Diez iconos b¨¦licos
Desde el casco con pincho de los alemanes que aterraba al enemigo, pero facilitaba el tiro, hasta los pantalones rojos de los franceses. Objetos convertidos en emblemas de la barbarie
1. Pickelhaube
El tradicional casco con pincho del ej¨¦rcito alem¨¢n, muy siglo XIX, es indefectiblemente uno de los iconos de la Gran Guerra, el reverso de la tierna amapola de Flandes. S¨ªmbolo de militarismo y poder¨ªo, introduce en un elemento inicialmente defensivo (el casco) un matiz ofensivo (el pincho), adem¨¢s de arrojar una imagen de notables? violencia y agresividad. Los regimientos equipados con Pickelhaube parecen avanzar con el doble de bayonetas. Para la propaganda Aliada representaba estupendamente la brutalidad germana. Imposible separar este tipo de casco de la estampa de arrogancia, belicosidad y hasta bravuconer¨ªa que ofrec¨ªa el Alto Mando alem¨¢n con sus Hindenburgs, Ludendorffs y Von Moltkes y a su cabeza (nunca mejor dicho) el K¨¢iser Guillermo II, al que algunos autores atribuyen una especial responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra.?? El Pickelhaube o Pickelhelm fue dise?ado por Federico Guillermo IV de Prusia que lo convirti¨® en el casco reglamentario de la infanter¨ªa prusiana en 1842. El modelo tuvo ¨¦xito y se extendi¨® por los dem¨¢s principados alemanes. Pero ya en 1842 el poeta Heine se mofaba del Pickelhaube como s¨ªmbolo reaccionario y jugaba con la idea de que el pincho pudiera atraer rayos de modernidad a las cabezas rom¨¢nticas. Los ej¨¦rcitos del II Reich fueron a la guerra en el 14 con una variante m¨¢s barata de los ostentosos cascos met¨¢licos que empleaban los generales y altos dignatarios -y que nadie luci¨® como (en su tiempo) Bismarck sobre sus bigotes de morsa-. Esos Pickelhaube de lujo inclu¨ªan plumas, crines de caballo y otros adornos. Los de los soldados estaban hechos de cuero con adornos de metal y se los hab¨ªa dotado de una cubierta de lona marr¨®n (luego Feldgrau), el ?berzug, para protegerlos de la suciedad y hacerlos menos visibles en combate.? Los cascos de pinchos demostraron ser poco pr¨¢cticos para la guerra de trincheras, y adem¨¢s no te pod¨ªas sentar encima, aunque como abrelatas seguramente no ten¨ªan precio. Ofrec¨ªan escasa protecci¨®n para la metralla y el pincho, aparte que le pod¨ªas vaciar un ojo al camarada en pleno Angriff, hac¨ªa al soldado muy conspicuo. En 1915 se les quit¨® esa inc¨®moda protuberancia. A partir de 1916 fueron progresivamente reemplazados por el moderno casco de acero, el Stahlhelm, lo que redujo las heridas mortales en la cabeza un 70 %.? El Pickelhaube seleccionado aqu¨ª y que, en muy material met¨¢fora de la muerte de los caducos valores y sue?os imperiales, presenta un tremendo impacto frontal, pertenec¨ªa a un (desafortunado) oficial y forma parte de la espl¨¦ndida colecci¨®n Charles Friese de 560 cascos alemanes que se exhibe en el museo del Fort de la Pompelle, cerca de Reims.?
