La izquierda soy yo
El encuentro con la realidad en las urnas puede explicar el espeso silencio en el que se ha sumido una formaci¨®n, Podemos, que hasta hace poco reclamaba ser la depositaria exclusiva de la ilusi¨®n de los electores
No tengo la menor duda de que Pablo Iglesias se cree eso que ha declarado en alguna ocasi¨®n de que la diferencia entre derecha e izquierda es un juego de trileros. De la misma forma que tambi¨¦n estoy convencido de que ??igo Errej¨®n es sincero cuando celebra alborozado ¡ªcomo si de la buena nueva te¨®rica del siglo XXI se tratara¡ª la categorizaci¨®n de los significantes vac¨ªos.
Probablemente resulte f¨¢cil estar de acuerdo en que los rasgos que sirvieron durante largo tiempo para definir izquierda y derecha han ido variando, conforme variaba la propia sociedad (con ello tiene que ver precisamente la crisis de la socialdemocracia: con sus dificultades para mantener intactos sus viejos ideales redistributivos en los nuevos escenarios), aunque siempre quepa hablar de la permanencia de ciertos principios o anhelos generales, vinculados fundamentalmente con el desarrollo y cumplimiento de los principios ilustrados cl¨¢sicos. En todo caso, no cabe confundir las dificultades actuales para la redefinici¨®n de las viejas categor¨ªas, o la volatilidad de la pr¨¢ctica totalidad de planteamientos pol¨ªticos en esta ¨¦poca, con una especie de relativismo absoluto.
Otros art¨ªculos del autor
Porque algunos parecen hablar como si careciera por completo de sentido el mero intento de fijar contenidos para los conceptos heredados. Tal vez, evocando el t¨ªtulo del conocido libro de Gardner, no tenga sentido hablar de derecha e izquierda en el cosmos. De igual manera que quiz¨¢ solo quepa considerar como una broma aquello que Franco Battiato ¡ªese genial Borges siciliano¡ª cantaba en su conocida canci¨®n V¨ªa L¨¢ctea: ¡°Buscamos cierta ruta en diagonal por la V¨ªa L¨¢ctea¡±. Sin duda, derecha e izquierda lo son en relaci¨®n con algo, pero la cuesti¨®n es en relaci¨®n con qu¨¦. Pues bien, puestos a encadenar an¨¦cdotas, con frecuencia se tiene la sensaci¨®n de que algunos se comportan al respecto como aquel monarca que, a la vista de la tribulaci¨®n que causaba en sus s¨²bditos no saber en qu¨¦ lugar acomodarlo en una mesa redonda, porque no consegu¨ªan dilucidar donde estaba situada la cabecera, sentenci¨®: ¡°Se?ores, la presidencia est¨¢ donde estoy yo¡±.
Pero convendr¨ªa no plantear esto como un juicio de intenciones. En el fondo, nos encontramos ante las consecuencias de haber reducido la pol¨ªtica a un conjunto de procedimientos para alcanzar el poder, sin que quienes aspiran a ¨¦l se hayan sentido en ning¨²n momento obligados a especificar para qu¨¦ lo quieren. Porque semejante reducci¨®n convierte, de manera autom¨¢tica, en meramente instrumental los planteamientos con los que se libra el combate pol¨ªtico. As¨ª, la mencionada contraposici¨®n entre derecha e izquierda no deja de ser una mera met¨¢fora espacial, susceptible de ser reemplazada por otra, la de arriba y abajo, la de casta o la que proceda, si alguna de estas ¨²ltimas resulta m¨¢s efectiva.
Nos encontramos ante las consecuencias de reducir la pol¨ªtica a procedimientos para alcanzar el poder
En realidad, el lenguaje que se pueda utilizar en cada momento no es vinculante en absoluto porque, a fin de cuentas, como ha se?alado alguno de los teorizadores de esta nueva pol¨ªtica, hay que utilizar ¡°el lenguaje del enemigo para combatir al enemigo¡±. De esta desprejuiciada afirmaci¨®n conviene destacar dos elementos. El primero, que solo es de aplicaci¨®n a quienes sostienen la tesis, pero no a cualquier otro. Si, pongamos por caso, un partido de izquierda diferente del suyo utilizara el presunto lenguaje del enemigo, autom¨¢ticamente aquellos lo considerar¨ªan, sin vacilar un instante, como la prueba concluyente de una grave traici¨®n pol¨ªtica.
