¡°Trabaj¨¢bamos como burras al sol sin poder quejarnos ni luchar¡±
La activista marroqu¨ª fue explotada recogiendo fresas hasta que supo que ten¨ªa derechos Desde entonces no ha dejado de reivindicarlos para las mujeres del sector
![Alejandra Agudo](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2F518b38bc-ad2d-4927-aeaa-e5aedbc4bf1f.jpeg?auth=895c556d64e79e514677abf4a92a62be397201440f2673878479b629b611a90d&width=100&height=100&smart=true)
![Charifa Beja trabajaba en la recogida de la fresa en condiciones de explotaci¨®n. Hoy, preside una asociaci¨®n que reivindica derechos laborales.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/JZW4UFENW6PGGVIDGGG3H56DSQ.jpg?auth=a1005b52bbdc73117b3a645cdebd8cf80a7c68fb661cb1578759d335f9880ccd&width=414)
Charifa Beja, marroqu¨ª de 25 a?os, empez¨® a trabajar cuando ten¨ªa 14. Hab¨ªa dejado de estudiar porque la escuela estaba a 10 kil¨®metros de su casa, en Douar Oulad Ouchih, y era inseguro para ella realizar ese trayecto a trav¨¦s del bosque cada d¨ªa. ¡°Hab¨ªa mucho riesgo de violaciones¡±, aclara. As¨ª, cuando aparecieron furgonetas en su aldea que buscaban j¨®venes para la recogida de la fresa, se subi¨®. ¡°Por necesidad¡±, dice.
Al principio estaba contenta con su empleo. ¡°Me sent¨ªa ¨²til y ganaba un poco de dinero¡±, explica. Entonces, un d¨ªa en la vida de Beja consist¨ªa en levantarse a las tres y media de la madrugada para preparar la comida de toda la familia; despu¨¦s, la furgoneta pasaba a recogerla junto a otro grupo de mujeres. ¡°Nos llevaba a la f¨¢brica. Mi jornada laboral empezaba a las siete de la ma?ana. Cog¨ªamos una caja de pl¨¢stico a la espalda e ¨ªbamos al vivero. Cuando llegaba el encargado a mediod¨ªa, nosotras ya est¨¢bamos cansadas por el calor debajo de los pl¨¢sticos; pero ¨¦l nos gritaba con violencia para que no parasemos¡±, recuerda.
Beja, hoy presidenta de la Asociaci¨®n de Mujeres Valientes del Sector de los Frutos Rojos, luce una perfecta manicura francesa que delata que sus manos hace tiempo que no se hieren o cortan? arrancando el fres¨®n de la mata. Pero recuerda con nitidez los siete a?os de servicio que no constan en ning¨²n papel oficial, en los que su patr¨®n no le dejaba ni beber agua cuando ya no soportaba la sed. ¡°No pod¨ªamos llevar botellas, ni salir del invernadero; as¨ª que nos ve¨ªamos forzadas a beber de la de riego, que conten¨ªa productos qu¨ªmicos, o de la que se acumulaba en los pl¨¢sticos en la ¨¦poca de lluvia¡±, detalla. ¡°Algunas compa?eras se han intoxicado o envenenado¡±, denuncia a¨²n indignada. Las hay que, incluso, sufren malos tratos y abusos sexuales de sus capataces, abunda. Harta de padecer callada, con 21 a?os la joven fue despedida por exigir ayuda a sus superiores para llevar a su prima al hospital tras un accidente laboral.
Cuando llegaba el encargado a mediod¨ªa, nosotras ya est¨¢bamos cansadas por el calor debajo de los pl¨¢sticos; pero ¨¦l nos gritaba
Pese a que las vejaciones e irregularidades eran evidentes, Beja no supo que sus jefes hab¨ªan vulnerado sus derechos hasta poco despu¨¦s de perder su empleo, en 2010, cuando una caravana del programa Justicia de G¨¦nero de Oxfam Interm¨®n lleg¨® a su pueblo impartiendo charlas informativas. La joven, a la que ya nadie quer¨ªa contratar, escuch¨® y aprendi¨®. Y desde entonces, no ha dejado de reivindicar unas condiciones mejores para las mujeres de la fresa. ¡°Trabaj¨¢bamos sin contrato, sin horario fijo, ni cotizar a la seguridad social. Trabaj¨¢bamos como burras al sol sin poder quejarnos ni luchar¡±, lamenta con energ¨ªa en su ¨²ltima visita a Madrid invitada por la ONG en el marco de su campa?a Avanzadoras.
Actualmente, una de las principales labores de la activista es precisamente la de impartir formaci¨®n a otras mujeres de zonas rurales que, como ella, no han tenido acceso a la educaci¨®n y no alzan la voz contra las injusticias a las que son sometidas porque desconocen sus derechos. Para ser m¨¢s eficiente en esta tarea, Beja cre¨® su propia asociaci¨®n desde la que ha formado a las trabajadoras de 30 aldeas en las que, adem¨¢s, ha establecido sedes de su organizaci¨®n.
?Ha cambiado algo? ¡°S¨ª. En el transporte ya no van mezcladas con hombres; antes s¨ª y se produc¨ªan casos de abusos. Se empezaron a hacer contratos previamente le¨ªdos por las empleadas y con derecho a la seguridad social. Se estableci¨® un horario y un salario acorde a los que dicta el Estado. No se da ahora tampoco esa violencia del patr¨®n, hay un trato de respeto por parte de todos¡±, enumera.
Seg¨²n mi padre, ten¨ªa que quedarme en casa y tener la misma vida que mi madre
El camino hasta convertirse en una reconocida activista marroqu¨ª y lograr sus objetivos all¨ª donde interviene no ha sido f¨¢cil. No solo se tuvo que enfrentar al rechazo de los empresarios y la comunidad, sino que sus padres tampoco aceptaron inicialmente su dedicaci¨®n sindical. ¡°Pero yo continu¨¦; ten¨ªa que ir a congresos y convenciones sobre derechos, y dej¨¦ de ponerme la vestimenta que llevaba en la aldea. Mi padre no lo aprobaba. Seg¨²n ¨¦l, ten¨ªa que quedarme en casa y tener la misma vida que mi madre¡±, rememora. E
lla, que ha logrado importantes avances en su lucha colectiva, tambi¨¦n consigui¨® que sus progenitores comprendieran finalmente la importancia de su reivindicaci¨®n. Un d¨ªa, accedieron acompa?arle a la ciudad. Observaron c¨®mo su?nueva?hija se desenvolv¨ªa y hablaba con soltura. ¡°Se convencieron de que estaba haciendo algo bueno e importante¡±, resume. ¡°Ahora tengo mi independencia y libertad¡±.
A¨²n vive con sus padres en su pueblo natal, pero viaja por diferentes pa¨ªses, imparte conferencias y mantiene reuniones con mandatarios all¨¢ donde se la requiere, tambi¨¦n en las aldeas donde todav¨ªa demasiadas mujeres son v¨ªctimas de explotaci¨®n. Siempre con los pies y las manos enraizados en la tierra.
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