Un pa¨ªs en venta forzosa
La fiebre econ¨®mica lleva 15 a?os destruyendo Camboya. El 6% de la poblaci¨®n ha sido expulsada de sus casas. Quienes se oponen son violentamente silenciados
A sus 25 a?os, Phanith ha visto morir su casa en tres ocasiones. La primera, siendo todav¨ªa un cr¨ªo de mirada encarnada y ¨¢nimo revoltoso, se esfum¨® bajo el humo pegajoso de un fuego bienquerido. La segunda, una chabola de paredes herrumbrosas en el centro de Phnom Penh en la que siempre ol¨ªa a fideos reci¨¦n hechos, desapareci¨® en una bolsa cargada con ocho mil d¨®lares y el adi¨®s de una hermana. La ¨²ltima, una escuela con libros que imaginaban h¨¦roes y dibujaban monta?as infinitas, la tiraron abajo unos hombres de camisa verde, custodiados por otros hombres de camisa a¨²n m¨¢s verde. Hoy, escondido tras unas lentes que desdibujan la miseria que envuelve la barriada del White Building, Phanith espera el d¨ªa que lo despierte de nuevo la letan¨ªa mec¨¢nica de los buld¨®ceres. Entonces har¨¢ calor. Y los d¨ªas se medir¨¢n en lluvias. Como cada vez que muere un hogar.
¡°Volver¨¢ a pasar. Est¨¢n prepar¨¢ndose para hacer lo mismo¡±. Para matar otro hogar. Phanith tiene el verbo ¨¢cido, cansado de tanto odiar y tanto extra?ar. Hoy se mantiene de prestado en una habitaci¨®n de muros blancos y relucientes, ajenos a las huellas h¨²medas que el tiempo y los monzones dejan sobre los tabiques desconchados del White Building, el orgullo de la nueva arquitectura jemer que floreci¨® en Camboya al abrigo de la independencia. El delirio ultramao¨ªsta de Pol Pot y sus Jemeres Rojos destruy¨® la fantas¨ªa colonial de trasladar la Villa Radieuse que Le Corbusier hab¨ªa so?ado a?os atr¨¢s para Par¨ªs a la ribera del Mekong. Los jardines fueron abandonados, los teatros clausurados y los bloques de apartamentos, habitados por la bohemia floreciente de los felices sesenta, confiscados. Tras despertar de la pesadilla jemer, el White Building se convirti¨® en refugio de una nueva bohemia. Artistas, yonkies y prostitutas comparten estos d¨ªas una geograf¨ªa de corredores oscuros y amaneceres temblorosos.
¡°La corrupci¨®n, la corrupci¨®n¡±, repite como un mantra el profesor Sophal Ear. En Camboya la vida es corrupta. El colegio, el pasaporte, la c¨¢rcel¡todo baila al ritmo de las mordidas. Por algo el pa¨ªs ocupa uno de los puestos m¨¢s bajos ¡ª150 de 168¡ª en el ¨ªndice anual elaborado por Transparencia Internacional. En las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, cuatro millones de hect¨¢reas, un 22% de la superficie total del Estado, han sido expropiadas para ser entregadas a consorcios privados a cambio de contratos millonarios. 770.000 civiles, el 6% de la poblaci¨®n, en su mayor¨ªa ind¨ªgenas, han sido expulsados de sus tierras en una campa?a de desalojos que ha sido llevada ya ante la Corte Penal Internacional (CPI). Los promotores, el bufete londinense Global Diligence, acusan a la ¡°¨¦lite en el poder¡±, Gobierno, Fuerzas Armadas y grandes empresarios, de haber perpetrado ¡°cr¨ªmenes contra la humanidad¡± por los traslados forzosos, asesinatos y arrestos ilegales cometidos con el ¨²nico objetivo de ¡°auto enriquecerse y mantenerse en el poder a cualquier coste¡±.
Aunque han pasado m¨¢s de 35 a?os desde la ca¨ªda de los Jemeres Rojos, las heridas del genocidio, el mayor de la historia en t¨¦rminos porcentuales con 1,7 millones de v¨ªctimas, siguen abri¨¦ndose cada d¨ªa. Tras cuatro a?os de destrucci¨®n urbana bajo el mando de Pol Pot, pocos en el pa¨ªs cuentan con un t¨ªtulo de propiedad con el que defenderse. Desamparados legalmente, muchos camboyanos son obligados a traspasar a precios ¨ªnfimos sus haciendas a intermediarios que despu¨¦s las revenden por el triple o el cu¨¢druple. As¨ª es como funciona el negocio de la corrupci¨®n.
¡°Este es un lugar peligroso. No conviene adentrarse demasiado¡±, advierte Khun desde el lugar justo en el que el bulevar Sothearos se bifurca rumbo al monumento de la Independencia. Joven y bien educado, miembro de esa generaci¨®n de camboyanos que creci¨® de espaldas a la memoria genocida del pa¨ªs, Khun no sabe bien c¨®mo encajar a la barriada, una de las m¨¢s pobres de la capital. Son pobres. Pero tambi¨¦n peligrosos. Drogadictos. Ladrones.
