En favor del pasado
Pese a las dificultades y cat¨¢strofes, no nos ha impedido llegar hasta aqu¨ª, lo cual nos ayuda a pensar que de todo se sale y que casi todo se supera, antes o despu¨¦s
He comentado otras veces c¨®mo no es infrecuente, desde hace a?os, encontrar en traducciones espa?olas del ingl¨¦s nombres propios que pasan invariados a nuestra lengua. Si se mantienen, tal cual, ¡°Noah¡±, ¡°Sodom¡±, ¡°Calvin¡±, ¡°Aesop¡±, ¡°Cicero¡± o ¡°Nero¡±, no es ya que los traductores ignoren que la versi¨®n espa?ola tradicional y consagrada de estas figuras y lugar sea ¡°No¨¦¡±, ¡°Sodoma¡±, ¡°Calvino¡±, ¡°Esopo¡±, ¡°Cicer¨®n¡± y ¡°Ner¨®n¡±, sino que tampoco tienen idea de qui¨¦nes fueron estos individuos ni de qu¨¦ ocurri¨® en la antigua ciudad siempre asociada a Gomorra (la cual, probablemente, creen que es una organizaci¨®n mafiosa napolitana actual). A¨²n m¨¢s fr¨ªvolamente: hace poco, durante una sesi¨®n de firmas en Alemania, al decirme una joven su nombre, Romy, y preguntarle yo si ¡°como Romy Schneider¡±, se qued¨® estupefacta: ¡°Qu¨¦ raro¡±, exclam¨®, ¡°aqu¨ª ya nadie sabe qui¨¦n es¡±. Romy Schneider muri¨® en 1982, cierto, pero fue una de las m¨¢s famosas actrices europeas (por sus pel¨ªculas de Sissi y por otras muchas de su excelente madurez), sobre todo en el ¨¢mbito germ¨¢nico. Que ya nadie sepa qui¨¦n fue da que pensar.
Me temo que estas leves an¨¦cdotas revelan algo muy grave y que obedece a un prop¨®sito: la abolici¨®n del pasado, por decirlo con brevedad y exageraci¨®n. Da la impresi¨®n de que ¨¦ste ¨Csu pervivencia¨C moleste a los contempor¨¢neos como nunca hab¨ªa sucedido antes. En las artes, por ejemplo, el pasado parece ser un engorro y un fastidio, porque a menudo subraya la inanidad, la simpleza, incluso la falta de originalidad de mucho de lo que se hace hoy, sea en literatura, cine, pintura, arquitectura o m¨²sica. Numerosos creadores actuales quisieran ver desaparecer a Proust y a Shakespeare, a Flaubert y a Eliot, a John Ford y a Hitchcock, porque la lectura o la visi¨®n de sus obras no hace sino disminuir las de ellos, que no suelen soportar la comparaci¨®n. No me cabe duda de que esa es una de las razones por las que, cada vez que se adapta a los cl¨¢sicos, se los adultera y ¡°moderniza¡± con absoluta desfachatez, y se traslada su acci¨®n a nuestro presente o ¨Cya un lugar com¨²n¨C a tiempos vagamente nazis. Lo que en el fondo se intenta es hacerlos peores de lo que son, trivializarlos y abaratarlos, ¡°acercarlos¡± a nuestras pobres capacidades, asimilarlos a nuestra ¨Ccomparativamente¨C mediocre producci¨®n dominante.
Imaginar que mis educadores me hubieran privado de ello me crea una sensaci¨®n de desamparo y angustia
Pero la cosa va m¨¢s lejos. El pasado, incluso el reciente, se trata con una mezcla de desd¨¦n, hostilidad y utilitarismo ocasional, hasta por parte de quienes tienen por tarea ocuparse de ¨¦l. Hoy hay demasiados ¡°historiadores¡± indignos del nombre, que no dudan en tergiversar los hechos para adecuarlos a su conveniencia o a la de los pol¨ªticos que les pagan: hemos visto casos conspicuos aqu¨ª y ahora, en la confecci¨®n de una ¡°historia catalana¡±, por ejemplo, seg¨²n la cual ese pueblo estuvo siempre sojuzgado y no dio un solo franquista, cuando buena parte de su burgues¨ªa abraz¨® la dictadura y prosper¨® bajo su manto durante decenios. Y hace ya tiempo que la Historia, la Literatura, ahora la Filosof¨ªa, se van considerando prescindibles en la educaci¨®n de los j¨®venes, y su ense?anza se adelgaza o se borra. Parece que el objetivo sea que las nuevas generaciones s¨®lo tengan informaci¨®n (m¨¢s que conocimientos) sobre su presente y su mundo; que desconozcan lo que ha llevado a cabo, pensado y escrito la humanidad con anterioridad, lo que ha descubierto e inventado. ¡°Conocer todo eso es in¨²til¡±, se afirma; ¡°no ayuda a encontrar trabajo, no sirve para ganarse la vida ni aporta nada pr¨¢ctico a la sociedad. Lo pasado es inerte, una r¨¦mora, un lastre. Acabemos pues con ello y dejemos de perder el tiempo¡±.
?De veras se cree as¨ª? No s¨¦, para m¨ª el pasado siempre ha sido tranquilizador. Entre otras cosas, porque ya es pasado y no nos puede causar zozobra, o s¨®lo al modo de las ficciones; porque, pese a las dificultades y cat¨¢strofes, no nos ha impedido llegar hasta aqu¨ª, lo cual nos ayuda a pensar que de todo se sale y que casi todo se supera, antes o despu¨¦s. Con incontables bajas y estropicios, desde luego, pero tambi¨¦n con supervivientes que permiten la continuidad. En aquello a lo que dedico mis horas, saber que antes de m¨ª estuvo una pl¨¦yade de autores mejores, que perfeccionaron las lenguas, que se afanaron por contar lo mismo que se ha contado siempre, pero de maneras innovadoras y adecuadas a sus respectivas ¨¦pocas, me sirve para tener un asidero y cierta justificaci¨®n, para ver cierto sentido a lo que hago; para pensar, vana y optimistamente, que alguien puede entender mejor el funcionamiento del mundo y la condici¨®n humana, complejos y contradictorios, como los he entendido yo en Cervantes y Montaigne, en Conrad y Rilke, en Darwin y Freud, en Nietzsche y en Runciman y en T¨¢cito y Tuc¨ªdides y Plat¨®n. Imaginar que mis educadores me hubieran privado de ello, que me hubieran transmitido la idea de que ¡°eso no importa ni nos va a valer de nada en nuestras vidas¡±, me crea una sensaci¨®n de desamparo y angustia y radical empobrecimiento, de falta de suelo bajo mis pies, que a nadie le desear¨ªa. Y a¨²n menos a los ni?os y j¨®venes, cuyos pasos son siempre fr¨¢giles y titubeantes. Y sin embargo es a eso, a ese brutal desamparo, a lo que los est¨¢n condenando los crueles zopencos que hoy dise?an y dictan nuestra educaci¨®n.
elpaissemanal@elpais.es
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