El d¨ªa que una mujer salt¨® a un campo de f¨²tbol en Senegal
La autora, fisioterapeuta, relata su trabajo como voluntaria de una peque?a ONG en una aldea remota del pa¨ªs africano
Mi nombre es Mar¨ªa Arrab¨¦, vivo en Madrid, tengo 28 a?os, soy fisioterapeuta y creo que los destinos no est¨¢n marcados, y que los rumbos vitales se pueden cambiar. Os contar¨¦ c¨®mo lo hice yo. Uno de mis sue?os era ir de voluntaria a ?frica. Ya hab¨ªa participado en proyectos de diferentes organizaciones en Espa?a y Sudam¨¦rica, pero por fin este a?o me decid¨ª a marcharme a Senegal.
Contact¨¦ con la asociaci¨®n murciana Viento Norte-Sur, es una entidad nueva que este verano hab¨ªa empezado a mandar voluntarios a Ndiawara, una aldea al norte del pa¨ªs. La primera impresi¨®n que tuve de ellos fue que no ten¨ªan mucha informaci¨®n del proyecto y que la expedici¨®n no estaba muy bien organizada. Pero ten¨ªa tantas ganas de ir (venir) que no quise que esto fuera un obst¨¢culo, sino m¨¢s bien un reto. Ser pionero en algo puede tener muchas desventajas, pero la ilusi¨®n de ver nacer algo, de iniciar un proyecto, me impuls¨® a decidirme.
Tras dos vuelos y nueve horas, llegu¨¦ a Ndiawara junto con otros dos voluntarios y Aliou, el director de la ONG contraparte. Llegar no fue f¨¢cil, pues Ndiawara es una aldea en la zona del Sahel, regi¨®n del norte de Senegal. El pueblo est¨¢ situado en el departamento de Podor, a 470 kil¨®metros al noreste de Dakar.
Hab¨ªa tantas necesidades que los siete voluntarios que est¨¢bamos all¨ª no sab¨ªamos por d¨®nde empezar
Al llegar, nos dieron la bienvenida, bebimos t¨¦ y nos asignaron las familias de acogida. Yo reca¨ª en el hogar de los Shila, cuyos miembros eran los padres y nueve hijos. Ellos fueron mi familia durante tres magn¨ªficas semanas. Verdaderamente me sent¨ª como una m¨¢s: la d¨¦cima hija. El padre me puso un nombre senegal¨¦s, Mariam Shila, y pronto todos los ni?os olvidaron mi nombre espa?ol y me gritaban sin parar el que me hab¨ªa sido dado en Pular. Incluso yo me familiaric¨¦ con ¨¦l. Su casa era apenas los muros. Y nada m¨¢s. Sin luz ni agua. El ba?o era compartido con otras diez familias, y la letrina y el lugar para el asea eran el mismo.
En Ndiawara hay 820 habitantes, viven de la agricultura ¡ªcultivan arroz, cebolla y alguna que otra verdura¡ª y hay unos cinco pozos de los que sacan el agua. Tienen una escuela y un dispensario. Y, por supuesto, hay familias que viven mejor que otras. En algunos hogares solo comen arroz y en otros (pocos) no falta comida. Hay dos casas con luz. Incluso hay dos televisiones que solo se encienden de lunes a viernes de 10:00 a 10:30 para que todo el que quiera pueda ver la telenovela de moda.
Tras nuestra legada, observamos tantas necesidades que los siete voluntarios que est¨¢bamos all¨ª no sab¨ªamos por d¨®nde empezar. Nos dividimos las tareas y simplemente comenzamos a trabajar en las diferentes ¨¢reas: educaci¨®n, sanidad y deporte.
