El G6 del arte
Est¨¢n al frente de seis relevantes instituciones culturales. Lideran algunos de los museos m¨¢s importantes del mundo. ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯ les ha pedido que posen junto a la obra favorita de sus pinacotecas y cuenten las obsesiones comunes a todo director de gran museo.
Por extra?o que pueda parecer, este es el tiempo de los museos. Por muy obsesionados que andemos con las prisas o precisamente gracias a eso, necesitamos detenernos para dedicar un largo espacio en nuestras vidas a la mera contemplaci¨®n. Una experiencia ¨ªntima, el contacto visual, un di¨¢logo en silencio con la belleza, el misterio, la intriga, la atracci¨®n de una obra de arte elevan al ciudadano contempor¨¢neo hasta el punto de merecer la pena la espera, el desplazamiento, incluso la aglomeraci¨®n.
?La recompensa? Un momento de confesi¨®n, sin m¨¢s celos¨ªa que las pertinentes medidas de seguridad, con piezas irrepetibles, originales, ¨²nicas, en plena ¨¦poca de distribuci¨®n masiva en serie de todo tipo de objetos o manifestaciones, incluidas las culturales. El valor de lo que no se puede volver a producir y ha quedado consagrado para la historia en mitad de un pulso contra el tiempo, del que ha salido ganando. La poderosa singularidad de la obra de arte.
El museo es la casa del pintor, comenta Eduardo Arroyo en su particular Gu¨ªa del Prado. El refugio donde se inspira, el techo que cobija la identidad del creador. Son sendas por recorrer, respuestas, indicaciones, su br¨²jula. Pero tambi¨¦n es el gran foro ciudadano: un prominente lugar de reuni¨®n para el disfrute y la reflexi¨®n. Para el asombro, la emoci¨®n callada y la admiraci¨®n.
Quienes llevan sus riendas hoy en d¨ªa se desenvuelven en las fricciones propias del presente. Quiz¨¢s seamos hijos de la ¨¦poca m¨¢s regocijante, abierta, plural y contagiosa que haya existido nunca en cuanto a la relaci¨®n de la cultura con la ciudadan¨ªa. Los retos del silencio y la paz que requieren los museos, la experiencia casi de comuni¨®n religiosa que podr¨ªamos demandar a la contemplaci¨®n del arte a menudo no se corresponden con el recurrente, aunque no permanente, tumulto que se vive en los grandes museos.
El Pa¨ªs Semanal ha propuesto a seis responsables de algunas de las principales pinacotecas del mundo una cruda elecci¨®n rayana casi en el fetichismo. Cada uno de ellos deb¨ªa elegir de la colecci¨®n que tiene a su cargo una sola obra y posar con ella.
El Louvre, museo m¨¢s visitado en 2013, recibi¨® el a?o pasado a 10 millones de personas
Miguel Zugaza se pliega ante el emblema de Las meninas, de Vel¨¢zquez, en el Prado. Nicholas Penny, dentro de la National Gallery de Londres, ha elegido Un concierto, de Lorenzo Costa, donde se plasma un palpable di¨¢logo entre la m¨²sica y la pintura. Wim Pijbes, en el Rijksmuseum de ?msterdam, se ha decantado por el revuelo asustadizo de El cisne amenazado, de Jan Asselijn. Sabine Haag, del Museo de Arte Hist¨®rico de Viena, apuesta por el Salero, de Benvenuto Cellini, una escultura de mesa en oro y marfil, robada y felizmente recuperada. Jean-Luc Martinez, en el Louvre, no se resiste ante la imponente Victoria de Samotracia en plena restauraci¨®n, y Thomas P. Campbell, en el Metropolitan de Nueva York, escoge el Templo de Dendur.
Todos los centros que dirigen fueron creados y abiertos al p¨²blico en el siglo XIX. M¨¢s bien que mal, con las avalanchas y el inter¨¦s de la gente en aumento, como pueden y les dejan ¨Csi descendemos al trauma de la ¨²ltima era de los recortes en el Prado, por ejemplo¨C, han ingresado ya en la dualidad real/virtual del siglo XXI. Un museo pudiera ser el mayor legado que las generaciones precedentes logran dejar a sus hijos. Con esa concepci¨®n, heredera de la Ilustraci¨®n, Europa fue abriendo en sus capitales y sus ciudades bandera las puertas de estos templos c¨ªvicos.
Hoy, el efecto im¨¢n no es suficiente. Ni lo ¨²nico por explotar. Hoy y ma?ana, los museos pueden trasladarse a nuestros hogares a trav¨¦s de Internet. Lejos de menguar el inter¨¦s en la experiencia real, los avances tecnol¨®gicos la aumentan. Pero vayamos por partes.