2. El coche de Sarajevo
?Es tentador pensar que si ese coche hubiera sido cubierto o blindado o si su conductor se hubiera mostrado m¨¢s h¨¢bil o hubiera existido el GPS no se hubiera desencadenado un aterrador conflicto que caus¨® unos 16 millones de muertos (?uno cada segundo de la guerra!). En realidad no es cierto: seg¨²n los historiadores, la I Guerra Mundial hubiera estallado igualmente sin el atentado de Saravejo, pues las tensiones pol¨ªticas, el inexorable juego de alianzas y los planes militares conduc¨ªan a la cat¨¢strofe. No importa, en el imaginario colectivo el Gr?f & Stift de seis plazas en el que fue asesinado el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio Austroh¨²ngaro el 28 de junio de 1914, junto con su mujer, tiene tanto peso como? el Lincoln Continental de JFK en Dallas, otro descapotable ba?ado en sangre y que marc¨® el fin de una ¨¦poca. El autom¨®vil de Saravejo, ante el que no puedes dejar de estremecerte pues se conserva igualito que aquel nefasto d¨ªa en que circulaba despistadamente junto al Miljacka, se pod¨ªa ver (e incluso subirte en un despiste de la vigilancia) hasta hace unos meses en el museo militar (Heeresgeschichtliches) de Viena, pero ahora ha sido provisionalmente retirado de circulaci¨®n (?) mientras se renuevan las salas dedicadas a la I Guerra Mundial con motivo del centenario. Es tentador imaginar que est¨¢ pasando una suerte de ITV hist¨®rica. El coche volver¨¢ a exhibirse a partir del pr¨®ximo 28 de junio, cuando cumple exactamente un siglo de su sangrienta cita con el destino. El fetichismo quiere que no le hayan limpiado la tapicer¨ªa. El Gr?f & Stiff inici¨® aquel recorrido por la capital serbia en una ¨¦poca y al frenar definitivamente al final de los acontecimientos aparc¨® ¨Caunque muchos a¨²n no se dieron cuenta- en otra. El autom¨®vil, viva imagen de la pompa austroh¨²ngara con sus ilustres ocupantes vestidos de gala y el estandarte de los Habsburgo flameando junto al estribo, desfil¨® en una comitiva de seis veh¨ªculos por la ciudad en lo que para muchos serbios debi¨® parecer una se?ora provocaci¨®n. El pu?ado de terroristas (seis) que acechaba el recorrido y a los que algunos historiadores gustan de comparar con los de Al Qaeda, aunque eran unos aficionados, y muy jovencitos, se movi¨® entre la chapuza y, sorprendentemente, el ¨¦xito absoluto. Lanzaron una bomba, que el archiduque desvi¨® con el brazo y que estall¨® en la calle. Y en ¨²ltima instancia, el personaje del d¨ªa, Gavrilo Princip, que se encontr¨® el coche por casualidad cuando sal¨ªa de una tienda de comprarse un s¨¢ndwich, fue capaz de con dos ¨²nicos disparos de rev¨®lver matar a Francisco Fernando y a su mujer, demostrando de paso que las medidas de seguridad en torno al archiduque eran de risa (?c¨®mo es que no lo sacaron de all¨ª enseguida tras el primer intento de magnicidio?). Princip se carg¨® al hombre equivocado ¨Cel heredero no era favorable a la guerra- y dio a los halcones del imperio Austroh¨²ngaro el pretexto para declarar la guerra a Serbia e invadirla, lo que puso a rodar, como un monstruoso cig¨¹e?al, el oscuro veh¨ªculo en el que viajaban los cuatro jinetes del apocalipsis.
3. La trinchera
La trinchera, inseparable de la alambrada, la ametralladora y la yperita, es el gran s¨ªmbolo de la I Guerra Mundial. Ya se hab¨ªan hecho antes (desde Troya, en realidad) y se han seguido cavando despu¨¦s, pero la escala de lo que se hizo entonces super¨® todo lo imaginable: una serie de gigantescas cicatrices zigzagueantes trazadas sobre paisajes de sobrecogedora desolaci¨®n que siguen ah¨ª como recordatorio de la Gran Guerra. Infinidad de soldados se vieron obligados a vivir en condiciones precarias y a menudo inhumanas en un laberinto de trincheras enfrentadas que en el frente occidental discurr¨ªa pr¨¢cticamente desde Suiza hasta el mar del Norte. A menudo embarradas y llenas de inmundicia, desperdicios y ratas, las trincheras, apoteosis de la pala, manten¨ªan a los soldados m¨¢s o menos vivos entre ataque y ataque