Compartir el cielo
La activista Naomi Klein alerta en su nuevo libro, 'Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima', sobre lo que puede suceder si no tomamos ya medidas contra el cambio clim¨¢tico. Ofrecemos aqu¨ª un extracto del cap¨ªtulo dedicado a la poluci¨®n atmosf¨¦rica
Durante mi primera visita a la reserva de los cheyenes del norte, se plante¨® con frecuencia la cuesti¨®n de c¨®mo financiar la econom¨ªa saludable por la que los activistas anticarb¨®n estaban luchando. Lynette Two Bulls (Dos Toros), que dirige una organizaci¨®n que ense?a a los j¨®venes cheyenes la historia de su tribu, me coment¨® que hab¨ªa o¨ªdo hablar de algo realmente interesante que estaban haciendo en Ecuador. Se refer¨ªa al llamamiento que hab¨ªan hecho desde all¨ª a la comunidad internacional pidi¨¦ndole que pagara una compensaci¨®n al pa¨ªs a cambio de no extraer el petr¨®leo del subsuelo de la selva de Yasun¨ª para que el dinero as¨ª obtenido financiase programas sociales y una transici¨®n hacia energ¨ªas limpias. Aquello parec¨ªa ser justamente lo que se necesitaba en su reserva y ella quer¨ªa conocer m¨¢s sobre aquella iniciativa. Si Ecuador pod¨ªa recibir una compensaci¨®n por mantener su petr¨®leo en el subsuelo, entonces ?por qu¨¦ no pod¨ªan ser compensados los cheyenes del norte por actuar igualmente como conservadores del carbono impidiendo la explotaci¨®n de sus reservas de carb¨®n?
Aquella era una muy buena pregunta y el paralelismo entre ambas situaciones era ciertamente llamativo. El parque nacional de Yasun¨ª es una extraordinaria extensi¨®n de selva ecuatoriana en la que viven varias tribus ind¨ªgenas y un n¨²mero incalculable de animales raros y ex¨®ticos (basta con pensar que alberga casi tantas especies distintas de ¨¢rboles en una hect¨¢rea como el total de especies arb¨®reas nativas del conjunto de Am¨¦rica del Norte). Y bajo esa profusi¨®n de vida, yacen un total estimado de 850 millones de barriles de crudo, valorados en unos 7.000 millones de d¨®lares. Consumir todo ese petr¨®leo ¡ªy talar la parte correspondiente de selva para extraerlo¡ª a?adir¨ªa unos 547 millones de toneladas adicionales de di¨®xido de carbono a la atm¨®sfera. Pero, claro est¨¢, las grandes petroleras quieren su parte de ese pastel.
Por eso, en 2006, la organizaci¨®n Acci¨®n Ecol¨®gica (la misma que hab¨ªa formado anteriormente una alianza con el movimiento contrario a la extracci¨®n petrolera en Nigeria) present¨® una contrapropuesta: el Gobierno ecuatoriano deb¨ªa acceder a no vender el petr¨®leo, pero deb¨ªa con- tar tambi¨¦n para ello con el apoyo de la comunidad internacional, pues todos nos beneficiar¨ªamos colectivamente de una medida que permitir¨ªa conservar la biodiversidad y evitar que se liberasen a la atm¨®sfera que todos compartimos gases que calientan el planeta. En definitiva, Ecuador deb¨ªa ser compensado parcialmente por los ingresos perdidos por no extraer ese petr¨®leo. Tal como explic¨® entonces Esperanza Mart¨ªnez, presidenta de Acci¨®n Ecol¨®gica, la "propuesta establece un precedente al basarse en el argumento de que los pa¨ªses deber¨ªan ser recompensados por no explotar su petr¨®leo. [...] Los fondos as¨ª reunidos ser¨ªan usados para fomentar la transici¨®n energ¨¦tica [hacia las renovables] y podr¨ªan ser concebidos tambi¨¦n como pagos por la deuda ecol¨®gica que el norte tiene contra¨ªda con el sur, y distribuidos democr¨¢ticamente en los niveles local y global". Adem¨¢s, seg¨²n ella misma escribi¨®, seguramente "la manera m¨¢s directa de reducir emisiones de di¨®xido de carbono es dejando los combustibles f¨®siles en el subsuelo, donde ya est¨¢n".
El plan para Yasun¨ª se fundamentaba en la premisa de que Ecuador, como todos los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo, no ha cobrado a¨²n la deuda que le corresponde por la gran injusticia inherente al cambio clim¨¢tico; es decir, por el hecho de que los pa¨ªses ricos hayan usado ya para s¨ª la mayor parte de la capacidad de la atm¨®sfera para absorber CO2 dentro de unos niveles m¨ªnimamente seguros antes de que los pa¨ªses en desarrollo tuvieran la oportunidad de industrializarse. Y puesto que el mundo entero se beneficiar¨ªa de mantener ese carbono en el subsuelo (ya que esa medida contribuir¨ªa a estabilizar el clima global), no es justo esperar que Ecuador, un pa¨ªs pobre cuya poblaci¨®n ha contribuido muy poco a crear la crisis clim¨¢tica actual, soporte la carga econ¨®mica que le supone renunciar a esos petrod¨®lares potenciales. Esa carga deber¨ªa ser compartida con Ecuador por los pa¨ªses m¨¢s industrializados, que son tambi¨¦n los que m¨¢s responsabilidad tienen por la escalada hist¨®rica en las concentraciones de carbono atmosf¨¦rico. Por lo tanto, no se trata de un acto de beneficencia. Si los pa¨ªses ricos no quieren que otros, m¨¢s pobres, salgan de la pobreza siguiendo el mismo camino "sucio" que siguieron ellos, corresponde a los Gobiernos del norte correr con buena parte de los gastos que eso supone.
