El modelo de la obsolescencia

A Patxi le gustaba el mar. Lleg¨® a Mugaritz empujado por su familia, despu¨¦s de a?os de trabajo en un barco de pesca. Quer¨ªan que tuviese una vida m¨¢s ordenada y menos sacrificada, cerca de los suyos, as¨ª que vino para ocupar la plaza de mantenimiento. Hasta que un buen d¨ªa, a?os despu¨¦s, decidi¨® hacer lo que realmente quer¨ªa: dejando atr¨¢s la comodidad del trabajo estable y el consejo general que le llev¨® a varar en el restaurante, se volvi¨® a embarcar. La hosteler¨ªa y la mar son oficios que piden cierto grado de abnegaci¨®n, dif¨ªciles de sobrellevar si no se compensan con entusiasmo, como tantos otros trabajos.

Es llamativo observar a los dependientes que atienden en las pescader¨ªas de los centros comerciales, por lo general empleados relegados a cubrir la plaza que nadie desea, lo que con frecuencia les lleva a tratar el pescado con poco ¨¢nimo, lejos de la solvencia y aplicaci¨®n del artesano. En muchos casos se trata de trabajadores con horarios partidos, contratados para cubrir una plaza vacante que les desplaza de la fruter¨ªa a la panader¨ªa, pasando por la pescader¨ªa, encadenados a un empleo precario. Tras el eco de las ofertas, de los lemas y las promesas de prosperidad de los productos de bajo coste y la holgura y facilidad de compra est¨¢n las v¨ªctimas de la necesidad de un sueldo, de la guerra de horarios comerciales amplios y los precios bajos. Algo hemos hecho mal como sociedad si el bienestar de unos se debe sustentar en la incomodidad de otros.

Algo hemos hecho mal como sociedad si el bienestar de unos se debe sustentar en la incomodidad de otros.

Pero esta realidad, lejos de ser un ejercicio de responsabilidad ¨²nica de empresas que buscan sobrevivir en un mercado implacable, reventando precios y ampliando horarios, nos incumbe tambi¨¦n a los consumidores, que forzamos las costuras de nuestra econom¨ªa dom¨¦stica al son del mantra de las ofertas y el espejismo de un mundo repleto de comodidades. Y en esta ruleta del producto de ocasi¨®n, la ganga y la obsolescencia programada se juegan la partida del modelo social que queremos, lejos de la especializaci¨®n, el precio justo y la sostenibilidad econ¨®mica, laboral y medioambiental. Como podemos apreciar, lo peor de este patr¨®n de vida no son los hechos en s¨ª, sino sus secuelas: la falta de tiempo, la tiran¨ªa de la flexibilidad, la precariedad, el debilitamiento de la confianza, la p¨¦rdida de valores, el saqueo de la ilusi¨®n, la infelicidad. Dudo si la calidad es cara o no, pero s¨¦ que en la guerra de las palabras, estas acaban perdiendo todo su sentido. En la capitalizaci¨®n del bienestar por parte del mercado, en el traspaso de la responsabilidad por parte de los consumidores, se crea una realidad que produce su propio caldo de cultivo.

Si todo nuestro modelo de vida se sustenta sobre un espejismo de confort y abundancia a bajo coste, alguien lo debe pagar, porque, nos guste o no, todo tiene su precio. Y tras el saldo y la baratija est¨¢n la desaparici¨®n del comercio local, la desafecci¨®n por la cultura, el menoscabo del medio ambiente, el quebranto de la cualidad de los productos y la preparaci¨®n de los profesionales. Aunque no lo tengamos presente, decidiendo c¨®mo vivimos, resolviendo d¨®nde y qu¨¦ compramos, fallamos sobre todo esto. As¨ª de simple, as¨ª de complejo.

S¨¢ndwich ¡®gluten free¡¯

El gluten: Las personas celiacas presentan intolerancia permanente a esta prote¨ªna, habitual en muchos cereales.

Alimentos ¡®sin¡¯:No contienen gluten la carne, el pescado, las frutas, verduras, huevos, legumbres, hortalizas, leche y patatas.

Propiedades: El gluten aporta elasticidad a la masa de la harina, confiriendo esponjosidad a los panes y masas horneadas.

Precauciones: Hay que mirar las etiquetas de todos los productos, puesto que pueden contener trazas de esta prote¨ªna.