La victoria del reportaje literario
Dentro de una semana, Svetlana Alexi¨¦vich, de 67 a?os, a mitad de camino entre la literatura y el periodismo, recibir¨¢ el Premio Nobel de Literatura en Estocolmo Pocos escritores han retratado como ella el alma de la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Sin embargo, Putin a¨²n no la ha felicitado. Ella no se da por aludida
Oto?o, domingo, Minsk. En una explanada entre la avenida de la Victoria y el r¨ªo Svislach, los agricultores venden manzanas, calabazas y coles en una feria de fin de semana. Al otro lado del r¨ªo aparece el denso bloque de viviendas donde se aloja la escritora Svetlana Alexi¨¦vich siempre que recala en la capital bielorrusa. La ¨²ltima Nobel de Literatura se prepara para la ceremonia de entrega del premio, el pr¨®ximo 10 de diciembre en Estocolmo. Ha pasado gran parte de la jornada con un equipo de la televisi¨®n sueca que cada a?o realiza un exhaustivo programa con los premiados.
Ya ha oscurecido cuando por fin tiene lugar esta conversaci¨®n; un encuentro ¨ªntimo que no ser¨¢ interrumpido por tel¨¦fonos enervantes, la llamada de los diplom¨¢ticos complacientes y la continua cascada de flores. Volvemos a estar en su cocina. Como otras veces. Svetlana, que se ha resfriado durante el rodaje con los periodistas suecos, se echa una chaqueta sobre los hombros y prepara un t¨¦. Pese a mi intento inicial de excluir al presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, y su colega y l¨ªder ruso, Vlad¨ªmir Putin, de nuestra conversaci¨®n, ambos se terminan asomando a ella: son referentes del paisaje pol¨ªtico y social de la escritora. El primero de ellos, Lukashenko, inicialmente la felicit¨® haciendo gala de su astucia, para despu¨¦s acusarla de haber empa?ado la imagen del pa¨ªs. Svetlana es la madre del ¡°primer Premio Nobel de Bielorrusia¡±, seg¨²n definici¨®n de una funcionaria gubernamental; lo que quiere decir que el premio no es ya tanto de Svetlana Alexi¨¦vich, sino patrimonio y orgullo del Estado bielorruso. ¡°Si opino sobre Lukashenko y Putin no significa que me refiera al pueblo de Bielorrusia y de Rusia, donde hay mucha energ¨ªa creativa, pero las ideas son medievales y retr¨®gradas y [para esos dirigentes] es muy f¨¢cil pulsar el bot¨®n del primitivismo¡±.
Le cuento a la escritora que en la Casa del Libro de Mosc¨² (la librer¨ªa m¨¢s grande y famosa de la ciudad, en la avenida Nueva Arbat), en el lugar m¨¢s privilegiado de la monumental tienda, me encontr¨¦ con la colecci¨®n completa de libros del ministro de Cultura de Rusia, Vlad¨ªmir Medinski, unos tomos de divulgaci¨®n propagand¨ªstica sobre los or¨ªgenes y modelo de Estado ruso que han tenido una tirada de centenares de miles de ejemplares. En la misma librer¨ªa, las obras de mi interlocutora, Svetlana Alexi¨¦vich, la nueva Nobel, ocupaban un lugar discreto, casi como rescatados de un naufragio. Era una imagen impagable de su situaci¨®n actual. No hac¨ªan falta palabras. Ni el presidente ruso, Vlad¨ªmir Putin, ni el ministro-escritor Vlad¨ªmir Medinski le han dado la enhorabuena, aunque Putin s¨ª que tuvo tiempo durante ese mismo intervalo para felicitar a tres representantes de la cultura estatal, uno de ellos armenio, por sus respectivos cumplea?os. ¡°No me afecta mucho. El escritor ruso est¨¢ acostumbrado desde hace tiempo a vivir en la oposici¨®n¡±, sentencia. Luego matiza: ¡°Por otra parte, yo no he dicho ni la mitad de esas tonter¨ªas primitivas que se me atribuyen. Dicen que en San Petersburgo [ciudad natal de Putin y de su grupo de influencia pol¨ªtica] hay una f¨¢brica de trolls encargados de tergiversar las cosas. ?Qu¨¦ se puede oponer a todo eso?¡±. Las reacciones a la concesi¨®n del Nobel a ?Svetlana por parte de otros intelectuales rusos tampoco son muy halagadoras. ¡°Le he dicho a mi hija, Natasha, que me las imprima para leerlas cuando tenga tiempo. Despu¨¦s de todo, son manifestaciones del hombre rojo, el objeto de mis investigaciones¡±, dice refiri¨¦ndose a las personas que se formaron bajo el imperio de la URSS.
