en el que Howard Roak daba lecciones de coherencia, la que posa para las revistas en su casa, -la antigua mansi¨®n de von Sternberg-explicando los trabajos a medida y defendiendo la arquitectura integral, verdadera y coherente.
Truman Capote ya advirti¨® contra las Plegarias Atendidas. Y Andr¨¦ Gide dijo que ¡°nos dar¨ªan la felicidad de otro y no sabr¨ªamos qu¨¦ hacer con ella¡±. Pero la escritora Ayn Rand los desdice apoder¨¢ndose de la genialidad y excentricidad de Neutra y de von Sternberg en una casa racionalista rodeada de un foso como un castillo medieval. Hay Kitsch y retratos colaterales en el libro. Tambi¨¦n hay filosof¨ªa:
¡°Tan rey ser¨ªa yo de mi estado como cada uno del suyo: y si¨¦ndolo, har¨ªa lo que quisiese; y, haciendo lo que quisiese, har¨ªa mi gusto; y, haciendo mi gusto, estar¨ªa contento; y, en estando uno contento, no tiene m¨¢s que desear; y, no teniendo m¨¢s que desear, acabose¡±, escribe von Sternberg, citando el Quijote para explicar, como Capote con sus Plegarias Atendidas, que una vez conseguida la presa se termina el placer de la caza. Por eso ¨¦l vendi¨® su casa- castillo.
Para concluir, el libro termina con un duelo apasionante. La Farnsworth de Mies versus la Glass House de Philippe Johnson. Los ingredientes son cl¨¢sicos:
Disc¨ªpulo contra maestro.
Deuda intelectual reconocida
Voladizos y estructura met¨¢lica en blanco en la Farnsworth
Caja y estructura met¨¢lica negra en la Glass House frente a un paisaje artificial en el que Johnson hizo talar algunos ¨¢rboles porque los troncos de los robles eran m¨¢s oscuros que los de los arces, tras la lluvia, y oscurec¨ªan las vistas.
Y, de nuevo, lo fascinante del libro es que gana el perdedor habitual. A pesar de sus impurezas, a pesar de llegar despu¨¦s a las ideas, al final, en un giro inesperado digno de las mejores pel¨ªculas, el disc¨ªpulo supera al maestro. No lo logra por la frescura ni por la fuerza de su obra sino por el as que guarda en la manga. La Glass House era para s¨ª mismo. Y as¨ª y all¨ª, sin cambiar jam¨¢s nada, vivi¨® Jonhson hasta sus ¨²ltimos d¨ªas en 2005. Todo lo contrario de lo que le sucedi¨® a Edith Farnsworth que no pudo soportar vivir en un edificio m¨ªtico y termin¨® por denunciar a Mies van der Rohe. Lo explica Bresnick en su libro:¡± Un escaparate no puede ser una casa. Pero es la casa perfecta para un divo¡±.
(Extracto de las ideas que apunt¨¦ para presentar el libro La diva en Casa en El Colegio de Arquitectos de Madrid)
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