El ¨¢lbum de Himmler en Espa?a
En el oto?o de 1940, antes de que Hitler y Franco se entrevistaran en Hendaya, Heinrich Himmler pas¨® tres d¨ªas entre el Pa¨ªs Vasco, Madrid, Toledo y Catalu?a En Montserrat busc¨® el Santo Grial, acudi¨® a Las Ventas de Madrid y recorri¨® el Alc¨¢zar de Toledo guiado por Moscard¨® ¡®El Pa¨ªs Semanal¡¯ ha tenido acceso a un cuaderno del Partido Nazi, escrito con letra g¨®tica, que muestra las fotos de su viaje
En el monasterio de Montserrat busc¨® el Santo Grial. Dentro del Museo del Prado, a Goya y a Vel¨¢zquez. No se resisti¨® a que le brindaran una corrida de toros en Las Ventas, a base de un cartel de lujo y aderezada con su desfile de adeptos. Quiso pisar el derruido Alc¨¢zar de Toledo y El Escorial, para ser consciente quiz¨¢ de lo que restaba de la grandeza de un imperio que entonces supuraba ruina moral y material¡
Fueron algunas de las paradas que realiz¨® Heinrich Himmler cuando en octubre de 1940, d¨ªas antes de que Hitler y Franco acabaran de rubricar su desconfianza mutua en Hendaya, visit¨® Espa?a durante tres jornadas intensas. Un aclamado itinerario que qued¨® recogido por el entonces Partido Nazi en un ¨¢lbum de fotograf¨ªas al que ha tenido acceso El Pa¨ªs Semanal. Lo recopilaron lujosamente en un volumen como de libro de caballer¨ªas medieval, con letra g¨®tica, y es uno de los documentos que la Fundaci¨®n Casta?¨¦ ha cedido a la Residencia de Estudiantes de Madrid, junto a otros referentes al franquismo y la Guerra Civil.
El Reichsf¨¹hrer no merec¨ªa menos para la jerarqu¨ªa franquista. Un tratamiento, visto con distancia, entre rid¨ªculo y estelar. Un por si acaso en pleno inicio del conflicto ?europeo, concebido como reflejo de la euforia german¨®fila que enfebrec¨ªa a buena parte de los vencedores de la guerra civil espa?ola. La promovida principalmente entonces por el todopoderoso Ram¨®n Serrano Su?er, cu?ad¨ªsimo y ministro de Asuntos Exteriores de Franco, que le invit¨® meses antes en Berl¨ªn a pasearse por Espa?a.
Seg¨²n el historiador Paul Preston, que menciona ligeramente el episodio en su biograf¨ªa sobre Franco, pero lo desarrolla de manera intensa en El holocausto espa?ol (Debate), el objetivo prioritario radicaba en preparar el trascendental encuentro entre Hitler y el dictador en Hendaya. ¡°Aunque tambi¨¦n Serrano Su?er quiso obtener de ¨¦l asesoramiento para la nueva polic¨ªa secreta del r¨¦gimen¡±.
Nada mejor para ello que acudir al gran experto en represi¨®n de Europa. Himmler se hab¨ªa hecho fuerte en el entorno m¨¢s pr¨®ximo de Hitler, gracias a sus pavorosos resultados como responsable de las SS, la Gestapo y la polic¨ªa alemana desde que los nazis alcanzaron el poder, tal como refleja la monumental y detallada biograf¨ªa que le dedica Peter Longerich (RBA).
A Carl Wissmann, director del hospital alem¨¢n en Madrid, Himmler le dej¨® una orden: que solo fueran atendidos all¨ª compatriotas de origen ario
Hab¨ªa aterrizado en el meollo del c¨ªrculo central hitleriano con una buena dosis de complejos, como su jefe. Tambi¨¦n con la poderosa determinaci¨®n de llegar a ser en la vida algo m¨¢s que un mero ingeniero agr¨®nomo sin m¨¢s empe?o que sacar rendimiento a sus modestos terrenos en Baviera. La labor de este muniqu¨¦s, criado en una familia cat¨®lica ¨Cfe que ¨¦l llega a repudiar por considerar que estaba en manos de una secta de pederastas¨C, chico obediente pero seriamente traumatizado por un d¨¦ficit de atenci¨®n paternal, fue ejemplar desde el punto de vista m¨¢s retorcido y abiertamente genocida.
