Impr¨ªmete
El Ej¨¦rcito norteamericano, que ya invent¨® la lavadora y el GPS, se ha zambullido a fondo en la impresi¨®n 3-D
El cient¨ªfico y empresario Craig Venter ha jugueteado con la idea descabellada de transmitir la informaci¨®n gen¨®mica a alg¨²n lejano sistema solar de modo que un organismo vivo surja all¨ª. Aclaremos de inmediato que esto no es posible hoy por hoy. No porque los genomas sean irreducibles a una cadena de ceros y unos ¡ªson reducibles a eso y a cualquier otra forma de notaci¨®n num¨¦rica¡ª, sino porque no bastan por s¨ª solos para crear un ser vivo: hace falta tambi¨¦n un constructor, algo que lea el genoma y lo entienda, es decir, que transforme la mera informaci¨®n en un objeto que haga cosas en el mundo real. Pero, un momento, ?no son las impresoras 3-D precisamente ese constructor??No hemos cerrado con ellas el bucle m¨¢gico que permite convertir lo virtual en real y viceversa? ?No podemos ya teletrasportarnos a otro planeta a la velocidad de la luz? No estar¨ªa mal, dados ciertos resultados electorales recientes.
Las expectativas de la impresi¨®n 3-D son ingentes. El soci¨®logo futurista Jeremy Rifkin ve en ella el germen de la tercera revoluci¨®n industrial. Para empezar, amenaza con destruir las econom¨ªas de escala, puesto que hace tan rentable la manufactura de un solo objeto como la de un mill¨®n; quiz¨¢ esto desincentive las fusiones empresariales. Sus aplicaciones actuales abarcan de la arquitectura a la aviaci¨®n, del dise?o industrial a la ingenier¨ªa, del aula del colegio a la consulta del dentista, de la construcci¨®n a la alimentaci¨®n. Su combinaci¨®n con la computaci¨®n en la nube permite distribuir la producci¨®n de cualquier cosa por las factor¨ªas de medio planeta. Convierte la personalizaci¨®n del producto en un juego de ni?os, literalmente. Ayuda a sintetizar nuevos compuestos qu¨ªmicos, a fabricar chocolatinas, espaguetis y comida para astronautas, a generar ¨®rganos y tejidos con c¨¦lulas madre.
El Ej¨¦rcito norteamericano, que ya invent¨® la lavadora y el GPS, se ha zambullido a fondo en la impresi¨®n 3-D. No para hacer pistolas ¡ªaunque podr¨ªa¡ª, sino piezas de repuesto para los aviones, embudos para las latas de aceite, carcasas para los interruptores, trinquetes, mapas en relieve y otros artefactos que los legos no solemos asociar con las operaciones militares, pero cuyo transporte a una zona de conflicto plantea tantos contratiempos log¨ªsticos que sale a cuenta imprimirlos in situ.
Pero teletrasportarnos al planeta Mongo a la velocidad de la luz parece de momento demasiado pedirle a esta revoluci¨®n tecnol¨®gica en ciernes. ?Adivinan por qu¨¦? Exacto: habr¨ªa que tener primero una impresora 3-D en el planeta Mongo. Vaya rollo.
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