Ojos de piedra, corazones de az¨²car
Las fot¨®grafas Isabel Mu?oz y Concha Casaj¨²s presentan en Casa ?frica el proyecto 'Mujeres del Congo', facilitado por Caddy Adzuba y centrado en v¨ªctimas de violencia sexual
Lo primero es la mirada de Zabulonda, un mazazo hecho pupila, iris, c¨®rnea, enmarcado en una cascada de opulentas cebollas. Su cara parece tallada en madera. Posa ladeada, con una expresi¨®n indefinible en una sola palabra. En medio del rostro se perfila una boca generosa pero triste, de la que surge una historia dantesca. Una historia que la periodista congole?a Caddy Adzuba (Bukavu, 1981) transcribi¨® y tradujo del suajili al franc¨¦s. Un relato que removi¨® los cimientos del mundo que la fot¨®grafa catalana Isabel Mu?oz (Barcelona, 1951) conoc¨ªa. Un testimonio que torci¨® para siempre la visi¨®n de la vida dos fot¨®grafas espa?olas y uni¨® sus destinos a una tierra que antes les quedaba muy lejana: la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo.
A los 28 a?os y con cinco hijos en el mundo, Zabulonda es un puro dolor con piernas, que sobrevive bajo el peso de las mercanc¨ªas que portea por dinero en el este del Congo. Est¨¢ vac¨ªa por dentro, f¨ªsica y an¨ªmicamente. En el hospital de Panzi, en Bukavu, certificaron que su aparato reproductor, aquello que la convert¨ªa en persona y en un elemento ¨²til de la sociedad a los ojos de sus conciudadanos, estaba en ruinas.
Llego all¨ª tras ser violada en grupo. No sabe cu¨¢ntas veces ni por cu¨¢ntos hombres ni de qu¨¦ manera. Por fortuna, estuvo inconsciente casi todo el tiempo que duraron las agresiones y s¨®lo recuerda escenas aisladas de una dureza incre¨ªble, fotogramas pre?ados de sangre en los que figura su familia, atrozmente asesinada. Arrib¨® a Panzi sin saber c¨®mo hacer sus necesidades ni sentir nada de cintura para abajo. Permaneci¨® ingresada tres a?os all¨ª, al cuidado del ginec¨®logo y cirujano Denis Mukwege y su equipo. Su cuerpo maltrecho sirvi¨® de escenario de m¨²ltiples operaciones hasta que volvi¨® a las calles de barro y pl¨¢stico en las que creci¨®. Incapaz de regresar al hogar donde no le quedaba ya nadie, recuper¨® a sus hijos y volvi¨® a trabajar cargando bultos imposibles, con el dolor desgarr¨¢ndola por dentro. No debe coger peso, pero no tiene elecci¨®n, dice. Y posa, anciana por dentro y con los ojos mudos, bajo un derroche de verdura.
La historia de Zabulonda nos acoge al entrar en la Sala Guinea Ecuatorial de Casa ?frica, en Las Palmas de Gran Canaria. Es el recibimiento que nos propone la exposici¨®n Mujeres del Congo, un proyecto de dos fot¨®grafas espa?olas, Isabel Mu?oz y Concha Casaj¨²s (Madrid, 1957), inspirado y facilitado por Caddy Adzuba. Caddy tambi¨¦n est¨¢ all¨ª, en una pared, inmortalizada por Isabel mientras da la espalda al lago Kivu y tambi¨¦n por Concha, que la retrata mientras trabaja, con el port¨¢til en la falda, recogiendo el testimonio de otra mujer violada.
G¨¦nesis
La historia de Mujeres del Congo arranca de una manera inesperada.
Isabel y Concha se encontraban en Kinshasa a finales del a?o 2014, trabajando en un proyecto sobre los derechos del universo que se plasma, entre otras cosas, en un peculiar ¨¢lbum de familia de los primates. Caddy Adzuba regresaba de Oviedo con el premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia bajo el brazo, dispuesta a invertirlo en microcr¨¦ditos para las mujeres que han sufrido violencia sexual en la zona de Bukavu, de donde ella es originaria. Las tres se conocieron, se gustaron y surgi¨® espont¨¢neamente el compromiso de ambas fot¨®grafas espa?olas de apoyarla en su proyecto.
