Pioneros del surf
En los a?os sesenta, en pleno franquismo, un pu?ado de precursores empez¨® a experimentar sobre tablas rudimentarias Fueron tachados de locos, pero se convirtieron en la vanguardia de un deporte y una filosof¨ªa de vida que hoy cuenta con cerca de 25.000 federados en Espa?a
La primera tabla de surf que lleg¨® a Espa?a lo hizo a una ciudad sin olas ni mar: Pamplona. All¨ª, en 1957, se rodaba la pel¨ªcula Fiesta, cuyo guionista, el estadounidense Peter Viertel, marido de la actriz Deborah Kerr, vio durante unos d¨ªas de descanso en la cercana ciudad vascofrancesa de Biarritz la posibilidad de practicar su hobby favorito, el surf. Fue entonces cuando Viertel y el hijo de uno de los productores del filme buscaron la excusa perfecta para traerse unas tablas de Estados Unidos: pedir m¨¢s material cinematogr¨¢fico. El surf arraig¨® enseguida en el sur de Francia, pero en el lado espa?ol de la frontera a¨²n deber¨ªa esperar unos a?os. Hasta que dos chavales de Gij¨®n intentaron colocar sus pies sobre una plancha de madera labrada a mano y se curtieron entre las olas de forma autodidacta.
¡°No ten¨ªamos ni pu?etera idea. ?Nos met¨ªamos cada hostia!¡±, recuerda Amador Rodr¨ªguez, uno de ellos. Su amigo y compa?ero de fatigas F¨¦lix Cueto, ya fallecido, es considerado el aut¨¦ntico pionero. La persona que trajo el surf a Espa?a. ¡°F¨¦lix ten¨ªa 16 hermanos¡±, rememora Amador. ¡°Entre ellos, una hermana azafata. De uno de sus viajes trajo el Surfin¡¯ USA de los Beach Boys. En la car¨¢tula del disco aparec¨ªa una ola en Haw¨¢i de unos tres metros, surcada por un surfista. F¨¦lix se obsesion¨® al verlo y me dijo: ¡®Eso se puede hacer aqu¨ª¡¯. En 1962 fabric¨® una tabla. No s¨¦ ni c¨®mo. Pesaba tanto que ten¨ªamos que bajarla entre los dos a la playa¡±. Ese verano vivieron juntos lo que Rodr¨ªguez denomina un ¡°experimento¡±: ¡°Montamos en la tabla, s¨ª. Pero a aquello a¨²n no se le pod¨ªa llamar surf¡±.
El milagro sucedi¨® al a?o siguiente: ¡°Me llam¨® de nuevo F¨¦lix y me dijo que hab¨ªa fabricado una tabla nueva durante el invierno. La hizo a partir de las indicaciones de una revista americana, la m¨ªtica Mec¨¢nica Popular. As¨ª que, cuando lleg¨® el verano, nos metimos en el agua y empezamos a intentarlo. Al principio cog¨ªamos las olas ya rotas, las espumas. Un d¨ªa que hab¨ªa un poco m¨¢s de mar, yo, que era un gallito, me met¨ª, empec¨¦ a remar, trat¨¦ de coger dos olas y me ca¨ª. Pero a la tercera, por azar, enganch¨¦ una ola en paralelo a la playa. Porque el surf no es ir hacia la arena, sino recorrer el tubo de la ola en paralelo. Aquella ola me iba rompiendo por detr¨¢s. Cuando sal¨ª del agua, F¨¦lix me cogi¨® por el cuello y me grit¨® exultante: ¡®?Cabr¨®n! ?Eso es el surf! ?Eso es el surf!¡±.
As¨ª cabalg¨® la primera ola. Y as¨ª ¨CLa primera ola¨C se titula tambi¨¦n un documental reciente que recupera las haza?as de estos exploradores del mar, buceando en los or¨ªgenes del surf en Espa?a. La pel¨ªcula, dirigida por el malague?o Pedro Temboury (realizador tambi¨¦n de Monopat¨ªn en 2013), se estren¨® en el pasado Surfilm Festibal en San Sebasti¨¢n y estos d¨ªas se puede ver en Movistar +. La primera ola re¨²ne a los principales protagonistas de una revoluci¨®n silenciosa, la llegada de un deporte que siempre fue m¨¢s: un estilo de vida, una filosof¨ªa. Y recupera im¨¢genes en super-8 tomadas en aquel tiempo. Una historia extraordinaria que comienza con una pieza del No-Do de principios de los sesenta, cuando Espa?a viv¨ªa entre inauguraciones de pantanos por parte del general Franco, desfiles militares y procesiones cat¨®licas. El locutor asegura: ¡°Seg¨²n nos informan nuestros corresponsales en el extranjero, un nuevo deporte ha llegado a las costas del sur de Francia, el llamado surf o el surfing, curiosa modalidad que tiene su origen en las islas Haw¨¢i y que consiste en deslizarse sobre las olas de pie en una tabla de madera. ?Llegar¨¢ alguna vez a nuestra amada patria semejante disciplina? No es Espa?a tierra propicia para las frivolidades ni amiga de las influencias externas, as¨ª que creemos poder asegurarles que im¨¢genes como las que han podido ver en este reportaje jam¨¢s las ver¨¢ en las costas de nuestra gran naci¨®n¡±. La mecha, a pesar de los augurios franquistas, comenz¨® a prender por todo el Cant¨¢brico. Naci¨® por separado, a partir de fogonazos aislados como el de la playa de Salinas (Asturias), donde lo practicaban F¨¦lix Grande y Amador Rodr¨ªguez, y m¨¢s tarde en Santander, Gipuzkoa, Bizkaia y Galicia.
