La corte de los Ortega
AL ACTUAL PRESIDENTE de la Asamblea Nacional de Nicaragua se le encuentra con facilidad. En el noroeste de la ciudad de Le¨®n, a un costado de la calle que lleva su nombre, se le puede visitar cualquier d¨ªa. No hay protocolo ni guardias de seguridad que protejan a la tercera autoridad del Estado. Basta con atravesar una peque?a cancela de hierro forjado, y ah¨ª est¨¢, a la sombra de un espl¨¦ndido ¨¢rbol de nim, junto a sus hermanos Carlos, Filiberto y Mirna. Todos juntos esperan al visitante. La ¨²nica diferencia es que Ren¨¦ a¨²n no tiene l¨¢pida. Pero una corona de flores y un ramo de 22 rosas rojas indican d¨®nde est¨¢ enterrado. A un metro bajo tierra y en un ata¨²d color caf¨¦ que al sepulturero Mauricio Cisne le pareci¨® m¨¢s ligero de lo esperado.
Hijo de un carpintero y una costurera, Ren¨¦ N¨²?ez T¨¦llez fue en vida un leal servidor del comandante Daniel Ortega. Luch¨® en la clandestinidad, cay¨® preso, sufri¨® tortura, ejerci¨® de ministro, y siempre fiel, alcanz¨® las m¨¢s altas magistraturas. Una existencia plena que en la madrugada del pasado 10 de septiembre, a los 69 a?os, termin¨® tras una larga y dolorosa afecci¨®n pulmonar.
Enterrado, su tiempo en la tierra parec¨ªa haber llegado a su fin, cuando el comandante, como en los grandes d¨ªas, tom¨® una decisi¨®n y orden¨®, con apoyo autom¨¢tico y entusiasta de los diputados del Frente Sandinista de Liberaci¨®n Nacional, nombrarle ¡°por su capacidad de di¨¢logo y consenso¡± otra vez presidente del Parlamento.
La revoluci¨®n, la contra, la transici¨®n¡ el esp¨ªritu de una ¨¦poca ha quedado sepultado bajo un magma del que emerge ortega.
Esperpento, locura o simple despotismo tropical, hace mucho que las diferencias han dejado de importarle al jefe del Estado nicarag¨¹ense. Con ¨¦l al frente, se puede ser revolucionario y prohibir cualquier tipo de aborto; se puede proclamar el socialismo y edificar un imperio familiar; se puede hablar de democracia y convocar elecciones sin oposici¨®n ni observadores internacionales. Todo es posible, incluso borrar el tiempo. La revoluci¨®n, la contra, la transici¨®n, el esp¨ªritu entero de una ¨¦poca han quedado sepultados en los ¨²ltimos a?os bajo un magma del que ha emergido un Ortega, cristiano y capitalista, que ya no es lo que era ni lo que se esperaba de ¨¦l. Pero que cualquier nicarag¨¹ense sabe que no tiene rival y que este domingo, junto a su ¡°eternamente leal compa?era¡±, Rosario Murillo, volver¨¢ a ganar por cuarta vez la presidencia.
El camino hasta este punto ha sido largo. El guerrillero que el 17 de julio de 1979 puso en fuga al dictador Anastasio Somoza ha conocido en las ¨²ltimas cinco d¨¦cadas los vaivenes de la victoria y la derrota. Y ha aprendido. Encabez¨® la Junta de Gobierno sandinista, venci¨® en los comicios de 1984, perdi¨® los de 1990 frente a Violeta Chamorro, pas¨® casi 16 a?os de oposici¨®n y en 2006 recuper¨® una presidencia que, a juicio de sus cr¨ªticos, decidi¨® no abandonar nunca m¨¢s.
Desde que retom¨® el gobierno hace casi 10 a?os, Ortega ha ido retirando los obst¨¢culos que le imped¨ªan perpetuarse. Las elecciones de 2011 dieron buena cuenta de esta ambici¨®n. La Constituci¨®n prohib¨ªa que un presidente en el cargo se presentara como candidato y tampoco permit¨ªa que lo hiciera quien hubiera ocupado dos veces el puesto. El comandante estaba invalidado por partida doble. Dio igual. La Corte Suprema de Justicia, bajo su control, emiti¨® un fallo que le exoneraba de cumplir la propia ley. Gan¨® los comicios y, tres a?os despu¨¦s, quebr¨® el ¨²ltimo candado e hizo aprobar la reelecci¨®n indefinida. Un anatema en las devastadas democracias centroamericanas.