Alexi¨¦vich compone sus obras a partir de la memoria oral de sus protagonistas, que ella ordena y organiza como un coro de seres marcados por sus experiencias en la URSS. Su ¨²ltima obra,?El fin del 'Homo sovieticus'?(2013), es la cr¨®nica de los traum¨¢ticos efectos de la desaparici¨®n de aquel imperio. Sin esperar a que le pregunte, Svetla?na se adelanta y menciona un ensayo que dedic¨® a F¨¦lix Dzherzhinski, el fundador de la polic¨ªa pol¨ªtica de la Rusia sovi¨¦tica. Sus detractores esgrimen aquella obra de juventud para demostrar que ella tambi¨¦n fue sovi¨¦tica. Los Dzherzhinski pertenec¨ªan a la peque?a nobleza rural polaca y su hacienda, convertida en museo, est¨¢ cerca de Minsk. Svetlana la visit¨® y qued¨® impresionada por la correspondencia del fundador de la Cheka, ese cuerpo policial represor creado por Dzherzhinski en 1917. Ante m¨ª insiste en que ¡°las cartas de F¨¦lix Dzherzhinski son muy interesantes, porque al leerlas se comprende que la revoluci¨®n de 1917 no la hicieron los bandidos, como algunos hemos imaginado. Dzherzhinski era uno de esos rom¨¢nticos que aspiraban a purificar la humanidad. Tomaron el poder y para mantenerlo y realizar su revoluci¨®n comenzaron a derramar sangre y se transformaron en horrendos verdugos. Fue una tragedia. Entonces yo no lo comprend¨ªa, pero nunca he pretendido ser una disidente desde la cuna. Mi padre era un comunista convencido que nunca entreg¨® su carn¨¦ y yo era un sovok [una partidaria recalcitrante del modelo sovi¨¦tico], como los dem¨¢s, y solo me liber¨¦ de esa condici¨®n en Afganist¨¢n¡±, afirma, recordando el viaje que realiz¨® a aquel pa¨ªs en 1988 cuando el Ej¨¦rcito sovi¨¦tico a¨²n manten¨ªa su ocupaci¨®n militar sobre ¨¦l.
¡°Nos propusieron llevar juguetes a un hospital de Kabul. Era una barraca, un corral, donde se hacinaba la gente, sobre todo mujeres y ni?os. Comenzamos a repartir los juguetes. Yo ten¨ªa un mont¨®n de osos de peluche y le di uno a una mujer que ten¨ªa un hijo. El ni?o, acostado, tom¨® el juguete con los dientes. Cuando yo le pregunt¨¦ torpemente por qu¨¦ lo cog¨ªa as¨ª, la madre, con rabia, apart¨® la s¨¢bana de un tir¨®n y vi que no ten¨ªa ni brazos ni piernas. Sent¨ª que me desvanec¨ªa y ella me espet¨® cruelmente: ¡®Mira lo que han hecho tus sovi¨¦ticos, como hizo Hitler¡±. ¡°A partir de ah¨ª, el camino de mi liberaci¨®n fue muy dif¨ªcil. Nuestra generaci¨®n cre¨ªa en el socialismo de rostro humano¡±.
