Hablemos del golpe en Brasil, hijo
Son las cuatro y media de la madrugada. Me despierto ansioso, angustiado y con una profunda sensaci¨®n de impotencia. Tengo ganas de salir corriendo, de gritar por la ventana, de acurrucarme en un rinc¨®n, de hacerme invisible, de ponerme a llorar. En casa, por ahora, todos duermen. He dado vueltas y m¨¢s vueltas. La cama, estos d¨ªas, me ha parecido una monta?a rusa, m¨¢s bien un abismo, el borde afilado de un acantilado infinito. Y yo estoy del lado del vac¨ªo, queriendo llegar a tierra firme, all¨ª, a pocos cent¨ªmetros, inalcanzable. S¨¦ que si miro hacia abajo, caer¨¦. Mejor, ignorar que mis pies descansan en un inmenso precipicio. Pienso en vos, hijito querido. Pienso en tantos compa?eros y compa?eras, amigos entra?ables de estos 25 a?os que llevo en Brasil. Pienso que no puedo, que no podemos iniciar este d¨ªa de la infamia, de la ignominia y de la verg¨¹enza mostrando desaz¨®n o desconcierto. Pienso que no puedo, s¨¦ que no quiero, que este sea el primer d¨ªa de nuestra derrota, sino el primero de nuestra pr¨®xima victoria.
Quiero y necesito escribirte esto antes de que termine una jornada que ser¨¢ recordada como una de las m¨¢s funestas y deshonrosas de la historia democr¨¢tica de Am¨¦rica Latina: el d¨ªa que derrocaron a Dilma Rousseff sin otro argumento que la prepotencia de la mentira, sin otro mecanismo que la infamia, sin otro objetivo que seguir haciendo de Brasil una tierra de privilegios, de abusos y de impunidad. S¨¦ que no necesito explicarte nada, que a tus dieciocho a?os ya sabes muy bien qu¨¦ est¨¢ pasando en este pa¨ªs que por ser tuyo, se volvi¨® entra?ablemente m¨ªo, aunque a veces no entiendas c¨®mo, despu¨¦s de tantos a?os, a¨²n sigo sin aprender a pronunciar ciertas palabras en portugu¨¦s.
Cuando naciste, yo llevaba siete a?os en Brasil. Sin embargo, mientras fuiste creciendo comenc¨¦ a comprender que uno nace en un pa¨ªs, pero a veces renace en otro. Y que verte crecer, que tener la infinita dicha de haber compartido contigo estos a?os, ha hecho, entre otras cosas, que Brasil se me incrustara en la piel, que me tatuara indeleble una de sus tantas identidades, la dignidad, ¨¦sa que no le da chances a la adversidad porque sabe que al pesimismo lo inventaron los poderosos, para seguir haciendo de las suyas. Vos hiciste que Brasil se me incrustara en el coraz¨®n, brind¨¢ndome esa generosidad cosmopolita que suelen tener las islas y no los continentes, esa solidaridad que hoy parece tan lejana, tan ajena. Hoy, me siento un brasile?o viviendo en un pa¨ªs extra?o e irreconocible, distante, indescriptible.
Todos (o casi todos) tienen una patria. Yo tengo la suerte de tener dos. Con vos me hice del Brasil de la solidaridad, del Brasil de la lucha por la justicia, por la libertad y por los derechos negados hist¨®ricamente a las grandes mayor¨ªas. El Brasil de los que no se resisten a aceptar la derrota del bien com¨²n, el Brasil de los da Silva, el Brasil de los que nacieron sin otra cosa que sus manos y la propiedad de sus principios, sin otra cosa que su trabajo y la valent¨ªa necesaria para reconstruir una naci¨®n que casi siempre los ha tratado con desd¨¦n, un pa¨ªs en el casi siempre ha triunfado la infamia, que los ha estigmatizado y humillado, que los ha despreciado e ignorado. El Brasil de los Jo?os y de las Mar¨ªas, el Brasil de esos a los que nunca los dejan hablar porque se supone que no tienen voz, que no saben qu¨¦ decir o que simplemente no existen porque nadie los escucha gritar. El Brasil de los que, a esta hora, cuando a¨²n no amaneci¨®, no escriben como yo sus impotencias, sino que se est¨¢n yendo a trabajar, como cada d¨ªa, desde hace tantos a?os y desde tan temprano en la vida, sabiendo que podr¨¢ faltarles hasta la comida para alimentar a sus hijos, pero nunca eso que siempre les faltar¨¢ a los due?os del poder y de la palabra: la dignidad necesaria para mirar al futuro sin sentir verg¨¹enza.
Quiero escribirte porque creo necesario que compartamos un esfuerzo com¨²n para entender lo que pas¨®. Lo que le pas¨® al pa¨ªs y lo que pas¨® con nosotros. Habr¨¢, ciertamente, que registrar los hechos, la secuencia de acontecimientos que se precipitaron en los ¨²ltimos meses, muchos de ellos sorprendentes y otros aburridos, sopor¨ªferos, de tan repetitivos y mon¨®tonos. Esto ser¨¢ algo necesario e imprescindible, es verdad. Sin embargo, creo que tambi¨¦n deberemos hacer un esfuerzo muy grande, y seguramente muy doloroso, para comprender cu¨¢les fueron las causas que nos condujeron hasta aqu¨ª. La reflexi¨®n y el conocimiento son fundamentales para la lucha pol¨ªtica. Pero la revisi¨®n de nuestras acciones, el an¨¢lisis sin indulgencias de lo que nosotros mismos hemos sido capaces o incapaces de hacer para evitar ciertas derrotas, es absolutamente imprescindible para iniciar las luchas que vendr¨¢n, sin que se repitan las tragedias y las farsas de la historia que nos tocar¨¢ vivir.