pero a costa de padecimientos inenarrables. El fr¨ªo, el hambre, la miseria y el miedo reinaban en esos espacios claustrof¨®bicos, insanos y peligrosos en los que millones de hombres lo pasaron realmente fatal. Por no hablar de las vistas, tan deprimentes: la tierra de nadie humeante y llena de cr¨¢teres donde se pudr¨ªan los cad¨¢veres de amigos y enemigos. Eran las trincheras una antesala del infierno y a veces se convert¨ªan en el averno mismo. La Guerra Civil de EE UU ya hab¨ªa mostrado que la capacidad mort¨ªfera de las nuevas armas de fuego abocaba las batallas a un irremediable estatismo. Ya no bastaba con ser un h¨¦roe: los nuevos fusiles y sobre todo las ametralladoras pod¨ªan dar cuenta de regimientos enteros de valientes que avanzaran a la antigua usanza, sin protecci¨®n. Eso sin contar el efecto devastador de la nueva artiller¨ªa pesada. La Gran Guerra comenz¨® entre el general optimismo de muchos militares que, pese a las advertencias y los augurios, se las promet¨ªan muy felices. Fue aquello de que ¡°por navidad en casa¡±, la esperanza de una victoria r¨¢pida y completa, cuya expresi¨®n m¨¢s depurada era el plan Schlieffen con el que los alemanes confiaban derrotar a Francia en seis semanas flanque¨¢ndolos en una invasi¨®n a trav¨¦s de B¨¦lgica. Result¨® una ilusi¨®n. La mezcla de potencia de fuego, enormidad de los ej¨¦rcitos y falta de movilidad (la mecanizaci¨®n era a¨²n muy escasa) condujo al punto muerto, las batallas de desgaste, el estancamiento y a esa aberraci¨®n (dentro de la aberraci¨®n que es la guerra) que fue la guerra de trincheras a gran escala. Parad¨®jicamente, entre ataques masivos que resultaban poco menos que suicidas, regresaron ¨Cadem¨¢s de un sorprendente uso del ocio- formas de lucha casi primitivas que inclu¨ªan el cuerpo a cuerpo incluso con mazas. La ametralladora result¨® decisiva a la hora de fomentar la inmovilidad. Nadie ha expresado mejor sus efectos que Robert Graves en Adi¨®s a todo eso, en el episodio en que un pelot¨®n se tira al suelo y cuando el oficial se pone en pie, les ordena seguir, nadie le hace caso y grita? a sus hombres ¡°?malditos cobardes, adelante!¡±, el sargento carraspea y le indica: ¡°Nada de cobardes, se?or, est¨¢n todos endemoniadamente muertos¡±.?? La ametralladora los hab¨ªa barrido cuando intentaran levantarse en respuesta al silbato del oficial. Hay muchas trincheras musealizadas y visitables, las alemanas generalmente mejores que las francesas, pues estos las ve¨ªan como provisionales (se luchaba sobre territorio patrio que hab¨ªa que liberar), pero aqu¨ª recomendamos la recreaci¨®n que se ha hecho en el Imperial War Museum de Londres, la Trench Experience, que permite revivir por un rato la intensa sensaci¨®n de estar en uno de esos lugares en v¨ªsperas de un ataque, y de noche. Con eso y una novela gr¨¢fica de Jacques Tardi sobre la guerra vas servido.
4. Locomotora turca
S¨ª, una locomotora turca es un objeto muy grande, pero tambi¨¦n simboliza, adem¨¢s del papel fundamental de los trenes en general en la movilizaci¨®n de tropas hacia todos los frentes, una aventura enorme que a veces olvidamos que fue parte de la I Guerra Mundial: la rebeli¨®n ¨¢rabe, aquella lucha en la que se forj¨® la leyenda de T. E. Lawrence, uno de los personajes inolvidables de la Gran Guerra, y tan vinculado a ella, en realidad, como Foch, Joffre o Pershing. La locomotora turca, objetivo estelar junto con Aqaba de los esfuerzos de Lawrence de Arabia, el emir Dinamita,? nos recuerda adem¨¢s que aquella guerra tuvo muchos frentes, algunos ex¨®ticos, como el desierto, Palestina, Mesopotamia, o las colonias africanas, donde brit¨¢nicos, franceses y alemanes combatieron en paisajes y condiciones muy distintos de los del Somme o Verd¨²n.? En el ?frica oriental se vivieron numerosos episodios b¨¦licos ¨Cque han pasado a nuestro imaginario con pel¨ªculas como La Reina de ?frica o Lejos de ?frica- y despuntaron personajes como el notable general alem¨¢n Von Lettow-Vorbeck, el vencedor de Tanga, con sus askaris