El pueblo y la gente
Ya es hora de que los pol¨ªticos dejen de trabarse y reconozcan la diversidad
Como el alma es al cuerpo, el pueblo es la entelequia constitucional de la gente, su ideal de perfecci¨®n. Mas, precisamente por ello, un abismo se abre entre ambos: con las gentes nos encontramos cada d¨ªa, pero al pueblo nadie le ha visto jam¨¢s. Para superar tal inmensidad necesitamos instituciones jur¨ªdicas y pol¨ªticas que sirvan de puente. Luego, habremos de querer cruzarlo. Sin buena voluntad, no habr¨¢ nada que hacer. Pero con malicia hay mucho que deshacer.
Los doctores del Derecho llevan siglos disputando qui¨¦n o, mejor dicho, qu¨¦ es el pueblo: los s¨²bditos, esto es, las personas atrapadas en un territorio y sujetas a la violencia definitoria de sus Estados; los ciudadanos, es decir, quienes tienen voz impune y algunas defensas frente a las imposturas de su Gobierno; los electores, en aquellos territorios donde los ciudadanos pueden elegir a sus gobernantes despu¨¦s de que estos hayan resuelto c¨®mo y cu¨¢ndo lo har¨¢n; o los votantes efectivos, una tesis terr¨¢quea que me resulta cercana porque cada vez que, anochecido el d¨ªa de las elecciones, oigo a un pol¨ªtico proclamar que el pueblo ha hablado, entiendo al instante que me est¨¢ diciendo que ¨¦l las ha ganado.
Hay muchas otras tesis mejor o peor fundadas, pues, como en el Pedro P¨¢ramo, de Juan Rulfo, en punto al pueblo no siempre se distingue a los vivos de los muertos, ni menos a todos ellos de quienes no son ni una cosa ni la otra, pues est¨¢n por nacer. As¨ª, muchos de quienes votaron la Constituci¨®n vigente ya no est¨¢n entre nosotros, pero siguen siendo conjurados a cada rato por quienes la esgrimen. Y luego todos los legisladores conocidos manifiestan, imp¨¢vidos, haber dictado sus leyes en nombre y por cuenta de las generaciones venideras.
En la niebla de la incertidumbre sobre qu¨¦ sean los pueblos discurre el conflicto entre Catalu?a y Espa?a. Mal iremos si su soluci¨®n se busca en abstracciones en lugar de hacerlo en el buen hacer de los pol¨ªticos que median entre las gentes con las cuales nos encontramos cada d¨ªa y aquellas que, result¨¢ndonos m¨¢s lejanas, todav¨ªa est¨¢n lo bastante cerca de nosotros como para que valga la pena tender puentes.
Es preciso que los Gobiernos dejen de avivar y emponzo?ar los conflictos existentes
?C¨®mo? Formulo tres fatigadas propuestas. La primera, casi desesperanzada, es acercar sistem¨¢ticamente la toma de decisiones a la gente que mejor las pueda adoptar en cada caso, evitar alejarlas si la objeci¨®n principal es que el pueblo lo impide. El pueblo, sea lo que fuere, es subsidiario a la gente afectada por todo aquello que ustedes y yo sabemos hacer mejor que nuestros Gobiernos, que es mucho. La mayor parte de la reivindicaci¨®n catalana es de autogobierno.
La segunda, dolorida, urge a los Gobiernos a que dejen de avivar y emponzo?ar los conflictos existentes, que tambi¨¦n son muchos. Que ni Rajoy es Lincoln, ni Catalu?a el Sur. Que ni Madrid es la metr¨®poli, ni Barcelona la colonia: yo fui a votar el pasado 9 de noviembre ¡ªni se me ocurre contarles c¨®mo, pues eso no les concierne a ustedes, ni nada val¨ªa mi voto¡ª porque creo que puedo expresar mi opini¨®n por mal que le resulte a media Espa?a. El acto de votar consisti¨® en expresarse individual y colectivamente, no en participar en ninguna revuelta, ni en elegir a nadie, ni en decidir nada jur¨ªdicamente efectivo. Y expresarse es l¨ªcito y posible en cualquier pa¨ªs libre.
La tercera, tranquila, es preguntarnos con serenidad qu¨¦ nos podr¨ªa unir dentro de 50 o 100 a?os. Y si hubiera algo, por poco que fuera, habremos de esforzarnos por conseguirlo. Uno a veces tiene la tentaci¨®n de proponer otorgar un voto y medio a cada ciudadano menor de 40 a?os y mayor de 18, pues ellos habr¨¢n de ser tambi¨¦n quienes disfruten o paguen las consecuencias de nuestras decisiones.
A quienes hoy tienen menos de 40 a?os les interesar¨¢, seguro, vivir en un pa¨ªs pr¨®spero, dotado de instituciones cercanas, transparentes y responsables (lean a Francis Fukuyama, Political Order and Political Decay). Y la piedra de toque lleva milenios descubierta: colaboremos al menos en todo aquello que genere prosperidad, que nadie la rechazar¨¢ si sabe que participar¨¢ razonablemente en los resultados. Las gentes emigran de pa¨ªses pobres y mal gobernados a pa¨ªses pr¨®speros y bien gestionados. Al final, el ¨¦xito de las naciones se mide por su capacidad de atracci¨®n y retenci¨®n de talento. El reto del catalanismo es atraer a m¨¢s y m¨¢s gente.
Naturalmente, no todo es dinero, pero salir todos juntos de empobrecidos nos ayudar¨ªa. Y si en este pa¨ªs los pol¨ªticos y las instituciones habitadas por ellos ¡ªy por funcionarios que deber¨ªan ser neutrales¡ª saben reconocer a las gentes en su diversidad, en sus estilos de vida y en su capacidad de gobernarse a s¨ª mismas, las cosas dejar¨¢n de seguir torci¨¦ndose. La mera existencia de un conflicto, por larvado que est¨¦, genera una enorme incertidumbre. Solo con que dej¨¢ramos de enfrentarnos dos a?os, la niebla levantar¨ªa. Pero alguien habr¨¢ de coordinar la iniciativa. Bastar¨ªa quiz¨¢s con que una instituci¨®n decisiva diera la se?al de que se puede hacer la calma y que, durante ella, corresponder¨¢ a los pol¨ªticos desactivar el conflicto para que las certezas se generaran autom¨¢ticamente. Muchos creemos que ya es hora de que los pol¨ªticos dejen de trabarse en nombre del pueblo. Gobiernen, por favor, pensando en la gente. Solo en ella.
Pablo Salvador Coderch Catedr¨¢tico de derecho civil Universitat Pompeu Fabra
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