Hoy, Espa?a cuenta con cerca de 25.000 surfistas federados. Nadie pod¨ªa imaginarlo. ¡°Hay que situarse en 1963. Lo que era este pa¨ªs. Aqu¨ª en Gij¨®n hab¨ªa calles sin asfaltar, era horrible¡±, describe Amador, que hoy, jubilado y con 67 a?os, echa de menos el surf: lo dej¨® a los 45. Pero cuenta con orgullo que tiene hijos e incluso nietos apasionados por este deporte. En los or¨ªgenes, a?ade Amador, viajar resultaba muy complicado, no todo el mundo ten¨ªa posibles, y muy pocos contaban con un coche para transportar la tabla. Pero algunos s¨ª, como Jes¨²s Fiochi. Otro de los precursores. ¡°F¨¦lix se carte¨® con ¨¦l. Y un d¨ªa apareci¨® por Asturias con su tabla. Creo que corr¨ªa el a?o 1966. Y ya era excelente. Ten¨ªa un gran f¨ªsico y buenas tablas¡±, relata Amador. Fiochi, originario de Santander, recuerda c¨®mo se le inocul¨® el virus con un documental en 1965: ¡°Vi im¨¢genes de Waikiki, en Haw¨¢i, una ola natural de dos pies, m¨¢s bien peque?ita. Pero con ella se me encendi¨® la bombilla¡±. Encarg¨® su primera tabla a Barland, una f¨¢brica de planchas nacida en 1958 en Bayona (Francia).
¡°Me met¨ª en el agua, empec¨¦ a remar. Al tercer intento, cog¨ª una ola en paralelo a la playa. Sal¨ª y me gritaron: ¡®?Eso es el surf!¡±, recuerda uno de los precursores
La tabla ven¨ªa con un peque?o folleto en el que se explicaba c¨®mo hab¨ªa que colocarse de pie de un golpe, evitando ponerse de rodillas. ¡°Era roja y pesaba 18 kilos; la que uso ahora es de unos 5,5 kilos¡±. El 23 de marzo de 1965 Fiochi se plant¨® solo en la playa de El Sardinero. Un amigo le dej¨® un traje de buzo submarino. Entonces no exist¨ªan los neoprenos. ¡°Recuerdo que me met¨ª, cog¨ª espumas rotas, e incluso logr¨¦ ponerme de pie. Pero en una de estas rem¨¦ fuerte y atrap¨¦ una ola sin romper: ?Desde ese momento qued¨¦ absolutamente enganchado!¡±. Hasta el punto de que 50 a?os despu¨¦s, Fiochi, que hoy tiene 72, y est¨¢ jubilado tras una vida dedicada a la estiba, sigue meti¨¦ndose en el agua casi a diario.
En paralelo, iba surgiendo el surf tambi¨¦n en Bizkaia y Gipuzkoa. Lo cuenta Nito Biescas, un pionero en Zarautz: ¡°Hasta 1969 ¨¦ramos como islitas. Salvo los hermanos Fiochi, que pod¨ªan viajar [adem¨¢s de Jes¨²s, tambi¨¦n se convirtieron en excepcionales surfistas Manel y Rafa Fiochi], el resto no nos conoc¨ªamos¡±. Biescas pas¨® unos a?os convenci¨¦ndose de que se pod¨ªa surfear en Zarautz. Se lanz¨® al agua por primera vez en 1967. ¡°Me dec¨ªan que estaba loco. Pas¨¦ much¨ªsimo miedo. Yo solo, sin ¡®invento¡¯ (as¨ª llaman a la cuerda que une el pie del surfista a la tabla), sin tener ni idea de corrientes, meti¨¦ndome m¨¢s all¨¢ de la espuma, sin nadar demasiado bien¡¡±, recuerda. ¡°Pero aprendimos¡±.
En aquella ¨¦poca, el de Zarautz estudiaba Arquitectura en Barcelona. La carrera, seg¨²n cuenta, le superaba. ¡°Eso, sumado a que nunca me integr¨¦ en aquella ciudad, provocaba en m¨ª un sentimiento de soledad y tristeza tremendo. El invierno era muy duro, lo pasaba pensando en el verano¡±. Libertad, surf, naturaleza, amigos y color. La filosof¨ªa de vida de las olas y la tabla. Biescas comenz¨® a darle vueltas a la organizaci¨®n de un campeonato en su tierra. Y a contactar con otros surfistas. ¡°Pens¨¦ que ir¨ªan cuatro gatos, pero la competici¨®n fue un exitazo, y Zarautz enseguida comprendi¨® que el surf pod¨ªa ser un signo de identidad para el pueblo, no algo for¨¢neo de cuatro chalados¡±.