negros, sin olvidar que en ese teatro muri¨® alcanzado por un francotirador germano el gran cazador y explorador Selous (v¨¦ase su busto en las escaleras a fondo del gran vest¨ªbulo del Museo de Historia Natural de Londres), mientras trabajaba de scout para los brit¨¢nicos. En Beersheba, cerca de Gaza, tuvo lugar en 1917 la c¨¦lebre carga de caballer¨ªa de la 4? Brigada Ligera australiana, una de las ¨²ltimas de la historia. En una guerra globalizada, los enfrentamientos se trasladaron a lugares como Gallipoli, en los Dardanelos-tumba de tantos j¨®venes australianos y neozelandeses-, o el Pac¨ªfico, escenario de las grandes peripecias de los barcos corsarios alemanes, el Emden, o el Seadler, el ¨²ltimo? a vela¡ A veces se olvida que junto a los imperios ruso, austroh¨²ngaro y alem¨¢n, otro, el turco, tambi¨¦n pereci¨® en la Gran Guerra. Alinearse con las potencias centrales no fue una buena idea. Los trenes fueron parte de sus acuerdos econ¨®micos y militares con Alemania, que proyect¨® una l¨ªnea Berl¨ªn-Bagdad capaz de transportar el petr¨®leo del Golfo.? Muchas de las locomotoras que trasladaban a las tropas turcas? ¨Cpobremente equipadas y p¨¦simamente dirigidas, aunque el turco era un soldado valeroso y sufrido-, estaban fabricadas en Alemania, que trat¨® de modernizar, equipar y adiestrar al ej¨¦rcito turco con el intento de crearse nuevas ¨¢reas de influencia y perjudicar los intereses aliados. Las viejas locomotoras voladas por Lawrence y sus ¨¢rabes pueden verse jalonando como monstruos rotos y oxidados antiguos parajes de la l¨ªnea del Hejaz. La que hemos elegido para esta selecci¨®n (construida por la firma alemana Arnold Jung Lokomotivfabrik en 1908) es la que? puede verse expuesta junto a la estaci¨®n de Damasco, intacta (de momento).
5. El triplano del Bar¨®n Rojo
Un aeroplano no puede faltar aqu¨ª. La I Guerra Mundial signific¨® un gran despegue (?) de la aviaci¨®n, aunque muchos aviadores lo que hicieron fue estrellarse. Y qu¨¦ mejor aeroplano que el m¨ªtico Fokker triplano del legendario Bar¨®n Rojo. En realidad, Manfred von Richthofen consigui¨® la mayor¨ªa de su larga lista de derribos a los mandos de un Albatros DV (que tambi¨¦n pint¨® de rojo), pero es con el triplano, que no era ninguna joya como caza, por cierto, con el que ha volado a la posteridad. Muri¨® con 80 victorias y solo 25 a?os en un episodio que a¨²n no se ha esclarecido del todo ¨Cla bala que lo mat¨® parece haber procedido de tierra, de tiradores australianos,? y no de las ametralladoras del Sopwith Camel del canadiense? Roy Brown-. Von Richthofen, herido de muerte, logr¨® aterrizar pero el triplano fue r¨¢pidamente despiezado por los amantes de souvenirs (el propio Brown se llev¨® el asiento), lo que da una idea de lo populares que eran los pilotos;? sus trozos est¨¢n repartidos por medio mundo (incluidos varios en el Imperial War Museum de Londres). El triplano que recomendamos ver es la r¨¦plica que cuelga del techo en el? Deutsch Museum en Munich. Da qu¨¦ pensar: en la audacia de aquellos aviadores, en el sino fatal de la mayor¨ªa, en su muerte horrenda abrasados muchos mientras se precipitaban desde el cielo ¨Calgunos usaron su rev¨®lver para ahorrarse sufrimientos, otros, como Max M¨¹ller, saltaron de la cabina, sin paraca¨ªdas-. Los pilotos viv¨ªan en una contradicci¨®n de base: adelantados de una guerra nueva en el cielo, con tecnolog¨ªa puntera, a la vez se ten¨ªan y eran vistos como representantes de una vieja manera caballeresca de hacer la guerra que se hab¨ªa desvanecido ya all¨¢ abajo, en la f¨²til y an¨®nima carnicer¨ªa masiva de las trincheras. Los ases, Richthofen, su hermano Lothar, Immelmann (el ¨¢guila de Lille), Guynemer, Mannock..., se convirtieron en s¨ªmbolos de una clase de combate individual que redim¨ªa de alg¨²n modo a la enfangada carne de ca?