Desde la infancia y muy decisivamente en la adolescencia anduvo marcado por la sombra de un hermano con aura heroica en la familia como soldado en la I Guerra Mundial y un padre que lo ninguneaba. As¨ª que ?Himmler encontr¨® en el reverso m¨¢s oscuro del terror una siniestra reivindicaci¨®n de s¨ª mismo. Y eso que cuando aterriz¨® en Espa?a no se hab¨ªa decidido a¨²n la soluci¨®n final para la aniquilaci¨®n de jud¨ªos, supervisada por ¨¦l y su personal de extrema confianza. Fue un trabajo para el que el Reichsf¨¹hrer se erigi¨® como m¨¢ximo responsable y supervisor a tiempo casi completo mientras avanzaba la guerra.
Himmler se sent¨ªa por aquella ¨¦poca un bulto viajero, cargado con una maleta que apilaba un inmenso poder. Segu¨ªa atentamente, y en primera l¨ªnea, por toda Europa los avances de las tropas alemanas. Entre la primavera y el oto?o de 1940 se reun¨ªa a diario con Hitler en los cuarteles ambulantes del F¨¹hrer por el continente. Visit¨® Amberes, Bruselas, R¨®terdam, La Haya, Reims, Par¨ªs¡
Su esposa, Marga Siegroth Boden, y sus cuatro hijos se quejaban de no verlo. Aunque por aquel entonces, como recoge el an¨¢lisis de la correspondencia con su c¨®nyuge que han publicado Michael Wildt y su descendiente Katrin Himmler en la editorial Taurus, ya hab¨ªa comenzado una intensa relaci¨®n sentimental con Hedwig Potthast, su secretaria. ¡°Mi liebrecilla¡¡±.
Desde Ir¨²n se traslad¨® primero a San Sebasti¨¢n. All¨ª lo sit¨²an las fotograf¨ªas tomadas paseando por los bulevares del pleno centro, empapados de lluvia gris, e intrigado por la poderosa atracci¨®n que los or¨ªgenes del pueblo vasco ejerc¨ªan sobre esa obsesiva forja de la identidad aria que pregonaban los nazis. De la ciudad guipuzcoana viaj¨® con parada en Burgos, atra¨ªdo por la cuna del Cid, y de ah¨ª, en tren, a la capital.
Peter Besas, autor de Nazis en Madrid (Ediciones La Librer¨ªa), ha descrito paso a paso la visita: ¡°Sirvi¨® como un gesto de amistad con el r¨¦gimen franquista (y viceversa), digamos un gui?o de relaciones p¨²blicas en Espa?a para el Reich con el que corresponder el gesto de Serrano Su?er en Berl¨ªn. All¨ª, este se hab¨ªa encontrado con Ribbentrop y Hitler para tratar posibles acuerdos entre ambos pa¨ªses¡±.
El 20 de octubre entraba en la Estaci¨®n del Norte. Gigantescas esv¨¢sticas, mezcladas con s¨ªmbolos falangistas y franquistas, se adher¨ªan a las vigas y las cristaleras. Le esperaban soldados con uniforme de gala, alineados en el and¨¦n. Son¨® el himno alem¨¢n y presentaron armas tras el saludo de recibimiento de Serrano Su?er, que le aguardaba en la terminal. Tambi¨¦n le recibieron el entonces embajador de su pa¨ªs, Eberhard von Stohrer, junto a la ¨¦lite militar y del Gobierno espa?ol.
De ah¨ª, mont¨® en un Mercedes negro y fue trasladado al hotel Ritz a lo largo de la Gran V¨ªa, la calle de Alcal¨¢ y un paseo del Prado ahogado por s¨ªmbolos nazis y franquistas. Seg¨²n Peter Besas, buena parte del viaje de Himmler a Madrid estaba concebido para adular al Caudillo y prepararle de buen ¨¢nimo con vistas al encuentro con su l¨ªder, programado para tres d¨ªas despu¨¦s en la frontera franco-espa?ola. Lo hizo nada m¨¢s instalarse en el hotel, de donde parti¨® al poco de dejar su equipaje hasta la residencia del dictador en El Pardo.
Una vez cumplido el deber, no desde?¨® el turismo. Con toros incluidos en Las Ventas. Le ten¨ªan preparado un cartel de lujo para la ¨¦poca: Marcial Lalanda, Pepe Luis V¨¢zquez y Rafael Ortega, alias Gallito, listos para la faena, pese a la amenaza constante de lluvia, ante un Himmler provisto de prism¨¢ticos. Pero el chaparr¨®n arreci¨® y la corrida fue suspendida en el tercer toro. El jerarca nazi no quiso abandonar la plaza sin saludar a los diestros.
