El armario de la musa de Proust
COMO UN d¨ªa nublado o la luz del atardecer, los modelos que luc¨ªa Madame de Guermantes en En busca del tiempo perdido creaban una particular atm¨®sfera a su alrededor, parec¨ªan algo dado, irremediable, algo que no pod¨ªa ser de otra manera. La descripci¨®n certera y conmovedora de este estilo, que rebasaba esa misma categor¨ªa creando una naturalidad que hac¨ªa olvidar el artificio, surge una y otra vez en la novela: ¡°Aquellas toilettes?no eran una decoraci¨®n cualquiera, sustituible a voluntad, sino una realidad dada y po¨¦tica como la del tiempo que hace, como la luz especial a cierta hora¡±.
Detr¨¢s de esas p¨¢ginas estaba la pluma de Marcel Proust, y dentro de aquellos modelos, el cuerpo de ?lisabeth de Caraman-Chimay (1860-1952), la legendaria condesa de Greffulhe que inspir¨® el personaje de ficci¨®n. Su fino talle, pelirroja caballera y mirada azulada marcaron ¨¦poca, pero fue su particular forma de vestir lo que realmente fascin¨® a sus coet¨¢neos. La segunda de seis hermanos, sobrina del poeta simbolista, y notable dandi, Robert de Montesquiou (uno de sus fans m¨¢s entregados), se cas¨® a los 18 a?os con el acaudalado conde Henry Greffulhe y reparti¨® su tiempo entre el ch?teau de ?Bois-Boudran, una villa en Dieppe y su casa parisiense en Rue d¡¯Astorg, donde ten¨ªa organizado un conocido sal¨®n. M¨¢s que fashionista avant la lettre, Greffulhe fue una musa que ?inspir¨® a pintores y a escritores, y provoc¨® modernas disquisiciones sobre el arte de la moda.
Lograba dotar de ligereza a la ropa, causar sorpresa, por ejemplo atando un largo collar de perlas con un lazo y Dej¨¢ndolo caer por la espalda.
Vivi¨® el fin del Segundo Imperio napole¨®nico, dos guerras mundiales, la belle ¨¦poque?y los locos a?os veinte. Siempre, parece ser, impecablemente vestida, o al menos sus tropiezos no quedaron registrados. Mecenas musical, fund¨® una sociedad para recaudar fondos para la producci¨®n de obras de Wagner en Par¨ªs, de los ballets rusos de Di¨¢guilev, de las piezas de Isadora Duncan, y apoy¨® con decisi¨®n desde la causa de Dreyfuss hasta las investigaciones cient¨ªficas del matrimonio Curie. Con su interpretaci¨®n y, a menudo dram¨¢tica, puesta en escena de los trajes de Worth, de Fortuny, de Babani, de Nina Ricci o de Lanvin, cre¨® todo un mundo fant¨¢stico. Aquello fue de alguna manera ¡°la novela que nunca escribi¨®, el cuadro que nunca pint¨®¡±, apunta Olivier Saillard, comisario de La Mode Retrouv¨¦e?y director del Palais Galliera de Par¨ªs, instituci¨®n depositaria del guardarropa de la condesa donde se mont¨® esta muestra la pasada primavera, y que se inaugura este mes en Nueva York en el Fashion Institute of Technology.
Greffulhe era plenamente consciente del efecto que su presencia causaba: ¡°No creo que haya en el mundo un goce comparable al de una mujer que se siente el centro de todas las miradas¡±, escribi¨®. Guiada por este credo, preparaba con esmero sus apariciones p¨²blicas y desapariciones. No ced¨ªa protagonismo ni siquiera a su ¨²nica hija el d¨ªa de su boda: ¡°Madame Greffulhe lleg¨® a lo m¨¢s alto de la escalinata y logr¨® permanecer all¨ª un cuarto de hora a la vista de todo el mundo¡±, relataba un cronista en 1904. Aquel vestido ¡°bizantino¡± bellamente brocado, con destellos nacarados y corte belle ¨¦poque?es uno de los 25 que, acompa?ados de fotograf¨ªas, dibujos y un surtido de complementos entre los que se encuentran unos legendarios zapatos de terciopelo rojo, componen la versi¨®n itinerante de la exposici¨®n, a la que se a?aden una serie de dise?os actuales de Rick Owens inspirados en la musa de Proust.
La condesa no segu¨ªa estrictamente los dictados de la moda, impon¨ªa su propio estilo. Ah¨ª est¨¢ su preferencia por el verde, uno de sus colores fetiche, que resaltaba el rojizo de su cabellera, o por los lirios, como los que aparec¨ªan bordados en uno de sus vestidos m¨¢s emblem¨¢ticos, realizado en el taller de Jean-Philippe Worth, heredero de la primera casa de alta costura que mont¨® su padre.
pulsa en la fotoLa condesa con el vestido de los l¨ªrios fotografiada en 1896Nadar / Galliera / Roger-Viollet
Sin embargo, no era ajena a su tiempo, como demuestran los quimonos, los detalles orientalizantes que van entrando en su guardarropa y los cortes al bies que dejan atr¨¢s el tono decimon¨®nico m¨¢s armado y pesado. Ella lograba dotar de ligereza a la ropa, causar sorpresa, por ejemplo con su particular uso de los collares largos de perlas que se ataba con un lazo y dejaba caer por su espalda hasta la cintura.
¡°Original en todas las cosas, un punto de excentricidad marca a veces sus arreglos, sus maneras, sus ideas. Sus modelos, inventados por ella o para ella, no se parecen a ning¨²n otro¡±, apuntaba un periodista sobre la condesa en 1882. Si no sus trajes, desde luego su historia, recogida en la biograf¨ªa de Laure Hillerin en 2014, mantiene intacto el allure?de la dama que supo encarnar el poli¨¦drico y misterioso poder de la elegancia.
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