¨®n y en el que era posible el honor (y el estilo: Werner Voss volaba con camisa de seda argumentando que si lo cog¨ªan prisionero quer¨ªa tener buen aspecto para las damas). Claro que esto no era cierto, o no del todo. La guerra a¨¦rea ¨Cno pod¨ªa ser de otra manera- tuvo sus miserias, sus villanos y sus atrocidades y morir en el cielo no tiene porqu¨¦ ser mejor que morir en tierra. Los pilotos veteranos abat¨ªan a los nuevos sin demasiadas contemplaciones para incrementar sus listas. El Bar¨®n Rojo (los alemanes no pintaban los aviones de colores vivos ¨Cel famoso circo volante- por capricho, arrogancia o valent¨ªa sino para reconocer sus escuadrillas)? se llevaba recuerdos de los aeroplanos que derribaba, como decoraci¨®n. Y no hay que olvidar que la I Guerra Mundial vio el desarrollo del bombardeo de poblaciones: los bombarderos Gotha alemanes y Handley Page brit¨¢nicos, y los zepelines de los primeros (50 raids sobre Londres que mataron a medio millar de personas) atacaron ciudades y sembraron el terror. Algunos especialistas se?alan que la gran contribuci¨®n b¨¦lica no la hicieron los cazas ni los bombarderos, sino los humildes (y peligros¨ªsimos) vuelos de observaci¨®n, que serv¨ªan para orientar a la artiller¨ªa y descubrir los movimientos del enemigo, como hicieron los alemanes en el Marne.
6. Pantal¨®n rojo de soldado franc¨¦s
El pantal¨®n rojo con el que Francia hizo entrar a sus soldados en el conflicto es un excelente s¨ªmbolo de lo mal equipados para la guerra moderna que iban los ej¨¦rcitos, el est¨²pido orgullo nacional que ayud¨® a precipitar la contienda, la trasnochada idea de lo que era el servicio de armas y la estulticia e ineptitud, rayana en el delito, de los mandos (los ingleses acu?aron para sus generales la frase ¡°leones mandados por burros¡±; autores como Max Hastings suscriben a¨²n hoy en buena parte esa consideraci¨®n). Nos sirve, el pantal¨®n de marras, para recordar la pompa, la fanfarria y la irresponsabilidad con la que numerosos regimientos, de todos los pa¨ªses, marcharon tras los tambores y banderas. Igualmente pod¨ªamos haber elegido un vistoso uniforme de h¨²sar austroh¨²ngaro, con su bonita pelliza, o de lancero ruso o coracero franc¨¦s. Pero fue un ministro de la guerra franc¨¦s, Eug¨¨ne ?tienne, el que indignado ante la propuesta de cambiar el pantal¨®n rojo por algo menos visible se exclam¨®: ¡°Eliminer le pantalon rouge? Jamais! Le pantalon rouge, c¡¯est la France!¡±. ?A cuantos poilus no les habr¨¢ costado la vida la frasecita! Eug¨¨ne Cl¨¦mentel, responsable del presupuesto de guerra en 1911 a?ad¨ªa: ¡°Faire dispara?tre tout ce qui est couleur, tout ce qui donne au soldat son aspect gai, entra?nant, rechercher des nuances ternes et effac¨¦es, c¡¯est aller ¨¤ la fois contre le go?t fran?ais et contre les exigences de la fonction militaire¡±. Es cierto que algunos ej¨¦rcitos hab¨ªan hecho los deberes. Los alemanes iban de Feldgrau (aunque como hemos anotado segu¨ªan con el casco de pincho, y lanzaban al combate ulanos, lanceros y toda la parafernalia montada), los brit¨¢nicos de kaki.? Los franceses tardaron un tiempo criminal en vestir a sus soldados en condiciones: con el nuevo uniforme color bleu horizon (o para algunos bleu incertain), que tiraba (?) a gris claro. De paso cambiaron progresivamente el quepis de rigor por un casco, el modelo M15 Adrian, con su caracter¨ªstica cresta, por el nombre del dise?ador, el intendente-general August-Louis Adrian. Los pantalones rojos que nos sirven de ejemplo aqu¨ª son los del estupendo maniqu¨ª con el uniforme del 27? regimiento de infanter¨ªa que se exhibe en el Mus¨¦e de l¡¯Arm¨¦e en los Invalides, en Par¨ªs. El reverso oscuro de la guerra elegante, de bonitos uniformes, compostura viril, sables rutilantes? y marcha Radetzky, son los muertos eviscerados y decapitados, el sufrimiento indescriptible de los heridos, dado que en ausencia de antibi¨®ticos la gangrena segu¨ªa afectando? a la mayor¨ªa; y las atroces heridas de los mutilados que se esencializan espantosamente en los gueules cass¨¦s, los alcanzados en la cara, desfigurados hasta lo indecible. Cinco de ellos fueron apostados en el acto de firma del Tratado de Versalles para avergonzar (m¨¢s) a los alemanes.?