Pero a¨²n quedaba trabajo por hacer. La gran oposici¨®n, aglutinada en torno al l¨ªder del Partido Liberal Independiente (PLI), el economista Eduardo Montealegre, estaba recuperando aliento. No por mucho tiempo. En junio pasado una sentencia de la Corte Suprema despoj¨® a Montealegre de la representaci¨®n legal de su propia fuerza para entreg¨¢rsela a un t¨ªtere. Un mes despu¨¦s, en una segunda vuelta de tuerca, el tribunal electoral acab¨® la encomienda y despoj¨® a los parlamentarios del PLI y su socio, el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), de sus esca?os. Primero el l¨ªder, despu¨¦s sus diputados. De una tacada, la ¨²nica oposici¨®n real hab¨ªa desaparecido. Despejado el terreno, Ortega remat¨® la jugada nombrando a su propia esposa candidata a la vicepresidencia. Sin fiscalizaci¨®n electoral ni rivales de peso, sin tan siquiera campa?a ni m¨ªtines, los comicios de hoy se han transformado, a decir de los opositores ilegalizados, en una farsa. Un inmenso fraude que apenas ha tenido contestaci¨®n. No se han registrado movilizaciones masivas ni las redes sociales han estallado como hicieran el a?o pasado en Guatemala u Honduras ante los abusos de sus gobernantes. Una calma chicha, profunda y doliente, reina en este pa¨ªs de seis millones de habitantes y larga pobreza.
Mediod¨ªa en una calle c¨¦ntrica de Managua. El term¨®metro marca 34 grados. La humedad es absoluta. Cuatro obreros descansan bajo la sombra de una caoba. Tienen entre 18 y 27 a?os. Les gusta hablar de comida, deportes, coches. R¨ªen y responden con afabilidad hasta que llega la cuesti¨®n medular.
¨C?Y c¨®mo les va con el presidente Daniel Ortega?
¨CMire, nosotros trabajamos para comer, y si le contamos esas cosas, perdemos nuestro trabajo. As¨ª que, por favor, v¨¢yase.
La desconfianza habita entre los nicarag¨¹enses. A?os de aplastamiento ideol¨®gico han surtido efecto. Las protestas son d¨¦biles, las universidades est¨¢n bajo control, los sindicatos han sido dome?ados y las respuestas sinceras no proliferan en las aulas ni en las calles. Para hablar hay que entrar en las casas, cerrar las puertas, evitar los tel¨¦fonos. Los que se atreven son pocos. Habitualmente opositores declarados, intelectuales estigmatizados por el r¨¦gimen. Muchos de ellos, antiguos compa?eros de armas del comandante.
Aqu¨ª, Ortega y su esposa controlan todos los poderes. Todos. La polic¨ªa, el Ej¨¦rcito, los jueces hacen lo que ellos quieren.
En un rinc¨®n del alica¨ªdo Centro Nicarag¨¹ense de Escritores, el legendario sacerdote Ernesto Cardenal brama con lo que le queda de voz. Tiene 91 a?os y la melena igual de blanca que cuando era sant¨®n sandinista y ministro de Cultura. Pero ahora est¨¢ cansado, e incluso ¨¦l, que lo fue todo, muestra sus temores: ¡°Esto es una dictadura y lo que me preguntas es peligroso, no lo olvides¡±.
Cardenal est¨¢ sentado en un sill¨®n mullido y marr¨®n. Apenas se mueve, pero sus ojos verdes brillan con intensidad. Su centro, que lleg¨® a publicar 220 t¨ªtulos, languidece en el olvido. Se ha quedado sin fondos y el gran poeta nicarag¨¹ense sobrevive, en el crep¨²sculo de su vida, como un apestado del r¨¦gimen. Sabe que le odian, mas no est¨¢ dispuesto a callar: ¡°Hubo una ¨¦poca en que Ortega era muy diferente, pero se corrompi¨® y decidi¨® enriquecerse a costa de un pueblo pobre. Ahora a ¨¦l y su esposa se les rinde un culto a la personalidad, como en Corea del Norte¡±.
