La culpa es de los padres
No hay hijos ni progenitores perfectos, pero s¨ª existen mil y una formas de educar. Por muy diferentes que estas sean, conviene escuchar y olvidarse de prejuicios
La educaci¨®n y crianza de los hijos es una experiencia maravillosa. Cualquier padre o madre, por exhausto que se encuentre, no dudar¨¢ en afirmar que es la mejor aventura de su vida. Y probablemente no le falte raz¨®n. Pero esta experiencia no est¨¢ exenta de zonas sombr¨ªas. Una de ellas la protagonizan las batallas que se libran entre las distintas maneras que tienen los progenitores de comprender y vivir la ense?anza.
Analizamos, juzgamos y criticamos hasta l¨ªmites bochornosos a los padres que act¨²an de un modo diferente al nuestro. Y lo hacemos en parte para protegernos, porque nos va la autoestima en ello: un hijo no deja de ser ese gran proyecto vital en el que un d¨ªa decidimos embarcarnos, y el resultado de tal haza?a est¨¢ a la vista de todo el mundo. Su ¨¦xito o fracaso tambi¨¦n es el nuestro. Siempre es mejor dirigir el foco hacia la paja en el ojo ajeno para salvaguardar as¨ª nuestra imagen. Aunque no haya paja. Porque si algo falla, la culpa suele ser de los padres.
Este fen¨®meno no es nuevo. Hay diversidad de opiniones y formas de proceder en cuanto a la educaci¨®n, y la crianza siempre ha sido objeto de evaluaci¨®n social, recayendo esta responsabilidad la mayor¨ªa de las veces sobre las madres. En los ¨²ltimos a?os, la intensidad del enfrentamiento se ha visto incrementada por dos factores. Por un lado, la popularizaci¨®n de la llamada ¡°crianza con apego¡±, una corriente opuesta a las tradicionales pr¨¢cticas conductistas basadas en refuerzos y castigos. Y, por el otro, la injerencia de Internet y las redes sociales, que ha amplificado el conflicto.
Los padres nos sentimos inseguros, aunque esa sensaci¨®n no deja de ser algo natural. De ella se deriva, en muchas ocasiones, un cierto apego a unos principios que dictan c¨®mo se debe ense?ar y que nos proporcionan una certeza que, de otro modo, ser¨ªa dif¨ªcil de lograr. Necesitamos aferrarnos a algo para sentirnos seguros y huimos de esa sensaci¨®n de duda que nos lleva a cuestionarnos si, quiz¨¢, hemos emprendido el camino equivocado. Por este motivo, tanto los partidarios de la crianza con apego como aquellos que educan de manera m¨¢s tradicional pueden seguir hasta las ¨²ltimas consecuencias estas doctrinas, llegando a mantener posturas extremas muy alejadas de las corrientes que defienden. En ¨²ltima instancia, actuar as¨ª desemboca en un conflicto ideol¨®gico con quienes act¨²an y piensan de otro modo.
Dos estilos de crianza
El modelo conductista se basa en la modificaci¨®n de las conductas inadecuadas de los ni?os mediante el manejo de sus consecuencias, empleando t¨¦cnicas como el refuerzo de comportamientos positivos o el castigo de los inadecuados. Por su parte, la educaci¨®n con apego pone el foco en sus necesidades emocionales y el v¨ªnculo con su cuidador principal, considerando las conductas molestas como parte del desarrollo normal del peque?o y que no tienen por qu¨¦ cambiarse. En Espa?a las t¨¦cnicas de Supernanny seguir¨ªan los principios del conductismo. Autores como el pediatra Carlos Gonz¨¢lez o la psic¨®loga Rosa Jov¨¦ ser¨ªan los m¨¢s representativos de la crianza con apego.
Se juzga lo diferente por miedo a lo desconocido, pero ?qu¨¦ amenaza puede suponer que una persona eduque a sus hijos de otra manera? En el ¨¢mbito de la psicolog¨ªa hay un concepto llamado disonancia cognitiva que hace referencia a un estado emocional muy desagradable que surge como consecuencia de la discrepancia entre las creencias que tenemos acerca de algo, o entre estas ideas y las conductas que se llevan a cabo. La tensi¨®n que genera incita a comportarse o a crear justificaciones que eliminen o reduzcan esa contradicci¨®n.
Evitar el desacuerdo se acaba convirtiendo en un leitmotiv diario, por lo que se emplea gran cantidad de esfuerzo en mantener las ideas a salvo de las peligrosas amenazas externas. Esto puede llevar a los padres a justificar del modo m¨¢s ex¨®tico posible cierto tipo de comportamientos que se adoptan para que encajen en su sistema de creencias, al tiempo que les lleva tambi¨¦n a negar frontalmente cualquier pensamiento o idea que pueda poner en riesgo su manera de pensar. La disonancia cognitiva suele estar detr¨¢s de las feroces cr¨ªticas que vierten algunos padres sobre los que act¨²an de un modo diferente al suyo, percibi¨¦ndolos como una amenaza que pone en riesgo su estabilidad.
Por el contrario, cuando encontramos algo que encaja con nuestras creencias se acepta de un modo acr¨ªtico, dej¨¢ndonos llevar por los estereotipos de aquello que se supone que debemos hacer para no alejarnos del concepto que hemos ido formando de nosotros mismos.