El escritor ruso est¨¢ acostumbrado hace tiempo a vivir en la oposici¨®n¡±
La cruda experiencia afgana de Svetlana Alexi¨¦vich se convirti¨® en su obra Tsinkovii Malchii (Los chicos de zinc), publicada en 1989 y no traducida hasta ahora al castellano. Se trata de una novela sobre el efecto de aquella guerra ajena en aquellos que volvieron lisiados f¨ªsica o moralmente, y tambi¨¦n en sus familias y las familias de los muertos. Construido tambi¨¦n como un relato coral, el libro fue muy controvertido. Y la ?respuesta no tard¨® en llegar. Un grupo de familiares de veteranos de aquella guerra olvidada la llevaron a los tribunales bajo la acusaci¨®n de tergiversar sus testimonios. Entre los demandantes estaba ¡°la protagonista de una de las mejores historias del libro¡±, explica Svetlana. ¡°Me sorprend¨ª cuando la vi en el juzgado. De pronto me solt¨®: ¡®No necesito tu verdad. Mi hijo era un h¨¦roe y t¨² lo has convertido en un asesino. Me has robado a mi hijo por segunda vez. Antes de que escribieras tu libro ven¨ªan a pedirme sus cosas, sus cuadernos escolares, para el museo. Era un h¨¦roe y t¨² me lo has robado¡±.
A los militares tampoco les gust¨® la obra. El general Bor¨ªs Gr¨®mov, jefe del ej¨¦rcito sovi¨¦tico en Afganist¨¢n, le hab¨ªa pedido a Svetlana que escribiera ¡°un libro tan heroico como mi obra La guerra no tiene rostro de mujer [una obra monumental que recorre la II Guerra Mundial a trav¨¦s de centenares de testimonios de ciudadanos sovi¨¦ticos que la vivieron]. Yo le contest¨¦ que aquella era otra guerra y de pronto vi un brillo de acero en sus ojos¡¡±. En 1993, los tribunales obligaron al peri¨®dico Komsom¨®lskaya Prav?da a rectificar algunos fragmentos del libro de Alexi¨¦vich sobre Afganist¨¢n que hab¨ªa reproducido en sus distintas ediciones. Se hab¨ªa intentado cerrar la boca de Svetlana, pero aquellos h¨¦roes tr¨¢gicos de Afganist¨¢n hab¨ªan cobrado vida propia al margen de sus modelos originales.
Svetlana naci¨® en Stanislav (hoy Ivano-Frankovsk, una ciudad de 220.000 habitantes en Ucrania Occidental) en 1948. Su padre, un bielorruso que estudiaba Periodismo cuando lo movilizaron para la II Guerra Mundial, acab¨® la contienda en aquella localidad y no fue desmovilizado de inmediato. Trabajaba como t¨¦cnico en un regimiento de aviaci¨®n y, como le gustaba leer, frecuentaba la biblioteca. All¨ª comenz¨® el romance con la bibliotecaria, que era de la regi¨®n ucrania de Vinnitsa, y la relaci¨®n acab¨® en boda y en el nacimiento de Svetlana. La poblaci¨®n local era hostil a los representantes del poder sovi¨¦tico y la ni?a Svetlana estuvo a punto de morir de hambre, dice, cuando ¡°nos robaron todo lo que ten¨ªamos en casa y no pod¨ªamos comprar nada en el mercado. Entonces mi padre salt¨® la valla de un monasterio y logr¨® llegar hasta la priora, a la que le dijo que entend¨ªa que le viera como enemigo, pero que necesitaba salvar a su hija del hambre. La priora, una mujer madura, pens¨® mucho tiempo antes de acceder a su demanda. Prohibi¨® a mi padre que volviera a acercarse al monasterio, pero orden¨® que mi madre pasara cada d¨ªa a recoger medio litro de leche de cabra para m¨ª¡±.