Esta, desde luego, es la l¨®gica fundamental en la que se basan quienes defienden la existencia de una "deuda clim¨¢tica", que es el mismo argumento que la negociadora boliviana Ang¨¦lica Navarro Llanos me hab¨ªa expuesto en Ginebra en 2009, y con el que me hab¨ªa ayudado a ver que el cambio clim¨¢tico pod¨ªa ser un factor catalizador para atacar la desigualdad en su ra¨ªz misma: la base para un Plan Marshall para la Tierra. El c¨¢lculo matem¨¢tico que justifica ese argumento es bastante simple. Como ya se ha comentado aqu¨ª, el cambio clim¨¢tico es el resultado de unas emisiones acumuladas: el di¨®xido de carbono que emitimos se queda en la atm¨®sfera durante un tiempo aproximado de entre uno y dos siglos, y una parte del mismo permanece en el aire durante un milenio o incluso m¨¢s tiempo. Y dado que el clima est¨¢ cambiando como consecuencia de doscientos y pico a?os de emisiones acumuladas de ese tipo, los pa¨ªses que han estado propulsando sus econom¨ªas a base de combustibles f¨®siles desde la Revoluci¨®n Industrial han contribuido mucho m¨¢s a que las temperaturas aumenten que aquellas otras naciones que se han incorporado al juego de la globalizaci¨®n desde hace apenas un par de d¨¦cadas. Los pa¨ªses desarrollados, que representan menos del 20% de la poblaci¨®n mundial, han emitido casi el 70% de toda la contaminaci¨®n por gases de efecto invernadero que est¨¢ desestabilizando actualmente el clima. (Estados Unidos, con menos del 5% de la poblaci¨®n global, contribuye actualmente en torno al 14% del total mundial de emisiones carb¨®nicas).
Y aunque algunos pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo como China y la India arrojan grandes cantidades de di¨®xido de carbono a la atm¨®sfera (cantidades que van r¨¢pidamente en aumento, adem¨¢s), no se los puede responsabilizar por igual del coste de la operaci¨®n de limpieza pendiente, seg¨²n el argumento de la deuda clim¨¢tica, porque han aportado solo una peque?a parte de la poluci¨®n que, acumulada a lo largo de doscientos a?os, ha causado la crisis. Adem¨¢s, no todo el mundo necesita quemar carbono para la misma clase de fines. En la India, por ejemplo, unos 300 millones de habitantes no tienen a¨²n acceso a la red el¨¦ctrica. ?Le corresponde a ese pa¨ªs, entonces, el mismo grado de responsabilidad a la hora de recortar sus emisiones que, por ejemplo, a Gran Breta?a, que lleva acumulando riqueza y emitiendo niveles industriales de di¨®xido de carbono desde que James Watt present¨® su exitosa m¨¢quina de vapor en 1776?
?Le corresponde a un pa¨ªs en desarrollo el mismo grado de responsabilidad a la hora de recortar sus emisiones que a Gran Breta?a, que lleva acumulando riqueza y emitiendo niveles industriales de di¨®xido de carbono desde? 1776?
Desde luego que no. Por eso 195 pa¨ªses (incluido Estados Unidos) han ratificado desde 1992 la Convenci¨®n Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Clim¨¢tico, un documento en el que se consagra el principio de la existencia de unas "responsabilidades comunes pero diferenciadas. Eso significa b¨¢sicamente que todo el mundo tiene la responsabilidad de participar en la soluci¨®n al problema del clima, pero que los pa¨ªses que hayan emitido m¨¢s a lo largo del pasado siglo deben ser los primeros en reducir sus emisiones y deben ayudar tambi¨¦n a financiar el cambio hacia modelos de desarrollo limpio en otros pa¨ªses m¨¢s pobres.
Pocos discuten que el de la deuda clim¨¢tica es un argumento que tiene la justicia y el derecho internacional de su parte. Aun as¨ª, la iniciativa lanzada desde Ecuador para poner ese principio en pr¨¢ctica en su selva ha topado con tremendas dificultades que muy posiblemente la condenar¨¢n al fracaso. Una vez m¨¢s, tener la raz¨®n y tener el derecho no bastar¨¢n para cambiar la actitud de los ricos y los poderosos.
