El hombre que escucha y ayuda a aprender a amar
El psicoanalista Stephen Grosz indaga en los miedos y sentimientos que nos asaltan con frecuencia en tiempos convulsos
Cambiando sus nombres y otros datos para respetar su confidencialidad, Stephen Grosz describe con extrema sencillez las complejas vivencias de sus pacientes. A los 61 a?os, este psicoanalista descendiente de jud¨ªos h¨²ngaros y rusos, nacido en las afueras de Chicago y residente en Londres, ha publicado su primer libro en Espa?a, La mujer que no sab¨ªa amar, editado por Debate y que en su edici¨®n en ingl¨¦s (The examined life) ha sido elegido por la cr¨ªtica literaria de The New York Times como uno de los diez libros m¨¢s importantes de 2013. La obra recoge los art¨ªculos que Grosz ha ido publicando en El Pa¨ªs Semanal las ¨²ltimas 14 semanas, y otros 17 m¨¢s, partiendo de las ¡°cerca de 50.000 horas de psicoan¨¢lisis¡± practicado a lo largo de 25 a?os en su estudio-vivienda de Hampstead, el barrio residencial del norte de Londres donde se refugi¨® en 1938 el creador de esa terapia, Sigmund Freud, tras escapar de la Viena invadida por los nazis. Grosz ha dedicado su primer libro a contar casos de pacientes en situaci¨®n de p¨¦rdida o de cambio, y prepara ya el segundo, que tratar¨¢ sobre el amor y la relaci¨®n de pareja.
Alto y fornido, vestido totalmente de negro, Grosz abre la puerta de su casa londinense de tres pisos con una sonrisa de anuncio de dent¨ªfrico. Parece un actor de teatro, tiene una cara apacible y tranquilizadora y unas extremidades enormes. Enseguida invita al periodista a pasar a su estudio. Bajo una de las ventanas est¨¢ el inefable div¨¢n, que es en realidad una cama con una almohadita blanca; cerca de la cabecera est¨¢ el sill¨®n de orejas donde Grosz escucha a sus pacientes, y a un lado hay una simple mesa de madera con el ordenador donde escribe y toma notas.
Sobre el ordenador, Grosz tiene pegados con celo en la pared cinco folios blancos con citas y correos electr¨®nicos. ¡°Son frases de lectores a los que les ha gustado el libro, y otras que me ayudan a pensar en lo que estoy escribiendo ahora¡±, explica. Hay una cita de Virginia Woolf y otra extra¨ªda de las memorias de John Updike, Self-consciussness, que dice: ¡°El ser humano no puede ser dejado solo. Necesitamos otras presencias. Necesitamos los ruidos suaves de la noche ¨Cuna madre hablando en el piso de abajo¨C. Necesitamos los peque?os clics y los suspiros de una alteridad duradera. Necesitamos a los dioses¡±.
La casa, que destaca por la ausencia casi absoluta de muebles, es este lunes por la ma?ana un peque?o caos: en el piso de arriba est¨¢ el comedor, que es tambi¨¦n la sala de estudio de sus dos hijos, de 11 y ocho a?os, y la cocina. All¨ª anda la hija mayor, una vivaracha y flaca pelirroja que juega con un perro que parece de caza, tambi¨¦n guapo y flaco. En la conversaci¨®n, Grosz reflexiona sobre su oficio y sobre los viejos y nuevos miedos que aquejan a la sociedad occidental desde que el doctor Freud comenzara a escuchar a sus pacientes en la Viena del siglo XIX.
¡°Lo siguiente que quiero escribir tiene que ver con los obst¨¢culos que encontramos para relacionarnos, los desencuentros de las parejas y los obst¨¢culos que nos ponemos para amar a los otros¡±, cuenta Grosz. ¡°Veo mucha gente que habla sola porque tiene miedo de hablar con otros. Parad¨®jicamente, un obs?t¨¢culo para amar es que son incapaces de odiar. Otros problemas son el miedo a decepcionar y a elegir a la persona inadecuada. La envidia es otro obst¨¢culo. Mucha gente vive en un duelo permanente y no siente agradecimiento por lo que tiene o recibe. La gratitud nos lleva hacia el amor. Si no apreciamos a alguien, es imposible quererlo. Pero muchos sienten miedo de rendirse al amor¡±.
Grosz basa sus textos en la capacidad de empat¨ªa y observaci¨®n, y en su forma clara y simple de bucear en los recovecos del alma humana. Esto, seg¨²n ha escrito la cr¨ªtica de The New York Times Michiko Kakutani, le si??t¨²a a medio camino entre Freud, Anton Chejov y Oliver Sacks, el neur¨®logo brit¨¢nico autor del libro Despertares. ¡°Me siento desbordado por esa rese?a. Entendi¨® muy bien lo que intentaba hacer. Alguien ha declarado que no escribo tanto sobre la gente como sobre los momentos de cambio. Creo que es justo¡±, cuenta.