Cuando la ni?a Alexi¨¦vich ten¨ªa cinco a?os la dejaron a cargo de su abuela materna en la regi¨®n de Vinnitsa. Aquella mujer, con la que pas¨® un par de a?os, fue ¡°el ser que m¨¢s he querido en mi vida; una ucrania de pura raza con una bonita trenza, que llevaba siempre una blusa bordada y desprend¨ªa energ¨ªa; una mujer impresionante¡±. Despu¨¦s, la familia se traslad¨® a Bielorrusia, a la regi¨®n de Polesie. El padre trabajaba en la redacci¨®n de un peri¨®dico y lleg¨® a ser considerado para que ocupara un cargo de responsabilidad en el Partido Comunista, hasta que ¡°descubrieron que la hermana de mi madre hab¨ªa vivido en el territorio ocupado, lo que supon¨ªa un gran pecado, y, por si fuera poco, era profesora de alem¨¢n¡±. Esa t¨ªa fue enviada a ¡°excavar en las minas de Donb¨¢s¡± y al padre le dieron a elegir entre su carrera y su esposa. Un amigo comunista le aconsej¨® que se esfumara lo antes posible, y el padre se fue de maestro a un pueblo apartado y solo as¨ª logr¨® salvarse.
En el recuerdo de Alexi¨¦vich, el ambiente rural en Ucrania y en Bielorrusia, las dos rep¨²blicas occidentales de la URSS, se diferencia porque en la ¨²ltima ¡°solo hab¨ªa mujeres, ya que todos los hombres hab¨ªan muerto en la guerra¡±. Alexi¨¦vich trabaj¨® como maestra y reportera, ingres¨® despu¨¦s en la Facultad de Periodismo y se incorpor¨® a la redacci¨®n de una revista literaria en Minsk. A sus primeros pasos en la literatura pertenece la obra teatral Mariutka, un intento de retomar una novela sovi¨¦tica sobre la guerra civil entre blancos y rojos escrita por Bor¨ªs Lavreniov, titulada El 41 y publicada en 1924. En ella, la protagonista, la bolchevique Mariutka, mata por razones ideol¨®gicas al blanco del que est¨¢ enamorada. En su secuela dram¨¢tica, Alexi¨¦vich trat¨® de imaginarse a esa bolchevique muchos a?os despu¨¦s, ya mayor, desilusionada ante el materialismo del entorno y atormentada por el remordimiento del gesto que crey¨® una proeza en su momento. La obra estuvo brevemente en la cartelera en el teatro de los j¨®venes espectadores de Minsk. Hoy Alexi¨¦vich se distancia de aquella producci¨®n y asegura que no ha guardado el texto: ¡°No pude lograr la sinton¨ªa global humana a la que llamamos literatura. Fue un experimento. No era serio. Buscaba mi g¨¦nero. Escrib¨ª versos, teatro. Me busqu¨¦ durante mucho tiempo¡±, explica.
Svetlana Alexi¨¦vich parece no dar nunca por acabados sus libros, a los que a?ade nuevos p¨¢rrafos o desmiembra para utilizar esos fragmentos en otras obras, como si fueran seres vivos. ¡°Mis libros viven conmigo y con sus protagonistas. Las mujeres a las que entrevist¨¦ para La guerra no tiene rostro de mujer [concluida en 1983 y publicada en 1985] se resist¨ªan al principio a contar su experiencia porque no la consideraban bastante heroica, pero luego, durante la perestroika, su testimonio circul¨® en millones de ejemplares y la sociedad las convenci¨® de que esa era la guerra que interesaba a las siguientes generaciones. Y a partir de ese momento, aquellas mujeres que hab¨ªan temido perder el respeto de sus hijos por sus recuerdos me llamaban para contarme nuevos detalles que antes no me hab¨ªan relatado¡±. Posteriormente, la escritora incorpor¨® al libro los textos vetados por la censura, sobre sexo, violencia, crueldad y, en definitiva, sobre el precio de la victoria.
