Una Rothschild en deportivas
La presidenta de la National Gallery, patrona de la Tate y vicepresidenta del Hay Festival¡ª presenta una novela de amor y lujo
Hannah Rothschild no parece una Rothschild, ese apellido que suena a sin¨®nimo de multimillonario en todo el globo. No obstante, hay algo en esta se?ora que aparenta todos y cada uno de sus 54 a?os y estrecha firme la diestra mirando a los ojos con curiosidad genuina que sugiere varias generaciones de buena vida y colegios caros. Lleva un vestido sencill¨ªsimo, pendientes y collar de bisuter¨ªa, y, eso s¨ª, el ¨²ltimo grito en deportivas ultraligeras. Esa es la imagen que ha querido dar en Espa?a, puesto que acaba de despachar una ronda de entrevistas y se marcha a comer con ??igo M¨¦ndez de Vigo, ministro de Cultura en funciones, encantado de saludar a esta gran dama del arte de visita en Madrid. Grande hasta el punto de aparecer retratada junto a su padre, Jacob, en un cuadro de David Hockney. En sus guiones para Ridley Scott, sus documentales para la BBC o sus historias para la HBO, la retratista, sin embargo, es ella.
Rothschild ¡ªpresidenta de la National Gallery, patrona de la Tate, vicepresidenta del Hay Festival¡ª presenta su libro La improbabilidad del amor (Suma de Letras), una novela de amor e intriga alrededor de un cuadro en la que describe tan deliciosa como inmisericordemente la flora y fauna de las subastas m¨¢s exclusivas. Un h¨¢bitat que conoce al dedillo. En vez de al cine o al parque, sus padres la llevaban de ni?a a los mejores museos del mundo. Su primer trabajo mientras estudiaba Historia en Oxford fue como asistente de un marchante. Pero, a pesar de que su familia es una de las mayores coleccionistas del planeta, Hannah se confiesa como ¡°una simple yonqui¡± del arte. Alguien que precisa el chute de ¡°consuelo, trascendencia e inspiraci¨®n¡± que le proporciona la creaci¨®n ajena, pero sin necesidad de poseerla.
Una pulsi¨®n que s¨ª ha visto en otros ojos. ¡°Es como la caza: perseguir la pieza, cercarla, cobr¨¢rsela, aunque sea pagando una obscenidad por el placer de ser su due?o. Conozco a un coleccionista japon¨¦s que tiene obras fabulosas en alg¨²n b¨²nker y se limita a proyectarlas en una pantalla gigantesca. Y ah¨ª est¨¢ Vlad, el magnate ruso del libro, capaz de comprar un warhol por el capricho de tener 30 millones de euros colgados en la cocina¡±, ilustra.
Exhibe Rothschild una certera punter¨ªa a la hora de retratar las a la vez tenues y f¨¦rreas barreras entre las clases sociales brit¨¢nicas, consistentes, a veces, en poseer la exacta modulaci¨®n de la voz que delata ocho generaciones sin arremangarse. Su personaje m¨¢s divertido, Barty, un noble gay arruinado, alquila sus servicios como Pigmalion a los nuevos ricos. ¡°Digamos que se tarda como cuatro generaciones en ir puliendo las aristas, y Barty ayuda a los reci¨¦n llegados a lijar los bordes¡±, estima Rothschild, que dice conocer a megamillonarios con empleados que les envejecen las coderas de los jers¨¦is de cachemira nuevos para que parezcan de toda la vida. Algo, adquirir barniz social, que Hannah no solo comprende, sino que le viene de familia. ¡°Cuando mis antecesores dejaron Frankfurt en el siglo XVIII, usaron el arte para comprarse una vida, un perfil social, para sentirse m¨¢s sofisticados. Entonces, cuando hablo del oligarca ruso que contrata a Barty, entiendo sus motivaciones¡±.
Tratar de entender a los dem¨¢s. As¨ª define su trabajo ¡ªy su pasi¨®n¡ª esta escritora, documentalista y fil¨¢ntropa que vive con su padre y sus tres hijas de 21, 18 y 17 a?os en una mansi¨®n londinense que provoca ronchas de envidia solo de imagin¨¢rsela. ¡°Todos envidiamos algo. Por ejemplo yo, ya que estamos en Madrid, la colecci¨®n Thyssen, ?T¨² no?¡±, bromea ella, con la ligereza de quien est¨¢ acostumbrado a no tener que demostrar nada a nadie. Ah¨ª est¨¢n sus fotos con sus amigos Mick Jagger, Stephen Frears o Carlos de Inglaterra. ¡°Al final, el lujo es el tiempo, poder comer con amigos sin prisa por volver a trabajar¡±, evoca mientras acaricia su collar de lat¨®n, regalo de su hija Nell, la pieza m¨¢s preciada de su indumentaria de la jornada.
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