?Queremos jugar en la calle!
Ante los temores de los padres en el siglo XXI se impone la reconquista de espacios para el ocio donde dar rienda suelta a la creatividad infantil
?Cu¨¢ndo fue la ¨²ltima vez que vieron a un grupo de ni?os menores de 12 a?os en la calle sin la compa?¨ªa de alg¨²n adulto? Vivimos en un pa¨ªs con un clima ideal para disfrutar al aire libre, una diversi¨®n que no supone gastos, donde lo ¨²nico indispensable es contar con c¨®mplices de juego. Entonces, ?por qu¨¦ los ni?os no juegan en nuestras calles?
Veamos posibles culpables y empecemos por uno de los m¨¢s evidentes: la baja tasa de natalidad. En 50 a?os hemos pasado de las familias numerosas a la parejita, y de ah¨ª a celebrar la llegada del hijo ¨²nico, lo que complica el encuentro de compa?eros de juego.
Siguiente sospechoso: la tecnolog¨ªa. M¨¢s de un adulto se ha sorprendido alguna vez refunfu?ando sobre la adicci¨®n de los ni?os a las ¡°alienantes¡± videoconsolas y videojuegos, mientras suspira recordando sus polis y cacos, el escondite o cualquiera de los juegos ¡°de toda la vida¡±. Quiz¨¢s este pensamiento recurrente de que todo pasado fue mejor est¨¦ grabado en nuestro ADN, pero ?qu¨¦ alternativas reales a la tecnolog¨ªa y al juego en espacios interiores tienen los ni?os?
Advierto un nuevo inculpado: la planificaci¨®n urbana y, en concreto, la falta de lugares accesibles en los barrios. Los ni?os se enfrentan a ciudades organizadas en torno al coche, su emperador. ?D¨®nde pueden ir sin la necesidad de que los padres los lleven o vigilen por temor a que les pueda pasar algo?
Los ni?os se enfrentan a ciudades organizadas en torno al coche, su emperador. ?D¨®nde pueden ir sin vigilancia?
Llamemos a il capo di tutti capi: el miedo y su esbirro, la seguridad. Me contaba una amiga que hab¨ªa regalado el libro Costras (Media Vaca) a un ni?o de cinco a?os que JAM?S hab¨ªa visto una costra. ?C¨®mo es posible? Recuerdo las competiciones de ara?azos, costras y chichones que hac¨ªamos, lleg¨¢bamos incluso a desear tener una escayola de esas llenas de firmas. Al fin y al cabo, las heridas son condecoraciones del juego que ense?an a perder el miedo, a sortear conflictos o a comprobar que esos rasgu?os no son el fin del mundo. Discutir y hacer las paces, afrontar retos y responsabilidades hace que ganemos confianza en nosotros mismos. Por mucho que todo padre desee tener a sus churumbeles protegidos entre algodones, no deber¨ªamos olvidar que lo que genera la sobreprotecci¨®n es inseguridad y dependencia.
Tambi¨¦n me asombra escuchar que hay colegios en los que no s¨®lo se han prohibido el bal¨®n prisionero y el churro, sino incluso las peonzas y las cuerdas. El churro ya se practicaba en Egipto y en la antigua Roma. La pelota, el escondite, la soga, el pilla-pilla, la gallina ciega o el trompo eran algunos de los juegos con los que disfrutaban los ni?os de Grecia. El bal¨®n prisionero tiene asimismo un pasado asombroso y, muchas veces, mortal. Hace m¨¢s de 200 a?os fue un entrenamiento entre tribus de ?frica para cohesionar el grupo y defenderse de otras tribus enemigas. Un m¨¦todo interesante, si no fuera por la salvedad de que en lugar de pelotas usaban piedras para atacar al contrario y proteger a sus compa?eros. Aquello s¨ª que era escabroso.
El temor de los padres y su obsesi¨®n por la seguridad conllevan la necesidad de planificar y controlar el tiempo de los hijos. As¨ª, es habitual que los ni?os pasen casi todas sus horas ocupados hasta rebosar con actividades extraescolares, otras grandes culpables a las que habr¨ªa que llamar a la palestra.
Nos hemos erigido en guardianes del ocio infantil. Moldeamos su tiempo de juego con actividades dirigidas que, aparentemente, les aportan nutritivos contenidos did¨¢cticos. Libros moralizantes, juguetes educativos¡ son perfectos para formar futuros ciudadanos grises de provecho.
?Qu¨¦ mal vistos han estado siempre esos ratos de ¡°no hacer nada¡±! No deber¨ªamos olvidar que la ¨²nica finalidad del juego libre es jugar. En el momento en el que es impuesto o trazamos objetivos, se acab¨® la diversi¨®n.
Entonces, ?c¨®mo podr¨ªamos devolverles la calle a los ni?os? La iniciativa Camino Escolar es un buen ejemplo de c¨®mo a partir de la reconquista del espacio p¨²blico se puede recuperar la autonom¨ªa infantil. Para que los menores puedan ir solos al colegio, se trazan recorridos m¨¢s seguros reduciendo el tr¨¢fico, detectando problemas y oportunidades del entorno cotidiano e implicando a la colectividad: padres, profesores, Administraciones, empresas de transporte y, como principales compinches, comerciantes de la zona atentos a lo largo del itinerario. Aunque con antecedentes m¨¢s lejanos, la idea de Camino Escolar parte de los a?os setenta en la ciudad danesa de Odense. Dentro de Espa?a se ha puesto en marcha en San Sebasti¨¢n, Madrid, Barcelona, Sevilla, Terrassa, Segovia, Getafe o Torrelodones.
Proyectos vecinales como ¨¦ste posibilitan el encuentro fortuito entre chavales para formar grupos de juego, peque?as pandillas, y que salgan solos cuidando los unos de los otros. Tiempo de juego para los ni?os y tiempo libre para los padres, sabiendo que sus hijos lo est¨¢n pasando bien.
Es necesario que los ni?os dispongan de sus propios espacios. En la Europa de entreguerras, zonas tan poco seguras como los descampados producidos por bombas se convirtieron en terrenos improvisados de juego infantil que inspirar¨ªan los futuros playgrounds. Espacios de libertad donde ni?os de diferentes edades pod¨ªan recrear juegos sin reglas y, desde sus propias construcciones, desarrollaban entre ellos conocimientos y destrezas.
Parece que no es tanto cuesti¨®n de medios sino de voluntad y de organizaci¨®n. Al igual que para los juegos tradicionales, es muy poco lo que se necesita para hacer de los espacios p¨²blicos lugares de encuentro espont¨¢neo donde los ni?os puedan proyectar libremente sus juegos y experimentar, transformar, destruir, construir o simplemente tumbarse a hablar.
?Salimos a jugar? ?Tomemos la calle!
elpaissemanal@elpais.es
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