La ilusi¨®n brasile?a
Ib¨¦rica de ra¨ªz, mestiza en el destino, embelesada por el poder, heroica, marinera, sensual, inclinada a la intriga novelesca y a la poes¨ªa, el alma de Brasil vive su tiempo m¨¢s luminoso.
El pa¨ªs donde se nace proporciona una visi¨®n ut¨®pica. No hay imparcialidad a la hora de definirlo. Abordo Brasil con cuidado. Acierto y me equivoco. Mas poco importa. Qui¨¦n acertar¨ªa lidiando con un pa¨ªs de semejante magnitud, con un territorio que al sobrevolarlo se corre el riesgo de pensar en el Caribe, a pesar de seguir dentro de sus fronteras. Y que, a pesar de esta desmesura, no sufre turbulencias ling¨¹¨ªsticas. Con el privilegio de ser mestizo en el cuerpo y en la memoria sincr¨¦tica. Un mestizaje que va m¨¢s all¨¢ de los cuerpos, pues ha te?ido el alma y devora las entra?as de su cultura, que es insidiosa y espl¨¦ndida, como debe ser.
Brasil es una amalgama de todos los seres y saberes. Entre tantas etnias, somos fundamentalmente ib¨¦ricos, hijos de la imaginaci¨®n portuguesa y espa?ola. Herederos de un universo impregnado de ficci¨®n, de fantas¨ªa, de una peculiar noci¨®n de la realidad. De una realidad que, concebida como invenci¨®n personal, cada cual narra seg¨²n sus ideas. Propensos nosotros, debido a una vocaci¨®n individualista, a oponernos a los proyectos colectivos, a las organizaciones sociales programadas para durar. Con excepci¨®n tal vez de la construcci¨®n acelerada de la capital, Brasilia, que guarda proporci¨®n con las pir¨¢mides de Egipto.
El realismo patrio est¨¢ moderado en general por una fuerte dosis de fantas¨ªa. As¨ª, tanto inventar como fantasear forman parte de la ¨ªndole social. De ah¨ª que nos agrade aparentar lo que no somos, exhibir lo que nos falta, simular la posesi¨®n de bienes que no tenemos, que pedimos prestados al vecino. En consecuencia, proclamamos, euf¨®ricos, que somos amigos del rey, del presidente, invitados del alcalde de la ciudad. Y para presumir de un valor que no tenemos, sacamos con facilidad del bolsillo del chaleco un nombre famoso, insinuando intimidad con ¨¦l.
Esta danza de apariencia y exhibici¨®n hace mucho que se instal¨® entre nosotros. Somos cortesanos gustosos. El poder es la miel de nuestras vidas. Procede de diversas etnias, pero en especial de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, y prosper¨® en el alma brasile?a antes de que existi¨¦semos como naci¨®n. Un comportamiento social que nos lleva a investigar sobre nuestra g¨¦nesis.
Ni siquiera los ex¨¦getas brasile?os, quienes se aventuraron a definir nuestra ¨ªndole brasile?a, que tan bien refleja nuestra conducta p¨²blica y privada, han logrado asegurarnos de qu¨¦ linaje procedemos, y qu¨¦ es lo que nos une y lo que nos separa. O recorrer a tientas en el horizonte lo que pertenece puramente al ¨¢mbito del misterio. Han dicho incluso con exactitud literal d¨®nde se resguarda la matriz de nuestro ser. Han dicho por medio de voces can¨®nicas y populares lo que significaba ser brasile?o a lo largo del siglo XIX o no reconocerse brasile?o en las turbulencias del siglo XXI.
Acaso ser brasile?o, una denominaci¨®n que cubre el territorio nacional de norte a sur, que abarca por tanto ocho millones de kil¨®metros cuadrados, es simplemente nacer dentro de este territorio, o incluso a la orilla del oc¨¦ano Atl¨¢ntico, ahora que somos due?os de las 200 millas marinas? ?Es nacer en un lugar h¨²medo o seco que no se ve en el mapa ni con lupa? ?Una aldea, al margen de la civilizaci¨®n, que la madre, despu¨¦s de parir al hijo, invent¨® para asegurarle que, as¨ª hubiese venido al mundo en un barranco, era brasile?o? Mientras tanto, le llenaba la cabeza de quimeras, leyendas, relatos, con el fin de garantizarle la certidumbre del nacimiento y la humanidad.