Tardo al menos diez a?os en escribir un libro y no soy de las que van, hacen una entrevista y asunto resuelto. El proceso es muy largo, hay que volver sobre el tema muchas veces, como sobre la composici¨®n de un retrato. Mis relatos exigen muchas conversaciones, porque de repente el interlocutor consigue formular sus ideas como no lo hab¨ªa hecho antes. Es un trabajo muy delicado¡±. Cada obra ha tenido su dificultad espec¨ªfica. En La guerra no tiene rostro de mujer se trataba de ¡°encontrar una mirada que no fuera masculina, liberarse de la prisi¨®n del lenguaje ?masculino. Los hombres son rehenes de la cultura de la guerra. Por ejemplo, Putin, con su culto al cuerpo, al ej¨¦rcito y a la flota, esgrime un lenguaje masculino. Pero las mujeres pueden ser implacables¡±. Alexi¨¦vich se refiere a una de sus protagonistas, que tom¨® la decisi¨®n de matar a tres alemanes presos porque comprend¨ªa que sus compa?eras partisanas, m¨¢s j¨®venes que ella, no ser¨ªan capaces de hacerlo. ¡°No se le ocurri¨® liberarlos y lo m¨¢s impresionante es que me lo cont¨® con total tranquilidad. Creo que era una maestra¡±, agrega.
Nunca he pretendido ser disidente desde la cuna. Mi padre era comunista¡±
En Voces de Chern¨®bil (1997), a Alexi¨¦vich le result¨® ¡°muy dif¨ªcil encontrar el ¨¢ngulo¡± adecuado porque el accidente de la central nuclear era algo nuevo y ¡°la gente estaba tan impresionada que se expresaba de un modo distinto¡±. En su ¨²ltima obra, El fin del 'Homo sovieticus', el reto era ¡°encontrar la columna vertebral¡± de aquella fragmentaci¨®n de la URSS, que iba acompa?ada de ¡°una misma atomizaci¨®n personal¡±. Alexi¨¦vich dice haber trabajado entre 12 y 13 a?os en este libro, si se considera que su origen est¨¢ en Fascinados por la muerte (1994), una historia sobre j¨®venes suicidas. Opina la escritora que el fin de la URSS y el derrumbe del sistema socialista ¡°fue una cat¨¢strofe para muchos. No es verdad que fuera un final esperado, ni siquiera por Gorbachov. La gente no estaba preparada. Las ideas comunistas tambi¨¦n atra¨ªan a los mejores, y puedo juzgar por mi padre¡±.
?Conserva Alexi¨¦vich los documentos sobre los que teje su obra? ¡°No los guardo¡±, dice, y explica que tras conservar durante un tiempo las grabaciones de las cintas empleadas en La guerra no tiene nombre de mujer, acab¨® entreg¨¢ndolas al museo del Komsomol (las Juventudes Comunistas) de Minsk, que fue posteriormente desmantelado. ¡°Es una pena, pero de todas maneras creo que las cintas se hubieran echado a perder, porque no interesan a nadie. Nosotros, a diferencia de los alemanes, no tenemos una cultura archiv¨ªstica¡±, dice. En cuanto a los documentos que sirvieron para construir Voces de Chern¨®bil, la escritora dice haber entregado v¨ªdeos y grabaciones a la fundaci¨®n del financiero y fil¨¢ntropo George Soros, ¡°y creo que los conserva en Hungr¨ªa. Durante un tiempo intent¨¦ entregar mis documentos al Museo de la Guerra Patria [la denominaci¨®n sovi¨¦tica de la II Guerra Mundial], pero se negaron a hacerse cargo de ellos porque me ve¨ªan como alguien de la oposici¨®n. Luego, cuando escrib¨ª Los chicos de zinc, la sociedad se dividi¨® en torno a esa obra, unos me aceptaron y otros me demandaron, y no pod¨ªa darle las cintas a nadie, y eran casetes antiguos y se estropeaban¡±.
