La mujer que invent¨® la moda
Carme El¨ªas asume sobre el escenario uno de los mayores retos de su carrera Va a interpretar a Diana Vreeland, la adorada y temida editora de ¡®Vogue¡¯ Vreeland redefini¨® la manera de ver, comunicar y sentir lo que viste el mundo
"No me interesa, no insista¡±. Diana Vreeland cuelga el tel¨¦fono. Est¨¢ en el sal¨®n de su apartamento en Park Avenue, Nueva York. Acaba de regresar de un viaje de cuatro meses por Europa. No ha tenido tiempo ni de deshacer su monta?a de maletas de Vuitton. Le ofrec¨ªan algo en el museo Metropolitan. Pero ahora mismo est¨¢ a otra. Se encuentra vulnerable, inquieta. Algo que jam¨¢s expondr¨ªa en p¨²blico. Espera a un mecenas ricach¨®n. Le ha invitado a cenar para deslumbrarle con mil propuestas. Busca perpetuar su carrera. Ya no es directora. La acaban de echar de Vogue. Su amigo Andy Warhol proclamar¨ªa esta injusticia: ¡°Vogue se pasa a la clase media¡±. Tras 40 a?os rompiendo tab¨²es en la moda, Vreeland no sabr¨ªa qu¨¦ otra cosa hacer. Estamos a principios de los setenta. Y la sacerdotisa del lujo, el or¨¢culo del estilo, la creadora de mitos podr¨ªa estar acabada.
As¨ª arranca Al galop (al galope, en catal¨¢n). Desde el 6 de mayo, Carme El¨ªas (Barcelona, 1951) encarnar¨¢ a la temida y adorada editora de moda en el Teatre Akad¨¨mia de Barcelona. ¡°Estoy aterrorizada, lo confieso¡±. Es su primer mon¨®logo. A lo largo de cuatro d¨¦cadas la hemos visto bordar sobre las tablas a mujeres temperamentales. La gaviota, La gata sobre el tejado de zinc, El mis¨¢ntropo. Madame de Sade, Yocasta, Gala Dal¨ª. Hace un par de a?os se someti¨® a un tour de force junto a Viggo Mortensen en Purgatorio. Y est¨¢ soltando una adaptaci¨®n de Do?a Rosita la soltera, su primer Lorca. Pero nada comparable a dejarse poseer por ¡°la Vreeland¡±. ¡°El texto es tan rico que es como si la escucharas a ella. Una actriz debe ser eso, una transmisora, una m¨¦dium. Y ojal¨¢ el esp¨ªritu de Diana Vreeland est¨¦ conmigo, porque si se me pone en contra, imag¨ªnate, ?estoy perdida! (risas)¡±.
Carme El¨ªas ha llegado al estudio con la cara lavada, bajo unas enormes gafas de sol y adornada apenas con un pa?uelo de colores con el que proteger su garganta del fr¨ªo de la ma?ana. Es sobria y ostensiblemente m¨¢s guapa que Vreeland. Y mucho menos intimidante. Aun as¨ª, inunda la estancia con su presencia. Con esa voz que ha doblado a Nastassja Kinski, Daryl Hannah o Sigourney Weaver. La caracterizaci¨®n a la que est¨¢ a punto de someterse le sirve de primer ensayo. Incluso los brazaletes que vestir¨¢ en algunas fotos son una r¨¦plica de los originales que regal¨® Coco Chanel a quien ideara la moda para la mujer de posguerra. ¡°Porque ella se lo invent¨® todo¡±, aclara. ¡°Era una fantasiosa y eso le llev¨® a trasladarnos con su imaginaci¨®n a sitios donde la moda no hab¨ªa llegado, a generar conceptos que siguen vigentes ahora. Cuando desembarc¨® en Harper¡¯s Bazaar, a finales de los a?os treinta, las revistas femeninas a¨²n se centraban en c¨®mo hacer punto de media, complacer al marido o dar con la perfecta receta de cocina¡±.