El conocimiento y la cr¨ªtica son herramientas pol¨ªticas. Si no las aplicamos a nosotros mismos, correremos el riesgo de vivir tiempos a¨²n m¨¢s sombr¨ªos. Hoy, despu¨¦s de lo que ser¨¢ una jornada de hipocres¨ªa e infamia, despu¨¦s que el Senado de Brasil haya dado inicio a la destituci¨®n de Dilma Rousseff, deberemos pensar colectivamente, de forma urgente, abierta y sin concesiones, por qu¨¦ ocurri¨® todo esto.
Los ¨²ltimos 35 a?os de la historia brasile?a estuvieron marcados por el protagonismo y el liderazgo que el Partido de los Trabajadores (PT) tuvo en las grandes conquistas democr¨¢ticas de un pa¨ªs que sal¨ªa de una de las dictaduras m¨¢s largas de Am¨¦rica Latina. No ha sido s¨®lo el PT el responsable de estos grandes logros, es verdad. Pero sin el PT, sus luchas, sus dirigentes, sus militantes y, particularmente, dos grandes organizaciones como la Central ?nica de los Trabajadores (CUT) y el Movimiento Sin Tierra (MST), no pueden comprenderse e interpretarse las marchas y contramarchas que vivi¨® la democracia brasile?a en las ¨²ltimas d¨¦cadas.
La llegada de Luiz In¨¢cio Lula da Silva a la presidencia de la rep¨²blica, en enero de 2003, fue el resultado y la cristalizaci¨®n de un avance significativo en el proceso de democratizaci¨®n vivido por Brasil desde el fin de la dictadura militar, a mediados de los a?os 80. As¨ª mismo, y contra los pron¨®sticos prejuiciosos y descalificadores de quienes pensaban que el destino de la mayor naci¨®n latinoamericana no pod¨ªa estar en las manos de un tornero mec¨¢nico de origen campesino y sin estudios universitarios, Lula transform¨® a Brasil es una naci¨®n con un inmenso reconocimiento internacional, con un potencial econ¨®mico y con un desarrollo social nunca antes visto en la historia del pa¨ªs. La sociedad brasile?a ver¨ªa por primera vez a su patria transformarse en una potencia mundial con espacio, prestigio y no poca admiraci¨®n en el escenario global, gracias a la combinaci¨®n de pol¨ªticas de inclusi¨®n social que sacar¨ªan a millones de seres humanos de la pobreza extrema, acabar¨ªan con el flagelo del hambre, multiplicar¨ªan el acceso a derechos fundamentales hist¨®ricamente negados y promover¨ªan una distribuci¨®n de la riqueza sin precedentes en el continente. Una naci¨®n que har¨ªa valer su posici¨®n estrat¨¦gica en un nuevo escenario mundial, sin repetir la hist¨®rica subordinaci¨®n a los intereses intervencionistas norteamericanos, y ampliar¨ªa el horizonte del multilateralismo, apoyando un fuerte proceso de integraci¨®n latinoamericano. Por primera vez, una fuerte y activa relaci¨®n econ¨®mica, pol¨ªtica y cient¨ªfica con los pa¨ªses africanos, eternamente despreciados por la diplomacia dominante brasile?a.
No deja de ser curioso que este impresionante avance de Brasil durante la ¨²ltima d¨¦cada sea, en nuestro propio pa¨ªs, o bien desconsiderado o bien atribuido a la fortuna de haber vivido una coyuntura econ¨®mica excepcionalmente favorable con el alta del precio de las commodities, en particular, del petr¨®leo, de los minerales de hierro, de la soja y de otros insumos primarios, base de las exportaciones brasile?as. Brasil no cambi¨® su matriz productiva ni tampoco su estructura tributaria, un grave problema para el presente y para el futuro del pa¨ªs, pero s¨ª transform¨® de manera radical la forma de distribuir los excedentes, de definir las prioridades de inversi¨®n del fondo p¨²blico y de establecer sin matices qui¨¦nes deb¨ªan estar en el centro de las prioridades del presupuesto nacional: los pobres y las necesidades acumuladas por una deuda social end¨¦mica.
Yo s¨¦ que tu reclamas y que dices con raz¨®n que no hicimos la revoluci¨®n que tantas veces prometimos. Pero nuestro gobierno, el gobierno de los que luchamos por m¨¢s justicia social, por avanzar en los procesos de construcci¨®n de igualdad y de ampliaci¨®n de la ciudadan¨ªa, de mayor libertad, de autonom¨ªa y de participaci¨®n democr¨¢tica; en definitiva, el gobierno de la izquierda, hizo que en poco menos de una d¨¦cada, Brasil dejara de comportarse como una naci¨®n indiferente a las demandas, necesidades y derechos fundamentales del pueblo; que Brasil dejara de mostrarse como una naci¨®n subalterna, colonial y dependiente ante los Estados Unidos y las dem¨¢s potencias imperiales del planeta; que se plantara ante el mundo como una naci¨®n responsable, soberana y fundamentalmente dispuesta a revertir la herencia de exclusi¨®n, miseria y abandono que cargaban sobre sus espaldas los sectores populares urbanos, los campesinos y las campesinas, la poblaci¨®n negra, las clases medias emergentes y las comunidades ind¨ªgena.
