Felipe VI, el rey sereno
Preparado, tranquilo, familiar. Partidario de la conversaci¨®n verdadera, m¨¢s all¨¢ de la campechan¨ªa. As¨ª es el nuevo monarca
Este hombre de apariencia tranquila y gesto amable le ha llegado la hora de representar a los 46 a?os el papel que le encomendaron desde su nacimiento. O al menos, en la pr¨¢ctica, desde el fin de su ni?ez, cuando a los 12 a?os comenzara una instrucci¨®n espec¨ªfica para reinar en un pa¨ªs al que su padre, el Rey, hab¨ªa llegado al trono de la mano de un dictador, aunque hab¨ªa logrado romper el maleficio de su apodo, Juan Carlos I el Breve, y su escasa popularidad gracias al esperp¨¦ntico intento de golpe de Estado de 1981. La aparici¨®n televisiva de don Juan Carlos la noche del 23-F situ¨® su figura por encima de los errores previos que hubiera cometido y le refrend¨® como Jefe del Estado, en un acuerdo de respeto que la clase pol¨ªtica acat¨® y la ciudadan¨ªa asumi¨®. En todos estos a?os, la Corona ha sorteado tensiones nacionalistas y ha salido a flote tendiendo la mano tanto a los que no comulgaban con la instituci¨®n como a los que no cre¨ªan en Espa?a. Mientras los pol¨ªticos ve¨ªan decrecer sus ¨ªndices de popularidad, el Rey ha disfrutado durante m¨¢s de dos d¨¦cadas de una existencia apacible en un pa¨ªs, curiosamente, poco mon¨¢rquico, ajeno al respeto a la instituci¨®n del que goza, por ejemplo, la Corona brit¨¢nica.
Pero esa paz comenz¨® a resquebrajarse hace unos a?os. Cabe pensar que los asesores de la Casa Real han sido los ¨²ltimos en darse cuenta. Pude percibirlo cuando hace unos meses, en la cena previa a la entrega de los Premios Pr¨ªncipe de Asturias, mi compa?ero de mesa, un antiguo trabajador de la Casa, me pregunt¨® c¨®mo cre¨ªa yo que se percib¨ªa actualmente la instituci¨®n. Sin nada que perder, ni que ganar, me lanc¨¦ a explicarle cu¨¢les eran mis impresiones, bastante menos optimistas de lo que ¨¦l esperaba, porque ataj¨® mi disertaci¨®n diciendo que, aun estando inmersos en un periodo dif¨ªcil en el que conflu¨ªan todas las crisis posibles, el prestigio del Rey se manten¨ªa inalterable.
Pocos de los llamados mon¨¢rquicos quisieron ver que en un pa¨ªs en el que crec¨ªa imparable el descr¨¦dito de las instituciones no iba a ser posible que se librara del desastre la m¨¢s d¨¦bil de todas ellas, la que no estaba sustentada en la fuerza de los votos; la que, aun estando basada en los lazos de sangre, se ha de refrendar a diario a fuerza de impecabilidad en el comportamiento. Todo aquello que ha venido afectando a la figura del Rey, las corruptelas del yerno y su discutible estilo de vida, fue socavando el cr¨¦dito que el pueblo le concedi¨® a la instituci¨®n en los a?os ochenta. Nadie mejor que Santos Juli¨¢ lo explic¨® en su art¨ªculo La erosi¨®n de la Monarqu¨ªa, publicado en este peri¨®dico el pasado febrero, donde el historiador advert¨ªa a quien lo quisiera escuchar de que s¨®lo la abdicaci¨®n podr¨ªa mejorar el deterioro creciente de la Casa Real. Pero ese clamor social no lleg¨® a los o¨ªdos del jefe de una instituci¨®n que hasta hace bien poco mantuvo su viejo mandamiento: un rey muere en la cama, evidenciando cada d¨ªa que pasaba su empecinado anacronismo.
Del descr¨¦dito de las instituciones no iba a librarse la m¨¢s d¨¦bil, la que no est¨¢ apoyada en votos
El d¨ªa de la abdicaci¨®n lleg¨®, sin dar se?ales de aviso, y de inmediato surgieron las especulaciones sobre las causas que hab¨ªan adelantado una decisi¨®n no anunciada. Felipe VI es ya el Rey, el Rey de Espa?a. Pero en estas l¨ªneas no se me pide un an¨¢lisis pol¨ªtico, sino algunos apuntes sobre su personalidad, un retrato de la persona con la que he coincidido en algunas ocasiones, de tal modo que tratar¨¦ de expresar con una mirada limpia c¨®mo lo he percibido, aun a sabiendas de que la furia de los tiempos no permite matices. Se acab¨® aquella divisi¨®n tolerada entre republicanos-juancarlistas, republicanos, mon¨¢rquicos-nojuancarlistas y otras combinaciones posibles. Hoy, a los ojos del pueblo, o se es cortesano o se es republicano. No hay otra. Y aunque Felipe VI goza en el comienzo de su reinado de unos ¨ªndices de aceptaci¨®n mucho m¨¢s altos que los de su padre en el final de su tiempo, habr¨¢ de vivir tensiones y zozobras hasta que en Espa?a se empiece a hablar de felipistas, porque mon¨¢rquicos al cien por cien hay pocos.
