Dal¨ª, visiones de un genio
Profeta de lo moderno. Rey del surrealismo. Enigm¨¢tico, adorable, execrable y provocador El tiempo de Salvador Dal¨ª es este m¨¢s que nunca La exposici¨®n que se abre el s¨¢bado en?el Reina Sof¨ªa marcar¨¢ la temporada tras su ¨¦xito en Par¨ªs
Es la exposici¨®n definitiva, la m¨¢s completa; la que ha batido r¨¦cords de visitantes en el Centro Pompidou de Par¨ªs; la que da fe del gran Dal¨ª pintor de enigmas, desde El gran masturbador hasta el El rostro de la guerra; la que muestra la letra original del superdotado escritor que fue; la que disecciona al cineasta precursor y visionario de Un perro andaluz, La edad de oro, fascinado igualmente por Hitchcock, Walt Disney, Chaplin o los Hermanos Marx; la que no deja de lado al monstruo surrealista retador de Breton, al fin¨ªsimo intelectual. Pero falta lo surrealmente importante¡ Su obra de arte m¨¢s completa y lograda:
?L.
?l en carne y hueso. ?l metaf¨ªsico, nuclear, absoluto y desoxirribonucleico. ?l dalinizado y dalinizante. Porque aunque el tiempo ha venido a dar la raz¨®n a Salvador Dal¨ª, durante muchos a?os se la hab¨ªa quitado. Cuando las diatribas, las discusiones, las pol¨¦micas, el amor, el odio, la veneraci¨®n, el desprecio, la nunca alcanzada ni plena compresi¨®n de sus misterios, de sus man¨ªas, de sus delirios; cuando pasan las d¨¦cadas y su figura se agranda y cae sobre nuestro at¨®nito pesimismo con la pegajosa contundencia de sus relojes blandos; cuando miramos alrededor y todo lo que observamos es furor por un minuto de gloria furtiva, juguetes rotos, inconsistentes alardes a la hora de teorizar la modernidad, la posmodernidad, el presente, Dal¨ª rompe el huevo, nos embadurna con la fuerza vitam¨ªnica de su yema y todo lo sobrevuela como el aut¨¦ntico precursor de los tiempos presentes en que el futuro le ha convertido.
Contemplar la mejor y m¨¢s jugosa carne de sus lienzos ¨Ctambi¨¦n los hubo, y muchos, espantosos¨C, leerlo en profundidad, como apunta Pere Gimferrer, con sus fascinantes ¡°aberraciones gramaticales¡±, buscar y sentir al tiempo pavor y entusiasmo con su cine radical y salvaje, el que convert¨ªa al alim¨®n con Luis Bu?uel a Jesucristo en marqu¨¦s de Sade para La edad de oro, resulta un revulsivo en el edulcorado reino de lo light.
Pero a¨²n lo es m¨¢s comprobar c¨®mo se convirti¨® en un aut¨¦ntico genio de la autopromoci¨®n. C¨®mo en vida construy¨® persona y personaje con las armas al tiempo mezcladas y perfectamente engrasadas de un artista, un negociante, un te¨®rico, un moralista de la amoralidad, un fil¨®sofo, componiendo un t¨®tem entre divino y pat¨¦tico ¨Cqu¨¦ ser humano no lo es, ¨ªntimamente¨C al que todav¨ªa quedan a?os para alcanzar a comprender en toda su profundidad.
Con cierta coqueter¨ªa, a Salvador Dal¨ª le gustaba decir que era mejor escritor que pintor¡±
Catherine Millet.