7. Maza brit¨¢nica para rematar caballos heridos
Se calcula que 8 millones de caballos murieron en la I Guerra Mundial. En la marcha al Aisne se encontraba un caballo muerto cada 200 metros. Estamos en los predios de War horse, y del sufrimiento no solo de los caballos de batalla y de tiro sino de las distintas especies animales ¨Cmulas, camellos, perros, bueyes, palomas (no se r¨ªan, fueron los animales m¨¢s condecorados en la guerra, por su insustituible tarea como mensajeras)-, que padecieron el conflicto como parte del esfuerzo de guerra de ambos bandos. Se subestim¨® el enorme desperdicio de bajas animales que provocaba una guerra moderna. La temible maza para rematar caballos que mencionamos aqu¨ª formaba parte de una exposici¨®n del Imperial War Museum sobre los animales en las guerras. Era una herramienta salvaje y basta que se manejaba con ambas manos para aplastar el cr¨¢neo de los nobles? brutos heridos cuyo convulsionante y ciego dolor pon¨ªa una nota a?adida de especial espanto en los campos de batalla. Era urgente acabar con los sufrimientos de las pobres bestias para impedir que el p¨¢nico se extendiera a sus cong¨¦neres y evitar estampidas, por no hablar de la deprimente imagen que ofrec¨ªan a los combatientes. A veces ver a un inocente animal torturado por la metralla pod¨ªa resultar peor que observar a un soldado con las tripas al aire. La guerra dej¨® tambi¨¦n un gran n¨²mero de caballos tullidos, con los que la sociedad no tuvo contemplaciones. La caballer¨ªa ¨Csolo el ej¨¦rcito ruso sumaba 36 divisiones- entr¨® en la I Guerra Mundial con un eco a¨²n de las guerras napole¨®nicas, para encontrase con una realidad letal. Era muy vulnerable ante las armas modernas y las sillas se vaciaban al ritmo terrible de la fusiler¨ªa y las ametralladoras. Los coraceros y dragones franceses sufrieron especialmente. El amplio uso de los caballos como fuerza motriz de los ej¨¦rcitos en la Gran Guerra nos da la raz¨®n ¨²ltima de la guerra de trincheras:? la escasa motorizaci¨®n imped¨ªa avanzar deprisa y poder romper masivamente el frente enemigo como s¨ª lo consiguieron los alemanes con las divisiones p¨¢nzer en la II Guerra Mundial. La aparici¨®n del tanque (la gran novedad de la I Guerra), 32 brit¨¢nicos en septiembre de 1916 en el Somme, se produjo muy tarde y en n¨²mero y calidad muy bajos para significar un cambio dr¨¢stico en el campo de batalla (parad¨®jicamente, los alemanes que lo usar¨ªan luego tan bien fracasaron con sus mastod¨®nticos Sturmpanzerwagens).? Pero operaciones como el ataque en masse de 381 carros de combate brit¨¢nicos Mark IV en Cambrai en noviembre de 1917, cuando abrieron brecha en las alambradas alemanas y cruzaron las tres l¨ªneas de trincheras enemigas, resultando de ello un avance de casi diez kil¨®metros en el frente alem¨¢n y la captura de 10.000 prisioneros y 200 ca?ones, mostraron que los monstruos de acero eran armas de futuro.
