La mirada
![<span >Dilma Rousseff frente a un tribunal militar, noviembre de 1970.</span>](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/LNIEXNJSLSLXI7JP7UHQFSXZSY.jpg?auth=093691f7b37ba70c0ba116ed634dde44dd17228ce5ff0705e96cae789f485ef8&width=414)
Fue una tarde de noviembre de 1970 en un centro militar de R¨ªo de Janeiro. La dictadura brasile?a hab¨ªa comenzado hac¨ªa ya seis a?os, en 1964, con la promesa de reestablecer el orden perdido en apenas un d¨ªa. Dur¨® dos d¨¦cadas. Fue una tarde de noviembre, calurosa y pegajosa como todas las tardes de noviembre en R¨ªo, pero m¨¢s a¨²n en ese edificio inmundo y repugnante, donde los militares interrogaban, torturaban y manten¨ªan detenidos clandestinamente a j¨®venes activistas, a trabajadores que luchaban por sus derechos, y a todo aquel que pareciera sospechoso de atentar contra ese orden silencioso y espectral que los militares y las oligarqu¨ªas brasile?as cre¨ªan haber perdido y prometieron recuperar en un d¨ªa, aunque se quedaron en el poder dos interminables d¨¦cadas.
Esa tarde, despu¨¦s de m¨¢s de 20 d¨ªas de brutales torturas, Dilma Rousseff fue conducida ante un tribunal militar que la juzgar¨ªa por haber defendido la democracia, por haber luchado por la libertad y la justicia en lo que era, y a¨²n sigue siendo, una de las naciones m¨¢s desiguales del planeta. Ten¨ªa 22 a?os. Al sentarse en una peque?a silla frente a sus acusadores, comenz¨® a mirarlos fijamente. Uno a uno. De manera firme y directa, sin inmutarse, congelada, pero m¨¢s viva que nunca. La mirada apuntado a cada uno de sus cobardes verdugos.
Quiz¨¢s fue all¨ª que Dilma aprendi¨® que la mirada es un arma, como la palabra, el arma de los que luchan contra la opresi¨®n, de los que defienden la verdad, de esos seres humanos inmensos que no se acobardan ante la prepotencia del poder. La mirada es un arma, como la palabra, porque perdura, porque educa y porque inspira y moviliza, porque alienta y fortalece a los que luchan por un mundo igualitario y libre. La mirada perdura. Dilma lo aprendi¨® en aquel edificio inmundo y repugnante, como los jueces militares que no se atrevieron a sacarse la mano de su rostro, mientras juzgaban con la cabeza agachada a una joven valiente que los miraba firme, record¨¢ndoles que hab¨ªan perdido el alma, el coraz¨®n y la dignidad. Dilma aprendi¨® all¨ª que la mirada puede sembrar de flores el futuro, a¨²n en aquel noviembre pegajoso, cuando hasta la primavera estaba de luto.
Casi 50 a?os m¨¢s tarde, la escena se repetir¨ªa, aunque en un nuevo estado de excepci¨®n bastante diferente de aquel. En Brasilia, frente a un senado nacional donde m¨¢s de la mitad de sus miembros tienen causas pendientes con la justicia, Dilma debi¨® enfrentarse a una interminable fila de acusadores que no pretend¨ªa otra cosa que destituir a Brasil de su soberan¨ªa popular. Un nuevo golpe y Dilma, una vez m¨¢s, frente a un tribunal que no se atrev¨ªa a mirarla a los ojos. Dilma, casi 50 a?os m¨¢s tarde, con la misma mirada, peleando con la palabra. Fulmin¨¢ndolos. Uno por uno. Respondiendo lo que ellos no ten¨ªan el m¨¢s minino inter¨¦s de escuchar. Y atraves¨¢ndolos con ese brillo en los ojos que s¨®lo poseen los que han vivido siempre con dignidad. Dilma, una mujer igual a tantas otras: valiente, guerrera, militante, madre, trabajadora, intelectual, luchadora del porvenir.
Dilma Rousseff, pocas horas antes de enfrentarse a su destituci¨®n por parte del senado nacional. Foto: Lula Marques.
La destituci¨®n de la presidente brasile?a es parte de un plan que va a continuar. Brasil tiene ahora un presidente corrupto, cobarde, reaccionario y golpista. Pero no es esto s¨®lo lo que buscan las oligarqu¨ªas pol¨ªticas, el poder econ¨®mico, los grandes medios de comunicaci¨®n y sus fieles mandatarios en las diferentes estructuras del Estado, particularmente, en el poder judicial. El plan es acabar con los movimientos populares, con las organizaciones que luchan contra la injusticia social, con los partidos progresistas, nacionales y de izquierda, con los sindicatos combativos, con los l¨ªderes que pueden contribuir a movilizar a las grandes mayor¨ªas en la defensa de una sociedad sin excluidos.
Por eso, el golpe seguir¨¢ despu¨¦s del golpe. As¨ª ocurri¨® cuando ¨¦stos los hac¨ªan cobardes vestidos con uniformes militares.
De cierta forma, un golpe es una lecci¨®n, un mensaje que se emite no s¨®lo para que lo aprendan los que lo sufren, sino especialmente los que vendr¨¢n. La funci¨®n pedag¨®gica de este golpe es desestimular, intimidar y amenazar a todos los que se atrevan a luchar por una sociedad m¨¢s justa. En Brasil, o donde sea.
Un golpe no ense?a con met¨¢foras ni con eufemismos. Un golpe ense?a pegando.
El gran problema de los golpes y de los golpistas es que, aunque pegan y pegan, aunque no paran de pegar, siempre encuentran seres humanos empedernidos, valientes, heroicos, como casi todos los seres humanos, gloriosos, dispuestos a dar su vida por los ideales de un mundo m¨¢s justo, solidario, igualitario y libre. El problema de los golpes y de los golpistas es que, aunque creen en la prepotente eficacia del golpear, nunca aprendieron que el secreto est¨¢ en la mirada, en la palabra y en ese impulso incontrolable y quiz¨¢s milagroso que tienen las mujeres y los hombres cuando luchan por su libertad.
31 de agosto de 2016, d¨ªa del golpe que destituy¨® a Dilma Rousseff en Brasil
Golpe bajo en Brasil - Editorial de El Pa¨ªs, 01 de septiembre de 2016
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