Del que hasta hace poco fuera el pr¨ªncipe Felipe se destacaba su gran preparaci¨®n, apelando sobre todo a sus estudios de Derecho, el m¨¢ster en Georgetown o el obligado paso por la Academia Militar de Zaragoza; pero lo que verdaderamente lo distingue de su predecesor, dado que la preparaci¨®n acad¨¦mica se le supone, es el haberse hecho hombre en un pa¨ªs democr¨¢tico, pasado por la universidad p¨²blica y convivido en un tiempo limitado con militares que nada tienen que ver con aquellos de los que su padre estaba rodeado. Aunque presiento que lo que marca verdaderamente su manera de actuar es su car¨¢cter. Es Felipe VI un hombre tranquilo, sereno, m¨¢s inclinado a escuchar que a dar su opini¨®n. Cuando comenz¨® a enfrentarse a actividades p¨²blicas, los pol¨ªticos con los que se med¨ªa echaban de menos lo que daban en llamar la campechan¨ªa del Rey, esa manera de llegar a los sitios y romper el hielo con una broma; aunque con el tiempo, al madurar y transformarse una timidez un poco r¨ªgida en discreta serenidad, muchos son los que agradecen el hecho de poder tener conversaciones verdaderas, no solo protocolarias.
Dicen que don Felipe se parece a su madre. Es cierto, su forma de actuar es parecida. Aquello que defini¨® el rey Juan Carlos como ¡°profesionalidad¡± se traduce en un saber estar en los sitios que se visita de manera real. La reina Sof¨ªa sonr¨ªe, pregunta, muestra inter¨¦s. En ciertos organismos internacionales, como Unicef, valoran siempre su presencia. El a?o pasado, como consecuencia del esc¨¢ndalo del yerno Urdangarin, do?a Sof¨ªa estuvo m¨¢s replegada, menos dada a mostrarse en p¨²blico, algo que, seg¨²n Paloma Escudero, jefa internacional de comunicaci¨®n de Unicef, dejaba a la instituci¨®n algo hu¨¦rfana porque su actividad social es intensa. La abdicaci¨®n del Rey coincidi¨® con la visita de la Reina a Naciones Unidas. Escudero la acompa?¨® a todas las reuniones programadas, y a pesar de que cuando salt¨® la noticia se produjo un revuelo de periodistas a su alrededor tratando de sonsacarle alguna declaraci¨®n sobre la reci¨¦n anunciada jubilaci¨®n de su esposo, ella respondi¨® como suele, sonriente, con un ¡°todo va a seguir igual¡± que fue motivo de muchas interpretaciones. Personalmente opino que se refer¨ªa a su manera de encarar el trabajo, porque tras pronunciar esa frase, a mi entender poco enigm¨¢tica, se fue derecha a mantener una larga conversaci¨®n con Ban Ki-moon, el secretario general de Naciones Unidas. Aunque est¨¢ claro que algo sustancial va a cambiar: la Reina tendr¨¢ una comunicaci¨®n fluida con el actual Rey, algo que no suced¨ªa con el anterior aunque ambos, marido y mujer, estuvieran trabajando para la misma causa.
Le distingue de su predecesor haberse hecho hombre en un pa¨ªs democr¨¢tico
El matrimonio de Felipe VI le ha mostrado como un hombre familiar. A pesar de que el protocolo obliga a colocar la voz de la ya reina Letizia en un segundo plano, aquellos que los conocen (o quienes en alguna ocasi¨®n los hemos visto actuar de cerca) saben que se trata de una relaci¨®n bastante igualitaria en la que ella no se conforma con pasear los modelos de Felipe Varela. Durante estos a?os de entrenamiento ha tratado de buscar su espacio en asuntos educativos y sociales, pero ha habido un terreno, el cultural, en el que de una manera privada ha influido de manera activa en los intereses del Pr¨ªncipe, que ha aumentado su inter¨¦s por las artes, convirti¨¦ndose en asiduo espectador de cine y cercano al mundo de la literatura. Tambi¨¦n en este tiempo los dos han ido aprendiendo a cultivar amistades con personas que pueden mantenerles en contacto con el mundo real. El universo de La Zarzuela queda muy lejos de Espa?a como para frecuentar s¨®lo a los que en ella trabajan. Si se indaga, si se pregunta, se sabr¨¢ que son algunos los intelectuales, periodistas o artistas que han cenado con la pareja, aunque, tras alg¨²n burdo tropez¨®n en los primeros a?os, han tenido la perspicacia de cultivar relaciones con personas discretas, que charlan pero luego no andan con chismes.