8. Crucero ruso Aurora
Anclado en el Neva en San Petersburgo, convertido en museo y visitable, el crucero Aurora simboliza, por supuesto, las batallas en el mar de la I Guerra Mundial, pero tambi¨¦n un acontecimiento tan trascendental en la contienda como fue la Revoluci¨®n rusa. En s¨ª la historia militar del crucero no es para tirar cohetes. Es cierto que particip¨® en la batalla ¨Cdesastrosa para los rusos- de Tsushima contra la flota japonesa en 1905 ¨Cdonde muri¨® su capit¨¢n- y que en 1911 ancl¨® en Bangkok para unirse a la celebraci¨®n de la coronaci¨®n del nuevo rey de Siam, que ya es destino ex¨®tico,? pero en la Gran Guerra su cometido? se redujo a algunas patrullas y bombardeo de costas como parte de la Flota del B¨¢ltico. Fue mientras fondeaba en Petrogrado (como se llamaba entonces San Petersburgo) en 1917 cuando gan¨® fama universal como s¨ªmbolo revolucionario al unirse su tripulaci¨®n a los bolcheviques, negarse a hacerse a la mar para volver a la guerra y, seg¨²n la leyenda, disparar con su ca?¨®n de proa el 25 de octubre el primer zambombazo de la revoluci¨®n, que dio la se?al para el asalto al Palacio de Invierno, en el que habr¨ªan participado los propios marineros.? La toma del poder por los bolcheviques condujo al armisticio con Alemania, que se encontr¨® de repente librando la guerra en un solo frente. Hoy el Aurora ofrece la posibilidad no solo de adquirir una gorra en el tenderete del muelle y sentirte parte de la vieja tripulaci¨®n sino de contemplar c¨®mo eran los barcos de guerra de la ¨¦poca. Esos barcos tuvieron mucho que ver con el desencadenamiento de la contienda. La carrera armament¨ªstica naval fue uno de los elementos clave en las tensiones preb¨¦licas. Especialmente la amenaza que supuso para potencias como Gran Breta?a, sobre todo, o Rusia el fren¨¦tico programa de construcci¨®n naval acometido por Von Tirpitz, el art¨ªfice de la marina del K¨¢iser. Hablar de la Gran Guerra en el mar es hablar de Dreadnoughts ¨Clos nuevos e innovadores acorazados brit¨¢nicos-, del almirante Fisher (¡°pega primero, pega fuerte y sigue pegando¡±), de las vicisitudes de la escuadra de von Spee en las costas del sur de Chile hasta ser destruida en las Malvinas, de la batalla de Jutlandia? en la que los brit¨¢nicos perdieron 14 barcos y los alemanes 11 (y ambos bandos sostuvieron que hab¨ªan ganado), y la gran aventura de los corsarios (como el ya citado Emdem), los buques trampa y los submarinos. Los U-Boote alemanes fueron un arma nueva y sorprendente? que demostr¨® su val¨ªa en manos de comandantes como Otto Weddigen, que envi¨® al fondo del mar a tres cruceros brit¨¢nicos en una hora, o Von Arnaud de la Peri¨¨re,? que hundi¨® 200 buques (sobrevivi¨®? a la primera guerra y volvi¨® al servicio en la segunda para, qu¨¦ cosa, morir en un accidente a¨¦reo en 1941). Recordemos que los submarinos tuvieron que ver con la entrada de EE UU en guerra a causa del impacto p¨²blico del hundimiento por el U-20 del Lusitania, en el que se ahogaron 128 civiles estadounidenses, entre ellos un Vanderbilt.
9. Taxi del Marne
La de los taxis del Marne es una de las grandes leyendas de la I Guerra Mundial. Cuando en septiembre de 1914 los alemanes de Von Kluck parec¨ªan imparables y sus avanzadillas de ulanos se acercaban a pocos kil¨®metros de Par¨ªs, surgi¨® la idea de que una forma r¨¢pida de enviar tropas de refresco para bloquear al invasor a orillas del Marne era aprovechar los taxis de la capital. Se atribuye al general Galli¨¦ni la ocurrencia. Bajo sus ¨®rdenes, taxis y otros veh¨ªculos, hasta sumar un par de millares, fueron requisados y cargaron cada uno cuatro o cinco soldados de la 7? divisi¨®n de infanter¨ªa para trasladarlos al frente. En realidad lo que detuvo a los alemanes no fue ese contingente de apenas una brigada ¨Caunque el efecto psicol¨®gico de los taxis cargados de soldados debi¨® animar a los parisinos- sino la propia indecisi¨®n de los invasores que, seg¨²n algunos