Al darle forma de relatos cortos, Grosz reduce al hueso la historia de un paciente al que ha o¨ªdo millones de palabras. ¡°Eso las hace realmente an¨®nimas, y ayuda a que el lector pueda pensar que est¨¢ leyendo sobre s¨ª mismo¡±. Algunos, sin embargo, ven a Grosz como un autor de autoayuda, y expresan dudas sobre el uso p¨²blico del pacto de confidencialidad m¨¦dico-paciente y sobre una posible explotaci¨®n comercial del dolor. ¡°Desde que existe la medicina y la psicolog¨ªa, los psico?analistas hemos tenido que escribir sobre lo que aprendemos acerca de nuestros pacientes¡±, replica. ¡°Eso es lo que siempre hemos hecho. Hemos reflexionado mucho sobre la confidencialidad porque es nuestra primera obligaci¨®n. Sabiendo eso, podemos trabajar para comunicarnos con otros a trav¨¦s de casos an¨®nimos, escondiendo la identidad real bajo nombres y datos supuestos. En mi caso, les pregunt¨¦ a algunos pacientes qu¨¦ les parec¨ªa que utilizara su caso, y a todos les gust¨® que publique sus historias. Algunos creen, no todos, que leerlas puede ayudar a otros¡±.
Sobre la autoayuda, Grosz deja una respuesta dif¨ªcil de rebatir: ¡°Conozco poco a Paulo Coelho, pero creo que antes de que naciera ese g¨¦nero, los libros ya ayudaban a la gente a vivir mejor. Un paciente que ten¨ªa una familia tremenda me dijo divertido que Tolst¨®i, Dostoievski y Montaigne le hab¨ªan dado modelos para entender a la gente. Yo podr¨ªa haber escrito papeles profesionales, pero prefer¨ª hacerlo simple y renunciar a los tecnicismos para que las historias hagan pensar. Contar historias es la mejor forma de comunicarnos. No creo que mi libro sea autoayuda en ning¨²n caso, pero si ayuda a alguien, genial. Adem¨¢s hay estupendos libros de autoayuda escritos desde el coraz¨®n. Dear Sugar, de Cheryl Strayed, es fant¨¢stico, brillante y da buen¨ªsimos consejos¡±.
Veo cantidad de gente que habla sola porque tiene miedo de hablar con otros
En todo caso, Grosz, que acaba de presentar su libro en Nueva York con Siri Hustvedt, la mujer de Paul Auster y autora de la celebrada novela psicoanal¨ªtica Eleg¨ªa para un americano, adora la literatura y dice que para ¨¦l es un honor que le comparen con Chejov, ¡°cuyas historias son una ventana abierta al coraz¨®n humano¡±, y publicar ¡°al lado de Javier Mar¨ªas¡± en El Pa¨ªs Semanal.
¡°He le¨ªdo mucha literatura y mucha poes¨ªa espa?ola¡±, cuenta. ¡°Lorca, Vallejo, Neruda, Pedro Salinas, al que por cierto cito en el libro¡ Unamuno¡ Cuando estudiaba en Berkeley siendo un adolescente, me di cuenta de que esos poetas eran asombrosos, una puerta hacia el mundo de los sentimientos humanos igual de potente que el psicoan¨¢lisis, y como ninguna otra poes¨ªa del mundo¡±.
?No habr¨¢ tambi¨¦n una especie de venganza hacia tanto silencio guardado durante tiempo escuchando a los otros? ¡°No. Los analistas somos m¨¢s activos y estamos m¨¢s presentes que en las pel¨ªculas de Woody Allen. Muchos lectores no se pueden permitir pagar estas sesiones. Muchos son gente de ¨¦xito, pero tienen problemas personales, o con sus hijos, o quieren vivir mejor. Nosotros no los juzgamos. La empat¨ªa es el n¨²cleo central del an¨¢lisis, lo que permite a la gente hablar desde el coraz¨®n y contar lo que no cuentan a nadie¡±.
El hecho de ser padre ¨Ctard¨ªo¨C tambi¨¦n influy¨® en la decisi¨®n de publicar sus escritos, reconoce divertido Grosz: ¡°Mi madre muri¨® a los 64 a?os, mi padre estuvo a punto de morir joven a causa de dos infartos. Yo me cas¨¦ a los 50 a?os por segunda vez. Y me pregunt¨¦ qu¨¦ quer¨ªa que mis hijos supieran de m¨ª cuando no estuviera. Esa fue la primera motivaci¨®n. El libro es para ellos. La mortalidad influy¨® sin duda, lo curioso es que mi padre tiene ahora 93 a?os y est¨¢ san¨ªsimo. La vida casi nunca discurre por donde uno espera¡±.