Los ojos no mienten nunca, los suyos no sonr¨ªen jam¨¢s Isabel Mu?oz, fot¨®grafa
Caddy no desaprovech¨® la oportunidad: las invit¨® a seguirla al este del pa¨ªs para visibilizar el drama de sus hermanas. ¡°Nos ofrecimos a poner cara a las mujeres de su cooperativa y a dar visibilidad a sus problemas¡±, explica Concha, menuda, concentrada y rubia, la mirada preocupada y dulce tras los cristales de las gafas, toda gestos con las manos en el aire. Ella regres¨® a la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo con esa misi¨®n en la primavera del a?o siguiente. Isabel se le adelant¨®, en enero, coincidiendo con protestas contra el tercer mandato de Kabila y con la vida -pasaporte, algo de dinero, el disco duro- metida en el bolso de mano. Por si ten¨ªa que huir de una ofensiva militar a cobijo del diluvio, una manifestaci¨®n que derivara en batalla o lo que fuera.
Concha Casaj¨²s reconoce que al principio le atenazaba el miedo a hablar con las protagonistas de sus fotos. ¡°Pensaba que estaban rotas, deprimidas. Que era una intromisi¨®n en su intimidad, en su dolor¡±, se?ala. ¡°Pero encontramos una fuerza incre¨ªble y una enorme solidaridad entre ellas, un esp¨ªritu positivo. Retrat¨¦ el hogar de Charlotte, que fue v¨ªctima de la violencia sexual y que ahora abre su casa a otras que han pasado por su situaci¨®n. Lleg¨® a acoger a cien mujeres refugiadas, que dorm¨ªan en el suelo y donde pod¨ªan¡±.
¡°No sab¨ªa que existieran estas cosas¡±, constata por su parte Isabel Mu?oz, presa a ratos de una estupefacci¨®n dolida. Se sienta, p¨¢lida como la cera en su sala, con el pelo encuadr¨¢ndole la cara de porcelana y los labios finos, rojos, destacando contra su ropa de un negro riguroso. ¡°Estas son historias de mujeres maravillosas¡±, precisa con energ¨ªa. ¡°No me gusta hablar de v¨ªctimas. No somos fot¨®grafas de guerra y aunque conocemos los testimonios de amigos reporteros de guerra y hemos le¨ªdo y hemos visto cosas, no pod¨ªa ni imaginarme la atrocidad de la que fuimos testigos. Sin embargo, parece que cuando llegamos al l¨ªmite, se sacan fuerzas no se sabe de d¨®nde para seguir luchando¡±. Se apasiona: ¡°Quiero agradecer la generosidad de estas mujeres que nos regalaron sus testimonios. De la misma manera que pasamos horas con ellas llorando y captando sus sentimientos, tambi¨¦n bailamos y re¨ªmos con ellas¡±. Y concluye, notarial casi y arropada por las miradas de todas ellas: ¡°Los ojos no mienten nunca, los suyos no sonr¨ªen jam¨¢s; la herida va a estar ah¨ª toda la vida¡±.
Canto a la vida
Las paredes de las salas expositivas de Casa ?frica se cubren con retratos de mujeres que se han visto arrasadas por la violencia sexual y la guerra. Que han comido y bebido los restos de sus seres queridos, que han recibido los embates de troncos y cuchillos en sus ¨²teros ahora in¨²tiles, que han tenido que limpiar y curar las lesiones de sus hijos menores tambi¨¦n narcotizados, violados y mutilados o presenciar decapitaciones, org¨ªas y descuartizamientos. En una pantalla se dibuja el regazo de una madre con una ni?a encima, aros en las orejas y las piernitas cruzadas en el borde de la falda: la madre cuenta la historia del rapto y la violaci¨®n de su hija, acarici¨¢ndole la cara con delicadeza, con la punta de los dedos, al tiempo que la vira para que no se vea y la tapa. Extiende la otra mano, como un caparaz¨®n protector, por la peque?a curva de la espalda infantil. Un pie diminuto, de beb¨¦, asoma por su espalda, donde se refugia su hijo m¨¢s peque?o.
La exposici¨®n es un recuento de dolor y barbarie, pero tambi¨¦n de dignidad. Las mujeres retratadas se alzan de los restos de su naufragio personal y colectivo para hacer frente al mundo con valor y entereza. La violencia no las ha destruido. Les une una solidaridad inquebrantable y la esperanza de cambio. Piden s¨®lo una cosa: paz.
Al lado de una mina de oro, se muere de hambre. Una riqueza incre¨ªble en recursos convive con la miseria m¨¢s extrema Concha Casaj¨²s, fot¨®garfa
Adem¨¢s de sus historias, Mujeres del Congo tambi¨¦n cuenta historias m¨¢s positivas: las de activistas que ejercen de ejemplo para otras mujeres y que luchan por sus derechos con determinaci¨®n, las de emprendedoras que pelean por el futuro armadas con microcr¨¦ditos y una fe a prueba de cataclismos. Aunque no lo parezca a primera vista, es una muestra en positivo. Si no conociera el contexto, la historia detr¨¢s de cada mirada, s¨®lo ver¨ªa mujeres hermosas y fuertes que fijan sus ojos en una c¨¢mara.