Cardenal no est¨¢ solo. Su opini¨®n es compartida por muchos opositores. Aunque todav¨ªa lejos de la oclusi¨®n cubana, la deriva autoritaria del comandante les hace temer lo peor. ¡°Ortega y su esposa se encaminan hacia un modelo de partido ¨²nico. Es un viaje al pasado que les est¨¢ valiendo el repudio universal. Pero les da igual. No son carism¨¢ticos, simplemente tienen poder, m¨¢s del que nadie ha logrado en este pa¨ªs. Y lo quieren conservar a toda costa¡±, detalla el escritor Sergio Ram¨ªrez, quien fue vicepresidente del primer Gobierno sandinista.
Ernesto cardenal, poeta y legendario sacerDote: ¡°a ortega y a su esposa se les rinde ahora culto como en corea del norte¡±.
¡°No hay una dictadura en el sentido cl¨¢sico, esto es un fen¨®meno at¨ªpico, una forma de absolutismo, casi una monarqu¨ªa. ?Qui¨¦n pod¨ªa pensar que un compa?ero de lucha iba a acabar as¨ª? Siento rabia. ?C¨®mo fuimos tan ingenuos!¡±, se lamenta la novelista, poeta y antigua sandinista Gioconda Belli.
Hasta alcanzar su estado actual, Ortega ha protagonizado una portentosa transfiguraci¨®n. Ayudado por Murillo, la cris¨¢lida dej¨® amarillear en sus a?os de oposici¨®n el credo sandinista, meti¨® en un ba¨²l sus simpat¨ªas estalinistas y abraz¨® el libre mercado. Pero eso solo fue un primer movimiento. En un gesto destinado a tranquilizar a quienes a¨²n le tem¨ªan, hizo de sus antiguos adversarios grandes amigos. En el mundo de los negocios y en el de la pol¨ªtica. El belicoso Comandante Cero, Ed¨¦n Pastora, cay¨® en sus brazos; los empresarios empezaron a verle como un valedor de sus intereses, y hasta se reconcili¨® con su archienemigo, el cardenal Miguel Obando, quien ofici¨® su boda en septiembre de 2005.
En esta mutaci¨®n acelerada no hubo s¨ªmbolo que se librara. En campa?a cambi¨® el himno sandinista, ?primero por la Oda a la alegr¨ªa, y luego por una versi¨®n de Give Peace a Chance, de John Lennon, y otra de One Love, de Bob Marley. El belicoso rojo-negro de la ?iconograf¨ªa sandinista fue sustituido por el rosa chicle que empastela toda su carteler¨ªa. Y, sobre todo, descubri¨® la luz de Dios. El guerrillero se quit¨® la canana y se postr¨® frente al Se?or.
Renacido en ¡°cristiano, solidario y socialista¡±, a los obispos les ofreci¨® el oro de su conversi¨®n. Ya en el poder prohibi¨® cualquier tipo de aborto, impidi¨® el matrimonio homosexual y vet¨® la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre. Ortega, a¨²n con la boca inflamada de consignas socialistas, declar¨® a monse?or Obando pr¨®cer de la naci¨®n y se alz¨® como un palad¨ªn de los valores tradicionales. Con la familia en cabeza. Especialmente la suya.
Este vertiginoso cambio habr¨ªa sido imposible sin Rosario Murillo. Poeta, madre de sus siete hijos, letrista de sus himnos, primera ministro de facto, ella lo es todo para Ortega. Desde su consejera m¨¢s ¨ªntima hasta la voz que se dirige a su pueblo cada ma?ana a las doce, puntual como las campanadas, para hablar de erupciones volc¨¢nicas, la muerte de un sandinista, la mejora en las escuelas o simplemente las ¡°bondades del alma, la fraternidad y la luz universal¡±. Su presencia es omn¨ªmoda en Nicaragua. Y los recelos que despierta tambi¨¦n.
Hay quien ve en ella una eminencia oscura y perturbadora. Una puerta a un dudoso m¨¢s all¨¢ que esta mujer extravagante, de ropa multicolor e infinitos amuletos, pulseras y anillos ha abierto sin que el comandante pueda ya cerrar. No hay unanimidad sobre su fe. Por el contrario, es un tema casi imposible de zanjar. Igual se la considera seguidora del gur¨² Sathya Sai Baba que impulsora del Museo San Juan Pablo II. Por temor a los malos esp¨ªritus, rechaz¨® vivir en el antiguo palacio presidencial. Y por ella, cada 7 de diciembre, en la v¨ªspera de la Inmaculada Concepci¨®n, los ministerios levantan abigarrados altares en la grandiosa avenida de Sim¨®n Bol¨ªvar y regalan a sus visitantes juguetes y recuerdos.
