Udaipur y la dificultad de llamarse Ronaldo
MISTER Sardari, que as¨ª se llama nuestro ch¨®fer en India, nos recibe con su sonrisa refulgente una ma?ana de agosto en Delhi. Yo soy Ronaldo ¨Cle informo poniendo cara de que no me gusta el f¨²tbol¨C y mi compa?era de viaje es Natalia. Entonces hay una duda, una leve torsi¨®n en la sonrisa de Mister Sardari al estrechar mi mano. ?Qui¨¦n puede ser tu peor enemigo en India? Ese al que le pagas por que sea tu ch¨®fer para cruzar la regi¨®n de Rajast¨¢n durante 15 arduos d¨ªas.
Nada m¨¢s salir de Delhi, Mister Sardari pone toda su capacidad persuasiva al servicio de convencernos de que no merece la pena ir a Udaipur. Qu¨¦ raro, si Udaipur es todo un icono de India. Y acto seguido nuestro ch¨®fer hace ascos con respecto a Varanasi. ?Qu¨¦ tienen en com¨²n Varanasi y Udaipur? Elemental, viajero de Occidente: son ciudades sagradas hind¨²es. ?Y qu¨¦ tiene Mister Sardari? Que es muy musulm¨¢n, tanto o m¨¢s que el Profeta.
Udaipur es una mara?a de calles estrechas que desembocan en el hotel donde Sardari nos obliga a quedarnos porque le pagan comisi¨®n. Natalia ?se?ala una enorme piscina de agua verdegr¨ªs enclavada en los jardines y nos informa de que ah¨ª no se ba?a ni despu¨¦s de muerta. Mientras tanto, Mister Sardari aconseja no salir del hotel, porque el lago sagrado no merece la pena. De modo que corremos en pos del lago y sus ghats?(escalinatas), con todas esas gentes que exigen taparse hasta las mu?ecas y los tobillos, pero que en cuanto aparece un lago sagrado se despelotan incurriendo en m¨ªstica sesi¨®n de toples hind¨². Hablan gesticulando en peque?os corros, entran en turbamulta al agua, espantan o ignoran a las vacas que se solazan mientras mueven el vientre en las escaleras y ejecutan rituales que ofrecen a los turistas ¡°para la buena fortuna¡±, aunque no especifican de qui¨¦n.
pulsa en la fotoMonje hind¨² en el templo de Jagdish.Lucas Vallecillos
En la orilla opuesta del lago, los saris multicolores que reverberan bajo el sol parecen trozos de vidrio, espejos de colores a punto de reflejar nuestras almas en pena bajo un calor del demonio. Imagino que Udaipur entera debi¨® crecer como un anillo ci?endo el lago. ?Qui¨¦n habr¨¢ puesto la primera piedra, o sea, el primer incienso? Nos detenemos en esa breve escalera que se hunde en el agua donde Gandhi se ba?¨® en su momento, y por eso le llaman el ghat?de Gandhi. Me represento la imagen de una escalera como esta, que hace siglos no era de cemento, sino de barro inhabitado, como el punto de partida de la ciudad de Udaipur. Al principio bajaban los peregrinos por un mismo sendero hendido en el barro, que se fue escalonando paso a paso. Y luego, pegado al agua, se fue abriendo un largo escal¨®n como una plataforma donde la gente se deten¨ªa. Pon¨ªan las vasijas de la puja, clavaban varitas de incienso y otros peregrinos iban accediendo a distintas zonas hasta que se form¨® una delgada y larga plataforma que cubri¨® todo el per¨ªmetro. Ya para entonces debieron aparecer los primeros tenderetes, gente vendiendo comida y fruta, tinglados con sus hombres santos desnudos que hab¨ªan decidido no moverse de ah¨ª nunca m¨¢s para estar cerca del agua sagrada, aguardando que un d¨ªa remoto aparecieran los turistas. Aqu¨ª y all¨¢ quemaron los primeros muertos. Y ya se sabe: nadie es de ninguna parte mientras no tenga muertos bajo la tierra¡ o bajo el agua, o flotando en el aire junto al humo del incienso. Y se hizo Udaipur como anillo alrededor del lago.
