Una cicatriz en una rodilla
A principios de este verano estuve en una cena en la que dos amigos empezaron a disputar entre s¨ª, jocosa y alegre?mente, cu¨¢l de ellos era m¨¢s bi¨®nico debido a sus diversos implantes. Y, as¨ª, echaron mano de sus smartphones y se pusieron a comparar las radiograf¨ªas de sus cuerpos. Im¨¢genes espectrales de tornillos y placas de titanio en caderas, brazos, mand¨ªbulas y v¨¦rtebras empezaron a pasear mesa arriba y mesa abajo para la diversi¨®n de los comensales. Fue un momento alucinante, porque, en efecto, estaban m¨¢s llenos de mecanismos met¨¢licos por dentro que un reloj suizo; pero lo m¨¢s impresionante fue la naturalidad con la que todos asistimos a esa escena de ciencia ficci¨®n, y lo asumido que tenemos el hecho de llevar con nosotros, en nuestros terminales electr¨®nicos, todo el archivo, la memoria, la huella completa de nuestras vidas. ?Se imagina alguien yendo a cenar con amigos hace tan s¨®lo cinco a?os y apareciendo con todas su radiograf¨ªas bajo el brazo, por ejemplo? Ahora somos como caracoles y vamos con nuestra existencia a cuestas. La realidad cambia cada d¨ªa a velocidad vertiginosa, y es tal la capacidad de adaptaci¨®n del ser humano que apenas nos damos cuenta.
Con todo, la an¨¦cdota me record¨®, en ver??si¨®n cibern¨¦tica, un momento genial de una pel¨ªcula de 1990, Las monta?as de la Luna, un estupendo film de aventuras sobre los m¨ªticos exploradores brit¨¢nicos Richard Burton y John Speke, que, a mediados del siglo XIX, emprendieron la b¨²squeda de las fuentes del Nilo a trav¨¦s de una ex¨®tica y desconocida ?frica. Al principio de la pel¨ªcula, Burton y Speke se encuentran en Londres, ya no recuerdo si en mitad de la calle o en un club privado, y, para demostrarse el uno al otro lo avezados exploradores que son, empiezan a ense?arse las cicatrices de sus antiguos viajes, y cada vez la zona que se?alan es m¨¢s ¨ªntima: esto fue el zarpazo de un le¨®n, dice uno abri¨¦ndose la camisa y mostrando las costillas; esto, la herida de la lanza de un mas¨¢i, dice el otro, baj¨¢ndose los pantalones y luciendo una nalga agujereada....
¡°El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida,? de muescas de la peripecia de existir¡±
Y es que ambas escenas, m¨¢s all¨¢ de las evidentes diferencias tecnol¨®gicas, comparten un sustrato id¨¦ntico y esencial, algo b¨¢sico desde la aparici¨®n de los humanos: el hecho de que la vida rompe, la vida mancha, la vida marca. En realidad, si me paro a pensarlo, las cicatrices son lo m¨¢s parecido al smartphone en su faceta de archivo de datos¡ Es informaci¨®n de tu pasado que queda grabada en tu cuerpo de manera visible e indeleble.
Siempre me han gustado las cicatrices. Los personajes de mis novelas muestran una inquietante propensi¨®n a perder dedos y a sufrir tajos que les se?alan todo el cuerpo. No s¨¦ de d¨®nde viene esa tendencia m¨ªa, porque la ficci¨®n nace del inconsciente, de un territorio oscuro que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de lo que uno cree saber. Pero, en cualquier caso, tambi¨¦n me gustan, o no me desagradan, las cicatrices reales. El cuerpo se va llenando de rastros de tu vida, de costurones o agujeros o costuritas, de muescas de la peripecia de existir. Acabo de hacer un r¨¢pido recuento y, si no me equivoco, luzco nueve cicatrices, algunas muy evidentes. Todas ellas tienen una historia detr¨¢s, y aunque la mayor¨ªa sean historias banales, son hitos org¨¢nicos que van jalonando mi tiempo. Es imposible pasar por la vida sin romperte un poco; y creo que la rotura f¨ªsica, la que, tras curarse, deja cierta memoria sobre la piel, es siempre m¨¢s manejable que la ps¨ªquica. Las cicatrices, en fin, demuestran que hemos vivido. No olvidemos que nuestra primera huella propia tras nacer es la cicatriz de nuestro ombligo (naturalmente, no he contado este nudo de carne entre mis nueve se?ales).
Es verdad que hay cicatrices y cicatrices. Que hay destrozos f¨ªsicos que te deforman de tal modo que resultan insuperablemente traum¨¢ticos. No me refiero a esto, por supuesto; cuando los da?os alcanzan tal nivel, son mutilaciones, no cicatrices. Pero de todas formas me gustar¨ªa decir que gracias a una de mis cicatrices he aprendido una de las ense?anzas m¨¢s importantes de mi vida. La llevo desde hace cuarenta a?os, fue de resultas de un accidente y es la m¨¢s visible y espectacular que tengo: un agujero enorme en una rodilla. Pues bien, con mis veinte a?os me puse todas las minifaldas del mundo, aunque me faltara media rodilla. Y, ?saben qu¨¦? Nadie se dio cuenta de la cicatriz, o s¨®lo la advert¨ªan tras meses de frecuentarme. Y esto era as¨ª porque a m¨ª no me importaba, porque yo no la se?alaba con mi angustia o mi complejo, porque yo la hice m¨ªa. O sea: no hay como quererse y aceptarse para que los dem¨¢s te acepten y te quieran.
Twitter: @BrunaHusky
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