No fue una revoluci¨®n, o quiz¨¢s s¨ª, aunque diferente a la que alguna vez hab¨ªamos imaginado. Cuando Lula asumi¨® la presidencia, en su hist¨®rico discurso del 1 de enero de 2003, dijo que su sue?o era vivir en un pa¨ªs donde la gente comiera al menos tres veces por d¨ªa. Para aquellos a los cuales comer nunca ha sido una necesidad y, adem¨¢s de hacerlo, ejercitan sin reparos su derecho a la glotoner¨ªa, quiz¨¢s les resulte una trivialidad populista luchar por el ¡°hambre cero¡±. A la izquierda convencida de que al nirvana de la revoluci¨®n s¨®lo se accede despu¨¦s de aniquilar a la burgues¨ªa y de derrotar definitivamente al capitalismo, quiz¨¢s luchar contra el hambre le parezca muy poco heroico. Pero te aseguro que a los m¨¢s de 50 millones de brasile?os y brasile?as para los cuales tener un empleo se volvi¨® un derecho, acceder a la escuela, a una vivienda digna o a una atenci¨®n m¨¦dica b¨¢sica una posibilidad efectiva, para ellos, hijo querido, lo que estaba ocurriendo en Brasil constituy¨® algo absolutamente extraordinario e in¨¦dito. Yo, por cierto, no creo que s¨®lo eso haya sido importante, sino tambi¨¦n que los m¨¢s pobres no hayan cre¨ªdo que todo esto ocurr¨ªa gracias a la generosidad de un Dios, de un caudillo salvador o de un oligarca paternalista, sino por obra de la pol¨ªtica y de un Estado que, por primera vez, los reconoc¨ªa en su condici¨®n de ciudadanos y ciudadanas. S¨¦ que esto no es la revoluci¨®n que siempre so?amos. Aunque espero que no se transforme en la ¨²nica revoluci¨®n que vos y tu generaci¨®n se propongan realizar en un pa¨ªs que parece ahora empecinado en regresar al pasado, en repetir su historia de injusticia y de desprecio hacia los m¨¢s pobres.
Brasil se transform¨® y, aunque a¨²n de manera incipiente, comenz¨® un proceso de modernizaci¨®n social. El mundo lo reconoci¨® y comprendi¨® que, sin ninguna sombra de dudas, el gran arquitecto de este cambio hab¨ªan sido Lula y el Partido de los Trabajadores.
Pero nadie es profeta en su tierra, ya lo sabemos. La derecha brasile?a odia a Lula; lo odiaba antes de ganar las elecciones en el 2002; y lo odi¨® durante y despu¨¦s de sus dos mandatos presidenciales. Lula sabe que la derecha lo detesta y que expresa su desprecio hacia ¨¦l y hacia las conquistas de sus gobiernos a trav¨¦s de las organizaciones en las que act¨²a: obviamente, los partidos conservadores, las corporaciones empresariales, algunas de las iglesias evang¨¦licas inquisidoras y corruptas, as¨ª como sectores de los medios de comunicaci¨®n, de la justicia y de las fuerzas de seguridad. No lo odian s¨®lo por ser de izquierda o porque pertenece a un partido socialista que transform¨® la izquierda latinoamericana. No. Lo odian porque ampli¨® derechos y multiplic¨® oportunidades de desarrollo, bienestar y progreso social a millones de brasile?os y brasile?as que hab¨ªan nacido en un pa¨ªs que los quer¨ªa callados, silenciados, sumisos, invisibles. Lo odian por haber llegado al poder y no haberse transformado en uno m¨¢s del inventario de dictadores, mediocres, cobardes, incompetentes, mentirosos, pusil¨¢nimes y traidores que compone buena parte de la galer¨ªa de presidentes de Brasil desde la proclamaci¨®n de la rep¨²blica.
Lo que ciertos sectores de la izquierda m¨¢s dogm¨¢tica no entienden es c¨®mo la derecha y los grandes grupos econ¨®micos odian tanto a Lula si, en definitiva, su programa de reformas sociales no interfiri¨® en las estrategias dominantes de acumulaci¨®n y reproducci¨®n de capital durante la ¨²ltima d¨¦cada. Los m¨¢s ricos no dejaron de ganar durante los ¨²ltimos a?os; algunos ampliaron sus fortunas y los niveles de desigualdad, aunque disminuyeron levemente, no cambiaron la estructura profundamente injusta de distribuci¨®n de la riqueza, el poder y los beneficios. Lo que esta izquierda supone es que, porque Lula no desestabiliz¨® las bases de sustentaci¨®n del capitalismo vern¨¢culo, el poder econ¨®mico, los grandes monopolios de prensa o la misma oposici¨®n pol¨ªtica conservadora deber¨ªan rendirle culto. Me gustar¨ªa advertirte que siempre desconf¨ªes de las explicaciones pol¨ªticas o sociol¨®gicas que te parezcan muy simples, de los an¨¢lisis en los cuales no identifiques ninguna curva, ning¨²n espacio a la duda. La izquierda dogm¨¢tica se equivoca aqu¨ª como se equivoca casi siempre, en Brasil y en todos lados.