Natalia corta la magia del momento con algo a¨²n m¨¢s m¨ªstico: ya va siendo la sacrosanta hora de buscar una cerveza, mi alma lo necesita.
En Udaipur, como en Varanasi, no es tarea sencilla localizar alg¨²n yacimiento cervecero porque son ciudades sagradas. Pero ya se sabe que Dios aprieta pero no ahoga, as¨ª que, despu¨¦s de preguntar aqu¨ª y all¨¢, terminamos en un rickshaw?que nos lleva a la ¨²ltima calle pegada al ¨²ltimo muro, remonta la ciudad y el cerro, se mete por un terrapl¨¦n y atraviesa senderos entre matorrales que nos hacen pensar en un secuestro, hasta que por fin llegamos.
Una chabola debajo de un arbolito en medio de la nada, con un tabl¨®n sobre dos piedras a manera de banco. En las ramas del ¨¢rbol nos observan desorbitados unos cuantos monos. Y fuera de la chabola se solaza, como salido de una dimensi¨®n desconocida, el gran Mister Sardari, azote de mochileros pardillos. Empezamos a beber como Dios proh¨ªbe, le invito con la ilusi¨®n de reconciliarnos y, mientras cae una litrona Kingfisher detr¨¢s de otra, Sardari retoma una acalorada discusi¨®n con el cantinero sobre qui¨¦n es mejor, si el Bar?a o el Real Madrid.
Nuestro conductor del rickshaw, en lugar de irse en busca de nuevos clientes, se repantiga a la sombra y empieza a roncar, aunque de vez en cuando abre un ojo, nos mira y le grita a Mister Sardari que el Bar?a es grande. En medio del trasiego cervecero, los monos enloquecen, debaten, parecen tomar partido por uno u otro equipo de f¨²tbol, y los humanos del chiringuito interrumpen el debate para lanzarles palos y piedras, es lo que tiene la hinchada radical.
Despu¨¦s de siete litronas de King?fisher, decidimos que ha llegado el momento del recogimiento, o sea, de arramblar con otra media docena de cervezas hasta el hotel para combatir el s¨ªndrome de abstinencia. Hay piscina, me atrevo a sugerir. Y observo que Natalia imagina con ojos m¨¢s amables ese rect¨¢ngulo de sopa verdegr¨ªs, o sea, se ha obrado el milagro Kingfisher.
?Y d¨®nde vamos a enfriar las birras? Ya se nos ocurrir¨¢ algo. Y s¨ª, dado la ?dram¨¢tica carencia de nevera en la habitaci¨®n y la expl¨ªcita prohibici¨®n de beber en los predios del hotel, se me ocurre que la ¨²nica manera de mantener m¨¢s o menos fresca la bebida es montando un tinglado con una silla y tres almohadas. Esto hay que verlo m¨¢s que leerlo: coloco las botellas de cerveza en la cima de una loma de almohadas, que es la manera de alcanzar el Polo Norte, su ecosistema natural, o sea, frente al aparato de aire acondicionado, que est¨¢ a metro y medio sobre el nivel del suelo.
En medio de zambullidas y cervezas a orillas de la piscina sagrada, se nos acerca quien parece mandar en el hotel y ocurren de golpe todas las revelaciones. No est¨¢ permitido beber, pero va a hacer una excepci¨®n porque yo me llamo Ronaldo y ¨¦l es hincha del Real Madrid. Y acto seguido agrega, en un ingl¨¦s cauteloso y confidencial: ¡°Mister Sardari prefiere el Bar?a, por eso no le gusta que te llames Ronaldo¡±. Y se retira, no sin antes advertirme que cambie de ch¨®fer, ¨¦l puede conseguirme uno que sea hincha del Real Madrid.
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