Grosz define al psicoanalista como detective, traductor y gu¨ªa, y lo explica as¨ª: ¡°Tenemos que investigar el pasado y el presente como si fu¨¦ramos detectives. Tenemos que interpretar las palabras de los pacientes y traducir su inconsciente. Y somos tambi¨¦n gu¨ªas porque tenemos que llevarlos a sitios donde no quieren ir, ayudarles a ver lo que menos ganas tienen de ver¡±.
¨C?Se siente un sustituto del amigo, o del cura?
¨C?Es distinto! Seg¨²n me dijo un amigo analista que antes fue cura, no tiene nada que ver. La gran diferencia es la aceptaci¨®n. Los curas castigan antes de absolver. Aqu¨ª no hay castigo. Y tampoco somos amigos¡±.
La familia es uno de los grandes motores del psicoan¨¢lisis. ?Qu¨¦ ser¨ªa de Freud y sus secuaces si no existieran Edipo, Electra y todo lo dem¨¢s? ?Sigue esto siendo as¨ª? ?Seguimos sufriendo por las mismas cosas que hace 150 a?os? ¡°Soy un psicoanalista y no soy excesivamente freudiano, he aprendido de varios, de Donald Winnicott, de Melanie Klein (rival de Anna Freud, hija del fundador) y de muchos colegas que hacen conductismo, terapia de parejas, de grupo¡ Pero le¨ª l¨ªnea a l¨ªnea a Freud cuando mi mujer tradujo, hace unos a?os, un libro sobre la histeria, y me di cuenta de que muchos problemas que tratamos ahora exist¨ªan ya entonces. Es emotivo ver c¨®mo nos siguen atenazando los mismos problemas¡±.
Grosz matiza que es ¡°muy importante saber que no hay dos pacientes iguales. Un hombre me cont¨® que nunca se hab¨ªa sentado a hablar solo con su madre porque ten¨ªa una familia numerosa. Pero sucede en otras familias. Nuestro trabajo es escuchar: a veces, la experiencia de ser escuchado vuela la cabeza de la gente. Y hay arquetipos que no cambian: no se puede cambiar sin p¨¦rdidas, sin renuncias. Y hay una estrecha relaci¨®n entre familia y tensi¨®n, y entre ¨¦xito y depresi¨®n, porque tener ¨¦xito a menudo significa renunciar a cosas cercanas¡±.
Cuando se public¨® la lista de las organizaciones terroristas, alguien sostuvo que la familia deber¨ªa figurar en ella porque es la estructura m¨¢s letal. Grosz sonr¨ªe: ¡°Un amigo m¨ªo dice que los amigos son los dioses que vienen a pedir perd¨®n por nuestras familias. Y un paciente me dijo una vez: el hogar es el sitio m¨¢s peligroso que existe. Puede que sea verdad. Aunque algunos padres son maravillosos. A menudo, los problemas donde m¨¢s ayuda necesitamos son suprimidos por la familia, que siente verg¨¹enza y se convierte as¨ª en peligrosa porque te hace sentir culpable. Generalmente las familias nos quieren, pero menos veces nos aceptan tal como somos. Casi siempre son una mezcla de peligro y cari?o¡±.
?La infancia sigue siendo el origen de todos los problemas? ¡°Muchas cosas vienen de la infancia, pero yo trato sobre todo a adultos, y tambi¨¦n estos sufren traumas. Decepciones, enfermedades, embarazos indeseados, crisis¡ La infancia prefigura nuestra personalidad, pero lo importante sucede en el presente, no en el pasado ni en el futuro. Mi trabajo consiste en influir sobre el presente. No puedo cambiar lo que fue o lo que ser¨¢. Aunque muchas veces es necesario entender el pasado, sin obsesionarse, y reducir las fantas¨ªas sobre el futuro para poder cambiar¡±.