Dal¨ª es el ni?o que, seg¨²n ¨¦l, nunca logr¨® suficiente amor por parte de un padre notario obsesionado con el hermano muerto que le precedi¨® y que se llamaba como ¨¦l. Tambi¨¦n es el joven inadaptado, con pinta de mohicano, a quien sus amigos de la Residencia de Estudiantes ¨CLorca, Bu?uel, Pep¨ªn Bello¨C apodaron el pintor polaco y junto a quienes se iba de farra, pagaba 25 pesetas por un c¨®ctel en el Palace que costaba 3 y le indicaba al camarero: ¡°Qu¨¦dese con el cambio¡±. Pero adem¨¢s es quien en cierto modo les traiciona, quien se planta en Par¨ªs azuzando la vanguardia y se bate en duelo ¨Cintelectual, pero a metaf¨®rica hostia limpia¨C con Andr¨¦ Breton para arrebatarle el liderazgo del grupo surrealista; quien dice y se desdice ideol¨®gicamente seg¨²n su propia conveniencia pol¨ªtica; quien se enamora con pasi¨®n m¨ªstica ¨Cnada de sexo¨C de Gala y se aferra a ella como a una madre recaudadora mientras no disimula pulsiones homosexuales y se jacta de que alguien como Lorca intent¨® penetrarle; quien inventa las performances, crea y destruye escaparates en la Quinta Avenida cuando quiere que se sepa que ha llegado a Nueva York para conquistar la ciudad; quien no reniega del t¨¦rmino Avida Dollars, aprendido a sangre y fuego en quienes despu¨¦s llevan su legado y convierten su museo de Figueres en un centro de arte ?rentable!
Todo ¨¦l pol¨¦mico, discutible, juguet¨®n y autodestructivo. ?xito rotundo y fracaso fluctuable, seg¨²n le d¨¦ a quienes se apoderen del juicio sobre su figura para la posteridad. Quiso ser genial y construy¨® con sus actitudes superdotadas una idea propia de genialidad. Para ella utiliz¨® todas sus armas. La asombrosa capacidad ultraperceptora que gu¨ªa despu¨¦s sus cuadros y de la que ya tuvo conciencia en su infancia, su magistral y creativa escritura, una desconcertante habilidad para la comunicaci¨®n fingiendo ser a veces autista, a veces exhibicionista¡ Esa genialidad la alcanz¨® de manera sublime, casi inalcanzable, en todo menos en lo que realmente parece que le importaba: la pintura.
En ese campo caben todos los debates, cada una de las teor¨ªas posibles e imposibles y sus propios errores ¨Cque tambi¨¦n pueden ser aciertos¨C al promover por ejemplo la falsificaci¨®n de su propia obra. Era algo que casaba muy bien con su personaje ultrasurreal, pero bastante mal con el mercado de quien pretende convertirse en un artista serio. ?Cu¨¢l era su prioridad? ?Qu¨¦ quiso ser Dal¨ª en ese campo? ?Un profeta adelantado de la resurrecci¨®n del clasicismo aplicada al m¨¦todo paranoico-cr¨ªtico, un concepto de su invenci¨®n o sencillamente, como le han visto algunos despu¨¦s, un precursor del kitsch?
Su aportaci¨®n va mucho m¨¢s all¨¢ de los dos cors¨¦s que amarran la pregunta precedente. Seg¨²n Montse Aguer, responsable de la Fundaci¨®n Gala-Dal¨ª y comisaria de la exposici¨®n junto a Jean-Hubert Martin, Jean-Michel Bouhours y Thierry Dufr¨ºne, el debate est¨¦tico no basta: ¡°Es un artista que bebe del pasado para avanzar no solo hacia el presente, su presente, sino hacia el futuro¡±, afirma Aguer.
¡°Lo hace con nuevos lenguajes y medios de expresi¨®n, que recurren tambi¨¦n a la ciencia y la tecnolog¨ªa. Dal¨ª busca imprimir significados profundos a las im¨¢genes del mundo real, im¨¢genes que convierte a menudo en dobles o invisibles de manera que transforma tanto la realidad como la percepci¨®n que el espectador ¨Cel ojo, el cerebro del espectador¨C tiene de ella¡±, agrega la experta.
He ah¨ª una clave del asombroso poder hipn¨®tico que ejerce su obra: ¡°Esta participaci¨®n que apela al arte como un juego, como un espacio de memoria, nos provoca, nos atrae poderosamente y contribuye a crear la atm¨®sfera de misterio, enigma y belleza que envuelve las obras de Dal¨ª¡±, cree Aguer.
El recuerdo como gran payaso del mundo que ¨¦l se propuso y logr¨® ser sigue, por el momento, fascinando¡± Ian Gibson.