Isabel se envuelve casi en los retratos en blanco y negro de sus ¡°peque?as princesas¡±, ni?as violadas que apenas levantan palmos del suelo, rodeadas de sus familias a veces y a veces solas, siempre semiocultos los rostros entre flores o sus propias y menudas manos. ¡°Cada imagen tiene una historia¡±, precisa. ¡°Una imagen sin historia no tiene sentido y menos en este caso. No puedo fotografiar nada que no pase antes por mi coraz¨®n y que no me emocione¡±.
En sus im¨¢genes confluyen la perfecci¨®n t¨¦cnica y la m¨¢xima delicadeza profesional con la ternura a punto de romperse de una madre y abuela. Son una toma de partido por las ni?as raptadas para rituales basados en sangre inocente o para someterlas a abusos y por otras criaturas acusadas de brujer¨ªa y abandonadas a su suerte en las calles, tras sufrir exorcismos y torturas. Sus fotos son un homenaje y casi un conjuro protector para las familias desfavorecidas y vulnerables, que son las que suelen estar m¨¢s expuestas a esta violencia.
Mujeres del Congo ejerce de una suerte de extra?o canto a la vida.
Charlotte Luttala posa con una azada, madre adoptiva de once ni?os abandonados, que adem¨¢s abre las puertas de su hogar a las refugiadas y se encorva, resuelta, para trabajar en un terrenito. Eugenie Bitondo reta a la c¨¢mara con unos ojos que no hacen concesiones, viuda, tambi¨¦n desbaratada en cuerpo y alma en una violaci¨®n colectiva. Mayuma Byantabo levanta las palmas de sus manos que ya no se aferran a nada: hijos calcinados, padres muertos, marido a la fuga, casa y posesiones reducidas a un mont¨®n de cenizas. Cheusi Kwasila Anne, una maestra de expresi¨®n reposada, perdona al marido traumatizado que la abandon¨® tras ser testigo de su violaci¨®n en grupo, al considerarla c¨®mplice de su desgracia por no resistirse.
¡°Esto es una carrera contrarreloj¡±, dictamina Isabel Mu?oz. ¡°La experiencia del Congo se ha convertido en una rabia tremenda y en la necesidad de que esto pare. La violencia contra mujeres y ni?os tiene que parar. La justicia tiene que defender a las mujeres, hay que educar a los hombres para que respeten a las mujeres. Siento una pena, una angustia y una rabia enormes¡±. Se detiene un momento, pensativa, y concluye: ¡°Ahora voy a volver. No te sacas Congo del coraz¨®n¡±. Y se le destraba el entrecejo preocupado y le asoma una sonrisa peque?ita a los labios.
Un gigante de oro con los pies de barro
¡°Nuestro proyecto se centra en la violencia sexual que sufren las mujeres y los ni?os del este de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo¡±, resume Concha Casaj¨²s, diminuta entre sus retratos y transpirando humanidad. ¡°El pa¨ªs vive una situaci¨®n de conflicto con varios ej¨¦rcitos y grupos armados que luchan por controlar los recursos del pa¨ªs, que es enormemente rico. Para poder tener acceso a esos recursos, tienen que someter a la poblaci¨®n que vive all¨ª y lo hacen con un r¨¦gimen de terror del que son v¨ªctimas, sobre todo, las mujeres y los ni?os. La mujer es el coraz¨®n de la familia y de la econom¨ªa y se utiliza la violencia sexual como arma de guerra. Si destruyes la capacidad de la mujer de ser madre, la destruyes como persona. La violencia sexual tambi¨¦n provoca estigma social y verg¨¹enza. El var¨®n, la pareja, desaparece normalmente tras una de estas violaciones. Si no lo han matado cuando intentaba defender a su mujer. La mujer se queda sola con una media de entre cinco y siete hijos, a veces m¨¢s. Sin apoyos, es imposible que salga adelante¡±.
Aqu¨ª entran en juego la voluntad y la solidaridad de personas como Caddy Adzuba, que empez¨® a denunciar esta violencia sexual hace a?os, sirvi¨¦ndose del espacio comprado en una emisora de radio local muy peque?a, con un equipo muy reducido de personas al lado. El empeoramiento de la situaci¨®n ha ido ensanchando las fronteras de su compromiso: la emisora, Radio Okapi, cuenta con la cobertura financiera y log¨ªstica de Naciones Unidas y una capacidad que crece d¨ªa a d¨ªa. La denuncia y visibilizaci¨®n de esta lacra se ha extendido a la creaci¨®n de un proyecto de microcr¨¦ditos y de sost¨¦n para las mujeres que han pasado por la experiencia de la violencia sexual.