Quieren, ante todo, que sus hijas crezcan como ni?as, e imagino que en estos d¨ªas pasados habr¨¢n sufrido por la sobreexposici¨®n de una foto de Leonor que ilustraba un bulo sobre un sueldo que no existir¨¢ hasta que la criatura comience a desarrollar una vida profesional. Como en casi todo los ¨¢mbitos, en Espa?a las opciones pol¨ªticas, sea la republicana o la mon¨¢rquica, se defienden con demasiada frecuencia a base de desprecio y no de cr¨ªtica razonada. La idea no es m¨ªa, la sol¨ªa expresar Fern¨¢n-G¨®mez cuando aseguraba que el problema de Espa?a no es la envidia, sino el desprecio. ?l, un republicano convencido, contaba en sus memorias c¨®mo cuando el rey Juan Carlos le entreg¨® en el a?o 1981 la medalla de oro al m¨¦rito en las Bellas Artes, ¨¦l se la dedic¨® secretamente a do?a Carlota, su madre, por haber sido ¨¦sta una mon¨¢rquica irreductible. Pero estos tiempos son menos sentimentales.
Felipe VI es un hombre tranquilo, m¨¢s inclinado a escuchar que a dar su opini¨®n
El Rey padre ha dejado al Rey hijo, de momento, una herencia plagada de hipotecas. Dicen que don Juan Carlos hubiera demorado su abdicaci¨®n hasta que estuviera lista la sentencia del juicio de Urdangarin, pero su marcha se ha precipitado, y ahora ser¨¢ su hijo quien tenga que encarar el desenlace de un asunto que ha empa?ado, como ning¨²n otro, la imagen del Monarca. No ignora el nuevo Rey que una mayor¨ªa de los espa?oles desea que se celebre (en alg¨²n momento) un refer¨¦ndum sobre la naturaleza de nuestro Estado, d¨¢ndose la paradoja de que quienes quieren que se celebre sospechan que van a perder, y aquellos que est¨¢n en contra de una consulta saben, al menos por las encuestas, que lo van a ganar. Tambi¨¦n es consciente de que, como dice el polit¨®logo Fernando Vallesp¨ªn, ¡°se halla ante el dilema de presidir el cambio constitucional o quedarse quieto. Haga lo que haga lo tiene dif¨ªcil, porque si lo hace, se dir¨¢ que interfiere en la vida pol¨ªtica, vulnerando sus funciones meramente simb¨®licas, y si no lo hace, se le acusar¨¢ de no hacerlo. Double bind, como dicen los psiquiatras. No podr¨¢ eludir, sin embargo, el fomentar negociaciones entre los partidos y los territorios¡±.
Le ayudar¨¢ en el empe?o de convertirse en una figura de conciliaci¨®n su temperamento tranquilo y el convencimiento de que ha de granjearse el respeto de un pueblo en gran parte enajenado por la corrupci¨®n, el paro y la falta de conductas ejemplares. No tiene poder ejecutivo, pero tampoco es libre para hacer de su capa un sayo. O no lo es ya como lo fue su padre, como lo fueron en cierto sentido los hombres durante el franquismo. Deber¨¢ elegir amigos de conducta intachable y actuar¨¢ sabiendo que el comportamiento privado de una figura como la suya acaba influyendo de manera positiva o negativa en la imagen p¨²blica que se tenga de ella. Deber¨¢ rodearse de asesores que asesoren, no que se vean obligados a obedecer cosas con las que no est¨¢n de acuerdo. El estilo debe cambiar si quiere que la instituci¨®n perviva.
El rey padre ha dejado al rey hijo una herencia plagada de hipotecas
De momento, en su t¨ªtulo lleva grabadas las letras de la brevedad, como as¨ª le ocurriera a su padre. Puede que venza esa condena de inestabilidad y reine durante muchos a?os o puede que su paso por el trono sea breve. Entonces se convertir¨ªa en una figura melanc¨®lica, en alguien que habiendo sido educado, instruido, preparado para ostentar un cargo basado en el respeto ajeno, que no en el poder, ha de emprender un camino imprevisto. Har¨ªa falta entonces un Tolst¨®i que supiera escribir la gran novela de ese hombre, observ¨¢ndolo y narr¨¢ndolo desde la ni?ez, entrando en el alma destinada a la historia, a una historia que puede no cumplirse. No s¨¦ si hay novelista en Espa?a que pudiera emprender esa tarea sin comenzar el relato dejando claro en el primer p¨¢rrafo las posiciones pol¨ªticas de quien lo escribe. Sea como sea, he de terminar afirmando algo que pienso, al margen de cualquier convicci¨®n pol¨ªtica, simplemente por haber observado al ser humano: este hombre ama a su pa¨ªs. Sea cual sea lo que le depare ese futuro del que en Espa?a s¨®lo est¨¢n escritas las primeras l¨ªneas.
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