Cenas tard¨ªas ¨Calgo que tampoco deb¨ªa incomodar a alguien de car¨¢cter m¨¢s bien noct¨¢mbulo y poco madrugador, como se desprende de su correspondencia¨C, aparte de otras obligadas excursiones, le esperaban en el programa. Toledo, El Escorial¡ El Alc¨¢zar, guiado por el propio coronel Moscard¨®, encargado de su defensa durante el asedio republicano. Un episodio que hab¨ªa sido ensalzado en Alemania mientras se produjo, atizado por la m¨¢quina propagand¨ªstica de Goebbels.
Eso en cuanto a los alrededores. El itinerario madrile?o fue rematado con paseos por los museos del Prado y el Arqueol¨®gico. O con visitas m¨¢s informales a lugares de dominio germ¨¢nico, caso del hospital alem¨¢n, dirigido por el doctor Carl Wissmann, del que Himmler se despidi¨® con una orden muy clara: que solo fueran ?atendidos en el recinto los compatriotas de origen ario.
Wissmann era uno de los m¨¢s destacados representantes entre los alemanes con residencia en Madrid. Seg¨²n Besas, la estructura germ¨¢nica contaba con una bien engrasada organizaci¨®n, perfectamente trabada en pleno auge nazi. ¡°La eficacia de su propaganda ejerc¨ªa una gran influencia sobre la prensa espa?ola. M¨²ltiples dependencias repartidas por toda la ciudad les serv¨ªan de base. Estas abarcaban desde una agencia de viajes hasta un centro cultural. Contaban con una gran provisi¨®n de pel¨ªculas alemanas en los cines, un colegio y publicaciones populares en castellano con grandes tiradas y distribuci¨®n. Esencialmente, los alemanes ten¨ªan bien atados todos los sectores. De hecho, cuando lleg¨® el nuevo embajador estadounidense, Carlton Hayes, durante el primer periodo del franquismo, qued¨® at¨®nito al comprobar que exist¨ªan anexos nazis por toda la capital¡±.
No les faltaban sus buenos apoyos oficiales y la ventaja de contar con influencias determinantes en las altas esferas. Pese a que Franco no se mostrara muy efusivo, sino m¨¢s bien receloso y abiertamente desconfiado de los alemanes, Serrano Su?er los mantuvo contentos. Desde luego, los jerarcas destacados en Espa?a contaban con gran autonom¨ªa, seg¨²n Peter Besas. ¡°Los tres embajadores, sobre todo Eberhard von Stohrer; el jefe de propaganda, Hans Lazar, y el jefe de la Gestapo en Madrid, Paul Winzer, se mov¨ªan sin apenas trabas. Fueron apoyados sobre todo por el cu?ado del dictador, pero tambi¨¦n por la familia Primo de Rivera¡±. Primero por parte de Miguel, que ayud¨® en el intento de raptar al duque de Windsor cuando estaba en Portugal, y tambi¨¦n por medio de Pilar, jefa de la Secci¨®n Femenina. ¡°Al final de la II Guerra Mundial, esta mujer ayud¨® a varios criminales nazis a escapar hacia Latinoam¨¦rica¡±.
Durante su r¨¢pida visita por Madrid y a lo largo de las conversaciones con Serrano Su?er, Himmler qued¨® bastante impresionado ante la escala de la represi¨®n de los franquistas en la posguerra. ¡°Le sorprendi¨® su magnitud¡±, comenta Paul Preston. ¡°Las c¨¢rceles rebosantes de detenidos, las ejecuciones silenciosas de prisioneros an¨®nimos a la orden del d¨ªa. No le pareci¨® pr¨¢ctico. Ve¨ªa m¨¢s utilidad en incorporar a los represaliados al nuevo orden que aniquilarlos¡±.
Seg¨²n Preston, una de las prioridades del gran gendarme del nazismo era estrechar m¨¢s lazos entre la Gestapo y los aparatos espa?oles. ¡°La funci¨®n de enlace qued¨® a cargo de Paul Winzer, que aparte de responsable de la Gestapo, oficial de las SS y agregado de seguridad de la embajada en Madrid hab¨ªa participado en el entrenamiento de la polic¨ªa franquista al final de la guerra¡±, comenta el historiador. Como resultado del acuerdo, se concedieron mayores facilidades a los alemanes para perseguir enemigos del III Reich en territorio espa?ol.