En 2007, el Gobierno de centro-izquierda de Rafael Correa hizo suya la propuesta sobre Yasun¨ª y la defendi¨® (aunque brevemente) en la escena internacional. Dentro de Ecuador, la iniciativa Yasun¨ª-ITT, como se conoce all¨ª ese plan (por las iniciales de los codiciados yacimientos de Ish- pingo, Tambococha y Tiputini, situados dentro del parque), se convirti¨® en una llamada a la movilizaci¨®n popular en torno a una idea de desarrollo econ¨®mico real que no obligar¨ªa a sacrificar una de las partes m¨¢s queridas y valoradas del pa¨ªs. Seg¨²n un sondeo de opini¨®n de 2011, un 83% de los ecuatorianos estaba a favor de que no se extrajera el petr¨®leo del subsuelo de Yasun¨ª, cuando en 2008 quienes opinaban as¨ª representaban solo un 41% de la poblaci¨®n, lo cual indica con qu¨¦ rapidez un proyecto transformador puede cautivar la imaginaci¨®n popular. Pero las contribuciones procedentes de los pa¨ªses desarrollados para ese fin se hicieron esperar demasiado (solo 13 millones de d¨®lares recaudados de un objetivo total estipulado en torno a los 3.600 millones) y, en 2013, Correa anunci¨® que iba a autorizar el inicio de las perforaciones petrol¨ªferas en la zona.
De todos modos, los partidarios locales del plan no se han rendido todav¨ªa y la marcha atr¨¢s dada por Correa ha abierto un nuevo frente para Blockadia. Los manifestantes y activistas que se oponen a las perforaciones han sufrido ya arrestos y los impactos de los proyectiles de goma, y es probable que, si no se llega a una soluci¨®n pol¨ªtica, los miembros de los grupos ind¨ªgenas terminen resisti¨¦ndose con sus propios cuerpos a la extracci¨®n en sus tierras. Mientras tanto, en abril de 2014, una coalici¨®n de diversas ONG y asociaciones de ciudadanos recogi¨® m¨¢s de 750.000 firmas solicitando que la cuesti¨®n se sometiera a un refer¨¦ndum nacional (en el momento de la publicaci¨®n del presente libro, parec¨ªa que Correa estaba decidido a bloquear esa votaci¨®n y a que prosiguieran las perforaciones). Tal como Kevin Koenig, director del programa de Amazon Watch para Ecuador, escribi¨® en el New York Times, "aunque al Gobierno habr¨¢ que pedirle tambi¨¦n responsabilidades", la culpa de todo esto no es ¨²nicamente de Correa. "Que la iniciativa Yasun¨ª-ITT naciera ya muerta es un fracaso compartido".
Este rev¨¦s es, adem¨¢s, una especie de microcosmos del fracaso en general de las negociaciones internacionales sobre el clima, que se han estancado una y otra vez en torno a la cuesti¨®n central de si la acci¨®n clim¨¢tica deber¨ªa reflejar de alg¨²n modo la historia del qu¨¦ y qui¨¦nes han creado la crisis. ?La consecuencia de todo ello? Las emisiones contin¨²an dispar¨¢ndose muy por encima de niveles m¨ªnimamente seguros y todo el mundo sale perdiendo, pero los m¨¢s pobres son quienes primero (y m¨¢s) pierden.
Ya no podemos, pues, darnos m¨¢s por vencidos a la hora de buscar y aplicar soluciones reales como la primera (y ciertamente imaginativa) que se propuso para salvar Yasun¨ª. Como con el caso de los derechos ind¨ªgenas sobre sus tierras, si los Gobiernos no est¨¢n dispuestos a estar a la altura de sus responsabilidades nacionales e internacionales, entonces tendr¨¢n que ser los movimientos populares quienes intervengan para llenar ese vac¨ªo de liderazgo y para dar con m¨¦todos e ideas que cambien la actual ecuaci¨®n de poder.
Como de costumbre, la derecha entiende mejor esto que la izquierda y, por ello, la tropa del negacionismo clim¨¢tico se dedica sistem¨¢ticamente a denunciar que lo del calentamiento global es una conspiraci¨®n socialista para redistribuir riqueza (a Chris Horner, socio principal del Compe- titive Enterprise Institute, le gusta decir que los pa¨ªses ricos est¨¢n siendo "extorsionados" por los pobres). La deuda clim¨¢tica no es ninguna extorsi¨®n, pero el cambio clim¨¢tico, si se afronta de lleno y verdaderamente en serio, suscita temas ciertamente espinosos en referencia a lo que los habitantes del mundo rico debemos a los pa¨ªses situados actualmente en los frentes de batalla de una crisis que ellos bien poco contribuyeron a crear. Al mismo tiempo, a medida que las ¨¦lites de pa¨ªses como China y la India se van volviendo cada vez m¨¢s derrochadoras, tanto en su consumo como en sus emisiones, las categor¨ªas tradicionales de diferenciaci¨®n entre norte y sur van perdiendo su anterior estanquidad y empiezan a plantearse interrogantes igualmente peliagudos a prop¨®sito de las responsabilidades de los ricos y de los derechos de los pobres sea cual sea el pa¨ªs o el lugar del mundo en el que vivan esos ricos y esos pobres. Y es que si no afrontamos todas estas cuestiones, no podremos albergar ninguna esperanza de poner esas emisiones bajo control all¨ª donde m¨¢s trascendental ser¨¢ que lo est¨¦n.