Y de llegar a esas aproximaciones trata la muestra que lleva por t¨ªtulo Dal¨ª: todas las posibilidades po¨¦ticas y todas las sugestiones pl¨¢sticas. Aterriza desde el Centro Pompidou, donde ha sido la m¨¢s visitada de su historia con 800.000 personas; se ?inaugura el 27 de abril en el Reina Sof¨ªa y permanecer¨¢ hasta el 2 de septiembre. En ese tiempo, Manuel Borja-Villel espera que la muestra sirva para alejarse de presunciones: ¡°Volver a medir la obra de Dal¨ª con el museo, leer entre l¨ªneas, participar en su reactivaci¨®n fuera de lo daliniano¡±.
Pero tambi¨¦n, por qu¨¦ no, sin duda la muestra servir¨¢ para corroborar su genio, agrandar y afianzar su figura, convencer de su decisiva huella a los m¨¢s esc¨¦pticos. Como su propio bi¨®grafo, Ian Gibson, que, despu¨¦s de haber abordado a Lorca y al pintor, se encuentra rematando su trabajo sobre Luis Bu?uel. Con el cineasta, Gibson cierra a?os de estudio dedicados al famoso tr¨ªo de gloria para la cultura hisp¨¢nica a escala universal. ¡°Cuando muri¨® Dal¨ª hace casi veinticinco a?os, yo cre¨ªa ¨Crecordando lo del perro y la rabia¨C que sin la presencia f¨ªsica del pintor a ambos lados del Atl¨¢ntico disminuir¨ªa el inter¨¦s por el personaje tan esmeradamente elaborado a lo largo de d¨¦cadas¡±, asegura Gibson.
Pero no ha ocurrido as¨ª. ¡°Parece ser, sin embargo, que el recuerdo del Dal¨ª showman, del pintor m¨¢s exhibicionista de nuestra era, del experto manejador de los medios, del gran payaso del mundo que ¨¦l se propuso y logr¨® ser, sigue por el momento fascinando. Es verdad que en estos tiempos de crisis y de depresi¨®n generalizadas nos viene muy bien el Dal¨ª l¨²dico, el Dal¨ª irreverente, capaz a la vez de hacer morir de risa a sus compa?eros de la Residencia de Estudiantes y de pintar cuadros como La sangre es m¨¢s dulce que la miel ¨Choy por desgracia perdido¨C, Cenicitas o El gran masturbador. El inmenso ¨¦xito de la muestra del Pompidou lo confirma. Veremos qu¨¦ pasa en Madrid¡±.
Pues en Madrid reinar¨¢ sin duda como la exposici¨®n de la temporada, o es al menos lo que esperan en el Reina Sof¨ªa. La ciudad que le acogi¨® como estudiante compulsivo y antiacad¨¦mico ¨Ccuando un tribunal de Bellas Artes de San Fernando os¨® preguntarle en un examen por Rafael y les respondi¨® que no ten¨ªan autoridad para hacerlo¨C; la ciudad que le abri¨® los ojos al mundo y al contagio creativo sufrido en la Residencia de Estudiantes ¨Cno es casual que tres de los iconos geniales de la Espa?a universal se criaran al socaire de aquel lugar clave para la historia de Espa?a inspirado por la Instituci¨®n Libre de Ense?anza¨C; el espacio que recuerda en su Diario de un genio por esa ¨¦poca en la que hac¨ªa deposiciones que describe como ¡°una innombrable ignominia pestilente, discontinua, espasm¨®dica, salpicante, convulsiva, infernal, ditir¨¢mbica, existencialista, escocedora y sanguinolenta¡±¡ La ciudad pues que le abre sus puertas en primavera para una nueva y revitalizante consagraci¨®n: la de su impacto en el siglo XXI.
