Puentes que cruzar y que quemar
En pol¨ªtica nunca deber¨ªa ser aceptable que se prefiera que sea otro el que tenga que hacer frente al desastre
Es llamativo que tantos economistas coincidan en que el crecimiento de la econom¨ªa espa?ola, superior al de la media europea, se debe, entre otras cosas, pero muy especialmente, a que la incertidumbre pol¨ªtica (un a?o de sucesivas campa?as electorales) ha hecho que la Uni¨®n Europea cierre los ojos ante un d¨¦ficit mayor que el previsto. Es decir, a que el Gobierno en funciones lleva meses ignorando la exigencia de austeridad extrema e inyectando dinero en la econom¨ªa. La mayor¨ªa de esos economistas advierten tambi¨¦n de que esa debilidad del vigilante europeo, provocada por el temor a un resultado electoral que acerque a Podemos al gobierno, con el impacto que ello tendr¨ªa en todo Europa, tiene fecha de caducidad y que, una vez superada esta extra?a etapa, los hombres de negro volver¨¢n a Espa?a, con su larga lista de recortes debidos y no efectuados.
As¨ª que no son pocos los pol¨ªticos socialistas, con el colmillo retorcido y mucha experiencia maniobrera, que piensan que lo mejor ser¨ªa que el PSOE huyera como de la peste de La Moncloa y que sea el Partido Popular el que se trague la amarga p¨ªldora de la marcha atr¨¢s que ellos mismos han cocinado. Claro que siempre hay quien recuerda que los mayores fracasos pol¨ªticos son los provocados por la cobard¨ªa (conformismo, se llama en pol¨ªtica) y que la obligaci¨®n del Partido Socialista es intentar gobernar, precisamente porque la situaci¨®n va a ser muy complicada y para evitar que sean las clases m¨¢s desfavorecidas las que tengan que tragarse esa maldita pastilla mientras un peque?o sector, m¨¢s poderoso, contin¨²a tranquilamente, con sus privilegios a salvo.
El latiguillo se extiende, sin distinci¨®n de ideolog¨ªas ni l¨ªneas editoriales, en ese dialecto propio de pol¨ªticos y periodistas
Frances Perkins, la primera mujer secretaria de Trabajo en Estados Unidos y coautora del new deal con Franklin D. Roosevelt, escribi¨®: ¡°La Gran Depresi¨®n lleg¨® como la amenaza de un glaciar: nadie ten¨ªa la exacta medida de sus progresos, nadie ten¨ªa un plan para pararlo. Todo el mundo trataba de quitarse de su camino¡±. Pero de eso se trata exactamente para un pol¨ªtico ¡°progresista¡±, pensaba Perkins: de no quitarse del camino e intentar corregir la marcha de la crisis.
Muchos ciudadanos esperan que el Partido Socialista no se quite del camino, sino que intente gobernar y, junto con otros, parar la marcha del glaciar. Y para parar esa lengua de hielo y buscar no ya el cambio radical de la situaci¨®n, sino al menos un cierto reequilibrio, hay que elaborar planes contra la pobreza infantil, programas de ayuda a parados de larga duraci¨®n y para formaci¨®n de j¨®venes. Planes para estabilizar el sistema de pensiones y para tapar los agujeros del sistema tributario que permiten escabullirse a quienes no deber¨ªan hacerlo. Hay que negociar salidas viables a los enfrentamientos territoriales. Es obvio que el PSOE no tiene fuerza parlamentaria suficiente para ello y que la ¨²nica manera de impulsar ese reequilibrio ser¨ªa con el apoyo/abstenci¨®n de Ciudadanos y Podemos. Los dos nuevos partidos sabr¨¢n lo que quieren hacer y c¨®mo lo podr¨¢n explicar.
La explicaci¨®n que nunca deber¨ªa ser aceptable en pol¨ªtica es que se prefiere que sea otro el que haga frente al desastre. M¨¢s a¨²n cuando ese otro, Mariano Rajoy, no ha mostrado el menor indicio de cambiar su manera de entender la pol¨ªtica, el papel de las instituciones y la forma de afrontar el radical desequilibrio econ¨®mico y social que se ha producido en la sociedad. Dejar para m¨¢s adelante esos cambios imprescindibles, dicen algunos, es s¨ªntoma de la experiencia y la sagacidad que dicta la edad. Como dec¨ªa Bertrand Russell, recuerdan, a veces lo mas dif¨ªcil en la vida es saber qu¨¦ puentes cruzar y cu¨¢les quemar. Pero es tambi¨¦n muy posible que sea solo el fruto del agotamiento y de la pereza intelectual de quienes contemplan ya la pelea con una desgana absoluta. Y Russell abominaba de la pereza.
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