Donde aprender cuesta 56 kilos de arroz
Un documental narra c¨®mo se acab¨® con la exclusi¨®n que supon¨ªa la recolecta de arroz a cambio de ir al colegio en una aldea de Madagascar
Sobre una lona que cubre el suelo terroso humean unos cuantos platos met¨¢licos llenos de arroz. Ravaka reparte las cucharillas antes de que todo el mundo termine de desperezarse mientras aviva el fuego sobre el que hierve otra olla panzuda. Hasta septiembre del pasado a?o, as¨ª era cualquiera de las madrugadas de esta ni?a de 12 a?os en la peque?a aldea de Soavinarivo, en Madagascar. Se levantaba a las seis para preparar el desayuno de todos los miembros de su familia y la comida que despu¨¦s se llevaban para la jornada en el campo. Ten¨ªa 12 a?os y hac¨ªa meses que hab¨ªa dejado la escuela para acompa?ar a sus padres y hermanos a los arrozales. All¨ª, ir al colegio ten¨ªa un precio: 56 kilos de arroz.
Para que en esa aldea de 950 habitantes la educaci¨®n no costase un a?o de cosecha para entregar en un saco al profesor, hubo de por medio un viaje de casi 13.000 kil¨®metros. Desde las comunidades incas de Per¨², a 3.300 metros de altura, hasta el interior de Madagascar, el pa¨ªs con una de las rentas per c¨¢pita m¨¢s bajas del mundo. El nombre de todo ese periplo es Willka, y 56 es el nombre del documental que lo narra. Se proyect¨® el pasado 3 de marzo en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y acumula 15 premios y 47 nominaciones internacionales.
Carlos G¨®mez, un profesor de primaria, se march¨® como voluntario a Per¨² en el verano de 2014. ¡°Una experiencia con 60 ni?as y ni?os que, sin duda, signific¨® el inicio de un proyecto de vida¡±, comenta el valenciano cada vez que le preguntan. All¨ª empez¨® Willka, con algunas notas sobre su diario de viaje, en el rev¨¦s de folios usados; el borrador de una historia que condensaba la indignaci¨®n que sent¨ªa por la estructura actual del mundo. Y que, a la vuelta del pa¨ªs andino, se convirti¨® en una novela con una larga lista de objetivos: que fuese atractiva para los ni?os, que explicara la desigualdad, que desmontara estereotipos, que motivase a la reflexi¨®n... y que, adem¨¢s, pudiese concretarse en acciones que propusiesen soluciones, y empujasen al compromiso y la corresponsabilidad.
El proyecto creci¨® y se convirti¨® en Willka, una novela para construir una escuela (Assisi Producciones, 2014). Entonces se a?adi¨® un objetivo m¨¢s: vender la mayor cantidad de ejemplares posibles para poder levantar ese colegio. Fue una de las obras m¨¢s vendidas de la Feria del Libro de Valencia de 2014 y los beneficios de aquella primera edici¨®n se destinaron al proyecto. ¡°Las ventas de las ediciones en castellano y valenciano, algunas donaciones y lo que se sac¨® de algunas charlas y ponencias lleg¨® casi a los 40.000 euros. Cualquier otro, probablemente, no hubiera hecho esto, pero Carlos s¨ª, lo hizo junto a Vallivana ?lvarez, coguionista y coproductora del documental¡±, espeta Marco Huertas, el director.
Recuerda que G¨®mez quer¨ªa un lugar peque?o para poder controlar el proyecto, que fuese lo m¨¢s transparente posible, decidieron que la escuela fuera comunitaria y laica porque era la mejor forma de integrar a toda la poblaci¨®n sin problemas. En enero de 2015, lo que seis meses antes eran unos cuantos apuntes, se hab¨ªa convertido en un libro y en la construcci¨®n no solo de una escuela para 200 ni?os, sino de letrinas, diez pozos para la aldea, un comedor donde los ni?os pudieran recibir una comida al d¨ªa y una casa de acogida con capacidad para 15 chicos de las aldeas aleda?as. Se reunieron entonces: ¡°Carlos decidi¨® que era importante contarlo y se guard¨® una parte del presupuesto¡±. Y Huertas congreg¨® a su equipo habitual, Bonzo, formado por Cesc Nogueras, el director de fotograf¨ªa y Al Pagoda, creador de la banda sonora. Nogueras y ¨¦l ten¨ªan 16 d¨ªas para grabar durante la construcci¨®n de la escuela.
