A gentrificar, a gentrificar
Ahora la ciudad vieja de Cartagena de Indias rebosa de hoteles boutique, restoranes muy cool, bares neones. Para eso, miles fueron expulsados, v¨ªctimas de esa palabra que no existe
Hay palabras que tardan en encontrar su lugar en el idioma. Idiomas que tardan m¨¢s que otros en encontrar sus palabras. El castellano no es lengua especialmente innovadora ¨Cy, ¨²ltimamente, resigna con gusto ese papel en el ingl¨¦s. Por eso es raro y no es tan raro que no tengamos todav¨ªa una palabra aceptada para decir gentrification. Si en el nombre de la rosa est¨¢ la rosa y todo el Nilo en la palabra nilo, ?d¨®nde cuernos est¨¢ la gentrificaci¨®n?
Dicen que fue una soci¨®loga inglesa, Ruth Glass, la que invent¨® el t¨¦rmino hace justo medio siglo para describir la ocupaci¨®n y renovaci¨®n de ciertos barrios obreros de Londres por una nueva clase media. Y el ¨¢mbito castellano lo aplic¨® sin palabras: mal que pese a los nominalistas ¨¤ la Borges, sin cosa no siempre hay palabra, pero sin palabra no deja de haber cosa. Gentrificaci¨®n es lo que hizo Barcelona con un barrio que sol¨ªa llamar el Chino y ahora todos conocen por Raval. O Madrid con sus Austrias o Buenos Aires con Palermo o M¨¦xico con Roma. Pero hay pocos ejemplos, en el mundo hispano, tan claros de gentrificaci¨®n como la vieja ciudad de Cartagena.
Cartagena de Indias es una ciudad m¨®dicamente equivocada: lo que entendemos por Cartagena, lo que pensamos cuando pensamos Cartagena, son unas cuantas manzanas rodeadas de murallas que el tiempo no atraves¨® durante siglos. Caserones de dos pisos coloniales, patios de helechos y baldosas, balcones de madera con sus plantas, colores de pastel en las paredes, de fuegos en las flores, una muralla alrededor y el mar Caribe ¨Cdonde viven, ahora, unas 10.000 personas. Pero en realidad Cartagena es una ciudad pobre, bastante fea, muy contempor¨¢nea, que se extiende m¨¢s all¨¢ de esa muralla, donde vive m¨¢s de un mill¨®n ¨Cy nueve de cada diez no tienen siquiera alcantarillas y uno de cada tres no gana dos d¨®lares por d¨ªa.
Miles de ellos viv¨ªan, hasta hace unos a?os, intramuros. El recinto amurallado de Cartagena es el espacio urbano m¨¢s bonito de Am¨¦rica Latina: solo aquel caos colombiano y la necedad de vaya a saber qui¨¦n pudieron mantenerlo a salvo del circuito de parques tem¨¢ticos del mundo, pero al final ya ni eso lo impidi¨®.
Ahora la ciudad vieja rebosa de hoteles boutique ¨Cm¨¢s de 60¨C, restoranes muy cool, bares neones; las grandes marcas de aeropuerto florecen donde sol¨ªa haber barber¨ªas y mercados y panader¨ªas. Los caserones que no son hoteles se ocupan unos d¨ªas al a?o: cuando sus due?os bogotanos, americanos, italianos, espa?oles los abren para breves vacaciones. Fueron, claro, inversiones excelentes; hace diez a?os costaban unos cientos de miles; ahora no se consigue una casa mediana, medianamente restaurada, por menos de dos o tres millones de euros.
Para eso, miles fueron expulsados, v¨ªctimas de esa palabra que no existe: ya no pod¨ªan pagar sus casas de siempre, ni los precios de las cosas all¨ª; ni siquiera ten¨ªan donde comprarlas. Su barrio ¨Ctantos barrios del mundo¨C se transformaron en escenario, y tuvieron que irse. Un mundo que se preocupa hasta las l¨¢grimas por la desaparici¨®n de una oruga javanesa no se inquieta demasiado por la p¨¦rdida de esas formas de vida, esas culturas.
Es m¨¢s: a veces dice que las preserva al convertir esas ciudades en estos decorados. La globalizaci¨®n ¨Cla uniformizaci¨®n del mundo¨C mont¨® estos lugares donde unos cuantos pasan unos d¨ªas para sentirse en otro mundo: es una nueva funci¨®n de la ciudad (gentrificada). Barcelona, mi lugar de adopci¨®n, muy buenos d¨ªas.
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