La derecha no lucha s¨®lo para que no se cuestionen sus intereses; no lucha s¨®lo para no dejar de ganar, ni para seguir acumulando m¨¢s riqueza, ni para mantener imperturbables sus intereses. Lucha por algo m¨¢s: para que ninguna pol¨ªtica acabe desestabilizando o poniendo en riesgo, mediante la ampliaci¨®n de las oportunidades y de los derechos de los m¨¢s pobres y excluidos, las estructuras de poder sobre las que se sustenta un sistema injusto y desigual que les pertenece y que no piensan cambiar. No se trata s¨®lo del capitalismo, se trata del capitalismo que se practica en los tr¨®picos, el capitalismo salvaje, incapaz, incluso, de convivir con una democracia que sea algo m¨¢s que el mercadeo de votos entre candidatos ins¨ªpidos y obedientes. Cuando la democracia produce resultados democr¨¢ticos, cuando sirve para afirmar derechos ciudadanos, en Am¨¦rica Latina, esa democracia se cancela y surgen los golpes de Estado. Ahora, sin la presencia de los militares. Como en una cacer¨ªa, s¨®lo se trata de esperar el momento justo. La democracia est¨¢ bajo el asedio de los poderes que pretenden transformarla en una mueca de lo que deber¨ªa ser, una caricatura grotesca sin contenido ni adjetivos que la doten de sentido y de horizonte. La clase dominante se ha convencido de que si a la democracia no puedes vencerla, debes vaciarla. Transformarla en algo que sea despreciable, innecesario, en un concierto de procedimientos alejados de la realidad de la gente. Inservible como la plataforma m¨ªnima desde la cual so?ar e imaginar un mundo m¨¢s justo, m¨¢s libre e igualitario. Una democracia que, en definitiva, no le interese a nadie. Una democracia anor¨¦xica, sin ninguna gracia, f¨²til, fr¨ªvola, insignificante.
Si te opones a esto, enfrentar¨¢s al poder. Y ese campo pol¨ªtico que se llama "izquierda", naci¨® para hacer nada m¨¢s ni nada menos que esto, enfrentarlo.
Por eso lo odian a Lula y har¨¢n todo lo que est¨¦ a su alcance para acabar con ¨¦l. No se trata de una persona. Se trata de un proyecto, de una utop¨ªa, de una esperanza en juego. No es un hombre, es un horizonte. No es Luiz In¨¢cio el que los aterroriza, son los Lulas que est¨¢n por llegar.
Y a vos y a tu generaci¨®n les cabr¨¢ inventarlos.
S¨ª, ya s¨¦. Imagino tu cara de fastidio al leer esto. Me vas a decir que s¨®lo s¨¦ hablar de Lula, contar sus historias y relatar las haza?as de su gobierno. Pero que la presidenta hasta hoy era Dilma, y que ¡°nuestro¡± gobierno, no iba nada bien.
Es verdad. El segundo mandato de Dilma comenz¨® con un gran equ¨ªvoco estrat¨¦gico, en un momento en el que las condiciones pol¨ªticas y econ¨®micas hab¨ªan cambiado significativamente. Despu¨¦s del estrecho resultado electoral que le dio la victoria en octubre de 2014, el gobierno se transform¨® en el abanderado de una mayor disciplina fiscal, abandon¨® los mecanismos participativos y consultivos de la pol¨ªtica p¨²blica creados durante la gesti¨®n de Lula, y promovi¨® un acercamiento estrecho a las perspectivas y enfoques de los que asesoran, interpretan y determinan los humores del mercado. Puso para esto, al frente del ministerio de econom¨ªa, un eximio neoliberal y le dio carta blanca para avanzar en una severa pol¨ªtica de ajuste fiscal. Si la estrategia era ganar amigos, los perdi¨® por todos lados. La derecha la corri¨® por izquierda, la izquierda no supo para d¨®nde correr y la promesa de que era posible cortar dr¨¢sticamente el gasto p¨²blico sin tocar los programas sociales, no se la crey¨® casi nadie.
Dilma Rousseff siempre ha sido una excelente administradora, una militante inquebrantable y una luchadora valiente. Es, adem¨¢s, una inmensa persona, dura, exigente, pero generosa, comprometida y entregada de cuerpo y alma a la construcci¨®n de un Brasil m¨¢s justo, m¨¢s democr¨¢tico e igualitario. El desprecio que se ha desatado estos meses sobre ella es mucho m¨¢s que un rechazo a los rumbos asumidos por su nuevo mandato. Es una reacci¨®n que se explica en el marco de un emergente fascismo social y desde un ensordecedor ejercicio de misoginia, de machismo descontrolado, de pura humillaci¨®n por el s¨®lo hecho de ser mujer. S¨ª, es verdad, probablemente, si fuera hombre tambi¨¦n la estar¨ªan hoy destituyendo. Pero no creo que si fuera hombre hubi¨¦ramos visto multiplicarse las m¨¢s diversas formas de desprecio que desde el parlamento, algunos medios y ciertos inquisidores evang¨¦licos, han manifestado estos d¨ªas con la m¨¢s absoluta impunidad.