Del centro mesetario, Himmler se traslad¨® despu¨¦s a Barcelona. Los caminos de Serrano Su?er y el suyo se separaron en Madrid. El espa?ol acompa?¨® a Franco rumbo a Hendaya, pero el Reichsf¨¹hrer parti¨® hacia Catalu?a con vistas a satisfacer otra obsesi¨®n: Montserrat. ?El Grial¡?
Himmler compart¨ªa la doctrina wagneriana en torno a la monta?a sagrada. El compositor de Parsifal, seg¨²n la leyenda de muchos adeptos, se inspir¨® en ella para beber de las fuentes que dan lugar a su ¨²ltima ¨®pera. Se han escrito r¨ªos de tinta acerca de la evidente identificaci¨®n del monasterio catal¨¢n con el templo de Montsalvat, uno de los cruciales escenarios de la obra. Entre Wagner y los nazis persisti¨® la obsesi¨®n de convertir en ario a Jesucristo, y as¨ª, al parecer, lo dej¨® dicho Himmler ante los monjes benedictinos que custodian el lugar.
Quiz¨¢ por eso, su visita caus¨® tan mala impresi¨®n en quienes se encargaron de recibirlo por orden directa de Franco. All¨ª estaba el padre Ripol, al frente de la comitiva, el 23 de octubre de 1940, que en varias entrevistas lo recordaba como un tipo muy maleducado. El abad Marcet se neg¨® a salir por considerarlo un perseguidor cruento para los compa?eros de su orden en Alemania. Himmler llegaba al monasterio con la urgencia de que le condujeran a trav¨¦s de pasadizos y subterr¨¢neos hacia donde custodiaran la reliquia. Pero no pudo satisfacer sus deseos.
Seg¨²n un testigo, ¡°Himmler ten¨ªa un discurso extra?a mezcla de charlataner¨ªa marcial, cotorreo de taberna y profec¨ªas de sermoneador de secta¡±
Por entonces, un ni?o de ocho a?os, hoy con 83, fue testigo del acontecimiento. Permanec¨ªa en las primeras filas. Atento y vestido de monaguillo. Se trata de Jordi Catasus, hijo de los due?os del restaurante que hab¨ªa en el lugar de peregrinaje y que actualmente ejerce de gu¨ªa en medio de ese destino para turistas incluido de manera preferente en las gu¨ªas internacionales. ¡°Yo entend¨ªa y hablaba alem¨¢n, mi ni?era lo era y me hab¨ªa ense?ado el idioma¡±, recuerda.
Tampoco olvida c¨®mo Himmler trat¨® de convencer a los monjes de que la Moreneta, pese a su color de piel, ocultaba en la finura de sus facciones rasgos claramente arios. Ni de su obsesi¨®n, corroborada por todo tipo de cr¨®nicas, estudios y literaturas fant¨¢sticas posteriores por el c¨¢liz que iba determinado a rescatar para as¨ª dotar al nazismo de poderes m¨¢gicos y extraterrenales con los que ganar la guerra y dominar el mundo. Ese tipo de delirios se gastaban. En el caso de Himmler, tomados muy en serio a base de estructuras e instituciones creadas para investigar todo tipo de creencias ocultistas, como la Ahnenerbe.
Sali¨® de vac¨ªo. Durante a?os, Himmler hab¨ªa conformado una ideolog¨ªa con atisbos de fe, aderezada entre lecturas nigromantes y restos revertidos de un cristianismo b¨¢sico con el ascua llevada a su sardina. Longerich ha tratado de aproximarse en su biograf¨ªa a los mimbres de doctrina que quiso fabricarse en pro de la supremac¨ªa aria con fe en su ?divinidad, Waralda. Anticristianos se declaraban. Pero ateos, ni por asomo. Al menos ?hab¨ªa que creer en esas supersticiones de leyenda pagana que se empe?aban en recuperar a toda costa.?
Albert Krebs, un funcionario nazi de Hamburgo que le escuch¨® frecuentemente divagar y al que Longerich cita, resum¨ªa su capacidad intelectual en estos t¨¦rminos: ¡°Su discurso era una extra?a mezcla de charlataner¨ªa marcial, cotorreo de taberna ?peque?oburguesa y profec¨ªas de sermoneador de secta¡±.
No en vano, estaba dispuesto a recorrer el mundo en busca de este tipo de reliquias. Montserrat supuso un chasco evidente en sus intenciones. A las pocas horas regres¨® a Berl¨ªn.
elpaissemanal@elpais.es
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