El portador compasivo
El polic¨ªa turco que llev¨® en brazos a un ni?o muerto con la misma delicadeza que si estuviera dormido nos hace redescubrir el valor del amor por los que nos rodean. Forma parte de esa n¨®mina de justos que, sin saberlo, sostienen el mundo
"?Nunca hubiera cre¨ªdo que llevar un ni?o en los brazos fuera algo tan hermoso!¡±, anota en un instante de exaltaci¨®n el protagonista de la novela de Michel Tournier El rey de los alisos.Pens¨¦ en esta frase al ver las im¨¢genes de Aylan Kurdi, el ni?o sirio que muri¨® ahogado en Turqu¨ªa tras huir con los suyos de su pa¨ªs en guerra. Son muchos los que protestaron por la manipulaci¨®n que de tales im¨¢genes hicieron los medios de comunicaci¨®n, argumentando que son incontables los ni?os que en circunstancias semejantes han muerto antes que Aylan Kurdi sin que apenas repar¨¢ramos en ello. Y tienen toda la raz¨®n. Sin embargo hay im¨¢genes que tienen el raro poder de ense?arnos a ver lo que antes no quer¨ªamos o nos neg¨¢bamos a aceptar. No me refiero solo a la imagen del peque?o sobre la arena, sino a la del polic¨ªa que portaba su cuerpecito en los brazos, como si contuviera algo precioso que ni la misma muerte pudiera oscurecer. Es el mito del adulto f¨®rico, al que Michel Tournier dedica su novela. El adulto encargado de portar a los ni?os, como san Crist¨®bal, el gigante que ayudaba a los caminantes a cruzar el r¨ªo, y que representa a todos los adultos que llevando a los ni?os en sus brazos tratan de protegerles de los peligros de la vida.
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Este mismo verano se difundi¨® por la prensa y la televisi¨®n una imagen que, como esta del ni?o y el polic¨ªa turco, ten¨ªa el poder de sintetizar la dolorosa injusticia de este mundo. En un plat¨® de la televisi¨®n alemana, Angela Merkel respond¨ªa las preguntas de un grupo de j¨®venes. Todo transcurr¨ªa de esa manera previsible y relamida con que suelen hacerlo las cosas en estos programas hasta que una muchacha palestina, sobre la que pend¨ªa la amenaza de una pronta deportaci¨®n, le pregunt¨® a la canciller en perfecto alem¨¢n por qu¨¦ no pod¨ªa seguir estudiando y vivir como sus otros compa?eros de clase. Angela Merkel sali¨® del paso como pudo dici¨¦ndole que la comprend¨ªa, pero que no todos los inmigrantes pod¨ªan quedarse en Alemania y que muchos ten¨ªan que regresar a sus casas. La canciller sigui¨® contestando a otras preguntas cuando la muchacha rompi¨® a llorar desconsoladamente, llamando la atenci¨®n con sus l¨¢grimas no solo sobre el drama de los que como ella aspiraban a tener una vida mejor, sino tambi¨¦n sobre la inoperancia de nuestros gobernantes a la hora de encontrar soluciones que remedien el sufrimiento de gran parte de la poblaci¨®n mundial.
Una creencia jud¨ªa afirma que en cada ¨¦poca en la tierra aparecen 36 justos. Nadie les conoce, ya que se confunden con los hombres comunes. Pero ellos llevan a cabo su misi¨®n en silencio, que no es otra que sostener el mundo con la fuerza de su misericordia. La leyenda jud¨ªa sigue diciendo que, cuando finalmente mueren, esos justos est¨¢n tan helados, por haber hecho suya la aflicci¨®n de los hombres, que Dios tiene que cobijarlos en sus manos y tenerles all¨ª por espacio de mil a?os, al objeto de infundirles un poco de calor.<TB>
?Y si el verdadero h¨¦roe fuera el que dispone el desayuno cada ma?ana para los que ama?