El d¨²o presidencial ha puesto a sus hijos al servicio de la causa. Ellos llevan los negocios estrat¨¦gicos para el clan.
A estas alturas, la huella de Murillo, de 65 a?os y que declin¨® hablar con este peri¨®dico, es ya pr¨¢cticamente inabarcable. Ha reformado calles, derribado monumentos y sembrado la capital de sus simb¨®licos ¨¢rboles de la vida: enormes construcciones met¨¢licas, de formas arb¨®reas y rotundos colores, que buscan transmitir ¡°alegr¨ªa¡± al pueblo sin que nadie sepa a ciencia exacta c¨®mo lo hacen. Sincr¨¦tica y amante de los arquetipos; cat¨®lica, pentecostal y m¨ªstica, Murillo ha logrado transformar la narrativa pol¨ªtica de Ortega hasta l¨ªmites insospechados y posiblemente abrirle un espacio electoral que le estaba vedado. A cambio, ha acaparado una enorme autoridad. Pese a que fue una figura marginal del sandinismo, ya se la presenta en los libros de texto como a una gran l¨ªder revolucionaria. Pr¨¢cticamente la mitad de los nombramientos gubernamentales dependen de su dedo y es ella quien difunde las grandes decisiones a los ministerios y los canales de comunicaci¨®n. Como cruzada del nuevo orden, se encarga de hablar a las masas y rega?a en p¨²blico a funcionarios y ministros. Es el fusible de Ortega. Y desde su nombramiento como candidata a vicepresidenta, su sucesora. Un ascenso que, seg¨²n admiten fuentes cercanas al r¨¦gimen, ha sido mal acogido por los restos de la vieja guardia. Su propio cu?ado, el general retirado Humberto Ortega, ha salido de las catacumbas para recordar que toda forma de ¡°dinast¨ªa es inviable¡±.
¡°No la ven como sucesora, pero eso vale poco en este momento. Ella es el alma de Ortega: le lleva la agenda, le resuelve los problemas, nunca descansa. Es tremendamente operativa. A cambio ha cumplido su sue?o: pasar a la historia¡±, indica una fuente pr¨®xima al Gobierno.
El origen de esta influencia, desbordada ahora que avanzan hacia la vejez, se remonta a d¨¦cadas atr¨¢s, a un tiempo ya perdido. Aunque ambos coincidieron de ni?os en el barrio de San Antonio, en la Managua hist¨®rica, la chispa no salt¨® hasta 1977 durante un encuentro casual en la Casa-Museo de Sim¨®n Bol¨ªvar, de Caracas. Ella lo interpret¨® (o as¨ª lo cont¨® a?os despu¨¦s) como un designio de los hados; ¨¦l, como un tremendo flechazo en el que se qued¨® prendado de las ¡°miradas ¨ªgneas¡± que desprend¨ªa esa joven de cabellera oscura y rostro huesudo.
Siendo diferentes, se complementaban. Murillo era sobrina-nieta de Augusto C¨¦sar Sandino, el gran patriota y revolucionario nicarag¨¹ense; hab¨ªa sido educada en Suiza, hablaba ingl¨¦s y franc¨¦s, y, despu¨¦s de la muerte de su primer hijo en el terremoto de 1972, viv¨ªa para cantarle al mundo sus poemas.
El comandante, tras ocho a?os de c¨¢rcel somocista, era un hombre taciturno y de expresi¨®n dif¨ªcil. ¡°No ten¨ªa cualidades especiales, siempre estaba encerrado en s¨ª mismo. Nadie sab¨ªa lo que pensaba realmente, pero ten¨ªamos claro que ansiaba el poder por encima de cualquier cosa. Era calculador y capaz de liquidar a quien le hiciera sombra¡±, recuerda la m¨ªtica jefa guerrillera Dora Mar¨ªa T¨¦llez.
Daniel y Rosario. El comandante y la poeta. Ambos unieron sus destinos en 1978 y, aunque con cierta aleatoriedad, iniciaron una larga vida en com¨²n. Les esperaba el triunfo, pero tambi¨¦n la adversidad y algo que para cualquier pareja hubiese sido mucho peor. El 31 de mayo de 1998, Zoilam¨¦rica Narv¨¢ez, hija de una relaci¨®n anterior de Murillo, acus¨® p¨²blicamente al comandante de haber abusado sexualmente de ella desde los 11 a?os. ¡°?l ensuci¨® mi cuerpo y lo us¨® como quiso¡±, denunci¨®.