El White Building tiene al menos seis escaleras de entrada. Son estructuras desnudas, met¨¢licas, ya oxidadas, por las que se cuela el vapor de las sopas humeantes que se preparan en los bajos. Hay tambi¨¦n una peluquer¨ªa, otro par de restaurantes clandestinos, el cartel de una escuela de ingl¨¦s, una lavander¨ªa, una mujer desdentada que ofrece sexo y otra mucho m¨¢s joven que no habla, pero tienta con la mirada. En la acera de enfrente, junto a las motocicletas sostenidas en un equilibrio imposible, dos mujeres ya vencidas por su propio peso descansan sobre el puesto ambulante en el que hasta hace unos minutos preparaban pollo frito. Un poco m¨¢s adelante, un grupo de hombres matan el tiempo entre tragos y sarcasmos.
Unas bragas rosas dan vida a una fachada mohosa, azotada por la negrura de la lluvia y el olvido. La colada comprende tambi¨¦n tres bermudas, rojas, rosas y negras; un polo azul y otro a rayas. El resto de ventanas de este bloque han sido tapiadas con ladrillos.
Es dif¨ªcil moverse por el White Building. Las luces apenas iluminan los primeros pasos por unos pasillos que en un tiempo fueron verdes y que ahora ocultan sombras humanas tras las puertas entreabiertas. La luz de la tarde, amarillenta, cansada, marca el ¨²nico camino a seguir. Hay que tener cuidado de no pisar a nadie. Ni nada. Ni siquiera el silencio. La sede de Sa Sa Art, en el segundo piso, no tiene r¨®tulo, pero s¨ª la ¨²nica puerta impoluta de todo el edificio, protegida tras unos barrotes de hierro. Adentro, las paredes lucen albug¨ªneas. Hay una mesa alargada sobre la que se apoyan una retah¨ªla de vasos, un dispensador de agua tibia, un ordenador y una peque?a librer¨ªa. En la otra sala, una panor¨¢mica en cinco fotos juega con los recuerdos del Bassac River Front.
El Gobierno ha declarado el estado ruinoso del White Building para exigir el realojo por riesgo de derrumbe de las 2.500 personas que todav¨ªa residen en el inmueble
¡°Hoy no queda casi nada en pie¡±, lamenta Lyna, la joven que desde hace unos a?os coordina las actividades del Sa Sa Art. El emblem¨¢tico National Theatre ha sido destruido y los bloques de apartamento del National Bank y la Olympic Village transformados en la embajada rusa y un centro comercial. Ya s¨®lo resiste, a duras penas, el White Building. Y quiz¨¢s ¨¦sta sea su ¨²ltima primavera. La empresa de inversiones 7NG, que en 2009 ya forz¨® la expulsi¨®n de 1.400 familias de otra comunidad en la ciudad, lleva a?os adquiriendo parcelas en los alrededores. Hace unos meses comenz¨® a comprar tambi¨¦n los viejos apartamentos. Y la escuela donde Phanith viv¨ªa. ¡°Quieren quedarse con todo¡±, brama el joven que desde hace algunas semanas pasa las noches en la misma habitaci¨®n del Sa Sa Art en la que durante el d¨ªa postproduce un documental sobre la memoria colectiva del barrio.
La empresa, con la connivencia del Gobierno camboyano, tienta a los inquilinos, muchos de ellos sin ni siquiera papeles que los acrediten como propietarios, con sumas de hasta 20.000 d¨®lares. Hasta la fecha, ha adquirido m¨¢s de una veintena de pisos que mantiene cerrados. Su objetivo es que el edificio sea demolido. Los terrenos, apenas a diez minutos de paseo del Palacio Real y del malec¨®n tur¨ªstico del Riverside, valdr¨¢n una fortuna cuando sean edificados. ¡°Lo han intentado demoler muchas veces. En el 92, el 93, 98, el 99, y ahora en los ¨²ltimos a?os con el proyecto de 7NG, pero nunca lo han conseguido¡±, asegura Lyna con la voz irreductible del que no ha descubierto a¨²n el d¨ªa en el que ya no vale la pena seguir esperando.
La ¨²ltima estrategia del Gobierno ha sido declarar el estado ruinoso del inmueble y exigir el realojo por riesgo de derrumbe de las 2.500 personas que todav¨ªa residen en la barriada. Lo cierto es que el edificio, exponente otrora del racionalismo modernista, es hoy poco m¨¢s que un amasijo de recuerdos desvencijados. Pero todav¨ªa vivos. ¡°Esta es mi casa. No hay raz¨®n para irnos¡±, repite tras la pantalla la voz angulosa de una joven.
Phanith vuelve la cabeza. ?l hace tiempo que dej¨® de esperar.
