Entre cursis y cabestros
Incluso los que se supone que son buenos por naturaleza tambi¨¦n hacen cosas malas
Convengamos, por un lado, que puede resultar ventajista dedicarse, a toro bien pasado, a desmenuzar de manera cr¨ªtica, las reacciones que otros puedan haber tenido inmediatamente despu¨¦s de un suceso traum¨¢tico (pienso en los atentados del pasado 13 de noviembre en Par¨ªs). Sin duda que, en caliente, es f¨¢cil que periodistas, tertulianos o pol¨ªticos se dejen arrastrar por la emotividad y hagan afirmaciones que, si dispusieran de tiempo y sosiego, matizar¨ªan mucho m¨¢s o incluso ni siquiera se atrever¨ªan a formular.
Otros art¨ªculos del autor
Pero, por otro lado, no es menos cierto tambi¨¦n que tales situaciones le proporcionan a los ciudadanos la oportunidad de conocer algunas de los convencimientos m¨¢s arraigados en aquellas personas, convencimientos que, por mor de la oportunidad, el inter¨¦s o la conveniencia, suelen disimular cuando no se ven agobiados por la presi¨®n. As¨ª, la misma noche de los sucesos parisinos, en alguna cadena de televisi¨®n no caracterizada precisamente por su moderaci¨®n, los comentaristas habituales no se privaban de lanzar opiniones que, en efecto, bordeaban la islamofobia, cuando no se adentraban en la xenofobia m¨¢s desatada.
Pero no se puede decir que, a este respecto, los inquilinos del otro extremo (porque estoy hablando de extremos) se hayan lucido mucho m¨¢s en lo que respecta a la sutileza de sus an¨¢lisis. Se dir¨ªa que, en su gran mayor¨ªa, los segundos dan la impresi¨®n de haber opinado movidos por una consigna, que, por otra parte, parece resultar casi de paso universal para ellos, a la vista de la frecuencia con la que la utilizan: la de no criminalizar, en este caso a los islamistas en general.
Pero hay consignas que obtienen su eficacia m¨¢s de las connotaciones de las palabras que de las ideas mismas que expresan. ¡°Criminalizar¡± suena muy mal en la medida en que, en el lenguaje ordinario (no en el t¨¦cnico-jur¨ªdico), se suele usar como equivalente a tratar como criminal a alguien que no se merece dicho trato. Hagan, si no ven claro lo que digo, la prueba de imaginar a un personaje p¨²blico defendiendo la tesis ¡°soy un decidido partidario de criminalizar a...¡± (y aqu¨ª el colectivo que ustedes prefieran). Ahora bien, si es de este modo c¨®mo funcionan las palabras, la afirmaci¨®n ¡°no criminalicemos a...¡± no pasa de ser una mera tautolog¨ªa, una obviedad perfectamente in¨²til tanto para entender lo que pasa como para ayudarnos a decidir lo que conviene hacer.
La expresi¨®n ¡°no criminalicemos a...¡± es una obviedad perfectamente in¨²til tanto para entender lo que pasa como para ayudarnos a decidir lo que conviene hacer
Incluso dir¨ªa m¨¢s: la afirmaci¨®n dificulta una comprensi¨®n adecuada de las cosas y, en consecuencia, una pr¨¢ctica adecuada, en la medida en que, al poner el foco de la atenci¨®n sobre un lugar vac¨ªo, deja sin pensar lo m¨¢s urgente, a saber, c¨®mo actuar frente a aquellos que no resultan susceptibles de ser criminalizados, por la sencilla raz¨®n de que ya son los criminales. Las reacciones de algunos pol¨ªticos han sido al respecto extremadamente significativas. Bastar¨ªa con pensar en la de aquel l¨ªder supuestamente emergente (o ya declinante, no sabr¨ªa decir) que reprochaba a Hollande que hubiera declarado que Francia estaba en guerra con el Estado Isl¨¢mico mientras ¨¦l, por su parte, propon¨ªa, en un prodigio de coherencia argumentativa, la creaci¨®n de una ¡°mesa por la paz¡± (?sin que haya guerra?).
La alternativa a tal argumentaci¨®n no es el bronco reproche de ¡°buenismo¡± que los cabestros de la derecha m¨¢s extrema lanzan a nuestros presuntos izquierdistas. El problema de estos no es tanto su concepci¨®n subyacente del hombre (en t¨¦rminos, m¨¢s o menos rousseaunianos, de bondad innata del individuo, arruinada por la maldad estructural de la sociedad), como su incapacidad para compatibilizar dicha concepci¨®n con alguna forma de realismo que permita intervenir de manera eficaz sobre las situaciones dolorosas cuando se producen. Para compatibilizarlas, les bastar¨ªa con recordar que incluso los que se supone que son buenos por naturaleza tambi¨¦n hacen cosas malas, y admitirlo no implica poner en cuesti¨®n su hipot¨¦tica bondad de fondo, sino, simplemente, se?alar que nadie est¨¢ exento de cometer el mal, sin por ello convertirse en un malo de una pieza.
Probablemente enredarse en este debate constituya el mayor error de los ap¨®stoles de la no-criminalizaci¨®n. En ¨²ltimo t¨¦rmino lo que m¨¢s les deber¨ªa importar es que el mayor n¨²mero de gente padezca el menor da?o posible. Pero para verlo as¨ª previamente deber¨ªan ser capaces de formularse la pregunta que mejor resume el fondo del asunto: ?qui¨¦n se hace cargo de las v¨ªctimas de una v¨ªctima?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.