No es casual que en el Congreso brasile?o la representaci¨®n de mujeres haya tendido a disminuir y que algunas de las pocas que ocupan cargos lo hagan en representaci¨®n de sus maridos, tambi¨¦n pol¨ªticos profesionales. Tampoco es casual que casi no haya negros, y menos a¨²n mujeres negras, o ind¨ªgenas, y menos a¨²n mujeres ind¨ªgenas, o j¨®venes, y menos a¨²n mujeres j¨®venes. Es escandaloso que ese parlamento mis¨®gino, machista e inundado de prejuicios, donde la Biblia es m¨¢s citada que la Constituci¨®n, tenga a la mitad de sus miembros procesados por corrupci¨®n y que qui¨¦n contaba los votos a favor de la destituci¨®n de Dilma haya sido condenado por trabajo esclavo, siendo presentado a la sociedad como un gran defensor de la democracia.
Dilma Rousseff consolid¨® y ampli¨® las reformas sociales de los dos primeros gobiernos del PT. Su pol¨ªtica de atenci¨®n sanitaria con el programa ¡°M¨¢s M¨¦dicos¡±; su innovador y amplio programa de viviendas populares ¡°Mi casa, mi vida¡±; su programa de obras p¨²blicas y de infraestructura; su pol¨ªtica educativa, focalizada en la educaci¨®n t¨¦cnica y profesional, pero tambi¨¦n con un amplio desarrollo de la pol¨ªtica cient¨ªfica y del programa ¡°Ciencias Sin Fronteras¡±, que lleg¨® a ser la m¨¢s amplia iniciativa mundial de internacionalizaci¨®n de estudiantes, constituyeron hitos de la mayor relevancia en el desarrollo de una pol¨ªtica de inclusi¨®n social y de promoci¨®n de la ciudadan¨ªa.
Vos ahora, hijo m¨ªo, est¨¢s prepar¨¢ndote para ingresar a la universidad. Hace 12 a?os atr¨¢s, Brasil ten¨ªa cerca de tres millones y medio de estudiantes universitarios. Hoy, estamos llegando a casi ocho millones. En una d¨¦cada se duplic¨® la matr¨ªcula universitaria. Poqu¨ªsimos pa¨ªses del mundo lograron esto en tan poco tiempo. Y Brasil lo logr¨® porque hubo una decisi¨®n pol¨ªtica fundamental: permitir que miles y miles de j¨®venes de sectores populares, hijos e hijas de trabajadores, empleadas dom¨¦sticas, campesinos y campesinas, j¨®venes de comunidades ind¨ªgenas y, particularmente, j¨®venes negros y negras, entraran por primera vez a la educaci¨®n superior. Brasil tiene hoy un sistema universitario mucho mejor que hace una d¨¦cada atr¨¢s. Y es mucho mejor, porque es mucho m¨¢s justo y democr¨¢tico, aunque todav¨ªa haya tantas cosas que debamos hacer para mejorar nuestras universidades.
Las ¨¦lites nunca perdonan a los que democratizan el acceso a la universidad, esa instituci¨®n que siempre han considerado su propiedad y privilegio. A las ¨¦lites no les gusta que les cuestionen su derecho sobre lo que creen que les pertenece, aunque se lo hayan robado.
Dilma podr¨¢ haberse empe?ado en hacer un plan econ¨®mico que no asustara a los sectores del poder olig¨¢rquico nacional, a los especuladores internacionales (que se hacen llamar ¡°inversores¡±) y a los que publican sus opiniones haci¨¦ndolas pasar por las de la opini¨®n p¨²blica. Sin embargo, tampoco a ella le perdonaron implementar un programa de atenci¨®n primaria a la salud que, ante la baja respuesta de los m¨¦dicos brasile?os, haya tra¨ªdo m¨¦dicos de Cuba, de Espa?a y del resto de Am¨¦rica Latina. No le perdonaron que haya dado el derecho a una vivienda digna a familias que, seg¨²n parece, deber¨ªan s¨®lo haber tenido la oportunidad de vivir en casas de cart¨®n y chapa, amontonadas, corriendo el riesgo de morir enterradas por el lodo despu¨¦s de la primera lluvia de verano. Dilma pudo haber puesto al ministro m¨¢s neoliberal del mundo, pero jam¨¢s le perdonar¨¢n que haya osado a sacar a los pobres del lugar en el que siempre les ha tocado estar.
?Por qu¨¦ se produjo el impeachment, que los senadores est¨¢n votando mientras escribo estas l¨ªneas? Eso quiz¨¢s, ya lo sabe casi todo el mundo. La oposici¨®n encontr¨® la forma de sumar a un partido aliado del gobierno a su avanzada golpista. As¨ª, el PMDB, un partido que siempre ha estado en el poder en los ¨²ltimos 30 a?os, adhiri¨® sin reparos al golpe institucional, sabi¨¦ndose su principal beneficiario.
El PT se hab¨ªa aliado al PMDB y a otros partidos conservadores, posibilitando las articulaciones que le permitir¨ªan llegar al poder en las elecciones del 2010. Dicen que si no lo hubieran hecho, no hubieran ganado, lo cual, al menos en la elecci¨®n de 2014, es altamente plausible que hubiera sido as¨ª. La democracia es siempre estrategia de alianzas y el que quiere ganar, debe negociar. Pero negociar tiene sus riesgos, especialmente, si negociamos con un partido venal, plagado de corruptos y cuya m¨¢s rutilante virtud democr¨¢tica ha sido practicar el oportunismo, tratando de estar siempre, y en cualquier circunstancia, cerca del poder. Bajo el impulso avasallador del PT para ganar las elecciones de 2010, Michel Temer integr¨® la f¨®rmula presidencial con Dilma Rousseff. El PMDB alcanzar¨ªa as¨ª una inmensa influencia en el tercer mandato petista. Las elecciones de 2014 encontraron al PMDB dividido y a un sector del partido, encabezado por el propio Temer, dispuesto a no correr el riesgo de perder los espacios conquistados. La alianza con el PT se mantuvo.