Como ya hemos visto, las emisiones en Am¨¦rica del Norte y Europa tienen todav¨ªa que reducirse considerablemente, pero, gracias en gran medida a la externalizaci¨®n y la deslocalizaci¨®n de la producci¨®n industrial que la actual era de liberalizaci¨®n comercial ha hecho posible, han dejado b¨¢sicamente de aumentar. Ahora son las econom¨ªas en v¨ªas de desarrollo del Sur Global ¡ªcon China, la India, Brasil y Sud¨¢frica a la cabeza¡ª las principlaes responsables del fuerte ascenso de las emisiones en los ¨²ltimos a?os y de que estemos acerc¨¢ndonos velozmente a puntos de inflexi¨®n decisivos mucho antes de lo esperado.
Las emisiones contin¨²an dispar¨¢ndose muy por encima de niveles m¨ªnimamente seguros y todo el mundo sale perdiendo, pero los m¨¢s pobres son quienes m¨¢s pierden
La raz¨®n de este desplazamiento de la fuente principal de las emisiones tiene mucho que ver con la espectacular eficacia con la que las grandes empresas multinacionales han conseguido globalizar el modelo econ¨®mico basado en el consumo elevado del que fueran precursores los pa¨ªses occidentales ricos. El problema es que la atm¨®sfera ya no puede soportar m¨¢s. Tal como explicaba en una reciente entrevista la f¨ªsica atmosf¨¦rica y experta en mitigaci¨®n Alice Bows-Larkin, "el n¨²mero de personas que vivieron directamente la industrializaci¨®n la primera vez es como una gota en medio del oc¨¦ano comparado con el n¨²mero de personas que est¨¢n viviendo directamente la industrializaci¨®n en estos momentos". Y si el consumo energ¨¦tico de China y la India termina imitando el modelo estadounidense, "acabaremos todos sumergidos bajo m¨¢s de un metro de agua", por citar las palabras que el propio presidente Obama pronunci¨® al respecto a finales de 2013.
La cierto es que no seremos nosotros quienes perderemos o venceremos la verdadera batalla en este terreno. Esta es una lecci¨®n de humildad que las culturas acostumbradas a asumir que nuestras acciones determinan el destino del mundo tenemos que aprender. Quienes de verdad la vencer¨¢n o la perder¨¢n son aquellos movimientos del Sur Global que est¨¢n librando sus propias luchas desde la ¨®rbita de Blockadia y que reclaman sus propias revoluciones en pos de la energ¨ªa limpia, sus propios empleos verdes, y el mantenimiento de sus propias reservas de carbono en el subsuelo, donde est¨¢n ahora. Y que se enfrentan a fuerzas poderosas dentro de sus propios pa¨ªses, unas fuerzas que insisten en que ahora "les toca" a esos Estados contaminar para alcanzar su propia prosperidad y en que no hay nada que importe m¨¢s que el crecimiento econ¨®mico. De hecho, muchos gobiernos del Sur Global, escud¨¢ndose en que ser¨ªa flagrantemente injusto esperar que fuesen los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo quienes soportasen el grueso del esfuerzo que corresponde al conjunto de la humanidad para evitar la cat¨¢strofe clim¨¢tica, han eludido hasta el momento sus propias responsabilidades.
Por ese motivo, si aceptamos las pruebas cient¨ªficas que nos indican que necesitamos actuar r¨¢pido para impedir un cambio clim¨¢tico de proporciones catastr¨®ficas, es l¨®gico que centremos nuestra acci¨®n all¨ª donde pueda tener una mayor repercusi¨®n. Y ese "all¨ª" es claramente el Sur Global. Por citar solamente un ejemplo: aproximadamente un tercio de todas las emisiones de gases de efecto invernadero proceden de los edificios (concretamente, de calentarlos, enfriarlos e iluminarlos). Est¨¢ previsto que el parque de viviendas en la regi¨®n del Pac¨ªfico asi¨¢tico crezca en un espectacular 47% desde ahora hasta 2021, y que, al mismo tiempo, se mantenga relativamente estable en el mundo desarrollado. Eso significa que, si bien aumentar la eficiencia energ¨¦tica de los edificios existentes es importante con independencia del lugar donde vivamos, nada importa m¨¢s en ese terreno que ayudar a garantizar que las nuevas edificaciones en Asia se construyan cumpliendo con los criterios m¨¢s exigentes de eficiencia, porque, si no, estamos condenados todos (el norte, el sur, el este y eloeste) a sufrir las consecuencias de un crecimiento catastr¨®fico de las emisiones.
Inclinar la balanza
De todos modos, es mucho lo que se puede hacer tambi¨¦n en el norte industrializado para ayudar a inclinar la balanza de fuerzas hacia un modelo de desarrollo que no descanse sobre el crecimiento sin fin ni sobre los combustibles sucios. Luchar contra la instalaci¨®n de oleoductos y de terminales para la exportaci¨®n desde donde se enviar¨ªan grandes cantidades de combustibles f¨®siles hacia Asia es uno de los ingredientes del c¨®ctel mundial del activismo clim¨¢tico. Tambi¨¦n lo es la lucha contra la aprobaci¨®n de nuevos acuerdos de liberalizaci¨®n comercial internacional, o poner freno a nuestro exceso de consumo unido a una "relocalizaci¨®n" sensata de nuestras econom¨ªas, ya que gran parte del carbono que se quema en la industria china es para fabricar muchas de esas cosas in¨²tiles que nosotros compramos.