Una de las grandes preocupaciones de los directores de grandes museos no es detener las avalanchas ¨Cbienvenida sea cada vez m¨¢s gente a sus salas¨C, sino ordenarlas. Una delegaci¨®n de responsables de pinacotecas francesas acaba de visitar Espa?a para que les expliquen c¨®mo abordar la apertura siete d¨ªas a la semana.
El Louvre, antes de su ampliaci¨®n en la era de Mitterrand, recib¨ªa 2,7 millones de visitas al a?o. La obra, con su famosa y pol¨¦mica pir¨¢mide a la entrada, calificada adem¨¢s como fara¨®nica, fue proyectada para acoger a cuatro millones. El complejo de Rams¨¦s se qued¨® corto. La exhibici¨®n de grandeur tambi¨¦n. En 2013, el museo parisiense fue el m¨¢s visitado del a?o, con m¨¢s de 10 millones de personas. La ola ha obligado a invertir 53 millones de euros en recomponer la acogida y los itinerarios.
El hecho de que el Louvre contin¨²e en una aut¨¦ntica transformaci¨®n para afrontar la creciente fiebre por el arte llev¨® a Jean-Luc Martinez, su director, a proponer una fotograf¨ªa suya con la Victoria de Samotracia junto a un andamio. Quer¨ªa dar testimonio de una de las restauraciones m¨¢s cruciales del Louvre en los ¨²ltimos tiempos. Simbolizar la constante carrera de un museo en pos del cuidado de sus tesoros. En este caso, los t¨¦cnicos revisaron 20 piezas de m¨¢rmol de forma separada para dejarlas como nuevas.
¡°Tengo una relaci¨®n afectiva con esta obra. Fue mi gu¨ªa al entrar a un museo por primera vez. A medida que recorr¨ªa la escalera me atrap¨® su belleza, la magia que le aportaba al lugar¡±. Con el tiempo tambi¨¦n le convirti¨® en experto en escultura griega, romana y etrusca: ¡°Su virtuosismo, su capacidad de seducci¨®n¡, su reto constante al conocimiento. Es una obra que, a medida que la estudias, nos confirma la sensaci¨®n de que cuanto m¨¢s creemos saber, m¨¢s ignoramos¡±.
Un lugar como el Louvre ¨Ccon 2.300 empleados¨C quiere mantener su posici¨®n en el mundo de hoy. Un mastodonte as¨ª, cuyo tiempo medio de visita est¨¢ en 2 horas y 40 minutos, con un 60% de gente que pisa sus salas por primera vez, necesita estar a la altura de los tiempos: ¡°Me hace feliz que cada vez acuda m¨¢s gente al museo, que crezcan los aficionados a la historia del arte, nuestro reto consiste en ofrecer una experiencia personalizada¡±, comenta Martinez, que lleva dos a?os al frente de la instituci¨®n.
Abrir todos los d¨ªas puede ser una soluci¨®n a su avalancha. Se trata de una iniciativa que ha supuesto un giro primordial para las pinacotecas espa?olas. El Prado lo puso en pr¨¢ctica en 2012. Miguel Zugaza, su director, resalta la importancia de la medida y pone sobre la mesa los resultados. M¨¢s cuando en los ¨²ltimos siete a?os el Estado ha recortado su aportaci¨®n en un 60%.
Zugaza se amarra a Las meninas para simbolizar la adelantada y prof¨¦tica visi¨®n que tuvo Vel¨¢zquez en su d¨ªa, reflejada en su cuadro: ¡°El protagonista es el espectador ante la contemplaci¨®n de una obra¡±. Un espectador que se supon¨ªa en posici¨®n de privilegio. De hecho, el cuadro colg¨® de las paredes donde despachaba Felipe IV: fue pintado para ¨¦l. El tiempo expandi¨® ese privilegio a todo el mundo. Al p¨²blico global que hoy lo admira. ¡°Desde que Luca Giordano lo calificara como la teolog¨ªa de la pintura, no ha bajado de su pedestal hasta hoy¡±, afirma Zugaza.
El robo de una pieza es una de las obsesiones de la mente
de un director de museo
Las meninas son emblema del Prado. Su protagonismo desaf¨ªa al tiempo. Pero como s¨ªmbolo de la diversidad de visiones que nos ofrece el presente, Zugaza tambi¨¦n pod¨ªa haber elegido El jard¨ªn de las delicias, de El Bosco. ¡°Es una obra cuya visita en el museo resulta completamente distinta a la que puedes disfrutar si lo ves en alta definici¨®n en tu casa. En la sala s¨®lo captas una experiencia limitada, si entras al detalle en el ordenador, descubres muchas m¨¢s cosas¡±.
El cataclismo que la irrupci¨®n de Internet ha supuesto para los mercados de casi todos los sectores culturales ha producido en el mundo de los museos el efecto contrario: ¡°Nos ofrecen la oportunidad de cumplir nuestra misi¨®n a escala global. Quien no pueda acercarse f¨ªsicamente a Madrid, puede entrar en el Prado desde cualquier lugar del mundo¡±.