Pero llegar¨¢ Dal¨ª y, si el ¨¢nimo lo provoca, reabrir¨¢ debates, destrozar¨¢ convenciones, elevar¨¢ quejas ante las actitudes m¨¢s comodonas o recalcitrantes. Aparecer¨¢ y cortar¨¢ por lo sano nuestra natural tendencia al conformismo, revolcar¨¢ en su ci¨¦naga del delirio ininterrumpido ¨Cbien pl¨¢stico, bien f¨ªlmico, bien escrito¨C todos los convencionalismos. Nos aturdir¨¢ con su fascinaci¨®n vol¨¢til por las moscas; implantar¨¢ su nunca bien ponderada elegancia ultramoderna, que provocar¨¢ estragos en nuestra indumentaria sangu¨ªnea; volar¨¢ sobre nosotros con sus teor¨ªas cient¨ªficas y sus compendios filos¨®ficos quien presumi¨® de haberse atiborrado de ?Nietzsche en tres d¨ªas y haberlo comprendido todo perfectamente.
El marciano que fascin¨® a Sigmund Freud en Londres y que tras una visita lo defini¨® como el perfecto ejemplo del fan¨¢tico espa?ol; el hombre murci¨¦lago que se peinaba con brillantina, usaba bast¨®n y exig¨ªa entrar en una org¨ªa parisiense donde todos le recibieran desnudos salvo ¨¦l, que pod¨ªa presentarse vestido ¨Cseg¨²n un servidor ha escuchado relatar a Eduardo Arroyo, presente all¨ª¨C, Dal¨ª buf¨®n, Dal¨ª iconoclasta, promete avivar el debate sobre su propia figura.
Hoy, para muchos, convence m¨¢s el genio de la autopromoci¨®n que el pintor. As¨ª lo ve Gimferrer en su art¨ªculo Dal¨ª contracorriente publicado en el cat¨¢logo de la exposici¨®n: ¡°A ¨¦l lo que le gustaba era la destrucci¨®n, y la destrucci¨®n le concern¨ªa a ¨¦l. Paralelo a otro hecho: la construcci¨®n de su propio personaje, que es quiz¨¢ la obra principal que quer¨ªa llevar a cabo¡±, apunta muy atinadamente el poeta catal¨¢n.
Crea con nuevos lenguajes y medios de expresi¨®n que recurren tambi¨¦n a la ciencia y la tecnolog¨ªa¡± Montse Aguer.
Para ello fue preciso todo: matar al padre y rematarlo a disgustos como el que le dio con ese cuadro dedicado a su esposa al morir con esta frase: ¡°A veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre¡±. Tambi¨¦n destrozar la autoridad de cualquier sombra de liderazgo est¨¦tico que pusiera en duda su protagonismo, como fue el caso de Breton; aniquilar lazos vitales y amistades demasiado brillantes ¨Cde Lorca, a quien sac¨® de sus casillas con bromas privadas en Un perro andaluz; a Bu?uel, a quien traicion¨® medio delat¨¢ndolo como comunista cuando trabajaba en el Moma¨C, admirando y enmendando la plana a leyendas como Picasso, ri¨¦ndose de cualquier atisbo de autoridad, forr¨¢ndose contra corriente aferrado siempre a un concepto propio y autojustificativo como el de Avida Dollars, mostr¨¢ndose precursor de la cultura de masas, empeque?eciendo a Andy Warhol y todo el pop art que vino despu¨¦s ante la grandeza de su efigie, muriendo con barretina y haciendo testamento con pol¨¦mica para ser Dal¨ª despu¨¦s de Dal¨ª, transfigurado y eterno.
En medio quedar¨¢ la gran pregunta: ?fue un genio de la egolatr¨ªa que se sirvi¨® de su vocaci¨®n para la pintura, la escritura y el cine con el objetivo de crear un icono? ?Ocurri¨® al rev¨¦s, que se trataba de un pintor deseoso de pasar a la posteridad, para lo cual se sirvi¨® de la fabricaci¨®n de un personaje para lograrlo?
Que el debate siga abierto, que d¨¦ tanto que hablar, viene a confirmar la fe de su inabarcable empe?o en quedar fijado con letras grandes dentro de la historia. Ya lo avisaba ¨¦l en las primeras l¨ªneas de su Vida secreta, poco antes de empezar el relato nada m¨¢s y nada menos que desde sus recuerdos intrauterinos: ¡°Cuando ten¨ªa seis a?os quer¨ªa ser cocinero, y a los siete, Napole¨®n. Desde entonces, mi ambici¨®n ha ido aumentando sin parar¡¡±.