La crudeza de las descripciones y la firmeza del testimonio pusieron a Ortega, en aquel momento l¨ªder de la oposici¨®n, contra las cuerdas. El estallido habr¨ªa acabado para siempre con el sandinista si no hubiera aparecido en escena Murillo. Entre su hija y su compa?ero, eligi¨® a este ¨²ltimo. Asumi¨® su defensa y se lanz¨® en tromba contra Zoilam¨¦rica: ¡°Me ha avergonzado terriblemente que pretendiera destruirle [a Daniel Ortega] y que fuese mi propia hija la que por obsesi¨®n y un enamoramiento enfermizo con el poder quisiera hacerlo cuando no vio satisfecha su ambici¨®n¡±, proclam¨®.
Daniel y Rosario. El comandante y la poeta. Ambos unieron sus destinos en 1978 e iniciaron una larga vida en com¨²n.
Sus palabras y luego un oportuno cierre del caso por prescripci¨®n del delito salvaron a Ortega. Y a ella la situaron en el centro absoluto de su existencia. Due?a de su destino, hab¨ªa nacido la ¡°eternamente leal¡±. ¡°Ese d¨ªa fue cuando ella se hizo imprescindible¡±, se?ala la soci¨®loga y l¨ªder feminista Sof¨ªa Montenegro, quien conoci¨® de primera mano el caso.
Bajo sus auspicios, Ortega empez¨® la metamorfosis que le llev¨® a recuperar la presidencia en 2006. Desde entonces, su poder se ha extendido hasta l¨ªmites insospechados. Y con ¨¦l, el de su familia. El d¨²o presidencial ha puesto a sus hijos al servicio de la causa. Han llegado a viajar con ellos con rango de asesores y llevan las riendas de negocios estrat¨¦gicos para el clan. El primog¨¦nito, seg¨²n las investigaciones de la prensa local, controla la lucrativa distribuci¨®n del petr¨®leo. Otros cuatro hermanos tienen bajo su tutela otros tantos canales de televisi¨®n, sin contar con las emisoras y canales de comunicaci¨®n oficiales.
Pero el m¨¢s conocido de la camada es Laureano Ortega. Asesor presidencial y hombre-puente para el capital extranjero, fue uno de los introductores del fantasmag¨®rico empresario chino que galvaniz¨® al pa¨ªs al obtener una concesi¨®n para un gigantesco canal trans?oce¨¢nico con la promesa de una inversi¨®n de 50.000 millones de d¨®lares. Casi cuatro veces el PIB nacional. ¡°Tres a?os despu¨¦s no ha habido licitaciones ni obras, solo estudios. La gente ya no cree en ese proyecto¡±, afirma Carlos Fernando Chamorro, director de Confidencial, uno de los pocos medios independientes de Nicaragua.
Pero la distribuci¨®n a granel de sue?os imposibles no es el ¨²nico m¨¦rito de Laureano. En la corte tropical tambi¨¦n es conocido por su amor a la ¨®pera. Pasi¨®n que, con la ayuda de sus progenitores, le ha llevado a apadrinar en el Teatro Nacional de Managua sus propios festivales y, desde luego, salir a escena como tenor ante un auditorio milim¨¦tricamente rendido a sus pies.
?rboles de la vida, tenores de la realeza, muertos que dirigen el Parlamento. La Nicaragua de Daniel Ortega tiene un pie puesto en el delirio. Igual se regalan techos de uralita para los pobres que se construyen pistas de hielo bajo un sol infernal. No hay espacio donde los tent¨¢culos del sistema no est¨¦n presentes. El orteguismo, a decir de sus cr¨ªticos, ya ha fagocitado por completo al sandinismo y, de paso, enterrado el cad¨¢ver de lo que un d¨ªa fue una revoluci¨®n.
El resultado es un escenario irreal, donde cabr¨ªa pensar que, en pleno siglo XXI, todo est¨¢ a punto de derrumbarse. Pero los hechos son bien distintos. El pa¨ªs, con un PIB per capita 16 veces inferior al espa?ol, aguanta un hurac¨¢n tras otro. Pese a figurar en los ¨²ltimos lugares de la tabla de ¨ªndices de desarrollo americana, su econom¨ªa agr¨ªcola, de excelente caf¨¦, carne y az¨²car, no deja de crecer. Poco importa que presente un 70% de informalidad o que solo el 4% de empresas tenga una contabilidad en forma. Aplaudido por el FMI, Nicaragua ha registrado un aumento medio del PIB del 5,2% en el ¨²ltimo lustro y se ha vuelto polo de atracci¨®n para pa¨ªses como Rusia.