En un mundo como el nuestro donde tantos se autoproclaman justos conviene no olvidar que una de las ense?anzas de esta f¨¢bula es que ninguno de esos justos discretos que sostienen el mundo sabe que lo es. Jorge Luis Borges escribi¨® al final de su vida un poema basado en esta leyenda. En ¨¦l va nombrando las acciones humildes de algunos hombres an¨®nimos: el tip¨®grafo que compone una buena p¨¢gina, el que acaricia a un animal dormido, quien justifica o quiere justificar un mal que le han hecho, el poeta que cuenta con cuidado las s¨ªlabas de sus versos, el jardinero que poda y abona sus plantas. Y nos dice que son esas acciones las que sostienen el mundo. Son los nuevos justos, ninguno act¨²a con apat¨ªa o indiferencia. Para ellos el bien es algo tan sencillo como mecer una cuna para que un ni?o se duerma.
Creo que tanto el polic¨ªa turco que llevaba en sus brazos el cuerpo yerto de Aylan Kurdi, como la muchacha palestina que rompi¨® a llorar inesperadamente ante una de las mujeres m¨¢s poderosas de la tierra, podr¨ªan formar parte de esa n¨®mina de justos que sin saberlo sostienen el mundo. Primo Levi, en uno de sus libros sobre su experiencia en los campos de exterminio de Auschwitz, cuenta c¨®mo una noche los jud¨ªos se dan cuentan de que los van a matar. Enseguida se corre en el campamento la noticia, y cunde la desesperaci¨®n. Sin embargo, las mujeres con ni?os que atender siguieron ocup¨¢ndose de ellos como si no pasara nada, y tras lavar sus ropas la tendieron a secar en los alambres de espinos. Este hermoso y doloroso pasaje expresa fielmente esa inocencia activa de la que vengo hablando, y que tiene que ver con la facultad de negar nuestro consentimiento ante todo lo que prolonga o justifica el sufrimiento del mundo. Las madres de las que habla Primo Levi no lavaban la ropa de los ni?os para acatar la disciplina del campo de concentraci¨®n, sino porque esa era su forma de cuidarlos. Lo hac¨ªan por dignidad, para sentirse vivas, para decirles lo que todas las madres les dicen a sus hijos: que nunca morir¨¢n. Su inocencia ten¨ªa que ver con ese compromiso capaz de abrir, incluso en el lugar m¨¢s siniestro y oscuro, un espacio de esperanza.
Hay im¨¢genes que tienen el poder de ense?arnos a ver lo que antes nos neg¨¢bamos a aceptar
El polic¨ªa turco que portaba al ni?o muerto creaba al hacerlo un espacio as¨ª. Por eso le llevaba con ese cuidado, como si su gesto contuviera la promesa de una resurrecci¨®n. Era el portador compasivo, para quien el peso de los ni?os se confunde con la dulce gravidez del sentido: un peso que se transforma en gracia. Pero ?qu¨¦ pasa cuando el ni?o que se lleva en los brazos est¨¢ muerto? El cuerpo de Aylan Kurdi en la playa nos recuerda el cuerpo de esos ni?os que se quedan dormidos en el sof¨¢ de sus casas y que sus padres llevan con cuidado en los brazos hasta la cama para que no se despierten. Solo que Aylan Kurdi ya no despertar¨¢ de ese sue?o, ni volver¨¢ a sentir en su boca el tibio dulzor de la leche. Tampoco llegar¨¢ a conocer el misterio del paso del tiempo, ese misterio que un d¨ªa le habr¨ªa llevado a pronunciar sus primeras palabras de amor. En ?Qu¨¦ bello es vivir!, la pel¨ªcula de Frank Capra, se nos dice cu¨¢n insustituible somos, y c¨®mo hasta la vida m¨¢s insignificante guarda el germen de la salvaci¨®n de otras vidas. Pero este ni?o ?a qui¨¦n estaba destinado a salvar, qu¨¦ muchacha le habr¨ªa amado, qu¨¦ anfitri¨®n habr¨ªa pronunciado su nombre como el del m¨¢s querido de sus invitados? ?Qu¨¦ idea, el sue?o de qu¨¦ pa¨ªs o de qu¨¦ raza puede justificar su desaparici¨®n? El hombre lleva siglos asociando la idea del hero¨ªsmo a la del sacrificio, la identidad y la muerte, pero ?y si el verdadero h¨¦roe fuera el que dispone apacible cada ma?ana para los que ama el pan reciente y el caf¨¦ oloroso del desayuno?
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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