La quiebra de Europa
Se est¨¢ rompiendo el pacto de la utop¨ªa comunitaria frente a las rivalidades nacionales
En 1945 Europa dej¨® atr¨¢s m¨¢s de treinta a?os de guerra, revoluciones, fascismos y violencia. La cultura del enfrentamiento se hab¨ªa abierto paso en medio de la falta de apoyo popular a la democracia. Los extremos dominaban al centro y la violencia a la raz¨®n. Un grupo de criminales que consideraba la guerra como una opci¨®n aceptable en pol¨ªtica exterior se hizo con el poder y puso contra las cuerdas a los pol¨ªticos parlamentarios educados en el di¨¢logo y la negociaci¨®n.
El total de muertos ocasionados por esas guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, y por las diferentes manifestaciones de terror estatal, super¨® los ochenta millones. Cientos de miles m¨¢s fueron desplazados, huyeron de pa¨ªs en pa¨ªs, planteando graves problemas econ¨®micos, pol¨ªticos y de seguridad. En los casos m¨¢s extremos de esa violencia hubo que inventar hasta un nuevo vocabulario para reflejarla. El genocidio, por ejemplo, un t¨¦rmino ya inextricablemente unido al extermino de los jud¨ªos en los ¨²ltimos a?os de supremac¨ªa de la Alemania nazi.
A partir de ese a?o, el reparto del continente entre las principales superpotencias victoriosas, Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y la ausencia o contenci¨®n de los conflictos ¨¦tnicos y disputas territoriales que hab¨ªan caracterizado los a?os veinte y treinta, cambiaron su rumbo. Aunque la democracia parlamentaria tard¨® despu¨¦s d¨¦cadas en instalarse en bastantes pa¨ªses, dominados por dictaduras derechistas o comunistas, el sue?o de crear una Europa unida, pr¨®spera, estable y civilizada parec¨ªa hacerse realidad a finales del siglo XX. Todos quer¨ªan participar de esa edad de oro del capitalismo, de la democracia y del Estado del bienestar.
Porque si algo caracteriz¨® a las democracias europeas que se consolidaron tras la Segunda Guerra Mundial fue el compromiso de extender a trav¨¦s del Estado los servicios sociales a la mayor¨ªa de los ciudadanos, de distribuir de forma m¨¢s equitativa la renta. Superar el atraso en equipamientos colectivos, infraestructuras y sistemas asistenciales fue uno de los grandes desaf¨ªos de los pa¨ªses que, como Grecia, Portugal o Espa?a, se engancharon a ese carro durante el ¨²ltimo cuarto de siglo. Los nuevos grupos pol¨ªticos establecidos a partir de 1989 en el Este dejaron muy clara su intenci¨®n de enterrar el sistema comunista. Era el triunfo de la ciudadan¨ªa, de los derechos civiles y sociales, tras d¨¦cadas de sinuosos destinos, paradojas y contrastes.
Estamos ante la muerte de la Europa ideal, sometidos a la plaga de los mercados y con millones de personas en ruina
El siglo veinte fue extraordinariamente variado, ¡°de extremos¡±, como lo acu?¨® el historiador brit¨¢nico Eric J. Hobsbawm, pero al hacer balance casi todo el mundo celebraba que, despu¨¦s de tanta batalla, finalizadas las grandes rivalidades ideol¨®gicas, Europa era en el a?o 2000 m¨¢s democr¨¢tica y rica que nunca. Menos violenta y m¨¢s estable. El capitalismo parec¨ªa funcionar con reglas establecidas, respetadas por los ciudadanos y los gobiernos. Un buen sitio para vivir.
Apenas una d¨¦cada despu¨¦s, dilapidada parte de esa prosperidad, reaparecen los fragmentos m¨¢s negros de su historia. Europa no la componen s¨®lo los pa¨ªses occidentales y durante la mayor parte de ese siglo veinte millones de ciudadanos defendieron estar organizados conforme a estrictas reglas autoritarias, pasando por encima de quienes no las aceptaron. En los pa¨ªses que salieron del comunismo, despu¨¦s de m¨¢s de cuatro d¨¦cadas de represi¨®n, las diferentes tradiciones pol¨ªticas hab¨ªan quedado borradas. Mientras la izquierda luchaba por distanciarse del pesado legado del comunismo, la derecha no ten¨ªa una historia democr¨¢tica que reivindicar. La gran variedad de culturas y tradiciones nacionales siempre result¨® un poderoso obst¨¢culo a la cooperaci¨®n.
Estamos ahora ante la muerte de esa Europa ideal que no pudo ser, sometidos a la plaga de los mercados, a los desastres econ¨®micos y con millones de personas en ruina. Aparentemente, los pol¨ªticos trabajan para tapar las grietas, devolver la confianza, reconstruir la unidad. Lo que sale a la luz, se nota, se sufre, es, sin embargo, su incapacidad para elaborar un plan eficaz y hacerlo realidad. Todo lo dem¨¢s est¨¢ en el camino de convertirse en pura ret¨®rica europe¨ªsta, s¨®lo ¨²til para el reducido c¨ªrculo que impone sus decisiones a los dem¨¢s.
La riqueza no se distribuy¨® de forma igualitaria en toda Europa y algunos pa¨ªses, con Alemania al frente, no quieren ahora compartir los privilegios econ¨®micos. Es probable que otros, los pa¨ªses mediterr¨¢neos por ejemplo, hayan hecho muchos m¨¦ritos para su exclusi¨®n de esa comunidad de intereses y beneficios, pero eso no era lo previsto, ni lo pactado, en la visi¨®n europe¨ªsta de la uni¨®n monetaria, de la utop¨ªa comunitaria frente a las tr¨¢gicas rivalidades nacionales e ideol¨®gicas del pasado.
Si la crisis se agrava, las democracias se vuelven m¨¢s fr¨¢giles y los Estados dejan de redistribuir bienes y servicios, que fue su principal aportaci¨®n a la estabilidad social, estaremos de nuevo al borde del abismo, convertidas la econom¨ªa, y la mera subsistencia, en un asunto de vida o muerte. Por eso necesitamos pol¨ªticos comprometidos con la sociedad, con los m¨¢s d¨¦biles, antes de que esta quiebra del orden europeo haga crecer el extremismo pol¨ªtico, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema democr¨¢tico.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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