Concha habla con urgencia. En noviembre se celebrar¨¢n elecciones y la oposici¨®n convoc¨® manifestaciones esta semana. Se sospecha que el presidente Joseph Kabila quiere presentarse a un tercer mandato, inconstitucional en este momento, y la sociedad civil reacciona moviliz¨¢ndose. La represi¨®n policial y militar ya ha resultado en agresiones y muertes, mientras que los disturbios emborronan las calles. Concha e Isabel Mu?oz, su c¨®mplice en este proyecto, se aferran a sus m¨®viles buscando noticias, con ese sentimiento de urgencia quem¨¢ndoles la lengua, los ojos, los dedos.
¡°Es necesaria una intervenci¨®n internacional¡±, denuncia Concha. ¡°Es una zona de gran riqueza y con muchos intereses internacionales y de multinacionales. Al lado de una mina de oro, se muere de hambre. Una riqueza incre¨ªble en recursos convive con la miseria m¨¢s extrema¡±.
La periodista Elisa Garc¨ªa-Mingo, coautora del libro Micr¨®fonos para la paz con Caddy Adzuba, ya explic¨® la situaci¨®n de la Rep¨²blica Democr¨¢tica del Congo en una conferencia en Casa ?frica en julio del a?o pasado.
Cont¨® que el pa¨ªs vive ahora su tercera guerra, caracterizada por una violencia dispersa y animada por m¨¢s de 60 grupos armados locales y extranjeros que protagonizan alianzas muy vol¨¢tiles. Veinte a?os de conflicto han cristalizado en una crisis humanitaria sin precedentes que se ha ¡°cronificado¡±. ¡°Se han normalizado abandono escolar, enfermedad, violencia sexual, ni?os soldados y la existencia de tres millones de desplazados internos¡±, afirm¨®. ¡°RDC est¨¢ en el pen¨²ltimo puesto del ?ndice de Desarrollo Humano, s¨®lo por delante de N¨ªger¡±.
Dos d¨¦cadas de endebles treguas y explosivas hostilidades se han cobrado las vidas de entre cinco y seis millones de personas y se han saldado con el sacrificio de medio mill¨®n de mujeres violadas. "Es el conflicto m¨¢s cruento de la Historia tras la II Guerra Mundial", enfatiz¨® Elisa en Casa ?frica. La mayor misi¨®n de paz del mundo, la MONUSCO, se sit¨²a en este territorio y la misi¨®n de M¨¦dicos sin Fronteras con m¨¢s recursos es la de RDC, "un pa¨ªs que se enfrenta a una situaci¨®n s¨®lo comparable hoy con la de Siria".
El de Congo es un conflicto de dimensi¨®n panafricana, directamente ligado al genocidio de Ruanda y la entrada en RDC de grupos armados hutus. Decididos a hostigar al gobierno de Paul Kagame, convirtieron el Congo en su base para desestabilizar su pa¨ªs, ejerciendo de paso la extorsi¨®n de las poblaciones locales. En este conflicto participan varios pa¨ªses de la regi¨®n de los Grandes Lagos a trav¨¦s de grupos rebeldes y se?ores de la guerra llegados de lugares como Ruanda o Uganda, financiados en ocasiones por multinacionales y gobiernos. Seg¨²n Caddy Adzuba, son precisamente los combatientes extranjeros los que han importado nuevas formas de crueldad y violencia, especialmente contra mujeres y ni?os, al Congo.
El expolio de recursos congole?os se ejerce a trav¨¦s de multinacionales, gobiernos y esas fuerzas armadas extranjeras y locales. Se normalizan la corrupci¨®n, la impunidad y la absoluta arbitrariedad de los actores armados. ¡°Hay zonas del pa¨ªs, en los Kivus, en las que tres de cada cuatro mujeres han sido violadas¡±, explic¨® Elisa Garc¨ªa-Mingo.
¡°Ruanda exporta colt¨¢n, sin tener minas de colt¨¢n en su territorio¡±, se?ala Isabel Mu?oz. Concha Casaj¨²s a?ade que se maneja la cifra de 40.000 mujeres violadas al a?o en la zona. ¡°Est¨¢ pasando ahora, en este mismo momento¡±, repiten ambas. Ahora, cuando usted lee esta ¨²ltima palabra.
La exposici¨®n permanecer¨¢ abierta hasta el 6 de mayo.
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