Otro aspecto para el parad¨®jico equilibrio del presente. No otra cosa supone dirigir un museo para Wim Pijbes, responsable del Rijksmuseum de ?msterdam: ¡°Resulta una acci¨®n de balance que se pone de manifiesto entre amplias y diferentes propuestas sin perder de vista los detalles m¨¢s ¨ªnfimos¡±.
Pijbes lo resume eficazmente con un proverbial arte de birlibirloque haciendo uso de los esl¨®ganes: ¡°Dar servicio a un p¨²blico amplio con un toque personal. Transformar el Rijksmuseum en tu Rijksmuseum¡±. En ese aspecto, ¨¦l ha elegido como s¨ªmbolo este poderoso Cisne amenazado, de Jan Asselijn: ¡°Por su fuerza, su soberana belleza que le otorga poder absoluto. Una vez contemplado, no puedes olvidarlo¡±. En tu retina queda el solemne revoloteo blanco en defensa de su nido, con la imagen de la amenaza ante la belleza que se revuelve haciendo valer la dignidad de su supervivencia. Bonita met¨¢fora para los tiempos oscuros dentro de un cuadro pintado por el artista barroco holand¨¦s en 1650 y que para Pijbes merece la pena y justifica el esfuerzo de una visita. ¡°En un mundo de preponderancia virtual y vida acelerada, el valor de experiencias aut¨¦nticas atrae cada vez a m¨¢s gente¡±. Con todos los inconvenientes que ello puede conllevar. Con las dificultades que supone armonizar la transformaci¨®n de instituciones creadas para minor¨ªas en el XIX a recintos para mayor¨ªas en el XXI.
Nicholas Penny, responsable de la National Gallery en Londres, que abandona este a?o el cargo, reflexiona sobre la metamorfosis: ¡°Nuestros centros, creados hace dos siglos para poblaciones m¨¢s reducidas, no se han desarrollado lo suficiente para desenvolverse en la sociedad del turismo de masas. Contamos con un enorme volumen de visitas en la National Gallery ¨Cm¨¢s de seis millones¨C, y eso supone una gran dificultad para el disfrute tranquilo de algunas de nuestras obras. Me pregunto a menudo c¨®mo se las arregla un joven artista a la hora de estudiar la obra de Rafael o Miguel ?ngel en el Vaticano. Es un aut¨¦ntico problema y lo ser¨¢ mayor para mis sucesores y quienes llevan museos en Par¨ªs, Florencia o Roma, m¨¢s que para nosotros¡±.
Los museos m¨¢s concurridos de Londres ¨CEl Brit¨¢nico, la Tate Modern y la National Gallery¨C, se colocan a?o tras a?o a la cabeza de la lista de los 10 m¨¢s visitados del mundo. ¡°Existe una gran reticencia en las sociedades democr¨¢ticas a expresar cualquier cosa que sugiera que lo popular es malo. Pero resulta innegable que a menudo los libros m¨¢s vendidos no son los mejores. Lo mismo ocurre con las exposiciones m¨¢s visitadas. No son siempre las mejores, lo mismo que las obras de arte favoritas del gran p¨²blico¡±, afirma Penny.
Las creencias e intereses de cada ¨¦poca se dan la mano, seg¨²n el responsable de la National Gallery. ¡°No siempre el verdadero amor al arte mueve a los turistas a sentir que deben contemplar una obra; lo mismo que en la ¨¦poca medieval, no era siempre el fervor lo que motivaba a los peregrinos a viajar a pie largas distancias¡±. Aunque eso no ensombrece lo fundamental: ¡°Para m¨ª es un hecho y afronto con una enorme convicci¨®n que los museos pertenecen a la gente y no deben ser tratados como un recurso para los privilegiados o los mejor educados¡±.
Para manejarlo se requiere un perfil con determinadas caracter¨ªsticas: ¡°No es f¨¢cil. Debe tratarse de alguien experto en la materia y con una considerable experiencia de comisariados y organizaci¨®n de exposiciones, asimismo con disposici¨®n de emplear tiempo en labores administrativas, as¨ª como habilidades para la direcci¨®n, la influencia y la recaudaci¨®n de fondos de donantes. Queda poco tiempo en cambio para acudir a la biblioteca, organizar como quisi¨¦ramos las exposiciones o ayudar a un joven colega en una investigaci¨®n, es necesario sacrificar mucho de lo que nos gusta, pero, aun as¨ª, el trabajo tiene sus recompensas¡±.