Una persona-arte
Siempre me ha llamado la atenci¨®n una foto de 1978 en la que aparecen Salvador Dal¨ª y Warhol bes¨¢ndose en la boca. Creo que es todo un monumento est¨¦tico-hist¨®rico. Salvador Dal¨ª est¨¢ llegando al final de su histrionismo y Warhol est¨¢ en la cumbre de su fama. Ambos reconocen la posibilidad de la persona del artista como objeto art¨ªstico. Dal¨ª lo ha estado haciendo desde el principio: siempre hay alguien presente que hace la foto pertinente y Dal¨ª siempre est¨¢ dispuesto a jugar. Para Warhol toda esa teatralidad es la base de su obra. Ambos se reconocen mutuamente en esa coincidencia y Dal¨ª transmite a Warhol los trastos de matar.
Despu¨¦s de su muerte no ha dejado de aumentar la importancia del personaje Dal¨ª, centro de irradiaci¨®n de una gran variedad de intereses de todo tipo, como su trabajo en la escultura, su intensa actividad como ilustrador en revistas de EE UU, sus trabajos para la publicidad en general tambi¨¦n en televisi¨®n, su actividad cinematogr¨¢fica, su trabajo en decoraci¨®n¡ Pero lo que m¨¢s ha aumentado el inter¨¦s por este paranoico admirador de Franco y de la Iglesia cat¨®lica ha sido precisamente el reconocimiento creciente del personaje total; ya no es un loco histri¨®nico, sino una persona-arte.
Casi todo el mundo reconoce, yo tambi¨¦n, que lo mejor de la obra de Dal¨ª se extiende por los a?os veinte y treinta, y que a partir de los cuarenta va perdiendo inter¨¦s; lo que significa que en sus biograf¨ªas y antol¨®gicas se pierden cinco d¨¦cadas de su trabajo. Su obra se enfr¨ªa, se domestica y toma seg¨²n ¨¦l formas "imperiales". Siendo yo muy joven, en Sevilla, me acuerdo de la popularidad que ten¨ªa Dal¨ª, o m¨¢s bien la pareja Dal¨ª-Picasso. Se dec¨ªa que Dal¨ª era un maravilloso dibujante, mejor que Picasso (?). Es el momento en el que Dal¨ª present¨® el Cristo y la Madonna de Port Lligat, que tuvieron un gran ¨¦xito; sin embargo, estos cuadros ya eran muy diferentes de los anteriores, hab¨ªan perdido profundidad. Daba la impresi¨®n de que Dal¨ª hab¨ªa sido psicoanalizado.
Tengo la sospecha de que en una de las bases del surrealismo hay una cierta contradicci¨®n. Me explico. Por un lado se puede decir que este movimiento ten¨ªa una voluntad revolucionaria, vanguardista, con proyecciones pol¨ªticas: comunistas. Pero que por otro lado presentaba un lenguaje formal m¨¢s bien relamido, pompier, con fuentes muy claras en el simbolismo decimon¨®nico o en el Renacimiento italiano. Dal¨ª declama claramente su admiraci¨®n por Bouguereau y Millet, y tambi¨¦n por Rafael. Quiz¨¢ sea el cambio en la sintaxis del cuadro lo que lo hace interesante, no su morfolog¨ªa.
Mis cr¨ªticas a ciertos aspectos de Dal¨ª no me ocultan el inter¨¦s creciente que tengo por su obra, y cuando me pregunto por las razones de ese entusiasmo me acuerdo de un discurso dado por ¨¦l en los cincuenta. Estaba ya en su segunda ¨¦poca y observaba lo hecho en los a?os veinte y treinta con intensa cr¨ªtica y desagrado, y defin¨ªa as¨ª esos a?os como pruebas de estos sentimientos: ¡°La anarqu¨ªa hormigueante y supergelatinosa, heterogeneidad viscosa, diversidad ornamental de las ignominiosas estructuras blandas exprimidas, supurando el ¨²ltimo jugo de sus ¨²ltimas reacciones¡±. Es un monumento a la est¨¦tica surreal y nadie podr¨ªa haber definido mejor la esencia de la primera parte de su obra ni las bases de mi admiraci¨®n.