En lo que a educaci¨®n se refiere, creamos un aula de preescolar para el curso que viene en la que se impartir¨¢n clases de ingl¨¦s y espa?ol. En cuanto a la sanidad, pintamos y limpiamos el dispensario. Despu¨¦s, pusimos en marcha un programa de formaci¨®n y tratamiento domiciliarios. Tambi¨¦n, realizamos un estudio de higiene postural y elaboramos un censo de personas con discapacidad. Y en lo deportivo, entren¨¢bamos al equipo de f¨²tbol local.
Aprendimos a sonre¨ªr desde por la ma?ana, a convivir, apagar el m¨®vil y conversar
Tras varias semanas de trabajo, asambleas y convivencia, poco a poco, nos empez¨¢bamos a sentir parte de nuestras familias, y del pueblo. Chapurre¨¢bamos su lengua, el pular, y compart¨ªamos costumbres: com¨ªamos con las manos, beb¨ªamos t¨¦, cog¨ªamos agua del pozo, trabajamos en las arroceras, lav¨¢bamos en el r¨ªo, nos duch¨¢bamos con cubos y dorm¨ªamos bajo las mosquiteras a la luz de las estrellas.
Aprendimos a sonre¨ªr desde por la ma?ana, a convivir, apagar el m¨®vil y conversar. Esas cosas que ya tanto nos cuestan en nuestras sociedades. Desde luego, supuso un esfuerzo, pero fue altamente recompensado.
Y aunque a veces se hac¨ªa bastante duro seguir, por la falta de higiene, por el calor, o por cualquier imprevisible adversidad, siempre ven¨ªa algo bueno despu¨¦s. Aunque solo fuera una brisa de aire moment¨¢nea, tan poderosa que nos arrancaba una sonrisa para coger fuerza y continuar.
Esos son los agridulces de ?frica.
Y as¨ª d¨ªa tras d¨ªa, empiezas a apreciar eso, las peque?as cosas que son tan necesarias y que en Madrid pasan desapercibidas. Y eso es lo que he aprendido: el valor de las peque?as cosas que se hacen tan grandes cuando no tienes nada. Mi experiencia ha sido totalmente recomendable y, lo m¨¢s importante, creo que podemos aportar mucho a Ndiawara. Sobre todo, lo que me ha confirmado la idea de que podemos cambiar las cosas, ha sido ver los peque?os progresos que se han realizado con el esfuerzo de todos.
As¨ª que os animo a que no os qued¨¦is sentados. Moveos y cambiad las cartas que os han dado, que puede que no fueran las justas, y podamos comenzar a jugar de nuevo.
Como fisioterapeuta...
Como fisioterapeuta me propuse encontrar las causas de las dolencias de los vecinos, sobre todo de las mujeres, para poder combatirlas y, tambi¨¦n, darles formaci¨®n para prevenirlas. As¨ª, en un primer momento, impart¨ª un curso de primeros auxilios, vendajes y curas generales a siete mujeres y un hombre que se presentaron voluntarios para asistir.
Pronto me llam¨® la atenci¨®n la gran cantidad de personas que se quejaban de la espalda, que sufr¨ªan ci¨¢tica, dolores de cuello, que cojeaban... Por eso, empec¨¦ a identificar las malas posturas que pod¨ªan ser las causantes: sacaban grandes cantidades de agua del pozo a pulso, barr¨ªan con escobas sin palo, arrodilladas y curvando la espalda, cog¨ªan el peso de cualquier manera, los fardos de arroz los transportaban sobre la cabeza o apoyados sobre un hombro, y dorm¨ªan sobre finos colchones en superficies irregulares.
Estoy escribiendo un cuaderno con normas de higiene postural adecuadas a sus tareas
Ve¨ªa bastantes retos cada d¨ªa, pero hab¨ªa que empezar por alguno. Lo que consider¨¦ m¨¢s urgente y efectivo, fue instalar poleas en los dos pozos principales del pueblo, para que esa actividad que realizan todos los d¨ªas, sacar agua, fuera mucho menos lesiva. Tal instalaci¨®n la han realizado con ¨¦xito las personas que han participado en el segundo viaje solidario organizado por la asociaci¨®n.