El ruido de las estrellas
En los poblados chabolistas de Phnom Penh los ni?os juegan a imaginar horizontes. De d¨ªa, sue?an con una calima tan violenta que destruya gr¨²as y ahogue el aliento ennegrecido de los camiones. De noche, cruzan apuestas por el fulgor de las estrellas. ?Y qu¨¦ ruido har¨¢n al caer? Phanith comenz¨® a hacerse esa pregunta la primera vez que pas¨® la madruga al raso. Fue en 2001, cuando a¨²n estaba en la escuela primaria. ¡°Al salir del colegio vi un humo espeso alrededor de la barriada. En ese momento supe que algo iba mal. Despu¨¦s, ya anocheciendo, vino mi madre y nos dijo: ¡®nuestra casa ha desaparecido¡±. Phanith pens¨® inmediatamente en las estrellas. Ellas tambi¨¦n desaparecen. Y seguro que hacen un ruido met¨¢lico al caer.
Los meses siguientes los pas¨® en Sen Sok, en las afueras de la ciudad, donde el Gobierno les entreg¨® un peque?o terreno como compensaci¨®n por la demolici¨®n de su vivienda. Era un lugar inh¨®spito, de mirar gris¨¢ceo, sin agua potable ni electricidad. En la casa llegaban a juntarse hasta diez personas: sus padres, su hermano y su cu?ada, su otra hermana y varios sobrinos. Apenas hab¨ªa espacio. Ni comida suficiente.
Por aquel entonces, su madre dej¨® su puesto de venta de fideos para despachar carne en el mercado de una barriada cercana. Phanith abandon¨® la escuela para ayudarla. Poco despu¨¦s su hermano se mud¨® para trabajar en la construcci¨®n y su hermana consigui¨® un empleo en una f¨¢brica de la capital. Aunque obten¨ªan algo m¨¢s de dinero, no alcanzaba para mantener a toda la familia, as¨ª que cuando el Ejecutivo les ofreci¨® otra porci¨®n de tierra en Kratie, al este del pa¨ªs, toda la prole, a excepci¨®n de los dos hermanos, se traslad¨® lejos de Phnom Penh para dedicarse al campo. Cultivaban patatas, arroz y otras legumbres. Phanith, cuyo natural delgado se hab¨ªa enraizado tras los cuencos vac¨ªos de las cenas, era demasiado d¨¦bil para la vida de labranza. ¡°T¨² eres demasiado escu¨¢lido para trabajar la tierra¡±, le dijo su padre. Despu¨¦s lo mand¨® de vuelta Phnom Penh junto a su hermana.
La casa en la que Phanith viv¨ªa con su hermana fue comprada por 8.000 d¨®lares. Su escuela fue tambi¨¦n demolida por la fiebre constructora
Lo primero que hizo al llegar fue mirar al cielo. Y contar cu¨¢ntas estrellas hab¨ªan ca¨ªdo. La ciudad que encontr¨® no era como recordaba. Se hab¨ªa llenado de torres de cristal cuyo final no alcanzaba a imaginar y de turistas sudorosos que aliviaban el calor con una cerveza fr¨ªa frente a la brisa h¨²meda del Mekong. Al menos segu¨ªa oliendo a amok reci¨¦n hecho. Y a fideos. Su hermana hab¨ªa aprendido a prepararlos durante su ausencia. Eran casi tan sabrosos como los de su madre. Phanith volvi¨® al colegio. Se apunt¨® a la escuela de ingl¨¦s del White Building y aprendi¨® tambi¨¦n inform¨¢tica. Una ma?ana de 2008 su hermana le dijo que no habr¨ªa m¨¢s fideos. Que se ten¨ªan que marchar. A Battambang, 300 kil¨®metros al oeste. A casa de sus suegros.
"?Por qu¨¦? ?Qu¨¦ ha pasado?" No hubo respuesta. Meses despu¨¦s supo que una empresa hab¨ªa comprado los terrenos de la Green House. Ocho mil d¨®lares por una chabola de paredes herrumbrosas en la que ya no ol¨ªa a fideos. Para entonces, Phanith se refugiaba del monz¨®n en la escuela de ingl¨¦s. Le hab¨ªan dejado pasar all¨ª las noches, en una habitaci¨®n en la que espantaba el fr¨ªo con lecturas que hablaban de h¨¦roes indestructibles y monta?as tan altas que ning¨²n hombre ser¨ªa jam¨¢s capaz de conquistarlas. Estuvo all¨ª 12 meses. Hasta la ma?ana que vio llegar a unos hombres vestidos con un buzo verde. Detr¨¢s, otros hombres con camisa a¨²n m¨¢s verde ¡ªy marr¨®n¡ª empu?aban porras y escudos. Del cintur¨®n colgaban armas de fuego. ¡°Recuerdo que era el a?o nuevo chino y que hab¨ªa ido a dar una vuelta por la ciudad con un amigo. Estaba a la altura de la embajada francesa cuando vi a la Polic¨ªa y el Ej¨¦rcito¡±. Dieron igual las protestas. Unos hombres de camisa verde entraron y tiraron abajo la escuela. Aquella fue la ¨²ltima vez que Phanith vio morir su hogar. Hac¨ªa calor. Y escuch¨® un ruido met¨¢lico. Como el que hacen las estrellas al caer.
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