Luis Gordilo es pintor.
Dal¨ª, un gran escritor
Con cierta coqueter¨ªa, a Salvador Dal¨ª le gustaba decir que era mejor escritor que pintor. Y se le podr¨¢ discutir esa opini¨®n, pero es indudable que sus escritos, de todo tipo ¨Cpoemas, ensayos te¨®ricos, relatos autobiogr¨¢ficos, guiones e incluso una aut¨¦ntica y gruesa novela¨C, son tan fascinantes como sus cuadros de m¨²ltiples im¨¢genes imbricadas unas en otras. En cualquier caso, ese fue el Dal¨ª que me interes¨® cuando escrib¨ªa un libro de t¨ªtulo un poco ileg¨ªtimo: Dal¨ª et moi. Porque, desde luego, nunca conoc¨ª a Dal¨ª (?nunca tuvimos ninguna relaci¨®n!), aunque estoy convencida de que un d¨ªa coincidir¨¦ con ¨¦l en el purgatorio de quienes, por decir la pura verdad, se ven obligados a sufrir el esc¨¢ndalo (cada uno en su justa medida, sin duda, puesto que el esc¨¢ndalo que suscita uno de mis libros no tiene nada que ver con el que suscit¨® Dal¨ª durante toda su vida). Me imagino el asombro de algunos lectores: ?C¨®mo? ?Que Dal¨ª, ese buf¨®n, ese enga?abobos, fue el cantor de la verdad? Pues s¨ª, lo fue, de una verdad "sangrante", para retomar una de sus palabras, y a veces la verdad m¨¢s dif¨ªcil de reconocer, la verdad sexual. Ning¨²n artista del siglo XX tiene tanta perspicacia como Salvador Dal¨ª a la hora de juzgar su ¨¦poca, ninguno tiene su sinceridad al hablar de s¨ª mismo, en especial de sus inhibiciones sexuales. Uno puede convencerse de ello mediante algunos fragmentos de su obra. Mis favoritos pertenecen a la Vida secreta de Salvador Dal¨ª, escrita en 1941, y a su novela Rostros ocultos, escrita en 1943. Dal¨ª escribi¨® la mayor parte de sus textos en franc¨¦s, un franc¨¦s de ortograf¨ªa parasitada por el catal¨¢n y el castellano. En la novela, Dal¨ª describe con ferocidad el ambiente mundano que frecuenta (y en el que encuentra a sus primeros mecenas), fr¨ªvolo y ciego ante la ascensi¨®n del nazismo. Y evoca, con un diagn¨®stico acertado y de manera a la vez alucinante, premonitoria¡ y cinematogr¨¢fica, la muerte de Hitler. En cuanto al fragmento de Vida secreta, al mismo tiempo que relata los primeros paseos de enamorados con Gala por los paisajes mil veces celebrados, expresa tambi¨¦n con toda crudeza la pulsi¨®n de muerte que se esconde en el fondo de cualquier pasi¨®n demasiado devoradora¡
Catherine Millet es escritora. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Recordando ¡®Recuerda¡¯
A los ni?os y jovencitos de los a?os cincuenta y sesenta Dal¨ª nos era exhibido como una art¨ªstica gamberrada de s¨ª mismo antes que como pintor. Incluso sal¨ªa en el No-Do cuando en el noticiero cinematogr¨¢fico aparec¨ªan m¨¢s que ninguna otra cosa Franco y los pantanos. La contemplaci¨®n de los ojos desorbitados y el bigote de Dal¨ª era un espect¨¢culo casi de circo, no ajeno a la voluntad del artista. Blanco y negro y una genialidad de celuloide oficial. Ese era el cine de Dal¨ª.