Pero la m¨¢s potente palanca que nos permitir¨¢ activar el cambio en el Sur Global es la misma que tambi¨¦n se necesita en el Norte Global. Me refiero al surgimiento de alternativas positivas, pr¨¢cticas y concretas al de- sarrollo sucio que no obliguen a los habitantes locales a escoger entre mejores niveles de vida y extracci¨®n t¨®xica. Porque, si el carb¨®n sucio va a ser la ¨²nica soluci¨®n que los habitantes de la India tengan a su alcance para hacer llegar la luz el¨¦ctrica a sus casas, ser¨¢ as¨ª como generar¨¢n su electricidad. Y si el transporte p¨²blico es un desastre en Delhi, cada vez m¨¢s personas seguir¨¢n optando por desplazarse en sus autom¨®viles privados en esa ciudad (como en otras).
Y existen alternativas. Existen modelos de desarrollo que no requieren de una estratificaci¨®n acusada de la riqueza, ni de tr¨¢gicas p¨¦rdidas culturales, ni de procesos de devastaci¨®n ecol¨®gica. Como en el caso de Yasun¨ª, hay movimientos en el Sur Global que est¨¢n luchando con denuedo por impulsar esos modelos alternativos de desarrollo: pol¨ªticas que har¨ªan llegar la electricidad a un gran n¨²mero de personas mediante energ¨ªas renovables descentralizadas y que revolucionar¨ªan el tr¨¢fico urbano para que el transporte p¨²blico fuese mucho m¨¢s deseable que los coches particulares (de hecho, como ya se ha comentado, en Brasil ha habido incluso disturbios reclamando la gratuidad del transporte p¨²blico). Una propuesta que recibe una atenci¨®n cada vez mayor es la de la implantaci¨®n de una "tarifa global de introducci¨®n" mediante la creaci¨®n de un fondo (administrado internacionalmente) de apoyo a las transiciones hacia las energ¨ªas limpias en cualquier lugar del mundo en v¨ªas de desarrollo. Los arquitectos de este plan ¡ªel economista Tariq Banuri y el experto en clima Niclas H?llstr?m¡ª calculan que, con una inversi¨®n anual de unos 100.000 millones de d¨®lares durante entre 10 y 14 a?os "podr¨ªa conseguirse que 1.500 millones de personas accedieran por fin a la energ¨ªa el¨¦ctrica, al tiempo que se dar¨ªan una serie de pasos decisivos hacia un futuro de energ¨ªas renovables a tiempo de impedir que todas nuestras socie- dades sufran una cat¨¢strofe clim¨¢tica".
Sunita Narain, directora general de una de las organizaciones ecologistas m¨¢s influyentes de la India, el Centre for Science and Environment (con sede en Nueva Delhi), recalca que la soluci¨®n no pasa por que el mundo rico contraiga sus econom¨ªas permitiendo al mismo tiempo que el mundo en desarrollo contamine desaforadamente para alcanzar su propia prosperidad (suponiendo que eso fuera posible), sino por que los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo se "desarrollen de un modo diferente. No queremos contaminar primero y limpiar despu¨¦s. As¨ª que necesitamos dinero y necesitamos tecnolog¨ªa para poder hacer las cosas de manera distinta". Y eso significa que el mundo rico debe saldar sus deudas clim¨¢ticas.
Aun as¨ª, financiar una transici¨®n justa en esas econom¨ªas que hoy se desarrollan a gran velocidad no ha sido nunca una prioridad de los activistas del norte. De hecho, muchas de las grandes organizaciones del ecologismo convencional en Estados Unidos consideran que el concepto mismo de "deuda clim¨¢tica" es una idea t¨®xica desde el punto de vista pol¨ªtico, ya que, a diferencia de otros argumentos m¨¢s t¨ªpicos (como el de la "seguridad energ¨¦tica" o los "empleos verdes") ¡ªque presentan la acci¨®n clim¨¢tica como una carrera contrarreloj que los propios pa¨ªses ricos pueden ganar por su cuenta¡ª, obliga a poner el ¨¦nfasis en la importancia de la cooperaci¨®n y la solidaridad internacionales.
Sunita Narain oye a menudo esa clase de objeciones. "Siempre me dicen (mis amigos estadounidenses, sobre todo) que [...] el de las responsabilidades hist¨®ricas es un tema del que no deber¨ªamos hablar. Que 'lo que mis antepasados hicieron no es responsabilidad m¨ªa', se justifican". Pero, como me coment¨® en una entrevista, esa tesis pasa por alto el hecho de que aquellas acciones pasadas influyen directamente hoy en por qu¨¦ unos pa¨ªses son ricos y otros, pobres. "Vuestra riqueza actual guarda relaci¨®n con c¨®mo la sociedad ha explotado la naturaleza y la ha sobreexplotado. Esa es una deuda que hay que pagar. Esas son las cuestiones de responsabilidad hist¨®rica que tenemos que afrontar".