Muchas personas se costruyen un sistema de defensa antidepresivo. Intentan no sentir
Una novedad reciente en los gabinetes de los psiquiatras es Internet: la adicci¨®n a la vida virtual. ?Han cambiado las patolog¨ªas desde hace 30 a?os? ¡°Hoy estamos m¨¢s despistados que nunca, rodeados de iPads, iPhones, correo electr¨®nico, Facebook, las p¨¢ginas pornogr¨¢ficas¡ Antes la gente pasaba un d¨ªa entero leyendo un libro, ahora parece imposible. Estamos siendo transformados por la tecnolog¨ªa y por la crisis econ¨®mica: se dir¨ªa que tenemos que estar en un estado de alegr¨ªa permanente, dispuestos a vendernos a cada momento. El que es triste y callado parece enfermo, aunque sea normal estar triste. Mucha gente se construye un sistema de defensa antidepresivo: bebida, pornograf¨ªa, prostitutas, deporte, demasiado trabajo, demasiada comida. Intentan no sentir. Muchos vienen para reconstruirse o a pedir que los mantenga arriba. Y no puedo, claro. En realidad es una forma de automedicaci¨®n. Ese estilo antidepresivo ha aumentado en los ¨²ltimos a?os¡±.
Como terapeuta de fama, Grosz atiende a algunos famosos. Celebridades, figuras del espect¨¢culo y la pol¨ªtica, mandarines de la econom¨ªa salvaje¡ ?Hay una enfermedad espec¨ªfica del famoso? ¡°Nadie me ha preguntado eso nunca. S¨ª, son un nuevo tipo de pacientes. Para que haya una relaci¨®n de intimidad tiene que haber igualdad. El personaje conocido tiene todo el poder, y la persona cercana que no lo es suele estar agradecida y enfadada a la vez. Y eso suele producir una gran tensi¨®n familiar. Por eso hay tantos divorcios, tantas adicciones entre la gente que acaba de ganar un Oscar, por ejemplo. Lo que suele pasar es que esas celebridades son tres cosas a la vez: el personaje p¨²blico, el personaje privado y la persona secreta. A los adolescentes les pasa lo mismo: un personaje p¨²blico en Facebook, otro p¨²blico-privado y otro secreto¡±.
En los casos de Grosz hay mucha gente incapaz de llorar. Le pregunto si las l¨¢grimas son el primer paso hacia la curaci¨®n. Y dice: ¡°Llorar tiene que ver con la capacidad de sentirse vivo. Muchos vienen y me dicen que se aprecian muertos o que fingen ese sentimiento que saben deber¨ªan tener. Parte de la soluci¨®n es ayudarles a descubrir qu¨¦ perciben realmente. Entenderlos para ayudarles a que tomen decisiones basadas en esos sentimientos¡±.
Y, por fin, el sexo. Grosz admite que no hay demasiado en sus escritos. ¡°Es importante, pero cada persona es ¨²nica. Es parte de la respuesta a qui¨¦nes somos. Unos lo usan para estar cerca de otros, pero muchos frecuentan a prostitutas para evitar compartir su intimidad o para no entregarse emocionalmente a una persona. Es uno de los temas del pr¨®ximo libro: la distancia entre lo que decimos que somos y nuestra sexualidad real. Homosexual y heterosexual son categor¨ªas demasiado cerradas. Todos somos m¨¢s complejos que eso. Sobre todo en las mujeres, la sexualidad es muy fluida, muy cambiante¡±.
La extensi¨®n de la vida hasta edades avanzadas presenta otro problema: si los psicoanalistas no han estado ah¨ª antes, ?c¨®mo ayudar a sus pacientes ancianos? ¡°?Con ayuda! Ellos suelen decirte lo que es correcto y lo que no¡±.
Las drogas siguen siendo un problema mayor. ¡°Puedes matarte con cualquiera. Lo importante es saber por qu¨¦ quieres hacerlo, de d¨®nde viene ese impulso de autodestrucci¨®n¡±.
La ¨²ltima imagen es la del analista analizado. Grosz dice que se castiga y se premia cada d¨ªa por estar a la altura como padre, y a?ade que el fracaso en sus sesiones es continuo, ¡°aunque a veces ese no avanzar es positivo porque estabiliza, y porque, en el fondo, es dif¨ªcil que la gente cambie, y solo intentarlo es ya un triunfo. En ocasiones, simplemente, no podemos tender y construir puentes, y es duro. La gente ve en nosotros una figura materna, y es muy decepcionante¡±, admite.
Pero los psicoanalistas tienen una ventaja: se tratan entre ellos, y ejercen el desarrollo profesional continuo: ¡°Para ser analista debes analizarte. Vamos a terapias de grupo, nos contamos casos, nos ayudamos¡±. ?l mismo se psicoanaliz¨® hace algunos a?os. ¡°Forma parte del entrenamiento. Di unas sesiones con un hombre muy distinto a m¨ª, un psicoanalista italiano muy distinguido, un gran cl¨ªnico¡±.
¨C?Y qu¨¦, est¨¢ bien?
¨C?Espero que s¨ª, al menos tan bien como puedo!
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