Piglia
Lo que deb¨ª haber dicho es que los libros sirven para una sola cosa: para salvarnos la vida
Eran a?os feroces, como siempre son cuando uno quiere escribir y es muy joven. Mi padre me llev¨® a una feria de libros usados, compr¨® uno, me lo dio. Le¨ª: ¡°Nunca m¨¢s deber¨¢s tomar en serio las cosas que no dependen s¨®lo de ti. Como el amor, la amistad y la gloria¡±. Le¨ª: ¡°Haber escrito algo que te deja como un fusil disparado, a¨²n sacudido y humeante, vaciado por entero de ti¡±. Era el diario de Cesare Pavese y, despu¨¦s de leerlo, nada fue igual. No porque el libro haya solucionado algo ¡ªera el libro de un suicida¡ª sino porque me hizo entender cosas ¡ªde m¨ª, de la escritura: de los peligros que anidaban¡ª que yo, que viv¨ªa incautamente entregada a las mand¨ªbulas de ese animal salvaje que ¨¦ramos la vocaci¨®n y yo, no hab¨ªa entendido.
Conoc¨ª a Ricardo Piglia hace algunos a?os. Una vez coincid¨ª con ¨¦l en M¨¦xico, donde perdimos un avi¨®n. Era lunes. Durante todo ese d¨ªa, en medio de paseos bizarros, Piglia me dijo cosas. Sobre la vida, sobre la escritura: cosas. Despu¨¦s de eso, nada fue igual. Hay d¨ªas as¨ª, y uno los atesora como si guardara un rayo dentro de un cofre. Ahora leo un libro portentoso: Los diarios de Emilio Renzi (Anagrama), que son los diarios de Ricardo Piglia. Leo: ¡°Nunca pasa nada. ?Y qu¨¦ podr¨ªa pasar? Es como si hubiera estado todo el mes de julio bajo el agua. Sentado en el patio frente a una mesita baja, el sentimiento de siempre: las grandes luchas por venir (...) Mantengo en secreto por ahora mi decisi¨®n de convertirme en un escritor¡±. Leo: ¡°Lo dif¨ªcil no es perder algo, sino elegir el momento de la p¨¦rdida¡±. Voy y vengo por la ciudad con el diario de Piglia bajo el brazo como quien se aferra a una gota de luz detr¨¢s de un vidrio oscuro.
Ayer me llamaron de una radio, me preguntaron para qu¨¦ sirven los libros. Debo haber respondido alguna estupidez. Lo que deb¨ª haber dicho es que los libros sirven para una sola cosa: para salvarnos la vida.
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