Estos debates guardan una gran similitud, claro est¨¢, con otras batallas en torno a la exigencia de reparaciones por da?os pasados. En Am¨¦rica Latina, por ejemplo, los economistas progresistas llevan mucho tiempo argumentando que las potencias occidentales tienen una "deuda ecol¨®gica" de siglos por la confiscaci¨®n colonial de tierras y la extracci¨®n de recursos, y diversos Gobiernos nacionales de ?frica y el Caribe han apelado en ocasiones concretas (entre las que destaca la Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en Durban, Sud¨¢frica, en 2001) a las reparaciones que se les debe por el tr¨¢fico transatl¨¢ntico de esclavos. Tras haberse desvanecido un tanto tras la mencionada conferencia de Durban, esas reivindicaciones volvieron a ser noticia en 2013, cuando catorce naciones caribe?as se unieron para presentar una reclamaci¨®n formal de reparaciones contra Gran Breta?a, Francia, los Pa¨ªses Bajos y otros pa¨ªses europeos que participaron en el comercio de esclavos. "Nuestro esfuerzo y nuestra b¨²squeda constantes de recursos para nuestro desarrollo est¨¢n conectados directamente con la incapacidad hist¨®rica de nuestras naciones para acumular riqueza por culpa de los esfuerzos exigidos a nuestros pueblos durante los periodos de la esclavitud y el colonialismo", declar¨® Baldwin Spencer, primer ministro de Antigua y Barbuda en julio de 2013. Aquellas reparaciones ten¨ªan por objetivo, seg¨²n dijo, romper las cadenas de la dependencia de una vez por todas.
El mundo rico hace caso omiso de esas reivindicaciones, que le parecen sacadas poco menos que de la prehistoria, y las trata con un desd¨¦n parecido al que el Gobierno estadounidense aplica a las peticiones de reparaciones que peri¨®dicamente lanza la comunidad afroamericana por haber sufrido la lacra de la esclavitud (peticiones y llamamientos que, en la primavera de 2014, se hicieron claramente m¨¢s audibles gracias a la rompedora labor period¨ªstica de Ta-Nehisi Coates para la revista The Atlantic, con la que nuevamente se ha reavivado ese debate). Pero el argumento que justifica la existencia de una deuda clim¨¢tica es un poco diferente. Podemos debatir sobre el legado del colonialismo y podemos discutir largo y tendido sobre cu¨¢nto ha influido la esclavitud en el subdesarrollo contempor¨¢neo. Pero los datos cient¨ªficos sobre el cambio clim¨¢tico y sus conclusiones no dejan mucho margen para el desacuerdo. El carbono deja un rastro inconfundible tras de s¨ª, que vemos hoy grabado en los corales y en las muestras de hielo. Podemos medir con precisi¨®n cu¨¢nto carbono podemos emitir colectivamente a la atm¨®sfera y qui¨¦n ha consumido qu¨¦ parte de ese presupuesto disponible total durante los ¨²ltimos doscientos a?os.
Estados Unidos, con menos del 5% de la poblaci¨®n global, contribuye actualmente en torno al 14% del total mundial de emisiones carb¨®nicas
Ahora bien, no es menos cierto que todas esas deudas ocultadas e ignoradas no est¨¢n separadas las unas de las otras, sino que se comprenden mejor cuando las vemos como cap¨ªtulos distintos de un mismo relato sin soluci¨®n de continuidad. Fue el mismo carb¨®n que contribuye a calentar el planeta el que suministr¨® energ¨ªa a las f¨¢bricas textiles y a las refiner¨ªas de az¨²car de Manchester y Londres que necesitaban abastecerse de cantidades crecientes de algod¨®n en rama y de ca?a de az¨²car de las colonias, cultivados y cosechados en su mayor parte por mano de obra esclava. Eric Williams, historiador fallecido hace a?os y primer pol¨ªtico que ejerci¨® el cargo de primer ministro en la Trinidad reci¨¦n independizada, formul¨® el conocido argumento de que la esclavitud subvencion¨® directamente el crecimiento de la industrializaci¨®n en Inglaterra, un proceso que ahora sabemos que condujo inextricablemente al cambio clim¨¢tico. Los detalles de esas tesis de Williams han sido objeto de un acalorado debate durante d¨¦cadas, pero su obra recibi¨® un espaldarazo adicional en 2013, cuando un grupo de investigadores del University College de Londres public¨® una base de datos con informaci¨®n sobre las identidades y las finanzas de los due?os brit¨¢nicos de esclavos a mediados del siglo XIX.
El proyecto de investigaci¨®n que origin¨® la mencionada base de datos estaba dedicado a explorar las circunstancias y las consecuencias relacionadas con el hecho de que, cuando el Parlamento brit¨¢nico vot¨® a favor de la abolici¨®n de la esclavitud en las colonias de la Corona en 1833, se comprometi¨® tambi¨¦n a compensar a los due?os brit¨¢nicos de esclavos por las p¨¦rdidas en propiedades humanas que aquella medida les acarrear¨ªa: una especie de reparaci¨®n "al rev¨¦s" para los perpetradores de la esclavitud en vez de para sus v¨ªctimas. La compensaci¨®n prometida se tradujo finalmente en pagos que ascendieron a un total de 20 millones de libras, una cifra que, seg¨²n The Independent, "representaba la friolera del 40?% del presupuesto de gastos anuales de la Hacienda p¨²blica brit¨¢nica, lo que, en t¨¦rminos actuales, calculado en funci¨®n del valor de los salarios, equivaldr¨ªa a unos 16.500 millones de libras". Gran parte de ese dinero fue a parar directamente a la inversi¨®n en infraestructuras (desde f¨¢bricas hasta redes de ferrocarril y barcos de vapor, alimentados todos ellos con carb¨®n) de la Revoluci¨®n Industrial, que para entonces iba viento en popa. Esas fueron, a su vez, las herramientas que auparon al colonialismo a un estadio sensiblemente m¨¢s voraz, cuyas cicatrices son visibles a¨²n hoy en d¨ªa.