?Ser brasile?o, entonces, es tener la epidermis y el alma mestizas, resultado de las andanzas humanas por el mundo? ?Presentarse a las autoridades provisto de documentos en los que est¨¢ consignada la filiaci¨®n, como nombre del pa¨ªs, fecha de nacimiento, datos, en fin, que se incorporan a la estad¨ªstica y controlan a la ciudadan¨ªa? De qu¨¦ etnia procede su cabello, si es liso o encrespado, mientras que la nariz tiene las fosas anchas, de origen bant¨², y otros, el ap¨¦ndice curvado que indica procedencia semita. Etnias que de nada les sirven a los brasile?os. Lo que vale es formar parte de todas las tribus, proclamarse hijo de las andanzas humanas por el mundo.
?Acaso ser brasile?o es tener idiosincrasias similares, pasiones que se igualan, temperamentos que se agitan con la misma bandera nacional, en la que est¨¢ escrita la divisa ¡°Orden y progreso¡±? ?Norte?os que padecen sed y sure?os que se pierden en las pampas, tomando mate como si fuesen argentinos?
Relatos astutos y mentirosos moldean nuestra historia
?Se es brasile?o por la lengua que se habla en el hogar, en la cama, en la v¨ªa p¨²blica? Con independencia del deje que adopta cada regi¨®n, uno nasal, otro m¨¢s gutural, otro m¨¢s agudo, pero dejes que suenan como m¨²sica en los o¨ªdos de quien se emociona con la fragmentaci¨®n de las caracter¨ªsticas. Una lengua llegada de Portugal hace m¨¢s de quinientos a?os. Y que se convirti¨® en la lengua de los quebrantos, de los deseos er¨®ticos, de la elocuencia parlamentaria, de los sentimientos rec¨®nditos. La lengua de los amantes y de la poes¨ªa. Pero tambi¨¦n de los soldados, de los corruptos que hoy tanto abundan en el territorio nacional, sobre todo en la capital del pa¨ªs. De los dictadores que fueron expulsados tras la implantaci¨®n de la democracia en 1988, de los v¨¢ndalos, de los martirizados de otros tiempos y de los que a¨²n padecen a manos de los poderosos. Tambi¨¦n de los astutos, de los mentirosos, de los falsos due?os de las palabras, de los doctrinarios sin escr¨²pulos que en los tiempos actuales, desde la tribuna de la capital, nos embaucan so pretexto de servirnos. La lengua de los vencedores, de los pecadores. De los que piden perd¨®n sabiendo que volver¨¢n a incurrir en la misma culpa.
Hay muchas maneras de ser brasile?o. Es re¨ªr confrontados con el rid¨ªculo que atribuimos al vecino como causante de la situaci¨®n opresiva. Re¨ªr para que aprecien nuestro humor. Es llorar cuando el dolor es p¨²blico y nuestro llanto demuestra la excelencia de nuestro car¨¢cter, nuestra sensibilidad al dolor ajeno. Es abrazar a quien sufre como si la manifestaci¨®n de pesar le asegurase al otro que seremos eternamente solidarios.
Ser brasile?o es desgarrarse las cuerdas vocales a la hora del gol, como modo de llevarnos la ilusi¨®n a casa y con ella afrontar la semana entrante a pesar del transporte, de las deudas que se acumulan, de la educaci¨®n precaria de los hijos, de la vivienda que un temporal derriba matando a dos o tres familiares. Es beber la cerveza que el vulgo y la emoci¨®n llaman rubia helada, como si se estuviesen refiri¨¦ndose qui¨¦n sabe si a la rubia Marilyn Monroe, creando un v¨ªnculo er¨®tico con la botella, de forma que busquemos similitudes en torno a la mesa y dejemos para m¨¢s tarde las divergencias que nos apartan, pues conviene olvidar que son escasos los recursos que nos unen. Es decir pullas que atraigan la expectaci¨®n de los vecinos, tomando como objeto de nuestra crueldad a alguien a quien era necesario castigar. Un homosexual, por ejemplo, un travesti, una prostituta. No hay piedad en ning¨²n pa¨ªs.
Aparentamos, entonces, ser cervantinos. Somos brasile?os como cuando abrazamos a quien est¨¢ pr¨®ximo, al vecino en la hora del gol que decide el partido, fortalecidos por la esperanza de vencer los embates de la semana entrante. Como cuando, emotivos y vulgares, sorbemos la cerveza que cristaliza similitudes en torno a la mesa y transfiere al futuro las divergencias que ahora nos apartan.
Ser brasile?o es aceptar el misterio, convencido de que como Dios es brasile?o, le corresponde solucionar nuestros conflictos. Es saber que Brasil es nuestra morada y el alojamiento de nuestros muertos, y que nada nos faltar¨¢. Ni techo, ni sopa humeante. La vida nos provee de sol, sal, alegr¨ªa y la esperanza de los d¨ªas venideros.