Como disfrutar las veces que uno lo desee de una ¨ªntima relaci¨®n con las obras que adora. Es el caso de Un concierto, pintura de Lorenzo Costa. La pieza junto a la que Penny ha elegido posar: ¡°Me impresion¨® desde el primer d¨ªa que pis¨¦ el museo con mi padre en 1950¡±, recuerda Penny. Debi¨® ser grande el impacto. Porque hoy, el responsable de la pinacoteca prepara un cat¨¢logo sobre el arte proveniente de Bolonia y Ferrara en su colecci¨®n. ¡°Como historiador del arte me resulta fascinante. Para m¨ª representa el inicio de un g¨¦nero que floreci¨® despu¨¦s durante siglos y que result¨® especialmente atractivo para los seguidores de Caravaggio¡±, comenta.
El arte de recaudar fondos resulta fundamental en estos tiempos. En EE UU sacan ventaja porque las instituciones culturales apenas cuentan con aportaciones de los Gobiernos. Pero en Europa se ha debido forjar una generaci¨®n de gestores que ha tenido que aprender a cabalgar a partes iguales entre el dinero p¨²blico y privado. El caso de Zugaza y el Prado en Espa?a representa mejor que nadie ese viaje con un cambio de estatus legal incluso en el museo.
Atr¨¢s quedan los tiempos en que la pinacoteca madrile?a viv¨ªa pr¨¢cticamente a cargo del Estado. Hoy, el 70% de los fondos de su presupuesto ¨C42 millones de euros¨C los aporta el museo. Aunque no es lo deseable: ¡°Lo ideal ser¨ªa que del Estado provenga la mitad y la otra parte quede equilibrada con las recaudaciones de visitas y las aportaciones privadas¡±, comenta Zugaza.
No es el caso del Metropolitan de Nueva York: con fondos en su mayor¨ªa privados, sigue desarrollando formatos que atraen gran p¨²blico y marcan tendencia en la gran liga mundial del patrimonio. Para Thomas P. Campbell, su director, la excitaci¨®n de dirigir el Met reside en la mezcla de varios campos: ¡°La tecnolog¨ªa, el viaje, la formaci¨®n, marcarse metas que unan la utilidad con la creaci¨®n¡±, asegura.
O un sencillo traslado a trav¨¦s del tiempo. Como ha hecho ¨¦l al elegir El Templo de Dendur, obra egipcia del siglo I antes de Cristo, regalo del Gobierno de dicho pa¨ªs a Estados Unidos en 1965. Hoy puede apreciarse desde Central Park a trav¨¦s de unas grandes cristaleras en las, seg¨²n asegura Campbell, ¡°se simboliza el aroma de convivencia entre la antig¨¹edad y la vida moderna en un palpable sentido de la historia dentro de un ambiente que lo torna real y muy relevante al tiempo¡±.
El director del MET recuerda tambi¨¦n la primera vez que lo vio: ¡°Me impact¨® su poder¨ªo, la monumentalidad transportada. Se ha convertido en uno de los grandes iconos del museo, me impresiona c¨®mo la obra nos habla de la resistencia de la cultura, de su supervivencia; conlleva un gran mensaje para el mundo presente¡±. El de la prisa, la masificaci¨®n, donde, seg¨²n ¨¦l, resulta un reto guiar al visitante hacia los lugares aislados: ¡°Existen muchos dentro de nuestro museo y, aunque son dif¨ªciles de encontrar, representan mejor que las colas o los amontonamientos la m¨¢gica experiencia que uno puede vivir dentro¡±.
Siempre que no sea la que se dio en el Museo de Historia del Arte en Viena un 11 de mayo de 2003. Lo cuenta Sabine Haag, su responsable desde 2009. Puso de manifiesto otro de los problemas fundamentales en la mente de cualquier director: el robo de una pieza. Dejamos el punto de thriller para el final. ¡°Era la Noche de la M¨²sica, se cerraba tarde. Algunas alas del edificio estaban en restauraci¨®n. Un hombre aprovech¨® los andamios, rompi¨® una ventana y se llev¨® el Salero, de Benvenuto Cellini, una de nuestras obras m¨¢s preciadas. Tard¨® 90 segundos. No hab¨ªa nadie, al d¨ªa siguiente fueron las se?oras de la limpieza las que se dieron cuenta de que faltaba¡±.
El ladr¨®n result¨® ser empleado de una empresa de seguridad. ¡°Estaba familiarizado con nuestras medidas. Fue todo un revuelo en nuestro pa¨ªs y fuera. Por eso no pudo colocarla, entre el seguro y la polic¨ªa acabaron atrap¨¢ndole. Les dijo que hab¨ªa enterrado la pieza en un bosque cercano a la ciudad. En enero de 2006, volvi¨® al museo¡±. Hoy es la obra que Sabine Haag considera su emblema. ¡°Viv¨ª todo eso como directora de la colecci¨®n, cuando nos fue devuelta pueden imaginarse lo que nos emocionamos¡±.
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