El carb¨®n no cre¨® una desigualdad estructural. De hecho, los buques que hicieron posible el comercio transatl¨¢ntico de esclavos (y las primeras confiscaciones coloniales de tierras) se mov¨ªan propulsados por el viento, y las primeras f¨¢bricas funcionaban gracias a la energ¨ªa que les proporcionaban las norias de agua. Pero el car¨¢cter incesante y f¨¢cilmente previsible del carb¨®n como fuente de energ¨ªa sobrealiment¨® ese proceso y permiti¨® que se extrajera fuerza de trabajo humana y recursos naturales a ritmos hasta entonces inimaginables, lo que puso los cimientos de la moderna econom¨ªa global.
Y ahora sabemos que el robo no termin¨® en el momento en que se aboli¨® la esclavitud, ni cuando se derrumb¨® por fin el proyecto colonial. De hecho, contin¨²a a¨²n, porque las emisiones de aquellos primeros buques de vapor y aquellas activas y estruendosas f¨¢bricas fueron el principio de la larga acumulaci¨®n de carbono en la atm¨®sfera. As¨ª que otra forma de ver esta misma historia es considerar que, hace dos siglos, el carb¨®n ayud¨® a las naciones occidentales a apropiarse deliberadamente de las vidas y las tierras de otras personas, y que, mediante sus emisiones (que no dejaban de acumularse en la atm¨®sfera), ese mismo carb¨®n (y, posteriormente, el petr¨®leo y el gas) brind¨® a esas mismas naciones el medio con el que apropiarse inadvertidamente del cielo de sus descendientes tambi¨¦n, al engullir la mayor parte de la capacidad de nuestra atm¨®sfera com¨²n para absorber carbono dentro de unos niveles m¨ªnimamente seguros.
Como consecuencia directa de estos siglos de robos en serie ¡ªde tierras, de fuerza de trabajo y de capacidad atmosf¨¦rica¡ª, los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo est¨¢n hoy atrapados entre los efectos del calentamiento global, que son m¨¢s graves a¨²n por la persistente pobreza que aquellos padecen, y su necesidad de paliar esa pobreza. Y no hay v¨ªa m¨¢s barata ni f¨¢cil para conseguir esto ¨²ltimo en el sistema econ¨®mico actual que consumiendo mucho m¨¢s carbono, lo que empeora sensiblemente la crisis clim¨¢tica. No pueden romper ese c¨ªrculo vicioso sin ayuda, y esa ayuda solo puede venir de los pa¨ªses y las grandes empresas que se enriquecieron ¡ªen buena medida¡ª como resultado de todas esas apropiaciones ileg¨ªtimas.
La diferencia entre esta reclamaci¨®n de reparaciones y otras anteriores de parecida ¨ªndole no es que esta est¨¦ m¨¢s justificada, sino que no descansa exclusivamente sobre razones ¨¦ticas y morales. Los pa¨ªses ricos no solo tienen que ayudar al Sur Global a encaminarse por una senda econ¨®mica de bajas emisiones porque eso sea lo correcto, sino que necesitamos hacerlo as¨ª porque de ello depende nuestra supervivencia colectiva.
Al mismo tiempo, es preciso que consensuemos que el hecho de haber sufrido agravios en el pasado no otorga autom¨¢ticamente a ning¨²n pa¨ªs el derecho a repetir ese mismo crimen a una escala mayor todav¨ªa. Igual que haber padecido una violaci¨®n no concede a nadie el derecho a violar, ni haber sufrido un atraco el derecho a atracar, el hecho de que alguien se viera privado en su momento de la oportunidad de saturar la atm¨®sfera de poluci¨®n no lo legitima para saturarla en la actualidad. Sobre todo, porque los contaminadores de hoy en d¨ªa ya no desconocen las implicaciones catastr¨®ficas de esa contaminaci¨®n como las desconoc¨ªan los promotores de la primera Revoluci¨®n Industrial.
As¨ª que debemos encontrar una v¨ªa intermedia. Por suerte, un grupo de investigadores del laboratorio de ideas EcoEquity y del Instituto de Medio Ambiente de Estocolmo han intentado hallar una, y han elaborado un detallado e innovador modelo de cu¨¢l podr¨ªa ser un m¨¦todo rigurosamente equitativo de reducci¨®n de emisiones a escala global. Bautizado como el marco de los Derechos de Desarrollo Invernadero, se trata de un intento de reflejar mejor esta nueva realidad en la que la riqueza y las fuentes de contaminaci¨®n carb¨®nica se desplazan progresivamente hacia el mundo en v¨ªas de desarrollo, y de proteger con firmeza al mismo tiempo el derecho al desarrollo sostenible y de reconocer la mayor responsabilidad de Occidente por las emisiones ya acumuladas. Un enfoque as¨ª, creen sus autores, es justamente lo que se necesita para romper el c¨ªrculo vicioso clim¨¢tico, ya que permite abordar "las inmensas desigualdades existentes no solo entre pa¨ªses, sino tambi¨¦n en el interior de cada uno de ellos". Los pa¨ªses del norte tendr¨ªan as¨ª garant¨ªas de que los pa¨ªses ricos del Sur Global contribuyen a la parte que les corresponde (ahora y en el futuro) al tiempo que se salvaguarda adecuadamente para los pobres lo que queda de la capacidad atmosf¨¦rica comunal.