Los valores de Diana Vreeland son extra?os en la actualidad, no solo en la moda, y es posible que est¨¦n condenados a casi desaparecer
Todo a lo que contribuy¨® la editora ha derivado hoy en low cost, uniformidad y negocio puro y duro. La reivindicaci¨®n de su figura es m¨¢s una necesidad que un capricho. ¡°Sus valores son extra?os en nuestros entornos actuales, no solo en la moda, y es posible que est¨¦n condenados a casi desaparecer. En este sentido, esta obra es un canto a la imaginaci¨®n y al comportamiento sin inhibiciones¡±.
Full Gallop (su t¨ªtulo original) fue estrenada en el off-Broadway en 1996 por Mark Hampton y Mary Louise Wilson, que asumi¨® el rol de la propia Vreeland y gan¨® el premio de la cr¨ªtica neoyorquina al mejor mon¨®logo. La comenzaron a gestar casi desde el momento de su muerte, en 1989. A Barcelona la trae Guido Torlonia, que ya la dirigi¨® hace tres lustros en Italia con Adriana Asti, la que fuera esposa de Bertolucci, de protagonista.
A El¨ªas le pas¨® casi lo mismo que a Vree?land en la primera escena. Al recibir la llamada dijo que no, que estaba a otras cosas, que no ve¨ªa de d¨®nde sacar el tiempo. Por fortuna, igual que Vreeland acab¨® aceptando ser consultora del Costume Institute del Metropolitan para orquestar las primeras grandes exposiciones de moda de la historia, la actriz dijo que le enviaran el guion. ¡°Pens¨¦: ¡®Voy a ver de qu¨¦ va esto¡¯. Ten¨ªa el ordenador roto, as¨ª que me met¨ª en la cama y me puse a leerlo en el m¨®vil, con esas letras tan chiquititas¡ Y me qued¨¦ enganchada hasta el final. Su car¨¢cter me fascin¨®, es el de un gran personaje de teatro¡±.
Bien conoc¨ªa Vreeland el valor de ese personaje. Incluso su manera de moverse evidenciaba una vocaci¨®n teatral. Cecil Beaton la describi¨® como ¡°una gr¨²a elegante buscando la manera de salir de un pantano¡±. Stanley Donen la us¨® como referencia para la editora de moda interpretada por Kay Thompson en Una cara con ¨¢ngel (Fred Astaire har¨ªa de un fot¨®grafo inspirado en Richard Avedon, protegido de Vreeland). Mantuvo algunas de las consignas de su personaje inalterables hasta el fin de sus d¨ªas, con un rojo vivo salpicando sus p¨®mulos, labios y u?as; y su inconfundible media melena negra lacada y con las puntas apuntando al interlocutor. Siempre envuelta en blusas pulcras, su¨¦teres de cuello cisne o suntuosas t¨²nicas; con su sempiterno cigarrillo entre manos. En una entrevista con Truman Capote, cuando ninguno de los dos ten¨ªa ya nada que demostrar, contaba al escritor: ¡°Solo hay una manera de vivir; construir la vida que t¨² quieres, y hacerlo t¨² mismo¡±.
El t¨ªtulo de la obra, Al galop, no es un antojo. Vreeland siempre dijo que su idea de estilo se resum¨ªa en una imagen: un caballo de carreras. Ella se crio montando en sus veranos en las Monta?as Rocosas (presum¨ªa, en una de sus tantas fantas¨ªas imposibles de verificar, de que le hab¨ªa ense?ado Buffalo Bill). En cuanto alcanz¨® la adolescencia, Diana Dalziel (el Vreeland llegar¨ªa con su marido) se jur¨® que no volver¨ªa a ese lugar desierto nunca m¨¢s. ¡°Quer¨ªa encontrarme donde estuviera la acci¨®n¡±, recordar¨ªa. Hab¨ªa muchas otras cosas de las que quer¨ªa huir. De su madre, que siempre le echaba en cara lo fea que era en contraste con su hermana peque?a (¡°no tienes que haber nacido guapa para resultar salvajemente atractiva¡±, constatar¨ªa despu¨¦s). Y de s¨ª misma. Le cost¨® aceptar su imagen.