Aquel torneo supuso un antes y un despu¨¦s en este deporte en Espa?a. En ¨¦l se conocieron muchos de los pioneros. Y la fiesta hawaiana de celebraci¨®n y entrega del trofeo al vencedor marc¨® un hito en cuanto al surf como algo m¨¢s que un deporte: ¡°Todo el mundo vino m¨¢s o menos vestido de hawaiano. Ellas con biquini y pareo. Sacando pierna. Ellos con el torso desnudo. En aquella Espa?a de los sesenta, que era otro mundo, se gener¨® un ambiente que a¨²n no me lo creo¡±, seg¨²n Nito Biescas. En su opini¨®n: ¡°El surf sirvi¨® tambi¨¦n como veh¨ªcu?lo del cambio para la sociedad¡±.
Poco a poco, las furgonetas cargadas de estadounidenses y australianos comenzaron a rodar por las playas del Cant¨¢brico, y con ellos viajaban sus ideas, el flower power, las tablas y algunos materiales como la parafina (la cera que se aplica sobre la tabla), imposible de encontrar en Espa?a. Marian Azpiroz, que hoy tiene 66 a?os, se subi¨® de las primeras a esa ola surfera. ¡°Era la ¨¦poca hippy, cuando los j¨®venes empezaron a tener protagonismo, a ver que se pod¨ªa vivir de otra manera, rompiendo las reglas establecidas¡±, recuerda. ¡°Viv¨ªamos todo el invierno en furgonetas. Me acuerdo que una vez le dije a mi madre: ¡®Pero, ama, se puede vivir as¨ª¡¯. Y ella me respond¨ªa: ¡®?Qu¨¦ dir¨¢ la gente?¡±. Era muy importante esa frase en aquella ¨¦poca, seg¨²n Azpiroz. Uno ten¨ªa que demostrar que no pasaba nada, que se pod¨ªa abrir camino en una sociedad que no se fiaba de quienes iban descalzos, con barbas y pelo largo: ¡°Mis padres¡ deb¨ªan flipar con nuestra forma de vida¡±.
Tras estudiar Turismo junto a I?igo Letamendia, que m¨¢s adelante se convirti¨® en su marido, Marian entr¨® de directora del hotel Niza en San Sebasti¨¢n, y ¨¦l como jefe del economato. El empleo perfecto, ya que el establecimiento abr¨ªa en Semana Santa y cerraba en noviembre: ¡°Nos ¨ªbamos todo el invierno de vacaciones a Canarias¡±, explica Azpiroz. El surf ya hab¨ªa calado en ambos. Y un d¨ªa a I?igo le lleg¨® una oportunidad irrechazable: ¡°Dos chicos, Ra¨²l Urbin y Carlos Beraza, le ofrecieron unirse a un proyecto en Loredo (Cantabria). Hab¨ªan alquilado un caser¨ªo, la Casa Lola, para manufacturar tablas de surf¡±. As¨ª surgi¨® la primera f¨¢brica de tablas en serie de Espa?a; y una de las cunas de este deporte como estilo de vida.
¡°Pas¨¢bamos el invierno en furgonetas. Era la ¨¦poca ¡®hippy¡¯. los j¨®venes empezaron a ver que era posible vivir de otra manera¡±, rememora Marian Azpiroz
Mientras su pareja se encontraba en Loredo, Azpiroz, que segu¨ªa al frente del hotel, compr¨® una m¨¢quina de coser y comenz¨® a confeccionar biquinis para sus amigas y compa?eras. Aquello tambi¨¦n fue parte de la revoluci¨®n. Cinco a?os despu¨¦s, dej¨® el hotel y se march¨® a Casa Lola, que, gracias al boca a boca, se iba transformando en un centro neur¨¢lgico por donde pasaban extranjeros y multitud de furgonetas, no exist¨ªan horarios, la vida era ¡°sencilla¡± y pasaban el tiempo sumidos en la contemplaci¨®n de las condiciones del mar, surfeando, produciendo tablas y biquinis, y comiendo ¡°garbanzos, lentejas y patatas¡±. Fueron felices hasta que el alquiler del caser¨ªo se triplic¨® y tuvieron que abandonar aquel para¨ªso.
De vuelta a la vida urbana, empezaron en Zarautz un negocio de surf, el origen de la marca Pukas. Hoy es una empresa de reconocido prestigio. Con una de sus tablas, el brasile?o Gabriel Medina gan¨® el ¨²ltimo campeonato del mundo. Lo logr¨® precisamente en Haw¨¢i, el epicentro de este deporte, el sitio al que los pioneros miraron un d¨ªa con admiraci¨®n, con el que so?aron. En diciembre pasado, en Pipeline, donde rompe una de las olas m¨¢s afamadas del planeta, una tabla con el ADN de Casa Lola, y los ingredientes de una generaci¨®n que pele¨® por cambiar el paisaje de las playas espa?olas, de la sociedad, escribi¨® un trocito de la historia del surf. La en¨¦sima ola.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.