Tres factores, seg¨²n los analistas, han jugado a favor de esta evoluci¨®n. La ya extenuada ayuda de Venezuela (4.000 millones de d¨®lares en siete a?os). Una criminalidad muy inferior a Honduras, El Salvador y Guatemala. Y la proximidad de los empresarios al r¨¦gimen. ¡°Tras la sacudida de los a?os ochenta, la clase alta regres¨®, y no quiere arriesgarse a perder otra vez lo que tiene¡±, explica un influyente hombre de negocios.
La combinaci¨®n no deja de sorprender. Mientras la pol¨ªtica es un erial dominado por Ortega y Murillo, el mundo del dinero se ha aglutinado en torno al Consejo Superior de la Empresa Privada (Cosep) y ha cerrado una especie de cogobierno neoliberal con el antiguo marxista. Han sido aprobadas 105 leyes bajo su ¨¦gida. ¡°Hay previsibilidad, certidumbre y un marco legal flexible. No tenemos maras ni penetraci¨®n del narco en el Estado. Por eso crecemos. En 10 a?os las exportaciones se han quintuplicado, y la inversi¨®n extranjera directa se ha sextuplicado¡±, glosa el presidente de Cosep, Jos¨¦ Ad¨¢n Aguerri, uno de los hombres fuertes de Nicaragua.
Con estos datos, el comandante, a sus 70 a?os, podr¨ªa dormir tranquilo. Pero su af¨¢n por aplastar cualquier oposici¨®n revela un p¨¢nico casi existencial. ¡°Vive bajo el s¨ªndrome del noventa, cuando perdi¨® las elecciones frente a Chamorro¡±, explica la excomandante T¨¦llez. ¡°El desaf¨ªo es la falta de estabilidad pol¨ªtica; los poderes del Estado deben ser independientes y ha de abrirse un di¨¢logo pol¨ªtico que hoy no hay¡±, afirma el l¨ªder de la patronal.
Ah¨ª radica la principal fisura. La acelerada liquidaci¨®n de los espacios de discrepancia ha encendido las alarmas dentro y fuera del pa¨ªs. Los mismos obispos, tanto tiempo mimados, han exigido unas elecciones ¡°honestas y transparentes¡± al tiempo que sentenciaban, con su milenaria punter¨ªa, que ¡°los a?os pasan y nadie es eterno¡±. Y Estados Unidos, el gran hacedor continental, ha empezado a poner en marcha la maquinaria para sancionar al Ejecutivo por sus ataques a la democracia.
¡°La presi¨®n externa es el tel¨®n de Aquiles de Ortega. La econom¨ªa es muy peque?a y cualquier impacto se nota¡±, se?ala el escritor Sergio Ram¨ªrez. ¡°Hasta ahora hemos tenido las constelaciones alineadas a nuestro favor, ma?ana no lo sabemos¡±, admite una fuente ?cercana al Ejecutivo.
En Nicaragua hay quien est¨¢ convencido de que el cambio est¨¢ pr¨®ximo. Que Ortega tiene los d¨ªas contados. ¡°Ha superado el l¨ªmite, ya nadie est¨¢ contento, el deterioro es demasiado alto¡±, dice la presidenta del ilegalizado MRS, Ana Margarita Vigil. Otros, como el periodista Chamorro, son m¨¢s esc¨¦pticos: ¡°Eliminada la oposici¨®n, Ortega buscar¨¢ llenar el vac¨ªo, volver¨¢ a entenderse con el capital y habr¨¢ m¨¢s de lo mismo¡±.
Son c¨¢lculos que de momento giran sobre s¨ª mismos. Crepitan en los cen¨¢culos nicarag¨¹enses, pero se estrellan con el inexorable 6 de noviembre. Hoy el Comandante podr¨ªa volver a triunfar y durante otros cinco a?os gobernar¨¢ un Estado que se ha vuelto un espejo de si mismo. Para ello, Ortega solo tendr¨¢ que jurar el cargo ante el presidente del Parlamento. Un poder que ahora, como tantas cosas en Nicaragua, est¨¢ muerto y enterrado.
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