El ballet fue la primera v¨¢lvula de escape. ¡°Dec¨ªa que nunca tuvo mucho dinero, que su riqueza era su mundo¡±, recuerda la actriz. Cuando a¨²n viv¨ªan en Par¨ªs, donde ella naci¨® en el cambio de siglo, sus padres la llevaban a los ballets rusos. Di¨¢guilev y Nijinsky eran habituales en el sal¨®n de su casa. Hasta que la I Guerra Mundial les llev¨® a Nueva York. A los nueve a?os iba a ballet tres veces por semana. Con 17 supo qu¨¦ significaba la palabra esnob. Y que nunca uno de esos esnobs le pedir¨ªa su n¨²mero de tel¨¦fono. Busc¨® una pista a su medida para moverse por los locos a?os veinte. Se dejaba llevar de los brazos de gigol¨®s mexicanos y argentinos en locales de dudosa reputaci¨®n. A galope tendido.
Solo el que ser¨ªa su marido, el banquero T. Reed Vreeland le tomar¨ªa de la brida. Pero ya era imposible frenarla. Tras entregarse a una faceta maternal que nunca cultiv¨® demasiado (tuvo dos hijos) y pasar unos a?os en Europa, regres¨® a EE UU en 1936. All¨ª recibi¨® su primer encargo de Harper¡¯s Bazaar, la columna Why don¡¯t you¡, en la que daba rienda suelta a sus fantas¨ªas y espoleaba a otras mujeres evoc¨¢ndoles lujos con los que evadirse de la Gran Depresi¨®n. Fue nombrada editora de moda de la revista al a?o siguiente. El resto es historia ilustrada por los mejores fot¨®grafos del siglo XX. En los sesenta dar¨ªa el salto a Vogue. Su extravagancia y aforismos lo dictaban todo: ¡°El rosa es el azul marino de la india¡±; ¡°el biquini es lo m¨¢s importante que ha sucedido desde la bomba at¨®mica¡±.
Cuesta pensar en mujeres con or¨ªgenes m¨¢s distintos. El¨ªas es hija de peque?os comerciantes. ¡°Mi abuelo hac¨ªa pan y mis padres ten¨ªan una mercer¨ªa y perfumer¨ªa. Les aterraba esto del teatro, porque a mediados de los sesenta a¨²n ten¨ªa el estigma de gente de malvivir. Empec¨¦ a trabajar en un banco por las ma?anas y a dar clases de actuaci¨®n por las tardes. El susto se lo llevaron el d¨ªa en que dije: ¡®Dejo el banco¡¯. Yo era una ni?a de barrio y llegu¨¦ al Institut de Teatre para encontrarme con grandes talentos que estaban batallando por fomentar la cultura catalana: Fabi¨¤ Puigserver [creador del Teatre Lliure], [el director] Hermann Bonn¨ªn, [el mimo] Pavel Rouva, [el fundador de El Joglars] Albert Boadella¡¡±. Hoy El¨ªas es una de las grandes actrices de su tierra, aunque rechaza el piropo. ¡°?Emblema del Teatro Nacional de Catalunya, yo? No, perd¨®name, la palabra emblema no me vale, porque somos muchas¡±. Aunque s¨ª revela una conexi¨®n en lo sustancial con Vreeland. ¡°Ella dec¨ªa: ¡®A m¨ª no me dieron una educaci¨®n especial, pero mam¨¦ de lo mejor¡¯. Pues yo me siento parecido por toda la gente de la que he aprendido, y a todos les estoy muy agradecida¡±.
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