Las alianzas, hijo querido, son el gran misterio de la democracia. La gran oportunidad, la gran trampa. Sin alianzas es imposible llegar al para¨ªso, al ed¨¦n del poder. Pero nunca olvides que el camino del infierno est¨¢ tapizado de alianzas que han fracaso y de pactos que nunca se cumplieron. Ya en el siglo XVII, el cardenal Jules Mazarin alert¨® que el arte de la pol¨ªtica es el arte de la traici¨®n. Desde entonces, hasta hoy, hay quienes luchan para cambiar la pol¨ªtica, inventando una nueva forma de acci¨®n colectiva y de administraci¨®n de lo que nos pertenece a todos, de lo p¨²blico, de lo com¨²n, una pol¨ªtica edificada sobre otros valores y otras pr¨¢cticas. El PT fue el partido que a muchos de mi generaci¨®n nos ense?¨® que esto era posible. No creo que lo hayamos logrado. O quiz¨¢, apenas empezamos.
Lo que resulta llamativo es que todav¨ªa haya algunos que se sorprendan o se indignen porque Temer haya traicionado a Dilma, una vez que el conjunto de la oposici¨®n, con la indiferencia del Supremo Tribunal Nacional, haya encontrado la llave de cofre de la felicidad y, simplemente, inventado un delito para dar inicio al proceso de impeachment que licenciar¨¢ a Dilma de la presidencia en las pr¨®ximas horas. Temer no se transform¨® en un ¡°traidor¡± ante la eximia oportunidad de llegar a la presidencia sin haber sido elegido a tal fin. No. Aqu¨ª, la ocasi¨®n no hace al ladr¨®n. El PT necesitaba a Temer y al PMDB para ganar las elecciones nacionales de 2014. Y el PMDB y Temer necesitaron un a?o y cuatro meses del gobierno de Dilma Rousseff para arrebatarle el cargo. Que haya sido a partir de una mentira, de un artificio seudo jur¨ªdico, de una patra?a o de un gran fiasco, eso a pocos le importa. Es la magia de la mayor¨ªa. Si 367 diputados dicen que hubo delito y 137 dicen que no lo hubo, lo que hubo fue un delito. Quiz¨¢s lo ¨²nico bueno de ese domingo fat¨ªdico en el que los diputados brasile?os dieron inicio a la destituci¨®n de Dilma, fue conocerle la cara a esos diputados, muchos de los cuales siquiera tuvieron votos, pero est¨¢n ah¨ª por la l¨®gica del arrastre de candidatos estrellas. Si le doy mi voto, por ejemplo, al Payaso Tiririca, tambi¨¦n le dar¨¦ mi voto a un secreto e ignoto conjunto de candidatos bastante m¨¢s pat¨¦ticos que el propio Tiririca, los que se elegir¨¢n con 20 o 30 votos. Quiz¨¢s todo le importa un comino al que vota por el Payaso Tiririca. No siempre la democracia parece m¨¢s seria que una buena sesi¨®n de circo.
?Por qu¨¦ hab¨ªa que confiar en Michel Temer?
Un proverbio africano dice que la historia no la escriben los leones, sino los cazadores. Temer surgir¨¢ de las cenizas de su hasta ahora mediocre, deslucido y banal ejercicio del poder. Una presencia sombr¨ªa en Brasilia que s¨®lo concitaba el espor¨¢dico inter¨¦s de las revistas de vanidades. Hasta hace algunas pocas semanas, ten¨ªa tanta cara de listo como el ex presidente argentino Fernando de la Rua. Hoy, parece Franklin Delano Roosevelt.
El poder y la prensa hacen milagros, hijo m¨ªo.
?Machismo? Una mujer que ejerce sus funciones de mando con firmeza y no se deja avasallar por la adversidad, suele ser motivo de desprecio por parte de empresarios, pol¨ªticos y periodistas mis¨®ginos que no perder¨¢n la oportunidad de realizar bromas, hacer circular rumores o inventar historias sobre su sexualidad. As¨ª fue tratada Dilma desde que asumi¨® su primer ministerio en el gobierno de Lula, m¨¢s de diez a?os atr¨¢s. Sin embargo, ahora todo cambi¨®. Temer est¨¢ casado con una mujer rubia, 43 a?os m¨¢s joven que ¨¦l, ¡°muy femenina¡±, seg¨²n la describen, y sin otra ambici¨®n personal que cuidar del hogar. ?l, un hombre vigoroso, potente, promediando los 80 a?os, pero vital en su capacidad reproductiva. Ella, tan de su casa, prol¨ªfera, atenta, disciplinada, sabiendo ocupar su lugar. Una pareja perfecta. La pareja que Brasil necesita para salir de la crisis.
Hasta hace pocas semanas, Michel Temer parec¨ªa menos seductor que el Incre¨ªble Hulk. Hoy, parece George Clooney.
El poder, la misoginia y el Photoshop hacen milagros.
Michel Temer no es Frank Underwood, aunque en Brasilia se vive la teatralizaci¨®n amaz¨®nica de House of Cards, con Chespirito y Cantinflas.