El segundo elemento que importa destacar es el de los l¨ªmites de la tesis entrecomillada. Porque, vamos a ver, si es leg¨ªtimo servirse del lenguaje del enemigo para conseguir los fines propuestos, ?en nombre de qu¨¦ no va a resultar igualmente leg¨ªtimo servirse de sus categor¨ªas? No estoy planteando un experimento mental, ni forzando hasta lo inveros¨ªmil las situaciones imaginarias. En uno de los ¨²ltimos debates electorales, Pablo Iglesias insist¨ªa en la necesidad de adoptar determinadas medidas econ¨®micas no por razones ¨¦ticas o de justicia social, sino de eficiencia del mercado. Dejaba de impugnar, por tanto, el modelo econ¨®mico y se ofrec¨ªa como el mejor garante de su correcto funcionamiento. Aqu¨ª cabr¨ªa repetir la misma reserva del final del p¨¢rrafo anterior: ?no se parece mucho este elogio de la eficiencia (capitalista, puesto que ya no hay otra) con el denostado ¡°gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones¡±, defendido hace unos a?os por quienes ustedes ya saben?
Se constatar¨¢, pues, que las actitudes de Iglesias y Errej¨®n a las que nos refer¨ªamos al empezar pueden ser consideradas como perfectamente complementarias (por no decir que constituyen las dos caras de una misma moneda). Alberto Garz¨®n, ahora compa?ero de viaje de los anteriores (aunque mucho menos ducho que ellos en cabriolas te¨®ricas), resum¨ªa la cosa de una forma muy sencilla en unas declaraciones recientes: se trata de construir un discurso ¡°que caiga bien a la gente¡±. Los significantes que el mismo pueda contener (patria, pueblo, gente o cualquier otro que se decida incorporar) no importan, porque, en la medida en que se han caracterizado previamente como carentes de contenido fijo, resultan susceptibles de ser resignificados de la manera que convenga a tenor de las cambiantes circunstancias.
Podemos parec¨ªa haber hecho de la acaparaci¨®n de titulares y portadas su actividad favorita
Sin embargo, el objetivo del discurso pol¨ªtico no puede reducirse a la permanente resignificaci¨®n de las categor¨ªas con vistas a la elaboraci¨®n de un discurso atractivo a efectos electorales y/o movilizadores. Si se limitara a perseguir tal cosa, alguien podr¨ªa argumentar, con toda raz¨®n, que una pr¨¢ctica discursiva de este tenor no pasa de constituir el nuevo ropaje del viejo y conocido jugar con las palabras. El discurso pol¨ªtico, por el contrario, deber¨ªa proponerse dar cuenta de lo real: un objetivo tan sencillo de enunciar como imposible de cumplir por parte de quienes utilizan como herramienta te¨®rica privilegiada la logomaquia y como convencimiento pr¨¢ctico vertebral la tesis, tan vac¨ªa como dogm¨¢tica, de que son ellos, con su propia posici¨®n, los que definen d¨®nde est¨¢ la izquierda y d¨®nde la derecha.
Es probable que haya sido precisamente el saldo negativo que les ha proporcionado su encuentro con la realidad (muy por debajo del que esperaban) el que explique el espeso silencio que ahora mantienen quienes en otros momentos del pasado reciente parec¨ªan haber hecho del ruido permanente, de la compulsi¨®n por acaparar portadas y titulares, su actividad favorita. Un silencio apenas roto por una portavoz de este sector, que ha descargado en la parte del electorado que les ha abandonado la responsabilidad por haber perdido la ilusi¨®n. Llamativo razonamiento, desde luego, viniendo justamente de personas que hasta ayer mismo declaraban que su imparable ¨¦xito se deb¨ªa a que ellos ¡ªy solo ellos¡ª encarnaban la ilusi¨®n.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona y diputado independiente en el Congreso por el PSC-PSOE.
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