Lo m¨¢s dif¨ªcil es cambiar los malos h¨¢bitos, pero con un poco de formaci¨®n es posible. Por eso, estoy escribiendo un cuaderno con normas de higiene postural adecuadas a sus tareas y que les sirva como manual, con consejos ¡ªcomo por ejemplo, intentar que se hagan mochilas con correas para transportar los fardos¡ª, ejercicios y estiramientos.
Pero eso no es todo. Adem¨¢s de fisioterapeuta, soy entrenadora personal y, como la formaci¨®n y el trabajo en el dispensario eran por la ma?ana, ten¨ªa tiempo para ayudar a los dos voluntarios encargados de entrenar al equipo de f¨²tbol por las tardes.
El primer d¨ªa que aparec¨ª en el campo con pantalones cortos y deportivas, estaban alucinados de ver a una mujer (y adem¨¢s blanca) con semejante atuendo. Aunque m¨¢s sorprendidos se quedaron cuando empec¨¦ a dirigir a mi grupo, a organizarles y a verme dando toques al bal¨®n. Al d¨ªa siguiente ya se hab¨ªa corrido la voz y cuando me encontraba con las mujeres me hac¨ªan una sentadilla o me dec¨ªan asombradas y sonrientes que era muy fuerte.
Justo dos d¨ªas antes de volver a Espa?a, se jug¨® una competici¨®n entre los pueblos colindantes. Aquello parec¨ªa el Bar?a - Real Madrid, por la expectaci¨®n que se cre¨®. Yo tendr¨ªa que haber ido, como me dijeron el d¨ªa anterior, en el autob¨²s de los jugadores, junto con los otros dos chicos voluntarios. Pero justo cuando me iba a montar, me dijeron que yo no pod¨ªa ir con ellos. No supe las razones ni de qui¨¦n ven¨ªa la orden.
Ese golpe de machismo me dio bien fuerte, pero mantuve la calma, y no quise crear m¨¢s problema. Me fui en el bus de las mujeres. Y digo mujeres porque solo las mujeres pudieron ir. El jefe del pueblo prohibi¨® a las ni?as asistir al encuentro, o eso nos dijeron.
En una jugada, nuestro portero cay¨® lesionado y el ¨¢rbitro pidi¨® asistencia. Sal¨ª yo y se arm¨® un gran revuelo
Una vez llegu¨¦ al campo, los jugadores hicieron un c¨ªrculo y me aplaudieron. Eso me reconfort¨®, fue un gui?o para hacerme saber que ten¨ªa su apoyo. El equipo estaba muy ilusionado y, a pesar de no tener botas de tacos?¡ªsolo ten¨ªan unas cangrejeras que compart¨ªan si hab¨ªa alg¨²n cambio¡ª, lo iban a dar todo para ganar.
En una jugada, nuestro portero cay¨® lesionado y el ¨¢rbitro pidi¨® asistencia. Como fisio, yo era la encargada de salir con el botiqu¨ªn. Una acci¨®n que en Espa?a hab¨ªa hecho muchas veces sin mayor transcendencia. Pues all¨ª, seg¨²n sal¨ª corriendo para atender a nuestro jugador, se organiz¨® un tremendo revuelo. Cuanto m¨¢s me acercaba a ¨¦l, m¨¢s ensordecedor era. Escuchaba de todo: ovaciones, pitos, aplausos y abucheos. Yo solo pensaba en hacer mi trabajo, por lo que no pod¨ªa mirar lo que estaba ocurriendo, s¨®lo lo escuchaba. Cuando volv¨ª al banquillo (que no era tal), los otros voluntarios me pusieron al d¨ªa de lo que hab¨ªa ocurrido: las mujeres de Ndiawara estaban saltando de alegr¨ªa entre aplausos y sonrisas. Y es que para ellas, mi gesto hab¨ªa sido un gran paso para la mujer en aquel mundo de hombres.
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