Al fin y al cabo, en los tr¨®picos brasile?os las cosechas se multiplican como en las bodas de Cana¨¢n. Es la tierra de la que P¨ºro Vaz de Caminha, en 1500, asegur¨® al rey don Manuel, en Lisboa, que aqu¨ª lo que se plantase nacer¨ªa. As¨ª nacieron los pl¨¢tanos de la infancia junto a la fecundidad de palabra de la lengua lusa portuguesa. Para nosotros, los ciudadanos, es una especie de para¨ªso que premia la memoria tanto con recuerdos como con olvido. Pues tenemos la propiedad de olvidar lo que conviene borrar. Tampoco prospera la trascendencia, a pesar de los cultos sincr¨¦ticos y de que Dios est¨¦ en todas partes, y no se respeta el enigma. No tenemos, por tanto, vocaci¨®n filos¨®fica, como los alemanes. Y debido a la fuerza de la intriga y a la inmanencia de la met¨¢fora, nos inclinamos por la novela y por la poes¨ªa.
Con todo, la memoria que los brasile?os cultivan se corresponde con la materia que guardamos del mundo. En consecuencia, para ser brasile?os somos griegos, romanos, ¨¢rabes, hebreos, africanos, orientales. Somos parte esencial de las civilizaciones que desembarcaron en esta tierra en la que afloran la abundancia, la alegr¨ªa, la traici¨®n, la ingenuidad, el triunfo del bien y del mal, la ilusi¨®n, la melancol¨ªa. Atributos todos ellos nutridos por el frijol negro bien guisado, el arroz blanco bien suelto, el bizcocho de ma¨ªz, el bistec encebollado y los ¨¢ngeles de az¨²car y yema de huevo que adornan el paisaje atl¨¢ntico y del interior.
En Brasil, a lo largo de los siglos, han surgido relatos astutos y mentirosos que moderan nuestra historia. H¨¦roes y malhechores, de estirpes enmara?adas. Otrora abominados, hoy reverenciados. ?A qui¨¦n le interesa el juicio hist¨®rico? Pero personajes acordes con las torpezas y las inquietudes de su tiempo. Acomodados a la sombra del mango que resiste los a?os, mientras pulsaban las cuerdas de la viola y del coraz¨®n.
Cuna de h¨¦roes y marineros, en este litoral los barcos de la imaginaci¨®n cruzaron los mares, instalaron culturas hechas de las sobras ajenas. Quien aqu¨ª naci¨®, o aqu¨ª desembarc¨®, hundi¨® en el pecho brasile?o banderas, h¨¢bitos, lengua, locas demencias.
Es necesario, por tanto, que al viajar a Brasil, el extranjero se apresure a dominar su historia y sus leyes que, aunque promulgadas, dan margen a m¨²ltiples interpretaciones. Que coteje si el tema que le interesa est¨¢ armonizado entre los diversos poderes p¨²blicos de Brasilia. Si de verdad es el para¨ªso fiscal en el que ha so?ado invertir su capital vol¨¢til, una pretensi¨®n contraria a nuestros intereses relacionados con el desarrollo econ¨®mico real del pa¨ªs. Sobre todo, conviene auscultar los sentimientos del brasile?o, su simpat¨ªa, su astucia, la vocaci¨®n con la que altera las reglas de la vida y del mercado econ¨®mico. C¨®mo en medio de cualquier proceso altera leyes y directrices. C¨®mo gana un tiempo que para el inversor constituye un perjuicio, aunque las autoridades no sepan qu¨¦ hacer con el tiempo que guard¨®. Conviene, s¨ª, sondear el coraz¨®n del brasile?o, que se divide entre la familia y los amores clandestinos, leyendo a los ex¨¦getas de la patria, a los novelistas, a los poetas. De ellos emana la lectura que les dar¨¢ la talla, la medida, las sustancias del ser brasile?o. La ex¨¦gesis que ahonda en la genealog¨ªa de los afectos. Que intent¨® acercarse a este coraz¨®n brasile?o. Tal vez se deslumbre con este pueblo singular, que trata lo cotidiano con admirable irreflexi¨®n. Y que, a pesar de carnavalizar la realidad, tambi¨¦n da s¨ªntomas de melancol¨ªa.
Es necesario saber y tener a diario en cuenta que en Brasil naci¨® Machado de Assis, cuyo determinismo se incumpli¨® porque no previ¨® la propia grandeza. Y de cuya obra surge la palabra que nos define y concede a la naci¨®n un destino vibrante y el amanecer de cada d¨ªa.
Amigos, sed todos bienvenidos a esta tierra amada.
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