Alexi¨¦vich reconoce como maestro a Al¨¦s Adam¨®vich, el escritor bielorruso que fue partisano en la II Guerra Mundial y que uso la t¨¦cnica del montaje documental para abordar el bloqueo de Leningrado o la experiencia de la ocupaci¨®n nazi y la resistencia partisana en Bielorrusia.
Antes de la ceremonia de entrega del Nobel, en menos de dos semanas, la escritora deber¨¢ cumplir con una serie de rituales. Tiene que preparar su discurso de aceptaci¨®n, ¡°de 45 minutos¡±, y anda pensando qu¨¦ temas plantear¨¢. ¡°Tengo la idea de que de mis libros se puede extraer odio y tambi¨¦n amor, y yo creo que ha llegado la hora de sacar amor. He tomado unas notas sobre eso, pero tengo que desarrollarlo, demostrarlo de forma sistem¨¢tica¡±, dice, y suspira. ¡°Cuarenta y cinco minutos, 10 folios, un texto enorme, que debe ser filos¨®fico, pero no teor¨ªa pura¡±. Adem¨¢s del aspecto intelectual, el premio tambi¨¦n incluye aspectos m¨¢s prosaicos. Le pregunto si ya ha encargado el traje para la ceremonia. Como si fuera una colegiala prepar¨¢ndose para una fiesta, Alexi¨¦vich dice: ¡°Me lo est¨¢n cosiendo, pero, de acuerdo con el c¨®digo de vestuario establecido, necesito cuatro modelos distintos¡±.
Asegura la autora que su ciclo sobre la ¡°utop¨ªa¡± socialista est¨¢ concluido, con independencia de que el hombre sovi¨¦tico siga vivo, por ejemplo en la violencia que ha aflorado en Donb¨¢s (Ucrania). Actualmente, Alexi¨¦vich trabaja en una obra sobre el amor y otra sobre la vejez, ¡°los dos ejes en torno a los cuales gira la vida¡±. Para El ciervo maravilloso de la eterna caza, su libro sobre el amor, solicit¨® voluntarios an¨®nimos para que relataran sus experiencias, aunque ¡°el amor es una cosa muy ¨ªntima y no es f¨¢cil que la gente se preste a hablar de ello. La idea me surgi¨® hace 10 a?os y llevo mucho tiempo reuniendo material, aunque a¨²n no s¨¦ c¨®mo lo voy a materializar¡±. ¡°Para estos dos nuevos libros tengo que ser otra persona distinta, con otro vocabulario, con otro sistema de sensibilidades, pero la vida, constantemente, me arrastra a las barricadas¡±.
A prop¨®sito del amor, le pregunto si hay en su vida un ¡°ser querido¡±. ¡°Los hubo, pero no ahora¡±, dice, y puntualiza que no se siente sola. ¡°No est¨¢ en mi naturaleza. Tengo a mi hija, mis amigos, la naturaleza, la m¨²sica¡±. Dice que le gustan compositores como el ucranio Valent¨ªn Silv¨¦strov, que ha musicado pel¨ªculas de la directora de cine Kira Mur¨¢tova, y Sof¨ªa Gubaid¨²lina, una compositora de Tatarist¨¢n de tendencia vanguardista y residente en Alemania. Tambi¨¦n le gustan las instalaciones de Marina Abramovic, una artista que le es ¡°muy cercana¡±.
Alexi¨¦vich marca las distancias entre periodismo y literatura. Su obra, dice, ¡°es una concepci¨®n del mundo, un trabajo infernal, no solo para reunir las voces, sino para encontrarles una forma, para convertir este caos humano de voces y sonidos en una sinfon¨ªa. Escucho el texto como m¨²sica¡±.
La ¨²ltima obra de la nueva premio Nobel, El fin del Homo sovieticus, est¨¢ editada por Acantilado. Voces de Chern¨®bil y La guerra est¨¢n editados por Debate.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.