Pero bueno, perd¨®n hijo, creo que me desvi¨¦ de lo que, en definitiva, te quer¨ªa decir. Lo que pretendo explicarte es que no hubo improvisaci¨®n, ni espontaneidad, ni suerte inesperada. Hubo un plan: acabar con el gobierno de Dilma y con el PT. Un plan que seguir¨¢ su curso una vez que la presidenta haya finalmente sido destituida. Un plan que no concluir¨¢ hasta que puedan, definitivamente, impedir que Lula llegue a la presidencia de la rep¨²blica por el voto popular en el 2018. En esta l¨ªnea seguir¨¢n las cuestionadas investigaciones del juez S¨¦rgio Moro, del Fiscal General, Rodrigo Janot, y de todo aquel funcionario, pol¨ªtico, delincuente o delator que pretenda aspirar al Golden Globe de la justicia brasile?a: mostrar que Lula es corrupto.
S¨ª, ya s¨¦: la corrupci¨®n. Llegu¨¦ hasta aqu¨ª sin mencionar hasta ahora la palabra ¡°corrupci¨®n¡±. Y no es porque haya querido esquivar el asunto que hoy, para muchos, dentro y fuera de Brasil, explica por qu¨¦ Dilma est¨¢ siendo destituida.
El sistema pol¨ªtico brasile?o est¨¢ infectado de corrupci¨®n. No es la corrupci¨®n una anomal¨ªa. Es uno de sus elementos constitutivos. Es lo que mueve buena parte de los intereses, de las relaciones, de las influencias y de las preferencias de un n¨²mero significativo de representantes del pueblo, de funcionarios p¨²blicos, de jueces y fiscales, de miembros de las fuerzas de seguridad p¨²blica y, especialmente, del mundo de las grandes corporaciones. Claro que hay pol¨ªticos, diputados, funcionarios, jueces, fiscales, polic¨ªas, militares y empresarios honestos. Pero la corrupci¨®n es uno de los combustibles que acciona el sistema. Y quiz¨¢s el principal error que hayamos cometido en la izquierda brasile?a y latinoamericana, durante estos ¨²ltimos a?os, ha sido no ponernos al frente, a la vanguardia como nos gusta decir a nosotros, del combate a la corrupci¨®n. De hacerlo cortando de ra¨ªz cualquier responsable de corrupci¨®n entre sus filas, duela donde duela, sin dejar nunca de emitir se?ales claras acerca de qu¨¦ lado est¨¢bamos. Nuestro apoyo a una reforma pol¨ªtica que ponga en evidencia que el actual sistema pol¨ªtico-partidario promueve la promiscuidad entre el mundo privado, el de los negocios y el de los intereses p¨²blicos, deber¨ªa haber sido mucho m¨¢s expl¨ªcito y determinado.
Tendr¨ªamos que haberlo hecho sin miedo y, especialmente, sin culpas. No para convencer a los corruptos que existen dentro o fuera de la pol¨ªtica, a los que operan dentro o fuera de la justicia, a los que act¨²an dentro o fuera de las corporaciones. Hab¨ªa que hacerlo por nuestro compromiso con los sectores populares, con las clases medias, con la gente que, en este pa¨ªs y en todo nuestro continente, trabaja honestamente y construye su dignidad cotidiana sin cometer ning¨²n delito. La inmensa mayor¨ªa de las personas que conforman nuestras naciones son ciudadanos y ciudadanas honorables y buenas. Los dirigentes de izquierda, cuando se dejan de parecer a ellas, comienzan a parecerse a los empresarios, a los pol¨ªticos, a los jueces y a los polic¨ªas cuyo comportamiento corrupto aspiramos a combatir.
El PT ha sido el partido brasile?o que, desde el inicio del primer gobierno Lula y durante los dos mandatos de Dilma Rousseff, m¨¢s ha combatido la corrupci¨®n. Se trata de un hecho objetivo, concreto e irrefutable. Nunca se han investigado tantos casos de corrupci¨®n; nunca la justicia y la polic¨ªa federal han tenido tanta autonom¨ªa; nunca tanto dinero robado ha sido recuperado para los cofres p¨²blicos. No creo que esto deba ser considerado un m¨¦rito, a no ser que lo comparemos con el d¨¦bil desempe?o en la lucha contra la corrupci¨®n por parte de los gobiernos anteriores.
El problema es que, en Am¨¦rica Latina, cuando a la corrupci¨®n no se la combate, se vuelve imperceptible. Y, por el contrario, cuanto m¨¢s se la combate, m¨¢s parece presente y m¨¢s parece invadirlo todo.
Es lamentable que el gobierno haya pensado que sin un relato de lo que estaba pasando, la gente entender¨ªa por ¨®smosis (o porque se hab¨ªan hecho buenas pol¨ªticas sociales) que el PT era el principal partido involucrado en el combate a la corrupci¨®n. Y como el relato no lo hizo el gobierno, lo hizo la oposici¨®n. Se dijo y buena parte de la sociedad as¨ª lo crey¨®: la corrupci¨®n viene del PT y erradicarla supone sacarse de encima su gobierno.
?Podremos demostrar ahora que esto es falso?