Los pa¨ªses desarrollados, que representan menos del 20% de la poblaci¨®n mundial, han emitido casi el 70% de toda la contaminaci¨®n por gases de efecto invernadero
Teniendo esto en cuenta, la cuota de la carga de la reducci¨®n de emisiones carb¨®nicas globales que corresponde equitativamente a cada pa¨ªs viene determinada por dos factores clave: la responsabilidad que esa naci¨®n haya tenido en las emisiones que ya se han producido a lo largo de la historia y su capacidad para contribuir al esfuerzo colectivo, basada en el nivel de desarrollo nacional. Por poner un ejemplo, la cuota de la reducci¨®n de las emisiones globales que se necesitar¨ªa de un pa¨ªs como Estados Unidos para no m¨¢s all¨¢ del fin de la presente d¨¦cada podr¨ªa estar en torno al 30% (la mayor de todos los Estados). Pero no toda esa reducci¨®n tendr¨ªa que efectuarse dentro del propio pa¨ªs, una parte podr¨ªa cumplirse financiando y apoyando la transici¨®n hacia v¨ªas de desarrollo bajas en carbono en el sur. Y seg¨²n los investigadores que proponen este m¨¦todo, una vez estuviera claramente definida y cuantificada la cuota de la carga global que corresponde a cada naci¨®n, ya no habr¨ªa necesidad alguna de recurrir a mecanismos de mercado (ineficaces y f¨¢ciles de adulterar) como el comercio de derechos de emisiones de carbono.
En un momento como el actual, en el que los Estados ricos juegan la carta de la austeridad y recortan dr¨¢sticamente los servicios sociales para su propia poblaci¨®n, puede parecer que pedir a esos Gobiernos que suscriban esa clase de compromisos internacionales es una causa perdida. Si apenas dedicamos ya recursos a la ayuda exterior m¨¢s tradicional, menos a¨²n los dedicaremos a un nuevo y ambicioso m¨¦todo basado en la justicia global, pensar¨¢n muchos. Pero los pa¨ªses del norte tienen ya a su disposici¨®n abundantes maneras asequibles de comenzar a saldar sus deudas clim¨¢ticas sin necesidad de arruinarse en el intento: desde condonar a los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo la deuda externa a cambio de una decidida acci¨®n clim¨¢tica de su parte, hasta una relajaci¨®n de las patentes sobre las energ¨ªas verdes y unas mayores facilidades para la transferencia de los conocimientos t¨¦cnicos asociados.
Adem¨¢s, el contribuyente corriente no tiene por qu¨¦ ser quien cubra la mayor parte del coste de esas acciones, pues estas pueden (y deben) ser costeadas por las empresas que mayor responsabilidad han tenido a la hora de llevarnos a esta crisis clim¨¢tica. Para ello, se podr¨ªa poner en pr¨¢ctica un c¨®ctel de pol¨ªticas que incluyera cualquiera de las medidas ya comentadas en el apartado Quien contamina paga: desde un impuesto sobre las transacciones financieras hasta la eliminaci¨®n de las subvenciones a las compa?¨ªas productoras de combustibles f¨®siles.
Lo que no podemos esperar es que las personas a quienes menor responsabilidad cabe atribuir por la crisis actual vayan a pagar toda la factura (o siquiera la mayor parte de la misma), porque con eso solo garantizar¨ªamos que terminen yendo a parar a nuestra atm¨®sfera com¨²n cantidades catastr¨®ficas de carbono. Al igual que el llamamiento a respetar los tratados y otros acuerdos para compartir la tierra con los pueblos ind¨ªgenas que suscribimos en su momento, el cambio clim¨¢tico nos obliga tambi¨¦n a comprobar c¨®mo unas injusticias que muchos cre¨ªan enterradas para siempre en el pasado est¨¢n incidiendo en nuestra vulnerabilidad compartida al colapso clim¨¢tico global.
Ahora que muchas de las mayores reservas inaprovechadas de carbono yacen en el subsuelo de territorios controlados por algunos de los pueblos m¨¢s pobres del planeta, y que las emisiones aumentan m¨¢s r¨¢pidamente en las que, hasta fecha reciente, eran algunas de las zonas m¨¢s desfavorecidas del mundo, no queda ya ninguna salida cre¨ªble hacia delante que no pase por enmendar las verdaderas ra¨ªces de la pobreza.
Naomi Klein (Montreal, 1970), autora del bestseller antiglobalizaci¨®n No Logo, publica en Espa?a con la editorial Pa¨ªdos Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima.
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