La paz conyugal
Se parec¨ªan mucho, pero eso no imped¨ªa que discreparan en todos y cada uno de los temas en los que estaban de acuerdo
Siempre se han querido mucho. Nunca hab¨ªan dejado de discutir.
M¨¢s de 25 a?os de matrimonio pod¨ªan resumirse en estas dos frases en las que ambos se reconoc¨ªan por igual, una definici¨®n en la que coincid¨ªan sus amigos, sus conocidos, sus familiares. Hasta hace menos de un a?o eran para todos un ejemplo de pareja armoniosa, un incansable d¨²o de polemistas tambi¨¦n.
En lo fundamental, estaban de acuerdo. Los dos eran de izquierdas, los dos republicanos, ambos rabiosamente partidarios del laicismo, de la defensa de los servicios p¨²blicos y del Estado federal, enemigos feroces del neoliberalismo, de los recortes y del control del d¨¦ficit. Los dos votaban al mismo partido desde antes de conocerse, y habr¨ªan encajado en la misma casilla si alguien, alguna vez, hubiera contado con ellos para elaborar un estudio sociol¨®gico o una encuesta electoral. Se parec¨ªan mucho, pero eso no imped¨ªa que discreparan en todos y cada uno de los temas en los que estaban de acuerdo, un ejercicio sistem¨¢tico de disidencia que casi nunca rebasaba la frontera de los peque?os matices.
A veces, ¨¦l ten¨ªa prisa y ella era m¨¢s partidaria de la prudencia. Otras veces no, y era ella quien proclamaba la necesidad de meter un buld¨®cer para levantar la tierra hasta las ra¨ªces, y allanar el terreno, y empezar otra vez desde cero, mientras ¨¦l se mostraba m¨¢s conciliador con la tradici¨®n que ambos compart¨ªan. Pero sus discusiones no se limitaban a la gran cuesti¨®n del futuro de la izquierda. Tambi¨¦n discut¨ªan en los peque?os dilemas de cada d¨ªa, listas electorales, pactos municipales, m¨ªnimas controversias formales, a menudo tan ¨ªnfimas, tan especializadas, que los amigos que los escuchaban en el bar de siempre ni siquiera entend¨ªan por qu¨¦ ¨¦l, o ella, se levantaba del taburete, se?alaba a su pareja con el dedo y proclamaba que no estaba de acuerdo, que nunca lo estar¨ªa. Luego segu¨ªan bebiendo, se segu¨ªan riendo, se abrazaban, se besaban, se gastaban bromas entre s¨ª o participaban de las bromas de los dem¨¢s. Siempre hab¨ªa sido as¨ª, desde el principio. Siempre, hasta hace unos meses.
Les pill¨® por sorpresa, como un b¨¢lsamo indeseable, una bendici¨®n maldita, un inevitable fruto de su edad
Porque hace un par de meses dejaron de discutir. Hablaban mucho de pol¨ªtica, m¨¢s que nunca, y segu¨ªan estando de acuerdo en lo fundamental, pero apenas disent¨ªan en los matices, y cuando lo hac¨ªan, se expresaban con una serenidad, una suavidad reci¨¦n nacida. Se escuchaban sin interrumpirse, se encog¨ªan de hombros, reconoc¨ªan por fin que quiz¨¢s el otro tuviera raz¨®n, como si ya nada les importara demasiado, como si se sintieran demasiado cansados, demasiado impotentes, en un paisaje que hab¨ªa alterado sus referencias. Eso, siendo sorprendente, no resultaba tan asombroso como sus respuestas a la pregunta m¨¢s repetida de la temporada.
¨C?A qui¨¦n vas a votar?
¨CNo lo s¨¦ ¨Crespond¨ªa ¨¦l.
¨C?Y t¨²?
¨CYo ni siquiera s¨¦ si voy a votar ¨Crespond¨ªa ella.?
La paz conyugal les pill¨® por sorpresa, como un b¨¢lsamo indeseable, una bendici¨®n maldita, un inevitable fruto de su edad, de su fracaso, del fracaso de su proyecto, del de su generaci¨®n. Hasta entonces nunca se les hab¨ªa ocurrido sentir, ni siquiera pensar que ya eran mayores. Ni siquiera las edades de sus hijos, de cumplea?os en cumplea?os, hab¨ªan resultado tan demoledoras como las pac¨ªficas conversaciones que sosten¨ªan por las noches despu¨¦s de acostarse. Pues yo creo que voy a votar en blanco, mira lo que te digo. Ya, yo tambi¨¦n lo he pensado, pero al final no lo har¨¦, s¨¦ que al final votar¨¦, aunque si quieres que te diga la verdad, todav¨ªa no s¨¦ a qui¨¦n¡ Luego le¨ªan un rato, apagaban la luz y se abrazaban, dorm¨ªan abrazados como en los buenos tiempos de las interminables discusiones.
Ambos formaron parte del nutrido e inconcreto ej¨¦rcito de los votantes indecisos hasta las 10.30 del 20 de diciembre de 2015. En ese momento, cada uno le comunic¨® en voz alta su decisi¨®n al otro, descubrieron que, por primera vez en sus vidas, no iban a escoger la misma papeleta, y no pas¨® nada. Fueron juntos hasta su colegio electoral de toda la vida, votaron, volvieron a casa, y su vida sigui¨® pasando, encadenando emociones ¨ªntimas, privadas, reformulando su existencia de ciudadanos a secas, militantes sin partido.
Al principio les extra?¨®, pero se acostumbraron m¨¢s deprisa de lo que cre¨ªan. Resistieron por igual la tentaci¨®n de la nostalgia, aceptaron con serenidad que no eran necesarios, paladearon el placer de opinar con la libertad de quien carece de v¨ªnculos inquebrantables y no volvieron a discutir.
Menos mal que no son del mismo equipo de f¨²tbol.
Su amor no resistir¨ªa tant¨ªsima paz.
www.almudenagrandes.com
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.