Y sin embargo Dal¨ª era no solo un fabuloso creador de im¨¢genes pict¨®ricas, sino tambi¨¦n un activo creador de im¨¢genes f¨ªlmicas o, por lo menos, recreadas en la pantalla por sus amigos, examigos, cineastas, figurinistas, productores y todo g¨¦nero de fabricantes de un merchandising extenuantemente genial.
Est¨¢bamos todav¨ªa en la fase s¨¢dico-anal del No-Do cuando se proyect¨® el film policiaco Recuerda (Spellbound en su versi¨®n original), obra de Hitchcock, llegada tarde, como de costumbre, a las pantallas provincianas de Torrelavega, mi localidad natal. En la pel¨ªcula aparec¨ªa una secuencia en forma de pesadilla del protagonista, Gregory Peck, que hab¨ªa sido dise?ada por Salvador Dal¨ª. Con raz¨®n o sin ella, la pel¨ªcula no est¨¢ considerada entre las mejores del maestro del suspense, por lo que es recordada sobre todo por ese sue?o daliniano, que ni siquiera fue rodado por Hitchcock, sino por uno de sus ayudantes. Y convenientemente recortado por el productor, que dej¨® solo dos minutos de los veinte originales. Para la petit histoire, esa es la pel¨ªcula de la secuencia on¨ªrica y ya est¨¢. La primera vez que la vi me pareci¨® que conten¨ªa menos cine que alguno de los lienzos de Dal¨ª, que tienen tiempo y ensue?o, dos cosas propias del cine, aunque los cuadros no se muevan de la pared en la que est¨¢n fijados. Gracias a Richard Pe?a, director de la secci¨®n de cine del Lincoln Center de Nueva York, pude visionar en una ocasi¨®n la secuencia completa. A la imagen ya can¨®nica de una enorme tijera cortando un ojo gigantesco le siguen un poco m¨¢s all¨¢ la curiosa transformaci¨®n de la carne turgente de Ingrid Bergman en estatua de yeso, para ser despu¨¦s cubierta de hormigas, im¨¢genes cortadas en la versi¨®n establecida por el productor. De los planos respetados en el montaje, quiz¨¢ unas l¨ªneas que se pierden infinitamente hacia el horizonte sean uno de los momentos m¨¢s inquietantes. Tambi¨¦n lo es el de una figura humana que se arroja con lentitud desde lo alto de una torre. En realidad, V¨¦rtigo (Hitchcock, 1958) es m¨¢s surrealista que este surrealismo prefabricado.
En ese viaje hacia atr¨¢s del conocimiento al que nos obligaba la pobreza cultural del aquel tiempo, tardamos algo m¨¢s en poder asistir a la proyecci¨®n de Un perro andaluz. Pero al fin pudimos contemplar en la sala oscura el arrastre de los pianos de cola, los burros putrefactos y los frailes atados. Las im¨¢genes estaban ah¨ª, casi se pod¨ªan tocar. Y a la vez estaban en lo m¨¢s profundo de nuestro cerebro. El cine las hac¨ªa reales hasta dar casi miedo. Y ahora recuerdo que Bu?uel nos cont¨® un d¨ªa que Charles Chaplin amenazaba a sus hijos peque?os con proyectarles Un perro andaluz si no obedec¨ªan en irse a la cama cuando se lo ordenaban.
Salvador Dal¨ª ten¨ªa una concepci¨®n del cine absolutamente radical, de imposible exigencia. En su combate contra el sentimentalismo y el arte putrefacto, coloca al cine en la primera fila, vanguardia de la vanguardia. Si ¨¦l mismo hab¨ªa decidido que su pintura iba a ser ¡°antiart¨ªstica¡±, encontraba que el cine ya lo era por s¨ª mismo. ¡°El filmador antiart¨ªstico ignora el arte, filma de una manera pura, obedeciendo solo las necesidades t¨¦cnicas de su aparato y al instinto infantil y alegr¨ªsimo de su fisiolog¨ªa deportiva¡±. Como tantas otras veces, algunas de las mejores representaciones de Dal¨ª est¨¢n en las im¨¢genes de sus palabras.
Manuel Guti¨¦rrez Arag¨®n es escritor y cineasta.
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