La educaci¨®n de los hijos es una labor que realizan fundamentalmente los padres del ni?o, y lo hacen de manera conjunta. Pero, a pesar del cambio de roles que se ha ido produciendo en las ¨²ltimas d¨¦cadas, la sociedad sigue mirando a la mujer como la ¨²ltima responsable de esta labor. Y es ella tambi¨¦n la principal perjudicada por las batallas entre progenitores. La presi¨®n social a la que se ven sometidas les genera un estado de tensi¨®n e inseguridad que al final acaban protagonizando este tipo de desencuentros.
No ser parte del conflicto. Conforme se avanza en la educaci¨®n, no es extra?o que se acaben haciendo unas cosas que se cre¨ªan inviables antes de convertirse en padres. La vida da muchas vueltas, y la paternidad lo cambia todo. Excepto ciertas pr¨¢cticas que han mostrado ser objetivamente positivas (como la lactancia materna) o negativas (como el castigo f¨ªsico), la mayor¨ªa de las decisiones que toman los progenitores tienen un car¨¢cter tremendamente personal y dependen, en gran medida, de las condiciones que rodean a la pareja. Si lo juzgamos estamos cayendo en una gran falta de empat¨ªa, ya que desconocemos los motivos que llevan a cada individuo a actuar del modo en que lo hace.
Hace mucho tiempo que la educaci¨®n dej¨® de ser algo que se hac¨ªa en grupo para ser una tarea que hace la familia desde la soledad y el aislamiento, lo que contribuye a percibir las influencias externas como amenazas al sistema de valores que tiene cada uno. En lugar de mostrar una actitud defensiva ante quienes act¨²an de un modo distinto, se puede comenzar a ver la diversidad como una oportunidad para aprender nuevos recursos y maneras de hacer. Adem¨¢s, hay que desprenderse de la presi¨®n de la sociedad, especialmente en el caso de las madres: no somos perfectos, y nuestros hijos tampoco.
Para saber m¨¢s
Pel¨ªculas
Babies (2010)
Pel¨ªcula francesa que relata el primer a?o de vida de cuatro beb¨¦s en cuatro lugares del mundo: Estados Unidos, Jap¨®n, Mongolia y Namibia. Esta historia cuenta que, pese a los enormes contrastes culturales, nos une mucho m¨¢s de lo que nos separa.
Libros.?Dos visiones de una misma problem¨¢tica:
Dormir sin l¨¢grimas, Rosa Jov¨¦
(La Esfera de los Libros, 2012)
Du¨¦rmete, ni?o,?Eduard Estivill y Sylvia de B¨¦jar
(Debolsillo, 2014)
Hay muchas maneras de lograr un mismo objetivo, y las recetas m¨¢gicas no existen. Aceptarlo es un camino necesario tanto para minimizar el impacto de las cr¨ªticas como para evitar caer en ellas. Si dejamos de sentir esa necesidad por la perfecci¨®n, podremos comenzar a hacer las paces con nuestros defectos como padres, dejar de fingir que todo es f¨¢cil y comenzar a empatizar con las dificultades que tienen aquellos con los que compartimos la experiencia de criar a un hijo. Buscar lo que nos une resulta mucho m¨¢s reconfortante que profundizar en las diferencias. Encontrar estos puntos de uni¨®n es un modo muy sencillo de incrementar la empat¨ªa hacia los dem¨¢s y sentirse parte de un mismo equipo, en vez de pensar en el otro como en un competidor.
De todas formas, habr¨¢ ocasiones en las que seamos nosotros el blanco de comentarios o juicios por parte de terceras personas. Llegado el momento, conviene evitar el conflicto y ser capaces de resolver la situaci¨®n sin entrar en disputas est¨¦riles. No tenemos por qu¨¦ justificar nuestras decisiones ni estamos obligados a entrar en ning¨²n debate. Negarse a ello no es signo de falta de argumentos, sino de mayor inteligencia emocional. Debemos evitar ¡°morder el anzuelo¡± ante comentarios como estos: ¡°Ah, ?que a¨²n duerme con vosotros?¡±, o ¡°?es que no toma pecho?¡±. Frases as¨ª no buscan el aprendizaje ni el compartir experiencias, sino rivalizar por qui¨¦n acierta y qui¨¦n se equivoca.
Cada uno tiene derecho a tener sus opiniones y formas de actuar, y no hay que justificarlas ante los dem¨¢s; incluso es leg¨ªtimo cambiar de postura en el momento en el que se sienta que la estrategia que se estaba empleando ya no resulta igual de eficaz. Reconocer que tenemos estos derechos nos ayudar¨¢ a manejar bastante mejor las cr¨ªticas. Quiz¨¢ deber¨ªamos renunciar a formar parte de esa competici¨®n por alcanzar la perfecci¨®n. Aceptar nuestros defectos (y los de los dem¨¢s) y admitir las limitaciones nos ayudar¨¢ a hacer las paces con nosotros mismos. Aunque desconozcamos las respuestas a todas las preguntas, estamos deseando descubrirlas. Podremos llegar a conocer algunas si dejamos de protegernos.
elpaissemanal@elpais.es
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.