historiadores, llegaron a tener en sus manos la posibilidad de llegar a Par¨ªs, lo que hubiera significado seguramente el final de la guerra. Si la contribuci¨®n militar de los taxis del Marne fue muy escasa, su impacto en la moral francesa result¨® alt¨ªsimo y adquiri¨® proporciones m¨ªticas. Varios de esos taxis legendarios se han conservado. Uno de ellos es el Renault G7 de ocho caballos que se exhibe en el Mus¨¦e de l¡¯Arm¨¦e de Par¨ªs y que como el coche de Sarajevo parece sacado de El Rally de Montecarlo y toda su zarabanda de anta?o o de las aventuras de Pen¨¦lope Glamour y Pierre Nodoyuna Otras leyendas de la Gran Guerra son? la de la quinta columna (un peri¨®dico ingl¨¦s public¨® que 50.000 alemanes disfrazados de camareros se encontraban ya en Gran Breta?a al inicio de la guerra esperando la se?al? para entrar en acci¨®n ¨Cla espioman¨ªa nos llevar¨ªa a encontrarnos con Mata Hari-), o la de los francotiradores emboscados en las ciudades ¨Cque sirvieron de pretexto para terribles represalias entre los civiles perpetradas especialmente por los alemanes y los austroh¨²ngaros, aunque tambi¨¦n hubo mucho cuento en el clich¨¦ de la ¡°bestialidad alemana¡± con historias de beb¨¦s belgas empalados por ¡°bayonetas hunas¡± o de ni?os mutilados por los granaderos prusianos: mucha propaganda aliada -. Caso aparte es el de los famosos ¡°¨¢ngeles de Mons¡±, seres sobrenaturales que habr¨ªan ayudado a la fuerza expedicionaria brit¨¢nica en dificultades y que se confunden con los fantasmag¨®ricos arqueros medievales ingleses que, provenientes de Azincourt,? habr¨ªan combatido al lado de sus paisanos lanzando flechas sobre los alemanes (la historia tuvo su origen en un relato de Arthur Machen).
10. Medalla 'Pour le M¨¦rite' (Blue Max)
La Pour le Merite o Blue Max era la gran condecoraci¨®n alemana en la I Guerra Mundial, muy ambicionada especialmente por los aviadores. A diferencia de la Cruz Victoria? (VC) brit¨¢nica, que tiene mucho m¨¢s empaque militar, pues solo se concede, y con racaner¨ªa, a verdaderos h¨¦roes, y de todos los rangos, la bonita medalla alemana azul solo era para oficiales y se entregaba tambi¨¦n a altos mandos y dignatarios sin hechos de guerra, incluso a pr¨ªncipes alemanes y mandatarios turcos. No obstante, la Blue Max fue a parar a verdaderos valientes y lo interesante es que a trav¨¦s de ella, adem¨¢s de adentrarnos en el raro mundo del hero¨ªsmo, podemos deslizarnos hacia el mundo de entreguerras para llegar a la II Guerra Mundial. Efectivamente, varios de los personajes alemanes importantes del III Reich la pose¨ªan, lo que muestra a las claras la continuidad entre una y otra guerras ¨Cpor si no fuera bastante el Tratado de Versalles-. Rommel, el que ser¨ªa el famoso Zorro del Desierto, probablemente el general m¨¢s famoso de la II Guerra Mundial, hab¨ªa ganado la Blue Max? en 1917 a resultas de su papel al mando de? tropas de asalto en batallas contra los italianos en el dur¨ªsimo frente del Isonzo, en los Alpes Julianos. Su Pour le Merite puede verse expuesta en el peque?o museo dedicado a la memoria del mariscal en Blaustein-Herrlingen, cerca de Stuttgart. Otro poseedor de la medalla era Hermann Goering, que la consigui¨® en junio de 1918. El as de caza con 22 victorias se convirti¨® luego en el segundo hombre m¨¢s poderoso del III Reich. Un caso diferente es el de Ernst J¨¹nger, que gan¨® su Pour le Merite en septiembre de 1918 por sus haza?as en combate en las trincheras y que visti¨® de nuevo el uniforme en la siguiente guerra aunque teniendo sus m¨¢s y sus menos con el r¨¦gimen. Quien no logr¨® ni esa ni otra medalla, claro, fue Paul B?umer, el personaje protagonista de Sin novedad en el frente. La medalla m¨¢s relevante de la I Guerra Mundial ¨Cpor lo que supuso para el mundo la experiencia b¨¦lica del que la logr¨®- fue la Cruz de Hierro ganada por un humilde gefreiter del ej¨¦rcito imperial: Adolf Hitler.?
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