¡°Cero presupuesto m¨¢s all¨¢ de lo indispensable: transporte, seguros y dietas. Pasamos all¨ª medio mes en agosto de 2015 con dos indicaciones muy claras, la historia ten¨ªan que contarla los propios habitantes de la aldea y no se pod¨ªa cambiar ni ficcionalizar ni una de las cosas que dijeran los ni?os¡±, explica Huertas. Asegura que aquella experiencia fue la m¨¢s enriquecedora de su vida por el cambio que produjo en lo que ¨¦l entiende por necesidad: ¡°Ten¨ªan serios problemas de pulgas y viv¨ªan en unas condiciones muy duras. Sin agua potable ni electricidad, a veces sin poder comer. Y con una salubridad m¨¢s que precaria¡±.
G¨®mez lleg¨® hasta Soavinarivo un mes antes que ellos para supervisar los pozos y ubicarse un poco: ¡°Nos cont¨® antes de ir que nadie de esa aldea aparec¨ªa en los censos del estado malgache, si nac¨ªan como si mor¨ªan, daba igual. As¨ª que tambi¨¦n se puso a la tarea de confeccionar un censo, entrevistando a cada familia, casa por casa¡±. Despu¨¦s, eligieron a tres ni?os para contar la historia, junto a una traductora a tiempo completo que ahora es la directora de la escuela.
Victorine, Menja y Ravaka
Son las voces de Victorine, Menja y Ravaka las que gu¨ªan la historia, producida por Assisi. A trav¨¦s de sus madrugones y sus pies encallecidos cuentan su realidad, la misma que la de los otros 452 ni?os de entre cinco y 15 a?os que viven en Soavinarivo, donde la escolarizaci¨®n llegaba al 56% antes de que se construyera la escuela, la tasa de abandono era alt¨ªsima debido al precio que ten¨ªan que pagar y el analfabetismo rondaba el 87%. En esa poblaci¨®n del interior de Madagascar lo m¨¢s importante es la supervivencia, y el aprendizaje es secundario para los adultos, aunque no para los m¨¢s peque?os.
Victorine tiene ocho a?os y vive con su abuela desde que su madre se march¨® ¡ªantes de que ella pueda recordarla¡ª y su padre form¨® otra familia. Se levantaba cada d¨ªa a las siete y, junto a su abuela Sozy, caminaban durante varios kil¨®metros hasta llegar a los arrozales: "Detr¨¢s de la monta?a grande, donde hay muchas piedras".
Menja despertaba una hora antes, junto a los otros 12 miembros de su familia, todos en una misma habitaci¨®n. Se marchaba con ellos al campo y despu¨¦s se met¨ªa en el bosque en busca de le?a para poder venderla. Tiene 11 a?os y sabe que cada d¨ªa desayunar¨¢ y comer¨¢ arroz, mandioca o ma¨ªz. "A veces para cenar hay arroz con jud¨ªas, otras veces no hay nada, y mis hermanos y yo tenemos hambre".
Ravaka, la ni?a de 12 a?os que prepara el desayuno para toda la familia, cuenta que con ceb¨² tardan alrededor de una hora hasta llegar al campo de arroz. "Si vamos andando un poco menos". Ella tambi¨¦n sabe que 56 kilos de arroz eran mucho arroz, y por eso dej¨® la escuela: "Para que mi hermana pueda estudiar. Aunque a m¨ª me gustar¨ªa, porque quiero ser m¨¦dico".
Los tres narran cu¨¢nto hay que bregar la tierra para que nazca el arroz; cu¨¢ntos kil¨®metros hay que caminar para conseguir el agua para beber y cocinar; cu¨¢ntas vueltas a la escuela les obliga a dar, de rodillas, el profesor cuando no copian la lecci¨®n de la pizarra antes de que ¨¦l contase hasta tres; c¨®mo veces les golpea con la regla en la mano para castigarlos; y cu¨¢nto les gustar¨ªa estudiar para ser profesores, o m¨¦dicos, y no para marcharse, sino para hacer de su aldea un lugar m¨¢s amable.
Todos los ni?os del mundo deber¨ªan tener una escuela y la oportunidad de estudiar. Me gustar¨ªa que fuese bonita, que me ayude a pensar, que nos haga libres.
Pero todo aquello ya es pasado. El d¨ªa que inauguraron el colegio, los ni?os de la aldea corrieron en tromba hacia ¨¦l, levantando las piedras y el polvo tras de s¨ª. Y desde entonces, el arroz es para ellos.
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