Seguramente, ser¨¢ dif¨ªcil, pero habr¨¢ que intentarlo. No es ¨¦ste, hijo m¨ªo, el ¨²nico gran desaf¨ªo que tendremos por delante. Deberemos enfrentar un gobierno neoliberal cuya composici¨®n y estructura constituir¨¢ un enorme retroceso en la historia democr¨¢tica de Brasil. Gobernar¨¢n ahora los que perdieron las elecciones nacionales hace menos de dos a?os atr¨¢s. Los mercados, la prensa dominante y las oligarqu¨ªas los apoyan firmemente. Un amplio sector de la sociedad, cansada de la crisis, quiz¨¢s tambi¨¦n. No habr¨¢ que ser muy imaginativos para sospechar el escenario que se aproxima: p¨¦rdida de derechos, retroceso en las reformas democr¨¢ticas, reducci¨®n de los espacios de participaci¨®n, privatizaci¨®n de la esfera p¨²blica, criminalizaci¨®n de la protesta social y exacerbaci¨®n de la intolerancia. Es la historia que se repite, esta vez, en su condici¨®n de farsa. En los noventa, el neoliberalismo lleg¨® al poder de la mano del apoyo popular. Hoy, regresar¨¢ apoyado en las muletas del golpe. No creo que la falta de dignidad, ni la decadencia ¨¦tica sean sentimientos que le quiten el sue?o a gran parte de los funcionarios del nuevo gobierno.
Entre tanto, la gravedad del momento que estamos viviendo no puede dejarnos espacio a la congoja, a la angustia o al desconcierto. Lloraremos nuestras l¨¢grimas en silencio, y deberemos reponernos lo m¨¢s r¨¢pido posible para luchar las luchas que debemos a¨²n luchar. Hoy es un d¨ªa de infamia para la democracia en Brasil y en Am¨¦rica Latina. Pero de nosotros depender¨¢, en buena medida, que ma?ana deje de serlo. Habr¨¢ que juntar los restos de la batalla perdida y seguir adelante con dignidad y esperanza, con convicci¨®n y valent¨ªa. Las banderas de la lucha por la justicia social y la libertad humana, la lucha por la igualdad y el bien com¨²n, siguen exigiendo que las alcemos con orgullo y de forma decidida. Dicen los zapatistas, hijito querido, que las banderas existen cuando existen las manos que las hacen flamear, cuando existen las manos que las cargan para hacerlas brillar. Nuestras banderas necesitan muchas manos dispuestas a izarlas nuevamente y a luchar por ellas. Convencer a cada vez m¨¢s y m¨¢s personas, a los j¨®venes y a los no tan j¨®venes, de que esta es una lucha justa y necesaria, ser¨¢ uno de las grandes batallas que deberemos librar. La lucha por un mundo mejor empieza aqu¨ª y empieza ahora, construyendo un Brasil mejor.
Yo me form¨¦ pol¨ªticamente en la lucha contra la dictadura y luego en las din¨¢micas de movilizaci¨®n que acompa?aron el proceso de transici¨®n democr¨¢tica en la Argentina de los a?os 80. Aqu¨ª en Brasil, muchos j¨®venes como vos, se formaron pol¨ªticamente en la lucha por las ¡°diretas j¨¢¡±, exigiendo su derecho inalienable de elegir sin mediaciones al presidente que deber¨ªa gobernar los destinos de la naci¨®n.
Vos naciste a la militancia en la lucha contra la destituci¨®n injusta de una presidenta honesta y valiente, democr¨¢ticamente elegida por el voto popular.
Yo aprend¨ª a militar exigiendo que la democracia que nos hab¨ªan robado, regresara y fuera el marco desde el cual disputar el modelo de sociedad que quer¨ªamos para ese nuevo pa¨ªs que estaba naciendo. Vos est¨¢s aprendiendo a militar exigiendo que no nos roben la democracia que tanto sufrimiento, muertes y dolor nos cost¨® conquistar.
Alguna vez, Eduardo Galeano dijo que la ¨²nica cosa que se construye de arriba hacia abajo son los pozos. El resto, y especialmente, el resto de las cosas por las que vale seguir viviendo, se construyen de abajo hacia arriba. Nuestro futuro es una de ellas.
Estos d¨ªas recordaba aquella noche de octubre del 2002, cuando Lula se consagr¨® presidente de la rep¨²blica ante el sucesor de Fernando Henrique Cardoso, Jos¨¦ Serra. Salimos a caminar junto a un mar de gente, vos, tu mam¨¢ y yo por la playa de Copacabana. El cielo estaba nublado de estrellas. Las banderas rojas y las l¨¢grimas de emoci¨®n dibujaban serpentinas de esperanza en los rostros y en los cuerpos de miles y miles de brasile?os y brasile?as que estaban dispuestos, ahora s¨ª, a inventar una nueva naci¨®n. Yo te llevaba sobre mis hombros y no dejaba de repetir que, despu¨¦s de tu nacimiento, ¨¦se era, sin lugar a dudas, el d¨ªa m¨¢s feliz de mi vida.
Todav¨ªa los senadores est¨¢n votando y ya anocheci¨®. Dilma comenzar¨¢ a dejar la presidencia en unas pocas horas. La sesi¨®n no acab¨®, pero yo tengo unas ganas inmensas de volver a recorrer con mis l¨¢grimas y con mi bandera roja aquella arena blanca y aquel cielo milagroso que nos acarici¨® cuando a ti todo eso te parec¨ªa quiz¨¢s simplemente m¨¢gico. Ven¨ª, vayamos juntos otra vez. No prometo ahora cargarte sobre mis hombros. Pero si te prometo, hijo querido, estar a tu lado, aprendiendo de nuevo a luchar, aprendiendo de nuevo a so?ar.
(Escrito entre la madrugada y la noche del 11 de mayo de 2016, un d¨ªa infame)
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